VIVA LA COHERENCIA
Que la coherencia no cotiza al alza por estos lares es cosa sabida, pero no sabía que habíamos llegado a tal punto de esperpento. Leo en Hispalibertas que Unió amenaza con romper el pacto Zapatero-Mas si no se modifican algunos de los artículos del proyecto de estatuto catalán menos compatibles con la moral católica.
Dirán ustedes que nada más corriente. Al fin y al cabo, si en un texto legal uno se topa con un artículo que despide un tufillo sospechoso de no mirar mal la eutanasia, por ejemplo, lo lógico es que un partido demócrata-cristiano vote en contra. Ya. Pero es que ese partido se encuentra coaligado con otro, y todos al alimón fueron parte del noventa por ciento de diputados que, en la Cámara catalana, dieron vía libre al estatuto. Vamos, que son coautores del dichoso artículo que, por otro lado... ¡está bendecido por monseñor Martínez-Sistach (y es que, cuando de nacionalismo se trata, los prelados españoles son como Richelieu y empeñan todos el alma, cuya salvación puede ser en la vida eterna, por la patria, cuya salvación es ahora o nunca)!
Juro que no lo comprendo. Serán, quizá, las salidas de tono que tiene que darse, como lujo, quien por lo demás parece condenado al papel de eterna comparsa.
A este paso, el amigo Durán y sus huestes van a hacer buenos a los Bono, Ibarra y compañía, siempre prestos a criticar las iniciativas de su propio partido y a tacharlas de antipatrióticas.
Lo que más me aterra, sinceramente, y perdón por la expresión, es comprobar como toma cuerpo la sospecha de que buena parte de los diputados catalanes no tienen ni puta idea de lo que han votado. Al igual que sus colegas de la Carrera de San Jerónimo, al que la peor desgracia que les puede suceder es tener un manco por jefe de filas, porque está visto que sin deditos no son capaces de encontrar ni la puerta del baño. El día que mucha gente en Cataluña lea el proyecto de estatuto le va a dar algo. Máxime si, al tiempo, lo van confrontando con la Constitución.
Y es que esto ya no le importa a nadie. Ahora estamos en el fragor de sacarlo “como sea” y que los roces con la Constitución no sean tan evidentes que fuercen a encontrarlos hasta al Tribunal Constitucional –que hay quien dice que no tiene ninguna gana de ver gazapillos menores, otra cosa es que, al abrir el texto, le salte un canguro-. Lo de que el texto es un espanto vendrá en una fase posterior. Es posible, ya digo, que a la hora de empezara a aplicarlo, haya quien se lo lea. Y, entonces, monseñor Martínez igual tiene que anatematizar a alguno de sus otrora bendecidos.
No me digan que no tiene su lado cómico. Para celebrar que hemos aprobado un estatuto “progresista”, intervencionista hasta la náusea, a gusto de republicanos y republicanas... ¡entonemos un solemne Te Deum en la catedral y, después, vayámonos todos a comer a Via Véneto, con la plana mayor del Círculo de Empresarios!
Sería cómico, de puro grotesco si, por desgracia, no fuera la realidad tal cual. Si, en suma, no supiéramos todos que ni el político es político, ni el empresario, empresario ni el arzobispo, si me apuran, arzobispo. Forman todos un cuerpo único, una inmensa sociedad de socorros mutuos con una ciudadanía que sirve de pagana, y saben de sobra que las leyes nacen para no ser cumplidas.
Lo que diga el estatuto, en suma, les importa poco menos que una higa. No es más que una raya en el suelo. Una delimitación que separa el “tuyo” del “mío”. El deslinde y amojonamiento de mi cortijo. De lo que se haga luego en familia, ya hablaremos.
No te inquietes tanto, Durán, y no toques las narices. Paciencia, que ya se hará lo tuyo.
Dirán ustedes que nada más corriente. Al fin y al cabo, si en un texto legal uno se topa con un artículo que despide un tufillo sospechoso de no mirar mal la eutanasia, por ejemplo, lo lógico es que un partido demócrata-cristiano vote en contra. Ya. Pero es que ese partido se encuentra coaligado con otro, y todos al alimón fueron parte del noventa por ciento de diputados que, en la Cámara catalana, dieron vía libre al estatuto. Vamos, que son coautores del dichoso artículo que, por otro lado... ¡está bendecido por monseñor Martínez-Sistach (y es que, cuando de nacionalismo se trata, los prelados españoles son como Richelieu y empeñan todos el alma, cuya salvación puede ser en la vida eterna, por la patria, cuya salvación es ahora o nunca)!
Juro que no lo comprendo. Serán, quizá, las salidas de tono que tiene que darse, como lujo, quien por lo demás parece condenado al papel de eterna comparsa.
A este paso, el amigo Durán y sus huestes van a hacer buenos a los Bono, Ibarra y compañía, siempre prestos a criticar las iniciativas de su propio partido y a tacharlas de antipatrióticas.
Lo que más me aterra, sinceramente, y perdón por la expresión, es comprobar como toma cuerpo la sospecha de que buena parte de los diputados catalanes no tienen ni puta idea de lo que han votado. Al igual que sus colegas de la Carrera de San Jerónimo, al que la peor desgracia que les puede suceder es tener un manco por jefe de filas, porque está visto que sin deditos no son capaces de encontrar ni la puerta del baño. El día que mucha gente en Cataluña lea el proyecto de estatuto le va a dar algo. Máxime si, al tiempo, lo van confrontando con la Constitución.
Y es que esto ya no le importa a nadie. Ahora estamos en el fragor de sacarlo “como sea” y que los roces con la Constitución no sean tan evidentes que fuercen a encontrarlos hasta al Tribunal Constitucional –que hay quien dice que no tiene ninguna gana de ver gazapillos menores, otra cosa es que, al abrir el texto, le salte un canguro-. Lo de que el texto es un espanto vendrá en una fase posterior. Es posible, ya digo, que a la hora de empezara a aplicarlo, haya quien se lo lea. Y, entonces, monseñor Martínez igual tiene que anatematizar a alguno de sus otrora bendecidos.
No me digan que no tiene su lado cómico. Para celebrar que hemos aprobado un estatuto “progresista”, intervencionista hasta la náusea, a gusto de republicanos y republicanas... ¡entonemos un solemne Te Deum en la catedral y, después, vayámonos todos a comer a Via Véneto, con la plana mayor del Círculo de Empresarios!
Sería cómico, de puro grotesco si, por desgracia, no fuera la realidad tal cual. Si, en suma, no supiéramos todos que ni el político es político, ni el empresario, empresario ni el arzobispo, si me apuran, arzobispo. Forman todos un cuerpo único, una inmensa sociedad de socorros mutuos con una ciudadanía que sirve de pagana, y saben de sobra que las leyes nacen para no ser cumplidas.
Lo que diga el estatuto, en suma, les importa poco menos que una higa. No es más que una raya en el suelo. Una delimitación que separa el “tuyo” del “mío”. El deslinde y amojonamiento de mi cortijo. De lo que se haga luego en familia, ya hablaremos.
No te inquietes tanto, Durán, y no toques las narices. Paciencia, que ya se hará lo tuyo.
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