FERBLOG

martes, febrero 28, 2006

EL PP: PASADO Y FUTURO

La tensión pasado-futuro sigue siendo fundamental en los debates internos del Partido Popular. Además de las palabras de Mariano Rajoy, un diputado de la formación se explayaba ayer, en El Mundo, acerca de esta cuestión, abogando por la recuperación de un proyecto ilusionante. El “pasado” quiere decir el Aznarismo, supongo, o la derecha-derecha. El futuro, aún no se sabe muy bien qué es.

Estos debates sobre la reubicación de la derecha, sobre esa derecha de nuevo cuño que, pretendidamente, gustaría a esa clase media ansiosa de alternativa empiezan a parecerse bastante a la eterna discusión sobre la economía española. Ya saben: mucha construcción, pocas exportaciones, turismo barato y déficit de tecnología, pérdida de competitividad y el caos a la vuelta de la esquina en cuanto se pare el ladrillo. Está más que diagnosticado, pero nadie ha dado aún con la fórmula para que un día, de buena mañana, nos despertemos en Finlandia.

Los partidos de masas al estilo del PP o del PSOE no se caracterizan por presentar proyectos excesivamente bien perfilados. Tampoco pueden, en realidad, sin perder su carácter de partidos ómnibus. La moderación en todo, la templanza necesaria para aglutinar los millones de votos que hacen falta para formar una mayoría es una buena vía para gobernar, pero queda algo difusa cuando se pone en un manifiesto. Bien es verdad que, como excepción que confirma la regla, la deriva que toman los acontecimientos en España pone fácil lo de contar con un programa sustantivo: no hay más que coger la Constitución y ponerla en pasquines con membrete del Partido.

Las grandes reubicaciones ideológicas no suelen suceder sino una vez cada generación. No es normal que un partido político tenga que refundarse por el solo hecho de perder unas elecciones. ¿Tan desnortado andaba el PP, en lo fundamental, como para tener que tirar de brújula? Tendrá, claro, que pertrecharse de nuevos proyectos concretos, nuevas cosas para hacer en el marco de una nueva legislatura pero, por lo general, habrá que mantener los mismos hilvanes, los mismos principios que permitan reconocerse al electorado, también en tiempos en los que no se gobierna.

En realidad, pues, lo que piden aquellos que demandan un “cierre del pasado” es un cambio de caras. No se trata de poner fin al Aznarismo sino a su imagen. Ese cambio que los adversarios del partido suelen personalizar en Acebes y en Zaplana. No cabe duda de que los Piqué o los Gallardón son mucho más del gusto de la parroquia prisaica, quizá porque no se fajan todos los días con sus correspondientes rivales en el campo contrario, o lo hacen en sus respectivos territorios, al abrigo de las inclemencias de la política nacional.

En las democracias genuinamente de alternancia –en las que perder significa perder y no hay una segunda vuelta en forma de conchabeo parlamentario en busca de coaliciones-, como la británica, la derrota electoral suele comportar la caída en pleno del equipo concurrente y derrotado. Es una máxima que, de haberse aplicado en nuestro país, no hubiera permitido alcanzar la Moncloa ni a González ni a Aznar, que necesitaron más de un intento. Su no empleo abona la tesis de que las elecciones no las gana, en España, la oposición, sino que las pierde el Gobierno. Se vota, pues, contra alguien, no a favor de otro.

Si esto es cierto, si es verdad que, en España, los gobiernos ceden su lugar por hastío y no por la existencia de proyectos ilusionantes –lo que, por otra parte, está muy relacionado con la escasísima capacidad de maniobra con la que cuenta la oposición en nuestro país- un equipo de gobierno derrotado debería tomar el camino del retiro. Vendría a avalarse, así, la tesis de los que creen que los Acebes, Zaplana y compañía deben dejar paso a savia nueva.

El problema es que eso sería predicable también del propio Mariano Rajoy. En realidad, pues, lo que verdaderamente debería dilucidar el Partido Popular, mediante un análisis sereno y lo más frío posible es en qué medida puede admitirse que las últimas elecciones siguieron el patrón de siempre. La cuestión es sencilla: aquellos que crean que lo sucedido el 14M se debió sólo a condiciones excepcionales no tienen por qué entender que el equipo quedó desacreditado; los que entiendan que hubo algo más, que la reacción popular –muy manipulada- es un factor explicativo insuficiente, sí tienen un buen argumento para pedir una renovación más amplia.

Lo que no sé es en qué medida Rajoy puede desatar su propia suerte de la de otros que, como él, compartían banquillo el día de aquel fatídico partido.