¡OJO!, FUEGO REAL
En un tan extenso como acertado editorial, ayer, el diario El Mundo apuntaba a una aterradora posibilidad, ¿habrá confundido Zapatero los juegos de salón con el fuego real?
Se trata, una vez más, de estar a vueltas con la posibilidad de exportar a Euskadi la “solución catalana”. Dicho sea de paso, la “solución catalana” tiene poco de solución, a la vista de que no sólo no ha traído calma al debate nacional, sino que ha abierto una auténtica fractura en la propia sociedad catalana. El desmadre político que se vive hoy en el Principado tiene pocos parangones, con un Gobierno –un tercio del mismo, al menos- manifestándose contra sí mismo y cien mil personas clamando abiertamente por la independencia ahora que, por fin, habíamos logrado (se supone) el milagro del encaje definitivo en la España plural y demás. Si algo no se puede negar es que vivimos una auténtica fiesta de la libertad de expresión. Ha dejado de haber tabúes y a la independencia se la llama por su nombre. Así nos entenderemos todos mejor.
Ahora bien, sin negar esos ribetes peligrosos –el caos tiene cada vez menos de virtual, es cada día más real- el estatuto de Cataluña pertenece todavía al género de los juegos de salón. Esa especie de esgrima a la que tan aficionados son los políticos, en la que se trocan artículos por preámbulos, ideas por declaraciones solemnes y, en fin, el proceso se justifica a sí mismo, sin que sea preciso llegar a ninguna parte exactamente. El estatuto es un medio más que los políticos emplean como eufemismo de otra lucha más sustancial por la preeminencia dentro de un sistema, sea el catalán, sea el nacional. Ni CiU, ni el PSC, ni, probablemente, la propia ERC pretenden, en el fondo, nada serio. Su mente y su vista están puestas en el siguiente round, en la siguiente legislatura. Dan por hecho que la habrá.
No es que este juego sea inocuo, ni mucho menos, pero aún es posible jugarlo. Los jugadores están, más o menos, cortados por el mismo patrón. Ni siquiera los Carod, Puigcercós y compañía son del todo outsiders. Se calman al pisar moqueta, como todo hijo de vecino, y es la perspectiva de dejar de pisarla lo que verdaderamente les solivianta.
En este contexto, Rubalcaba puede jugar a Fouché –símil de El Mundo- o Zapatero a Richelieu, o Mas a Bismark, si me apuran. Siempre es posible que el asunto se les vaya de las manos, pero, al final, suele tener sentido la pregunta que, dicen, le hizo ZP a Puigcercós: “¿y esto cómo se arregla?” Todo tiene arreglo, Presi.
Ahora bien, este bagaje intelectual es totalmente inválido cuando uno deja de tener enfrente Fouchés de pacotilla o tipos jugando al táctico. Cuando ETA diga “autodeterminación” y “territorialidad” no estará hablando de ningún preámbulo. No se la va a convencer con frases al estilo del “inicio del principio del comienzo de”.
Me pregunto si esto ha sido bien calibrado. A base de sonrisas y preámbulos, a base de meter sólo la puntita de la inconstitucionalidad, no va a valer. Ni siquiera valdrá, probablemente, la oferta de ir dinamitando el Estado poco a poco.
Mucho me temo que quienes piensan que ETA y compañía quieren negociar un final honroso yerran. Más bien, tienen toda la pinta de querer sellar un auténtico tratado. Nada de preámbulos. Navarra y el Ruhr, el Rosellón, y la Cerdaña, si me apuran. Será que son menos cultivados –probablemente- o que están verdaderamente tarados –seguro- pero tiene toda la pinta de que estos tipos no saben de sobreentendidos, medias verdades, sofismas y eufemismos.
En su diccionario, las palabras tienen una única acepción, al menos hasta la fecha. “Autodeterminación” quiere decir “independencia”, “territorialidad” quiere decir “me quedo con Navarra” y “negociación” es que todos cedemos un poco. Ellos dejan de matar, y el Gobierno cede todo lo anterior.
Ya digo, será que no les dan más de sí las entendederas. Pero yo no me arriesgaría a enseñarles eso del “sentimiento identificado por el Parlamento”.
Se trata, una vez más, de estar a vueltas con la posibilidad de exportar a Euskadi la “solución catalana”. Dicho sea de paso, la “solución catalana” tiene poco de solución, a la vista de que no sólo no ha traído calma al debate nacional, sino que ha abierto una auténtica fractura en la propia sociedad catalana. El desmadre político que se vive hoy en el Principado tiene pocos parangones, con un Gobierno –un tercio del mismo, al menos- manifestándose contra sí mismo y cien mil personas clamando abiertamente por la independencia ahora que, por fin, habíamos logrado (se supone) el milagro del encaje definitivo en la España plural y demás. Si algo no se puede negar es que vivimos una auténtica fiesta de la libertad de expresión. Ha dejado de haber tabúes y a la independencia se la llama por su nombre. Así nos entenderemos todos mejor.
Ahora bien, sin negar esos ribetes peligrosos –el caos tiene cada vez menos de virtual, es cada día más real- el estatuto de Cataluña pertenece todavía al género de los juegos de salón. Esa especie de esgrima a la que tan aficionados son los políticos, en la que se trocan artículos por preámbulos, ideas por declaraciones solemnes y, en fin, el proceso se justifica a sí mismo, sin que sea preciso llegar a ninguna parte exactamente. El estatuto es un medio más que los políticos emplean como eufemismo de otra lucha más sustancial por la preeminencia dentro de un sistema, sea el catalán, sea el nacional. Ni CiU, ni el PSC, ni, probablemente, la propia ERC pretenden, en el fondo, nada serio. Su mente y su vista están puestas en el siguiente round, en la siguiente legislatura. Dan por hecho que la habrá.
No es que este juego sea inocuo, ni mucho menos, pero aún es posible jugarlo. Los jugadores están, más o menos, cortados por el mismo patrón. Ni siquiera los Carod, Puigcercós y compañía son del todo outsiders. Se calman al pisar moqueta, como todo hijo de vecino, y es la perspectiva de dejar de pisarla lo que verdaderamente les solivianta.
En este contexto, Rubalcaba puede jugar a Fouché –símil de El Mundo- o Zapatero a Richelieu, o Mas a Bismark, si me apuran. Siempre es posible que el asunto se les vaya de las manos, pero, al final, suele tener sentido la pregunta que, dicen, le hizo ZP a Puigcercós: “¿y esto cómo se arregla?” Todo tiene arreglo, Presi.
Ahora bien, este bagaje intelectual es totalmente inválido cuando uno deja de tener enfrente Fouchés de pacotilla o tipos jugando al táctico. Cuando ETA diga “autodeterminación” y “territorialidad” no estará hablando de ningún preámbulo. No se la va a convencer con frases al estilo del “inicio del principio del comienzo de”.
Me pregunto si esto ha sido bien calibrado. A base de sonrisas y preámbulos, a base de meter sólo la puntita de la inconstitucionalidad, no va a valer. Ni siquiera valdrá, probablemente, la oferta de ir dinamitando el Estado poco a poco.
Mucho me temo que quienes piensan que ETA y compañía quieren negociar un final honroso yerran. Más bien, tienen toda la pinta de querer sellar un auténtico tratado. Nada de preámbulos. Navarra y el Ruhr, el Rosellón, y la Cerdaña, si me apuran. Será que son menos cultivados –probablemente- o que están verdaderamente tarados –seguro- pero tiene toda la pinta de que estos tipos no saben de sobreentendidos, medias verdades, sofismas y eufemismos.
En su diccionario, las palabras tienen una única acepción, al menos hasta la fecha. “Autodeterminación” quiere decir “independencia”, “territorialidad” quiere decir “me quedo con Navarra” y “negociación” es que todos cedemos un poco. Ellos dejan de matar, y el Gobierno cede todo lo anterior.
Ya digo, será que no les dan más de sí las entendederas. Pero yo no me arriesgaría a enseñarles eso del “sentimiento identificado por el Parlamento”.
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