CULTURA ESPAÑOLA E IDEA DE ESPAÑA
En la Tercera del ABC de ayer, sábado, José Jiménez Lozano planteaba un inquietante nexo entre dos fenómenos, evidentes considerados por separado, pero cuya hilazón requiere de la perspicacia del maestro para ser traída a la luz. Banalización de la cultura y crisis de la idea de España. La una y la otra están ligadas y se retroalimentan. Interesante tesis, quizá no novedosa, pero raras veces formulada en forma clara y directa.
Digo, de entrada, que ambas cosas me parecen evidentes, consideradas por separado.
Que la cultura –y soy consciente de que el término en sí es muy problemático- está en un proceso de banalización galopante, a mi juicio, no admite demasiada discusión. Es una consecuencia directa de la pérdida o el malbaratamiento de todos los cánones. De ese proceso de deconstrucción de la cultura occidental en el que cierta intelligentsia se instaló hace ya bastante tiempo y frente al que no se ha producido aún reacción alguna. Quizá porque, a causa de la masificación, la cultura abandonó hace mucho, por vez primera, los cenáculos de la alta intelectualidad para hacerse universal y, por ello, menos controlable.
Es posible que muchos estén escandalizados ante el proceso de degeneración que aqueja a nuestra cultura gracias a ese “todo vale” proclamado con orgullo iconoclasta por parte de quienes, en suma, sólo pretendían dedicarse a los juegos de salón. Pero es muy difícil de parar.
Si, como hace Jiménez Lozano, particularizamos el proceso general para el caso español, hay aún algunos otros ribetes más inquietantes, si cabe. El odio de Occidente por sí mismo –el odio de la intelectualidad occidental por ella misma, siempre presente en el sistema desde sus mismos albores, pero nunca triunfante hasta los sesenta- alcanza en España su exacerbo. Al fenómeno deconstructor presente en toda gran cultura occidental se añade en España el poso de la rabia. A veces, el puro desconocimiento.
Nuestra Alta Cultura, nuestro arte, nuestro pensamiento, a veces cimero en el contexto general del Occidente, cuando es conocido, es ninguneado, pisoteado o, simplemente, privado de sentido por la falta de medios para hacerlo accesible –no me refiero, claro, a medios materiales, sino a los medios de que proporciona una educación digna de tal nombre, de la que se priva dolosamente a los españoles desde hace ya años. Jiménez dice que el Quijote es hoy un sinsentido ajeno a la mayoría. Qué decir, entonces, del resto de nuestra gran literatura, nuestro arte... en fin, nuestra aportación, como pueblo, a la historia universal, que quizá sea menos lucida que la de otras naciones, pero no es pequeña, sin duda.
Que la idea de España está en crisis tampoco admite muchos matices. Baste, como botón, que el mismo Presidente del Gobierno, puesto que no lo tiene muy claro, invita a cada cual a construir su propia noción. La Directora de la Biblioteca Nacional –eximia escritora, mujer de amplia cultura y, por qué no, representante válida de toda una, cierta, intelectualidad- le niega, directamente, a España la condición de nación, la reduce a Estado, a resultante de una agregación de pueblos, estos sí, supongo –so pena de que haya que entender que los españoles son los únicos seres humanos no adscribibles a nación alguna- naciones genuinas.
Este fenómeno, por supuesto, no tiene parangón en ninguno de los pueblos vecinos. Ninguno pasa, quizá, por su mejor momento, pero las cosas no han llegado nunca al extremo de provocarles una crisis de identidad.
Y llegamos, pues, al nexo común. Se dirá, sobre todo por algunos, que si a fecha de hoy estamos dudando de esa identidad, bien puede ser porque esa pretendida identidad no existiera jamás. Aun admitiendo la tesis de que Europa entera se encuentre en decadencia, eso explicaría por qué a otros esa decadencia no les coloca en el borde mismo de la extinción como nación y a nosotros parece que sí.
Podemos objetar que a lo mejor las cosas son exactamente al revés. Nuestra identidad está en crisis porque lo está nuestra cultura. He ahí la tesis de Jiménez Lozano, que encuentro muy digna de ser compartida. La alta cultura y el desempeño de la nación –mejor, el precipitado de todos sus logros- son una misma cosa, y por eso al ignorarse la primera se desdibuja por completo la segunda, hasta el punto de que nada hay más razonable que preguntarse si un pueblo que jamás haya producido nada existe como tal.
Los nacionalistas, a los que ya me he referido muchas veces como los grandes manipuladores de símbolos, saben bien todo esto, y ponen todo su esfuerzo, precisamente, en avalar la tesis de la nacionalidad mediante la reconstrucción de un pasado, la exageración de ciertos hitos... de forma que, al final del proceso, se cree la imagen de una cultura que se desenvuelve en el tiempo con continuidad. Como consecuencia, la cultura española, considerada como tal, no existiría. Tras las convenientes operaciones, se descubriría que, en realidad, lo que durante siglos se ha denominado “cultura española” es, todo lo más, “cultura en español” pero, en rigor no un cuerpo único, ni siquiera un cuerpo.
He ahí la espantosa falacia, que sólo puede desenmascararse, precisamente, mediante un profundo conocimiento de esa cultura española que ha existido, que tiene unicidad, que se reconoce a sí misma en la historia y que, por supuesto, es reconocida por los ajenos como tal, venga expresada en español, venga en cualquier otra lengua.
La masificación y el proceso deconstructor al que antes me refería han hecho esto poco menos que imposible. La falta de cánones, de control de calidad, hace posible que circule mucha mercancía de medio pelo. Cualquier imbecilidad es cine, cualquier chorrada es teatro, cuatro piedras mal tiradas son arquitectura... Nihilismo absoluto en el que todo vale y, por tanto, cualquier cosa es historia. Los artistas e intelectuales españoles contemporáneos no tienen ningún empacho en proclamarse huérfanos, ajenos a toda tradición, descubridores del mediterráneo. Nadie afirma haber aprendido nada de otros y, como consecuencia, una grandísima cultura duerme el sueño de los justos.
Y esto tiene una evidente trascendencia política porque, en el desván donde se apilan los libros viejos, se llena de polvo también el espíritu de una gran nación. No se arrumba cualquier cosa al desdeñar la cultura española como tal, sino nada menos que una de las más grandes tradiciones occidentales. Cuando se la saca, es fuera de contexto, para hacerla aparecer como las tristes armas de Don Quijote que, llenas de moho y orín, sobre el cuerpo huesudo del hidalgo demente, forman un cuadro bizarro y esperpéntico. Como si, en suma, la españolidad en sí misma no dejara de ser una inmensa quijotada, algo vergonzante para los cuerdos que miran para otro lado.
Pero el desván guarda muchas otras cosas. Lo sabríamos si no hubiéramos tirado las llaves.
Digo, de entrada, que ambas cosas me parecen evidentes, consideradas por separado.
Que la cultura –y soy consciente de que el término en sí es muy problemático- está en un proceso de banalización galopante, a mi juicio, no admite demasiada discusión. Es una consecuencia directa de la pérdida o el malbaratamiento de todos los cánones. De ese proceso de deconstrucción de la cultura occidental en el que cierta intelligentsia se instaló hace ya bastante tiempo y frente al que no se ha producido aún reacción alguna. Quizá porque, a causa de la masificación, la cultura abandonó hace mucho, por vez primera, los cenáculos de la alta intelectualidad para hacerse universal y, por ello, menos controlable.
Es posible que muchos estén escandalizados ante el proceso de degeneración que aqueja a nuestra cultura gracias a ese “todo vale” proclamado con orgullo iconoclasta por parte de quienes, en suma, sólo pretendían dedicarse a los juegos de salón. Pero es muy difícil de parar.
Si, como hace Jiménez Lozano, particularizamos el proceso general para el caso español, hay aún algunos otros ribetes más inquietantes, si cabe. El odio de Occidente por sí mismo –el odio de la intelectualidad occidental por ella misma, siempre presente en el sistema desde sus mismos albores, pero nunca triunfante hasta los sesenta- alcanza en España su exacerbo. Al fenómeno deconstructor presente en toda gran cultura occidental se añade en España el poso de la rabia. A veces, el puro desconocimiento.
Nuestra Alta Cultura, nuestro arte, nuestro pensamiento, a veces cimero en el contexto general del Occidente, cuando es conocido, es ninguneado, pisoteado o, simplemente, privado de sentido por la falta de medios para hacerlo accesible –no me refiero, claro, a medios materiales, sino a los medios de que proporciona una educación digna de tal nombre, de la que se priva dolosamente a los españoles desde hace ya años. Jiménez dice que el Quijote es hoy un sinsentido ajeno a la mayoría. Qué decir, entonces, del resto de nuestra gran literatura, nuestro arte... en fin, nuestra aportación, como pueblo, a la historia universal, que quizá sea menos lucida que la de otras naciones, pero no es pequeña, sin duda.
Que la idea de España está en crisis tampoco admite muchos matices. Baste, como botón, que el mismo Presidente del Gobierno, puesto que no lo tiene muy claro, invita a cada cual a construir su propia noción. La Directora de la Biblioteca Nacional –eximia escritora, mujer de amplia cultura y, por qué no, representante válida de toda una, cierta, intelectualidad- le niega, directamente, a España la condición de nación, la reduce a Estado, a resultante de una agregación de pueblos, estos sí, supongo –so pena de que haya que entender que los españoles son los únicos seres humanos no adscribibles a nación alguna- naciones genuinas.
Este fenómeno, por supuesto, no tiene parangón en ninguno de los pueblos vecinos. Ninguno pasa, quizá, por su mejor momento, pero las cosas no han llegado nunca al extremo de provocarles una crisis de identidad.
Y llegamos, pues, al nexo común. Se dirá, sobre todo por algunos, que si a fecha de hoy estamos dudando de esa identidad, bien puede ser porque esa pretendida identidad no existiera jamás. Aun admitiendo la tesis de que Europa entera se encuentre en decadencia, eso explicaría por qué a otros esa decadencia no les coloca en el borde mismo de la extinción como nación y a nosotros parece que sí.
Podemos objetar que a lo mejor las cosas son exactamente al revés. Nuestra identidad está en crisis porque lo está nuestra cultura. He ahí la tesis de Jiménez Lozano, que encuentro muy digna de ser compartida. La alta cultura y el desempeño de la nación –mejor, el precipitado de todos sus logros- son una misma cosa, y por eso al ignorarse la primera se desdibuja por completo la segunda, hasta el punto de que nada hay más razonable que preguntarse si un pueblo que jamás haya producido nada existe como tal.
Los nacionalistas, a los que ya me he referido muchas veces como los grandes manipuladores de símbolos, saben bien todo esto, y ponen todo su esfuerzo, precisamente, en avalar la tesis de la nacionalidad mediante la reconstrucción de un pasado, la exageración de ciertos hitos... de forma que, al final del proceso, se cree la imagen de una cultura que se desenvuelve en el tiempo con continuidad. Como consecuencia, la cultura española, considerada como tal, no existiría. Tras las convenientes operaciones, se descubriría que, en realidad, lo que durante siglos se ha denominado “cultura española” es, todo lo más, “cultura en español” pero, en rigor no un cuerpo único, ni siquiera un cuerpo.
He ahí la espantosa falacia, que sólo puede desenmascararse, precisamente, mediante un profundo conocimiento de esa cultura española que ha existido, que tiene unicidad, que se reconoce a sí misma en la historia y que, por supuesto, es reconocida por los ajenos como tal, venga expresada en español, venga en cualquier otra lengua.
La masificación y el proceso deconstructor al que antes me refería han hecho esto poco menos que imposible. La falta de cánones, de control de calidad, hace posible que circule mucha mercancía de medio pelo. Cualquier imbecilidad es cine, cualquier chorrada es teatro, cuatro piedras mal tiradas son arquitectura... Nihilismo absoluto en el que todo vale y, por tanto, cualquier cosa es historia. Los artistas e intelectuales españoles contemporáneos no tienen ningún empacho en proclamarse huérfanos, ajenos a toda tradición, descubridores del mediterráneo. Nadie afirma haber aprendido nada de otros y, como consecuencia, una grandísima cultura duerme el sueño de los justos.
Y esto tiene una evidente trascendencia política porque, en el desván donde se apilan los libros viejos, se llena de polvo también el espíritu de una gran nación. No se arrumba cualquier cosa al desdeñar la cultura española como tal, sino nada menos que una de las más grandes tradiciones occidentales. Cuando se la saca, es fuera de contexto, para hacerla aparecer como las tristes armas de Don Quijote que, llenas de moho y orín, sobre el cuerpo huesudo del hidalgo demente, forman un cuadro bizarro y esperpéntico. Como si, en suma, la españolidad en sí misma no dejara de ser una inmensa quijotada, algo vergonzante para los cuerdos que miran para otro lado.
Pero el desván guarda muchas otras cosas. Lo sabríamos si no hubiéramos tirado las llaves.
4 Comments:
Que el término cultura es un término problemático en eso estoy de acuerdo, que la cultura, en su acepción mas general es el resultado de lo que se produce, pueblo, nación, provincia, ciudad, barrio, raza.... grupo humano por así calificarlo también parece claro, pero lo que me parece verdaderamente evidente es que la cultura es siempre el producto de los individuos, y del “consumo” de los individuos.
Ciertamente a día de hoy podemos lamentarnos de la banalización de la cultura por haberse masificado pero sería injusto hacer hincapié en ese concepto porque la cultura, toda cultura es, como ya he dicho, resultado de lo que los individuos crean o de lo que los individuos toman. Y pretender que la cultura sea el producto de una elite a la que la mayoría no puede acceder si no es a través de esa “intelligentsia “ creo que es el peor favor que se le puede hacer a la cultura y al propio concepto que está ud. defendiendo en su articulo y en el de Jiménez Lozano.
Lo único cierto hoy en día es que el proceso cultural se ha ampliado y son muchos los que participan de él tanto en el aspecto productivo como en el de consumo. Pero lo cierto es que sí hay un proceso por el cual la cultura se está filtrando por el hecho de que esa intelligentsia de la que habla si esta haciendo ese filtro. Se está limitando la libertad como resultado de la intervención de dicha intelligentsia a través de grupos de presión y, sobre todo, de la intervención del Estado en dicho proceso.
A mi no me molesta el que haya mas gente, mucha mas gente con acceso a la cultura. Es más, si no tenemos claro qué es el concepto de cultura difícilmente podemos negarnos a éste proceso. El Quijote, de hecho, fue un éxito por la calidad superior que tenía frente a las novelas que eran publicadas por aquellos entonces y que él mismo fue a ridiculizar. La cultura, por tanto, no será lo que es sino lo que quede. Mirar ahora la cultura como algo perdurable, como que será algo recordado todo en todo el tiempo es hacer un flaco favor al propio concepto de cultura y a las generaciones venideras.
Otra cosa es que a través de esa intervención de la intelligentsia se esten trastocando los conceptos tanto de cultura como de nación, y se esté modificando el sentido de las palabras y de la historia. Cierto. Pero no es menos cierto que al igual que unos pugnan en un sentido otros pueden hacerlo en el contrario sin que ello cambie el sentido de lo cultural y sin que el sentido de nación deje de tenerlo para aquellos que así lo sientan.
La cuestión es ¿somos los españoles capaces de entender el sentido de la nación española? Habría que empezar a preguntar a todos y cada uno de nosotros si sentimos a España como nación o nos dejamos llevar por aquellos que la niegan que quieren destruirla.
No es un problema de la masificación de la cultura, es un problema de la intervención de determinados grupos de interés que están haciendo de las ideas y los conceptos un juego malabar al estilo de la neolengua de “1984” en el que sólo los individuos, espero que alentados por otra intelligentsia sean capaces de ofrecer argumentos a favor para luchar contra los que los tienen en contra.
Y de esa confrontación cultural saldrá lo que culturalmente tenga que salir.
By bastiat, at 5:02 p. m.
Yo no lo creo así, Lou. España tiene que ser lo que los españoles quieran. Esa es la realidad de hoy y será la realidad de siempre en todos los lugares del mundo. Esa es la realidad de los países libres.
El problema en las dictaduras está resuelto porque el dictador se ocupa de eliminar toda tentativa de lanzar un mensaje distinto del suyo. En libertad sólo podrá existir aquel mensaje que llegue a mas gente.
¿Existe España? Yo creo que sí. ¿Tu piensas que no? Pues si piensas que no créeme, estás colaborando a que deje de existir.
Pero sí es cierto que hay una tendencia insoportable de determinados grupos de poder que luchan contra una idea de estado, de nación española, unitaria, igualitaria en derechos y deberes, solidaria... Pues bien. Si creemos que España debe ser así, habrá que luchar contra esos que no quieren una España unitaria, igualitaria en derechos y deberes, solidaria.
¿Conoces a alguno? ¿Conocemos a quienes son aquellos que no quieren a esa España?
Pues denunciémosles.
PSOE, España es una nación. España existe. ¡¡¡te enteras!!!
Y así con todos.
By bastiat, at 6:12 p. m.
Magnifico articulo,lastima que todo esto sea tan real y que no haya ninguna solucion para darle la vuelta ya.
By Anónimo, at 7:19 p. m.
Si claro,denunciemosles, veamos cuanto tardan en tacharnos de fanaticos y todos los medios de desinformacion se nos echan encima.Esto no tiene vuelta de hoja,estamos perdidos.
By Anónimo, at 7:25 p. m.
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