CARMELO, EL HÉROE
Viene contando el diario El Mundo que en Cataluña –hoy por hoy, todavía comunidad autónoma de España- existe un padre que va a empezar una huelga de hambre para reclamar el derecho... a que su hijita sea escolarizada en español. Lo siento por los que quisieran optar por la crítica fácil, pero no estamos hablando de un pobrecito charnego, de estos que, como no tienen más remedio que hablar esa lengua que “fa molt hortera” pretenden que se perpetúe su ignorancia en sus alevines (¿cómo se llama el alevín de charnego, digo yo?, porque seguro que el ingenio racista le ha puesto uno). Hablamos de un médico formadísimo que, amén de español y catalán habla otras lenguas, y ha vivido en países distintos de España.
No es, pues, alguien impermeable a la pluriculturalidad, sino alguien a quien no le da la gana rendirse ante la imbecilidad absoluta y el totalitarismo rampante. Resulta patético que haya que empezar una huelga de hambre para reclamar algo tan exótico como que la ley se cumpla, pero, en fin, así es el país de ZP, como le gusta a monseñor Uriarte (inciso: el único consuelo que le queda a uno ante la perspectiva de que, como cree monseñor Uriarte, digo yo, exista el Infierno y nos toque ir, es que siempre habrá prelados vascos con los que echar un musete).
Puede pensarse que Carmelo, que así se llama, creo, el héroe –lo digo sin ápice de ironía y sin ánimo alguno de exagerar; creo que este hombre es un héroe- crea un problema al Estado. Antes al contrario, creo que Carmelo le da a España, como Estado, una oportunidad de recuperar la dignidad perdida. Puede parecer una paradoja pero, cada vez que un hombre en solitario emprende la aventura de pleitear con el Leviatán, y le vence, la sentencia restablece dos bienes. De un lado, por supuesto, el derecho conculcado, y de otro, el derecho mismo y, por tanto, la única razón para respetar al Estado. Se dirá, claro, que todas las sentencias, por el mero hecho de serlo, reafirman el derecho. Así es, pero nunca es más cierto que cuando el Leviatán es capaz de condenarse a sí mismo, esa reafirmación es mucho más notable.
Nuestro hombre afronta penalidades sin cuento. Pide que se restablezcan la legalidad y el sentido común. Nada extraordinario, es cierto, pero casi un imposible en la España del talante que, recordemos, es lo mismo que lo de monseñor Uriarte pero sin tonito aflautado y sin sotana. Una cohorte de leguleyos se movilizará para decirle a Carmelo que no tiene razón –recurriendo a sofismas como los de Batasuna y el derecho de reunión de sus militantes-. Donde no lleguen los leguleyos, alcanzará una legión de pseudopedagogos que le dirán que hace a su hija un daño irreparable y que les mirarán a ambos como a bichos raros. Y, por fin, donde no lleguen ni los leguleyos ni los pseudopedagogos, intentará llegar un ejército de malnacidos, de comemierdas y de delatores que le tildarán poco menos que de loco.
Carmelo sólo tiene la razón. Es verdad que en el país de ZP, donde el mismo concepto de “razón” carece de sentido, no es mucho. Ojalá su testimonio azuce conciencias. En España, hoy, hay un hombre en huelga de hambre reclamando no ya un derecho constitucional, sino un derecho humano. Un derecho –el de ser escolarizado, al menos en la primera enseñanza, en la lengua propia- reconocido por todos los especialistas en educación del mundo.
Es una vergüenza para mucha gente, si la tuviera. He aquí la prueba evidente de por qué el Estado español chapotea en la más absoluta indignidad. Porque todo el mundo se la coge con papel de fumar para no lesionar el derecho –inalienable, sí- de una legión de cabestros a juntarse para amenazar, quemar banderas, desestabilizar y cagarse en la democracia y en las libertades de todos los que no piensan como ellos... pero a nadie le importa que la apisonadora totalitaria de la imbecilidad más supina aplaste los derechos de Carmelo y su hija.
Gracias, Carmelo, porque ser conciudadanos tuyos nos permite seguir mirándonos al espejo todos los días.
No es, pues, alguien impermeable a la pluriculturalidad, sino alguien a quien no le da la gana rendirse ante la imbecilidad absoluta y el totalitarismo rampante. Resulta patético que haya que empezar una huelga de hambre para reclamar algo tan exótico como que la ley se cumpla, pero, en fin, así es el país de ZP, como le gusta a monseñor Uriarte (inciso: el único consuelo que le queda a uno ante la perspectiva de que, como cree monseñor Uriarte, digo yo, exista el Infierno y nos toque ir, es que siempre habrá prelados vascos con los que echar un musete).
Puede pensarse que Carmelo, que así se llama, creo, el héroe –lo digo sin ápice de ironía y sin ánimo alguno de exagerar; creo que este hombre es un héroe- crea un problema al Estado. Antes al contrario, creo que Carmelo le da a España, como Estado, una oportunidad de recuperar la dignidad perdida. Puede parecer una paradoja pero, cada vez que un hombre en solitario emprende la aventura de pleitear con el Leviatán, y le vence, la sentencia restablece dos bienes. De un lado, por supuesto, el derecho conculcado, y de otro, el derecho mismo y, por tanto, la única razón para respetar al Estado. Se dirá, claro, que todas las sentencias, por el mero hecho de serlo, reafirman el derecho. Así es, pero nunca es más cierto que cuando el Leviatán es capaz de condenarse a sí mismo, esa reafirmación es mucho más notable.
Nuestro hombre afronta penalidades sin cuento. Pide que se restablezcan la legalidad y el sentido común. Nada extraordinario, es cierto, pero casi un imposible en la España del talante que, recordemos, es lo mismo que lo de monseñor Uriarte pero sin tonito aflautado y sin sotana. Una cohorte de leguleyos se movilizará para decirle a Carmelo que no tiene razón –recurriendo a sofismas como los de Batasuna y el derecho de reunión de sus militantes-. Donde no lleguen los leguleyos, alcanzará una legión de pseudopedagogos que le dirán que hace a su hija un daño irreparable y que les mirarán a ambos como a bichos raros. Y, por fin, donde no lleguen ni los leguleyos ni los pseudopedagogos, intentará llegar un ejército de malnacidos, de comemierdas y de delatores que le tildarán poco menos que de loco.
Carmelo sólo tiene la razón. Es verdad que en el país de ZP, donde el mismo concepto de “razón” carece de sentido, no es mucho. Ojalá su testimonio azuce conciencias. En España, hoy, hay un hombre en huelga de hambre reclamando no ya un derecho constitucional, sino un derecho humano. Un derecho –el de ser escolarizado, al menos en la primera enseñanza, en la lengua propia- reconocido por todos los especialistas en educación del mundo.
Es una vergüenza para mucha gente, si la tuviera. He aquí la prueba evidente de por qué el Estado español chapotea en la más absoluta indignidad. Porque todo el mundo se la coge con papel de fumar para no lesionar el derecho –inalienable, sí- de una legión de cabestros a juntarse para amenazar, quemar banderas, desestabilizar y cagarse en la democracia y en las libertades de todos los que no piensan como ellos... pero a nadie le importa que la apisonadora totalitaria de la imbecilidad más supina aplaste los derechos de Carmelo y su hija.
Gracias, Carmelo, porque ser conciudadanos tuyos nos permite seguir mirándonos al espejo todos los días.
2 Comments:
Me da la impresión que si Carmelo fuera catalán no llevaría a cabo su protesta, se "aborregaría" y aceptaría la esclavitud en catalán.
Lo que me lleva a pensar que hay una mutación genética en la raza catalana que además de fascistas y sumisos los incapacita para hablar correctamente la lengua española y por ello insisten en imponer su dialecto.
By Anónimo, at 11:47 a. m.
¿Por qué no se organiza un lugar de firmas para apoyar a Carmelo? Es la única manera que tenemos de defender la enseñanza en español de nuestros hijos. Yo cuando tuve este problema recurrí al defenso del pueblo y... que me las "apañase", que tenía derecho, que yo tenía razón, bla,bla. Es hora de actuar en serio.
By Anónimo, at 11:55 a. m.
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