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miércoles, marzo 22, 2006

¿CONCIENCIA, QUÉ CONCIENCIA?

Jorge de Esteban analizaba hace un par de días, en el diario El Mundo, el porqué de la inconstitucionalidad manifiesta del nuevo estatuto de Cataluña. Vaya por delante, por si alguien se pone tiquismiquis, que estoy seguro de que el profesor de Esteban sabe de sobra que, a fin de cuentas, el estatuto sólo será inconstitucional cuando así lo decrete el TC –cosa que no es de prever-, así pues, matizo que se trata de las razones por las que él, en su autorizada opinión, estima que va contra la Carta Magna.

De Esteban, en un supremo esfuerzo pedagógico, explicaba de nuevo por qué una nación dentro de otra es un contradiós en el campo del derecho constitucional. Sencillamente, porque la nación no es otra cosa que el constituyente, único por definición. La unicidad de la nación es algo así como el principio de tercio excluso del derecho constitucional. La soberanía es indivisible por su propia esencia, sólo puede haber un soberano y, por tanto, jurídicamente hablando, no cabe sino una nación.

Ya digo, se ha repetido hasta la extenuación. Lo sabe todo aquel que quiere saberlo. Toda ignorancia es, pues, culpable. Por eso resulta un tanto cándida la pretensión del profesor de promover una votación secreta en el Congreso para que los diputados puedan votar en conciencia. Habla de los del PSOE, claro.

Iluso, el hombre. Por supuesto, no va a haber ninguna votación secreta, sino a mano alzada y con el culo bien pegado al escaño, como siempre. Y, además, da igual. Ocasión han tenido, y de sobra, para guiarse por los dictados de la conciencia.

Porque, insisto, estamos hablando de un secreto a voces. Que el estatuto de Cataluña es “impecablemente constitucional” no se lo cree ni el pobre López Garrido, que lo ha repetido medio millón de veces. Saben que es plenamente contrario al espíritu de la Constitución, y muy probablemente a su letra.

Más grave aún, saben de sobra que no es positivo para el interés de España, Cataluña incluida, por supuesto. Lo saben tanto los frívolos diputados del PSC que votaron esperando que alguien se cargara el bodrio que acababan de parir como, por supuesto, los diputados en el Parlamento Nacional. Lo saben, lo saben de sobra.

Como lo sabe Bono, lo sabe Ibarra y lo saben todos estos adalides del españolismo de pandereta, tan sueltos de lengua como ayunos de dignidad. ¿Le basta al ministro de defensa un circunloquio más o menos cursi para dar por cumplida la condición de que Cataluña no podía ser nación? ¿El mismo circunloquio que le sirve a Maragall para ufanarse de todo lo contrario?

¿A qué conciencia vamos a apelar, pues? Que la votación sea secreta o con los pies. Nos da igual.