OBSERVACIONES DE JORGE DE ESTEBAN

Jorge de Esteban hacía públicos ayer en el diario El Mundo algunos datos, impresiones de primera mano, que resultan aterradoras acerca de la situación de nuestro sistema educativo. Para quienes no conozcan al profesor Esteban, recordaré que se trata de uno de nuestros mejores constitucionalistas. Además es colaborador habitual del citado diario y cuenta con múltiples experiencias de interés, entre ellas la de haber sido embajador de España. Pero además, se da la circunstancia de que, desde hace muchos años, el profesor enseña derecho constitucional, la materia de la que es catedrático, en la Universidad Complutense. El constitucional es una asignatura que los estudiantes de derecho han de afrontar nada más llegar a las facultades, por su carácter básico. Pues bien, ello implica que la capacidad de análisis de Esteban se ve reforzada por su carácter de privilegiado observador, por cuyas manos pasan, año tras año, cientos de jóvenes recién salidos de la secundaria (cabe añadir que siendo, además, la UCM la universidad más populosa de nuestro país –con la excepción, claro, de la UNED- su alumnado es una muestra muy representativa, porque procede de todas las zonas de la comunidad de Madrid y, en buena medida, también de fuera).

Pues bien, los datos a los que me refería son los siguientes: Esteban afirma que, de todos sus largos años de docencia, el último ha sido el único en el que no ha podido dar una matrícula de honor y que, para su propio pasmo y vergüenza, comprueba que muchos de los alumnos que mejor se expresan por escrito en español son... ¡extranjeros del programa Erasmus!

Recordarán los lectores que la matrícula de honor es una calificación con la que los profesores, cada año, pueden premiar a aquellos alumnos que han descollado por su interés y aplicación. Normalmente, el sistema retribuía -y retribuye- creo, a aquellos que obtienen una matrícula de honor con la exención de tasas en una asignatura al año siguiente. Desde aquí nuestra más absoluta enhorabuena a los promotores de la igualdad. La Logse ha logrado sus objetivos: tan odiosa distinción, sin duda frustrante para quienes optaron por ejercer su derecho de pasarse el curso desarrollando sus habilidades musísticas o, peor, para quienes, habiendo estudiado, no llegaron a saberse el temario mejor que los mejores, está en vías de desaparición. Todos iguales en la mediocridad más absoluta. Que se joroben Esteban, y otros como él, que piensan que la universidad es, por naturaleza, elitista.

El mensaje debe ser demoledor para un docente: de entre los cientos de alumnos que llegan al primer curso, ni uno sólo de ellos se siente especialmente inclinado al estudio de la asignatura de uno como para destacar en ello. Eso, no hace tanto, era casi estadísticamente imposible. Uno, al menos uno, debía tener algo de vocación, algo de gusto por lo que hacía. Pues, ni eso.

Lo del dominio del español, si es como Esteban lo dice –y no veo motivos para dudar de él- es, sencillamente, para deponer el birrete y la toga, abrir despacho de abogado y dejar la enseñanza para siempre. De nada sirve el esfuerzo de redactar buenos manuales y dar clases entretenidas (me consta que Esteban hace ambas cosas) si falta hasta el mínimo absoluto del dominio del idioma. Por otra parte, si no se sabe español, da igual que se esté estudiando derecho o álgebra. ¿Qué aprovechamiento puede esperarse?

Esteban, como es natural, atribuye el estado de cosas a la Logse y la hecatombe provocada en nuestra secundaria por la glorificación del mínimo esfuerzo. Recuerda el catedrático, como no podía ser menos, que en las comunidades autónomas con lengua propia la situación adquiere, si cabe, tintes aún más dramáticos.

La mayor irresponsabilidad jamás cometida por los gobiernos centrales en España ha sido y sigue siendo haber transferido a las comunidades autónomas alguna responsabilidad sobre la definición del currículo (incluso competencias de mera gestión en estas materias ya son excesivas). Por una parte, dejar el arma básica de integración e manos de criptonazis, como sucede en el País Vasco, o de tipos estrafalarios, como ocurre en Cataluña es, sencillamente, suicida desde el punto de vista de la igualdad y de la cohesión futura de nuestro país y, por otra, si a esto se superpone el problema lingüísitico (y conste que no es la médula, porque el que es nazi es nazi en español, euskera o sueco), el resultado es cataclísmico para toda una generación de jóvenes.

Un joven que no pueda acceder a la educación privada y que resida, pongamos por caso, en una localidad de la provincia de Barcelona, va a tener el dudoso privilegio de poder ser analfabeto funcional en dos idiomas. La combinación de Logse más un consejero de educación de ERC puede asegurar que, además de no poseer el español con soltura suficiente para moverse por todo el territorio nacional –que es lo que busca el tarado de turno, pero no debería ser un objetivo del sistema educativo- no sepa catalán suficiente para escribir de manera decente su examen de selectividad. Como el sistema es muy moderno, se le garantiza también no saber inglés y, si finalmente Cataluña ingresa en la Francofonía (uno no sabe si esto tiene gracia o es para ir corriendo a pedir un pasaporte de un país serio...), tampoco francés. Maravilloso, ¿no? Eso sí, todos igualitos. Salvo el que tenga un padre particularmente fascista y poco tolerante que le haga leer algo todos los días, que terminará siendo el raro de la panda (seguramente, ese padre será llamado a capítulo por la “orientadora” del colegio, que le recomendará no presionar a su niño y abandonar esas maneras dictatoriales, inaceptables en una sociedad progresista).

Pues bien, como bien sabe el profesor Esteban, aunque existe un amplio acuerdo sobre lo acertado de sus observaciones –bueno, hay quien dice que estamos mejor que nunca, pero también hay quien dice que incluso la ortografía es fascista-, me temo que la cosa no lleva los derroteros correctos.

De entrada, como recuerda el propio don Jorge, el tímido esfuerzo del PP porque las cosas entraran más o menos en vereda (sin pasarse, ¿eh?) ha quedado en nada. El batallón progresista acudió en ayuda de nuestros desvalidos estudiantes, para aplacar a la bestia derechosa (por cierto, el otro día leí algo así como que la nueva ley reconoce a los estudiantes el ¿derecho de sindicación? –no me extrañaría, no me extrañaría-, y los muchachos tenían ya previstas movilizaciones contra el endurecimiento de la selectividad o así – son muy curiosos estos sindicatos de estudiantes, casi todos dirigidos por tipos y tipas que, de acuerdo con su edad, deberían haber abandonado la secundaria hace tiempo). Así que le sugiero que el dinero de las matrículas de honor se lo gaste en cervezas con sus compañeros del departamento: van a necesitar un tratamiento antiestrés, y ese es el más tradicional.

Y, en cuanto a lo de las comunidades autónomas, pues parece que vamos a perseverar, a la vista de lo bien que nos ha ido. Todavía hay alguna ikastola, creo, en la que no han colgado el mapa del País Vasco incluyendo Navarra y en la que los niños piensan que los vascos pueden ser, a la vez, españoles. Hacen falta más recursos.

Y es que también, Sr. Esteban, lo de ser catedrático de constitucional en estos tiempos... pues es una provocación, qué quiere que le diga.