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sábado, marzo 04, 2006

KELIFINDER

La campaña del “Kelifinder” esa que ha lanzado el Ministerio de la Vivienda es algo raro. Quiero decir que es algo no muy típico de un ministerio. Pero esto no es del todo sorprendente ya que el ministerio de Trujillo parece haberse especializado en iniciativas llamémoslas exóticas, que no hacen sino poner en evidencia la triste realidad de un departamento vacío de competencias y que sólo la frivolidad presidencial ha elevado del rango, ya muy generoso, de dirección general. Me imagino que, con esta ministra u otro titular, subsistirá toda la legislatura por aquello de sostenella y no enmendalla, para desaparecer oportunamente cuando se forme el próximo gabinete, sea del color que sea.

Pero también me parece una cosa muy triste, por la percepción de la juventud que transmite. Por la banalización absoluta de una generación y sus problemas. No cabe duda de que los partidos políticos, las corporaciones, la Administración y mucha otra gente están interesados en los jóvenes por razones diversas, pero me temo que les respetan muy poquito.

¿Tiene sentido, si no, que una campaña dirigida a un joven que busca casa –digamos entre los veintipocos y los treinta y muchos- tenga el tono propio de un anuncio dirigido a personas de quince o dieciséis? ¿Dirigirían ustedes una campaña publicitaria enfocada a niños de doce años en la que a los perros se les sigue llamando “guau-guaus”? Cuando un niño de dos señala al perro y dice “guau guau” resulta enternecedor, pero si eso lo hace un tipo con diecisiete, lo normal es que pensemos todos que es gilipollas.

Pues, salvando las distancias, una persona que está en trance de independizarse, de irse a vivir con su pareja, de formar una familia y que lucha por encontrar su sitio en la vida, no busca “keli”, sino un piso. Las “kelis” se transforman en casas en cuanto se firma la hipoteca, porque los que siguen llamando “keli” a la casa, o viven en la “keli” de sus “viejos”, o es que los “viejos” van a pagar la “keli”.

No sé si la ministra, a la vista del anuncio, decidió que molaba mogollón, pero debería tener en cuenta que, ahí fuera, hay gente que hace esfuerzos por situarse, por llevar una vida decente, y que tiene, entre otras cosas, un vocabulario suficiente –sí, algunos jóvenes hablan un español normal-. No es imprescindible que se les trate como si fueran algo aparte. Porque, al fin y al cabo, quieren lo mismo que los demás.

Ser joven y ser imbécil no es lo mismo, y la juventud es una edad, no un simple segmento de marketing. Tampoco es, o debería ser, una infancia prolongada. Es posible, es seguro, que habrá muchos jóvenes –mogollón, de hecho- que respondan perfectamente a ese cliché, y se adapten al papel. Puede, incluso, que se compren unas botas de esas que vende la ministra. Pero muchos otros no.

Es curioso. Hay gente que ya pasa con mucho de la treintena, que sigue viviendo con sus padres y que siente que tiene problemas, siente que su reloj va con retraso porque, debido a muchas razones, no logra engancharse a un mundo adulto al que, con toda lógica, cree pertenecer y que, por otra parte, les demanda que se pongan al paso. Como para que llegue un cretino y te trate como si fueras un botellonero.

Y luego, nos quejamos...