REGÁS Y LA ESTATUA
Leo con cierta sorpresa en la prensa de hoy que Rosa Regás, la eximia escritora y directora de nuestra Biblioteca Nacional –la de España, digo- ha ordenado quitar de su sitio la estatua de Menéndez Pelayo que, desde 1912, recibe a los visitantes. La directora manda que se traslade al jardín donde, según dice, se verá más. Por lo visto, en su plan de modernización, el espacio que ocupa el mármol es necesario para no sé qué cosas.
El caso es que el asunto ha mosqueado a parte del respetable, entre ellos el antecesor de Regás en el cargo, Jon Juaristi, que entrevé en la decisión una especie de vendetta contra uno de los iconos de la cultura española más rancia y facha.
No sé, igual lo de Regás es razonable pero también deberá entender doña Rosa que el corazón tiene razones que la razón no entiende, y andan los ánimos bastante caldeaditos. También puede ser que doña Rosa sea juzgada por sus antecedentes.
Y es que Rosa Regás es una representante muy destacada de esa intelectualidad abonada a la cola del Alphaville, que diría David Gistau. De esos intelectuales progresistas que se hacen carne mortal entre nosotros para desasnarnos y librarnos de nuestra casposería hispánica. La directora de la Biblioteca Nacional afirma sin dudarlo que España no es una nación, con lo que no sé muy bien cómo explica el cargo que luce en su tarjeta de visita. Ya es mala suerte lo de doña Rosa, terminar trabajando en un fastuoso palacio neoclásico que, en Madrid, destaca por su elegancia –uno de los edificios más bellos de la capital- frente a un banderón de no sé cuantos kilómetros cuadrados. Ambas cosas vistas en conjunto no parecen indicar que se halla uno en mitad de un país inculto que, además, se odia a sí mismo.
Doña Rosa y otros como ella son dignísimos herederos de toda una estirpe que se ha caracterizado por no soportarnos. A los españoles, digo. En esto tienen mucho en común con gentes de otros lares a la que los españoles no le gustan nada por múltiples razones. El drama está, claro, en que ellos son españoles también.
Menos mal que esta gente tiene por patria el mundo y habla idiomas porque, si no, se encontrarían apátridas y presos de un español que les resulta tan odioso como a los columnistas del Avui. La verdad es que, si Freud hubiera podido conocer al intelectual progre hispano hubiera caído enseguida en la cuenta de lo que es, de verdad, el malestar en la cultura.
Comprendo a doña Rosa. Tiene que llegar a casa reventada, psicológicamente rota todos los días. Ella, que debe pensar en francés, pasando todos los días junto a la dichosa estatua del filólogo más ilustre de la lengua esa tan horrenda que hablamos los que no tenemos otra y topándose, aquí y allá, con cantares de gesta, esos que sustentaron luego la épica del franquismo. ¿Hay algo más facha que el Mío Cid? Incluso hoy, que, capitidisminuido, hay quien habla del Cid como el héroe nacional “castellano”, se conoce que para hacerlo aceptable.
Triste país este. País de pandereta. Qué vanos resultan los esfuerzos de Rosa Regás y otros como ella, que se desviven por quitarnos el pelo de la dehesa. Pero no tenemos remedio. Una y otra vez a las andadas. Debe ser esa “j” que, ya saben, Sostres dixit, suena tan hortera. No terminamos de entender que somos un inmenso error.
Probemos a cambiar la estatua de sitio, sí. Igual así se arregla.
El caso es que el asunto ha mosqueado a parte del respetable, entre ellos el antecesor de Regás en el cargo, Jon Juaristi, que entrevé en la decisión una especie de vendetta contra uno de los iconos de la cultura española más rancia y facha.
No sé, igual lo de Regás es razonable pero también deberá entender doña Rosa que el corazón tiene razones que la razón no entiende, y andan los ánimos bastante caldeaditos. También puede ser que doña Rosa sea juzgada por sus antecedentes.
Y es que Rosa Regás es una representante muy destacada de esa intelectualidad abonada a la cola del Alphaville, que diría David Gistau. De esos intelectuales progresistas que se hacen carne mortal entre nosotros para desasnarnos y librarnos de nuestra casposería hispánica. La directora de la Biblioteca Nacional afirma sin dudarlo que España no es una nación, con lo que no sé muy bien cómo explica el cargo que luce en su tarjeta de visita. Ya es mala suerte lo de doña Rosa, terminar trabajando en un fastuoso palacio neoclásico que, en Madrid, destaca por su elegancia –uno de los edificios más bellos de la capital- frente a un banderón de no sé cuantos kilómetros cuadrados. Ambas cosas vistas en conjunto no parecen indicar que se halla uno en mitad de un país inculto que, además, se odia a sí mismo.
Doña Rosa y otros como ella son dignísimos herederos de toda una estirpe que se ha caracterizado por no soportarnos. A los españoles, digo. En esto tienen mucho en común con gentes de otros lares a la que los españoles no le gustan nada por múltiples razones. El drama está, claro, en que ellos son españoles también.
Menos mal que esta gente tiene por patria el mundo y habla idiomas porque, si no, se encontrarían apátridas y presos de un español que les resulta tan odioso como a los columnistas del Avui. La verdad es que, si Freud hubiera podido conocer al intelectual progre hispano hubiera caído enseguida en la cuenta de lo que es, de verdad, el malestar en la cultura.
Comprendo a doña Rosa. Tiene que llegar a casa reventada, psicológicamente rota todos los días. Ella, que debe pensar en francés, pasando todos los días junto a la dichosa estatua del filólogo más ilustre de la lengua esa tan horrenda que hablamos los que no tenemos otra y topándose, aquí y allá, con cantares de gesta, esos que sustentaron luego la épica del franquismo. ¿Hay algo más facha que el Mío Cid? Incluso hoy, que, capitidisminuido, hay quien habla del Cid como el héroe nacional “castellano”, se conoce que para hacerlo aceptable.
Triste país este. País de pandereta. Qué vanos resultan los esfuerzos de Rosa Regás y otros como ella, que se desviven por quitarnos el pelo de la dehesa. Pero no tenemos remedio. Una y otra vez a las andadas. Debe ser esa “j” que, ya saben, Sostres dixit, suena tan hortera. No terminamos de entender que somos un inmenso error.
Probemos a cambiar la estatua de sitio, sí. Igual así se arregla.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home