AEROPUERTOS
El debate en torno a la titularidad del Aeropuerto de El Prat y algunas otras infraestructuras que no son catalanas pese a estar en Barcelona, sino que tienen dimensión nacional es muy llamativo. Los nacionalistas catalanes no ocultan, por ejemplo, que quieren la gestión del aeródromo barcelonés para hacer competencia al aeropuerto de Madrid (ya, ya sé que es para compensar la desleal gestión que, desde la meseta, practican Aena e Iberia).
Desde una perspectiva nacional –y sin negar que las comunicaciones de Barcelona puedan necesitar mejoras, por supuesto-, ese planteamiento es irracional. Un país como España, de pequeñas dimensiones, no puede permitirse tener más de un gran hub, un gran aeropuerto distribuidor de tráfico. Ningún país de nuestro entorno lo tiene, sin perjuicio de que puedan tener aeropuertos secundarios muy importantes. Lo mismo puede decirse de grandes puertos u otras grandes infraestructuras. Y también, si se me apura, de centros de investigación, universidades u otros entes cuya calidad está reñida con la cantidad, admitiendo una nación pequeña, como la nuestra, sólo un número muy limitado.
Por otra parte, las grandes compañías aéreas –que son las que dan vida a los aeropuertos- intentan emplear un solo gran centro (de hecho, una única terminal, cuando ello es posible). Iberia ha elegido Barajas, como Air France París-Charles de Gaulle, British Airways Londres-Heathrow o Lufthansa-Frankfurt. En Estados Unidos, el modelo es diferente pero, aun así, también las compañías tienen un aeropuerto preferente.
En fin, allá ellos. Con todo, interesa recordar que estos planteamientos no suelen presentarse de modo tan indisimuladamente localista, sobre todo cuando los exponen los socialistas. Suelen escamotearse tras teorías sobre “la España en red” o la “España descentralizada”. En realidad, cuando los catalanes hablan de descentralización lo hacen de bicefalia. Hablando de instituciones, si España llegara a ser un estado tan descentralizado –en cuanto a localización geográfica de los entes estatales- como, pongamos, Alemania, la cosa no giraría entre dos. Alemania tiene el Gobierno entre Berlín y Bonn, el banco central en Frankfurt, el Tribunal Constitucional en Karlsruhe, la Policía Federal en Colonia, el Servicio Secreto en Munich... Trasladado a nuestro ámbito, ello podría significar Gobierno y Congreso en Madrid, Senado en Barcelona, Tribunal Constitucional en Sevilla, Tribunal de Cuentas en Santiago, Defensor del Pueblo en Zaragoza,... No necesariamente todo entre la Capital del Reino y la Ciudad Condal. Esto resultaría onerosísimo, pero podría discutirse.
El caso es que ni siquiera en estos, escasos, países (Suráfrica podría ser otro ejemplo, con las Autoridades dispersas entre Pretoria, El Cabo y Johannesburgo) en los que se da una descentralización administrativa suele darse también una descentralización de lo que, en lógica, debe responder a decisiones de mercado. El principal aeropuerto de Alemania está en Frankfurt, y no hay ningún plan del Gobierno Federal, ni de ningún otro, para construir un aeródromo que rivalice con él, aunque ellos signifique sea más fácil llegar a la ciudad de Hesse (por cierto, creo que la capital de Hesse es Wiesbaden, así que a la capital financiera del país y su puerta de entrada al mundo no le cabe ni tan siquiera el honor de encabezar su propio Land) que a la capital federal, Berlín.
Me imagino que no lo hacen porque entienden que sería un verdadero sinsentido. Alemania es un país más pequeño que España, y con muy buenas comunicaciones interiores, incluidos vuelos entre Frankfurt y otras principales ciudades –que también, aunque menos que Barcelona, gozan de conexiones con el resto del mundo-.
En un contexto europeo, además, es cabal que ciertas infraestructuras –a bote pronto, se me ocurre el puerto de Rótterdam- puedan dar servicio a regiones que cubran más de un país -¿alguien pretendería, por ejemplo, que un puerto belga, empezando por el tradicionalmente importante de Amberes, compitiera con el gigantesco puerto holandés?-. Incluso el continente termina por ser pequeño para ciertas cosas. Quizá venga a cuento recordar que tres países escandinavos decidieron un buen día que, siendo países poco poblados, pudiera ser excesivo el lujo de tener tres compañías aéreas de bandera, y por eso nació SAS (que pasa por ser una de las mejores aerolíneas del mundo y cuyos aviones enarbolan sin problemas los pabellones sueco, danés y noruego).
Lo que no entienden los nacionalistas catalanes, como mucha otra gente, es que los mercados tienen una lógica particular, no demasiado afectada por los billones de euros que algunos decidan enterrar. Iríamos mejor servidos todos, madrileños, barceloneses y españoles en general si contáramos, como los alemanes, con buenas infraestructuras de transporte internacional, estén donde estén, y con buenos medios para moverse por el interior del país.
Pero, no. Cuando por fin esté ese AVE que los usuarios del Puente Aéreo esperan como agua de mayo, lo convertirán en el cercanías más caro del mundo –parará en Lérida, Tarragona, Reus, El Prat y vaya usted a saber dónde más-. Y tendrán su aeropuerto, aunque tengan que llenarlo de líneas aéreas subvencionadas para poblarlo. Faltaría más, para eso está el contribuyente.
Desde una perspectiva nacional –y sin negar que las comunicaciones de Barcelona puedan necesitar mejoras, por supuesto-, ese planteamiento es irracional. Un país como España, de pequeñas dimensiones, no puede permitirse tener más de un gran hub, un gran aeropuerto distribuidor de tráfico. Ningún país de nuestro entorno lo tiene, sin perjuicio de que puedan tener aeropuertos secundarios muy importantes. Lo mismo puede decirse de grandes puertos u otras grandes infraestructuras. Y también, si se me apura, de centros de investigación, universidades u otros entes cuya calidad está reñida con la cantidad, admitiendo una nación pequeña, como la nuestra, sólo un número muy limitado.
Por otra parte, las grandes compañías aéreas –que son las que dan vida a los aeropuertos- intentan emplear un solo gran centro (de hecho, una única terminal, cuando ello es posible). Iberia ha elegido Barajas, como Air France París-Charles de Gaulle, British Airways Londres-Heathrow o Lufthansa-Frankfurt. En Estados Unidos, el modelo es diferente pero, aun así, también las compañías tienen un aeropuerto preferente.
En fin, allá ellos. Con todo, interesa recordar que estos planteamientos no suelen presentarse de modo tan indisimuladamente localista, sobre todo cuando los exponen los socialistas. Suelen escamotearse tras teorías sobre “la España en red” o la “España descentralizada”. En realidad, cuando los catalanes hablan de descentralización lo hacen de bicefalia. Hablando de instituciones, si España llegara a ser un estado tan descentralizado –en cuanto a localización geográfica de los entes estatales- como, pongamos, Alemania, la cosa no giraría entre dos. Alemania tiene el Gobierno entre Berlín y Bonn, el banco central en Frankfurt, el Tribunal Constitucional en Karlsruhe, la Policía Federal en Colonia, el Servicio Secreto en Munich... Trasladado a nuestro ámbito, ello podría significar Gobierno y Congreso en Madrid, Senado en Barcelona, Tribunal Constitucional en Sevilla, Tribunal de Cuentas en Santiago, Defensor del Pueblo en Zaragoza,... No necesariamente todo entre la Capital del Reino y la Ciudad Condal. Esto resultaría onerosísimo, pero podría discutirse.
El caso es que ni siquiera en estos, escasos, países (Suráfrica podría ser otro ejemplo, con las Autoridades dispersas entre Pretoria, El Cabo y Johannesburgo) en los que se da una descentralización administrativa suele darse también una descentralización de lo que, en lógica, debe responder a decisiones de mercado. El principal aeropuerto de Alemania está en Frankfurt, y no hay ningún plan del Gobierno Federal, ni de ningún otro, para construir un aeródromo que rivalice con él, aunque ellos signifique sea más fácil llegar a la ciudad de Hesse (por cierto, creo que la capital de Hesse es Wiesbaden, así que a la capital financiera del país y su puerta de entrada al mundo no le cabe ni tan siquiera el honor de encabezar su propio Land) que a la capital federal, Berlín.
Me imagino que no lo hacen porque entienden que sería un verdadero sinsentido. Alemania es un país más pequeño que España, y con muy buenas comunicaciones interiores, incluidos vuelos entre Frankfurt y otras principales ciudades –que también, aunque menos que Barcelona, gozan de conexiones con el resto del mundo-.
En un contexto europeo, además, es cabal que ciertas infraestructuras –a bote pronto, se me ocurre el puerto de Rótterdam- puedan dar servicio a regiones que cubran más de un país -¿alguien pretendería, por ejemplo, que un puerto belga, empezando por el tradicionalmente importante de Amberes, compitiera con el gigantesco puerto holandés?-. Incluso el continente termina por ser pequeño para ciertas cosas. Quizá venga a cuento recordar que tres países escandinavos decidieron un buen día que, siendo países poco poblados, pudiera ser excesivo el lujo de tener tres compañías aéreas de bandera, y por eso nació SAS (que pasa por ser una de las mejores aerolíneas del mundo y cuyos aviones enarbolan sin problemas los pabellones sueco, danés y noruego).
Lo que no entienden los nacionalistas catalanes, como mucha otra gente, es que los mercados tienen una lógica particular, no demasiado afectada por los billones de euros que algunos decidan enterrar. Iríamos mejor servidos todos, madrileños, barceloneses y españoles en general si contáramos, como los alemanes, con buenas infraestructuras de transporte internacional, estén donde estén, y con buenos medios para moverse por el interior del país.
Pero, no. Cuando por fin esté ese AVE que los usuarios del Puente Aéreo esperan como agua de mayo, lo convertirán en el cercanías más caro del mundo –parará en Lérida, Tarragona, Reus, El Prat y vaya usted a saber dónde más-. Y tendrán su aeropuerto, aunque tengan que llenarlo de líneas aéreas subvencionadas para poblarlo. Faltaría más, para eso está el contribuyente.
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