FERBLOG

miércoles, marzo 08, 2006

NO, NO ES EL FIN DEL MUNDO... SÓLO UN PASITO MÁS

Por fin, la palabra nación, referida a Cataluña, campea en un texto legal. Bien es cierto que todavía no de pleno derecho –por más que los preámbulos sean partes vitales de la ley y eje de su recta interpretación futura- y a través de una retorcida expresión, de sintaxis imposible, que dé pie a unos y a otros para sostener, a la vez, visiones opuestas pretendiendo tener razón al tiempo.

No es verdad que, como dicen los más extremistas o los aficionados a la hipérbole, España haya dejado de existir ayer. La nación española sigue existiendo, y sigue siendo la única nación jurídicamente relevante, al menos sobre el papel. El estatuto de Cataluña no cambiará, de la noche a la mañana, la vida de casi nadie. Ni porque “nación” esté en el preámbulo ni por las mil y una trampas que contiene el articulado.

Pero tampoco, ni mucho menos, son aceptables los argumentos del “aquí no ha pasado nada” o del “no era para tanto”. Desde luego porque lo que es absolutamente cierto es que la redacción de ese preámbulo si para algo no sirve es para cohesionar más a los españoles entre sí ni para el bien común. Esa sola razón convierte la pieza en cuestionable como ley del Parlamento Nacional. No sé si la articulación del preámbulo es constitucional o no –intuyo que habrá ocasión de saberlo, mediando el oportuno recurso-, pero sí sé que contradice el espíritu de la Carta Magna como, por otra parte, nadie se ha preocupado de ocultar en estos meses, pero esto tampoco es lo más importante.

Dejemos aparte los costes que ha supuesto, y continuará suponiendo, el procedimiento. El estatuto de Cataluña, que será aprobado contra la opinión del principal, y único, partido de la oposición –lo de Esquerra no es más que una pose táctica- supone la más olímpica ignorancia de una verdadera costumbre, de una fuente de nuestro derecho constitucional cual es el hábito de aprobar por consenso las normas más básicas del entramado del Estado. Espero que cierta gente sepa lo que hace.

Ni el cataclismo, ni el business as usual. Estamos, simplemente, ante un paso más en esa paciente y, si hemos de creer a Boadella, inexorable labor de corrosión de todos los lazos que ligan a Cataluña con el conjunto del que es parte desde hace siglos. Así de fácil. Estamos ante otra disposición transitoria más. Lo que ocurre, claro, es que es probable que el proceso gane ímpetu y que esta disposición tenga una vida aún más corta que la anterior.

El nacionalismo sabe, de sobra, que no puede tumbar de un empellón la vetusta estructura, la maraña de relaciones que une entre sí a los diferentes pueblos de España. Es posible que el armazón esté oxidado, pero es que ya se sabe que los tornillos, cuando se oxidan, se vuelven más complicados de sacar. Por tanto, es más segura la táctica de la termita. Ir royendo poco a poco.

Hoy es el preámbulo. El nacionalista paciente, el listo, sabe que mañana será el texto. Paso a paso, se puede siempre jugar con la miseria moral de nuestra vergonzante clase política nacional. Simplemente por miedo –que no por convicción- no se atreverán a dar dos pasos a la vez, pero los darán gustosos de uno en uno. Tal es el nivel de su estupidez y de su deslealtad.

Una clase política sin valores no tiene pasado, ni tampoco futuro a medio y largo plazo. Tan sólo es capaz de entrever qué puede pasar hasta las siguientes elecciones. Cada paso, pues, está mentalmente aislado de los demás. A nadie le importa de dónde se parte ni hacia dónde se va. De este modo, la reivindicación está siempre fresca, porque el político estulto borra su memoria cada día. Todos los días se puede ofrecer, cada vez a un tonto distinto, la oportunidad de ser, ahora sí, “el salvador de España”, el que, por fin, va a resolver el problema territorial –problema que, dicho sea de paso, les importa en sí un carajo, como cualquier otro, pero piensan que les puede catapultar a una magistratura cuasivitalicia-.

Un buen día, claro, a base de pequeños pasos más o menos imperceptibles, se llegará a un último. Y el imbécil o el traidor –categorías no excluyentes, por cierto- que ese día ocupe la poltrona nos contará que “es inevitable”. Y los sesudos analistas y editorialistas nos explicarán oportunamente por qué. El caso, claro, es que, sí, será inevitable. Tan inevitable el desenlace como estúpidamente voluntarios habrán sido todos los pasos.

Bien pensado, esto es de lo más español, por surrealista. Creo que a Buñuel le hubiera encantado. Una comparsa de tontos de capirote que van dando pasos hacia un precipicio y, a cada paso, se paran, cantan, ríen, bailan y se felicitan por su prudencia y buen hacer... con el abismo un paso más cerca.

Al día siguiente, el sol salió, como todos los días, y el Puente Aéreo también, como todos los días. Y el tonto se fue a su casa, satisfecho, por haber conjurado el peligro... no sin haberle dado las gracias al redactor de preámbulos.

Patético.