ESTATUTO CATALÁN: LOS ESCENARIOS DE ALFONSO GUERRA
Alfonso Guerra, que ahora se dedica a la teoría y el pensamiento desde su atalaya de la revista Temas y desde la presidencia de la Comisión Constitucional del Congreso, ha hablado por esa boca. Ya le echaba yo de menos (ojo a mi menesterosa situación: cuando uno echa en falta al mismísimo Alfonso Guerra es que la situación es realmente desesperada pero, en fin, así estamos).
En una entrevista, el ex vicetodopoderoso afirma que, si los catalanes se plantan en la Carrera de San Jerónimo con algo inconstitucional debajo del brazo que venga avalado por la mayoría del Parlamento de Cataluña, será el momento de disolver. Entiendo que don Alfonso se refería a las Cortes Generales, no al Parlamento catalán, aunque esto último tampoco sería una mala idea, una vez en esa tesitura. Obsérvese que Guerra no contempla la hipótesis de que un estatuto inconstitucional se discuta y apruebe, como parece de sentido común –aunque el sentido común salió de España, me temo, mucho antes que Severo Moto.
Empieza a haber un importante revuelo, dimes y diretes en el PSOE a cuenta del estatuto catalán. Los próceres del partido –hasta ahora los barones autonómicos y, por lo que se ve, también alguna cabeza pensante (ambas categorías no son disjuntas, pero tampoco idénticas)- se barruntan que algo huele a podrido en Barcelona, y no me refiero sólo a oscuros manejos inmobiliarios. A buen seguro, ya circulan por ahí borradores de la maravillosa pieza literaria que nos deben estar preparando. Pero es que tampoco hace falta darle muchas vueltas. Para que el techo estatutario se eleve lo suficiente como para justificar todo este aire neoconstituyente con el que los políticos catalanes tapan todas sus miserias, parece casi imprescindible una reforma constitucional. Al menos si de lo que se trata, en la gráfica frase de Artur Mas es de “menos poder para ellos y más poder para nosotros” (identificar a los “ellos” y los “nosotros” queda al juicio del distinguido lector, aunque quizá no sea tan obvio como a primera vista parece).
Y es que ni hilando fino puede irse mucho más lejos. La única reforma que, aparentemente, no choca con la letra de la Constitución es la posible extensión del sistema de concierto a Cataluña. Digo “aparentemente” porque, como bien apuntaba en un artículo reciente el hacendista Braulio Medel, y toda vez que el sistema catalán habría de extenderse como un reguero de pólvora al resto de las autonomías (en realidad, aunque no se extendiera, los efectos de la sola salida de Cataluña del sistema serían, por sí, ya demoledores), es imposible mantener el mandato de solidaridad interregional y el principio de no discriminación por razón de residencia. Y esos principios son tan constitucionales como el que dice que el Rey es el jefe del estado. Tendría guasa que hubiera que hacer una reforma agravada por lo del niño de Leti y, de rondón, se colara semejante torpedo contra la línea de flotación.
Así pues, dada la correlación de fuerzas en el Parlamento catalán, el escenario que contempla Guerra es altamente previsible. Supongamos, ahora, que sucede que el Congreso aprecia una inconstitucionalidad manifiesta del estatuto (porque sigo teniendo para mí que si “sólo” es disimulada, ZP traga). ¿En qué escenario estaríamos?
En apariencia, con que la “voluntad mayoritaria de la sociedad catalana” diverge de la “voluntad mayoritaria de la sociedad española”. Nótese que semejante aserto es enormemente discutible desde muy diversos puntos de vista, pero sin ningún género de dudas, sería manejado por unos y otros.
Quien tendría un problema gravísimo, en primera instancia, es el PSOE. Mientras Rubalcaba piensa cómo echarle la culpa de todo a otro –el PP es, una vez más, la víctima propiciatoria-, es de suponer que Ferraz tendría que optar entre dos líneas (obsérvese que estamos, en todo momento, pensando en un proceso transparente, lo cual ya es, en sí, muy dudoso, pero mantengamos la hipótesis a efectos de análisis). Una es promover el cambio constitucional que Maragall necesitara para que su estatuto fuese viable. Eso tiene muchos riesgos, porque equivale a la captura, ya sin tapujos, del partido por el PSC. Aunque el Grupo Prisa evitaría, probablemente, un descalabro electoral significativo, lo que no podría evitarse es una fuerte contestación interna.
La segunda alternativa es aún peor. Negarse a promover el cambio (nueva observación: ni me planteo la posibilidad de que Maragall se baje de la burra, claro) y, por tanto, la ruptura directa con el PSC. Esto sí que conduce de cabeza al descalabro electoral porque es una cuestión aritmética: si los partidos se presentan separados, dividen voto. Eso no lo puede evitar ni Gabilondo haciendo horas extras.
Me temo, por tanto, que ante la perspectiva de una derrota, el PSOE optaría por la primera vía, es decir: darle a Maragall lo que pida e intentar venderlo como una cosa menor. En ese caso, lógicamente, la perdedora es España. Pero es que España es perdedora en cualquier caso porque lo que le quedaría para gestionar a un gobierno alternativo es una situación auténticamente kafkiana.
Cabe, desde luego, esperar que los catalanes hagan gala de un sentido común que tantas veces y contra toda evidencia se les ha supuesto, y no fuercen las cosas. Pero ya digo que esa es una esperanza un tanto vana, porque es tanto como pretender que abandonen el proyecto estatutario o se conformen con un estatuto capitidisminuido con respecto a sus expectativas.
Bueno, pues este es el escenario. Ahora, quisiera que quienes no se cansan de repetir que algunos somos unos exagerados, tomaran la palabra para decirme que aquí no pasa nada.
En una entrevista, el ex vicetodopoderoso afirma que, si los catalanes se plantan en la Carrera de San Jerónimo con algo inconstitucional debajo del brazo que venga avalado por la mayoría del Parlamento de Cataluña, será el momento de disolver. Entiendo que don Alfonso se refería a las Cortes Generales, no al Parlamento catalán, aunque esto último tampoco sería una mala idea, una vez en esa tesitura. Obsérvese que Guerra no contempla la hipótesis de que un estatuto inconstitucional se discuta y apruebe, como parece de sentido común –aunque el sentido común salió de España, me temo, mucho antes que Severo Moto.
Empieza a haber un importante revuelo, dimes y diretes en el PSOE a cuenta del estatuto catalán. Los próceres del partido –hasta ahora los barones autonómicos y, por lo que se ve, también alguna cabeza pensante (ambas categorías no son disjuntas, pero tampoco idénticas)- se barruntan que algo huele a podrido en Barcelona, y no me refiero sólo a oscuros manejos inmobiliarios. A buen seguro, ya circulan por ahí borradores de la maravillosa pieza literaria que nos deben estar preparando. Pero es que tampoco hace falta darle muchas vueltas. Para que el techo estatutario se eleve lo suficiente como para justificar todo este aire neoconstituyente con el que los políticos catalanes tapan todas sus miserias, parece casi imprescindible una reforma constitucional. Al menos si de lo que se trata, en la gráfica frase de Artur Mas es de “menos poder para ellos y más poder para nosotros” (identificar a los “ellos” y los “nosotros” queda al juicio del distinguido lector, aunque quizá no sea tan obvio como a primera vista parece).
Y es que ni hilando fino puede irse mucho más lejos. La única reforma que, aparentemente, no choca con la letra de la Constitución es la posible extensión del sistema de concierto a Cataluña. Digo “aparentemente” porque, como bien apuntaba en un artículo reciente el hacendista Braulio Medel, y toda vez que el sistema catalán habría de extenderse como un reguero de pólvora al resto de las autonomías (en realidad, aunque no se extendiera, los efectos de la sola salida de Cataluña del sistema serían, por sí, ya demoledores), es imposible mantener el mandato de solidaridad interregional y el principio de no discriminación por razón de residencia. Y esos principios son tan constitucionales como el que dice que el Rey es el jefe del estado. Tendría guasa que hubiera que hacer una reforma agravada por lo del niño de Leti y, de rondón, se colara semejante torpedo contra la línea de flotación.
Así pues, dada la correlación de fuerzas en el Parlamento catalán, el escenario que contempla Guerra es altamente previsible. Supongamos, ahora, que sucede que el Congreso aprecia una inconstitucionalidad manifiesta del estatuto (porque sigo teniendo para mí que si “sólo” es disimulada, ZP traga). ¿En qué escenario estaríamos?
En apariencia, con que la “voluntad mayoritaria de la sociedad catalana” diverge de la “voluntad mayoritaria de la sociedad española”. Nótese que semejante aserto es enormemente discutible desde muy diversos puntos de vista, pero sin ningún género de dudas, sería manejado por unos y otros.
Quien tendría un problema gravísimo, en primera instancia, es el PSOE. Mientras Rubalcaba piensa cómo echarle la culpa de todo a otro –el PP es, una vez más, la víctima propiciatoria-, es de suponer que Ferraz tendría que optar entre dos líneas (obsérvese que estamos, en todo momento, pensando en un proceso transparente, lo cual ya es, en sí, muy dudoso, pero mantengamos la hipótesis a efectos de análisis). Una es promover el cambio constitucional que Maragall necesitara para que su estatuto fuese viable. Eso tiene muchos riesgos, porque equivale a la captura, ya sin tapujos, del partido por el PSC. Aunque el Grupo Prisa evitaría, probablemente, un descalabro electoral significativo, lo que no podría evitarse es una fuerte contestación interna.
La segunda alternativa es aún peor. Negarse a promover el cambio (nueva observación: ni me planteo la posibilidad de que Maragall se baje de la burra, claro) y, por tanto, la ruptura directa con el PSC. Esto sí que conduce de cabeza al descalabro electoral porque es una cuestión aritmética: si los partidos se presentan separados, dividen voto. Eso no lo puede evitar ni Gabilondo haciendo horas extras.
Me temo, por tanto, que ante la perspectiva de una derrota, el PSOE optaría por la primera vía, es decir: darle a Maragall lo que pida e intentar venderlo como una cosa menor. En ese caso, lógicamente, la perdedora es España. Pero es que España es perdedora en cualquier caso porque lo que le quedaría para gestionar a un gobierno alternativo es una situación auténticamente kafkiana.
Cabe, desde luego, esperar que los catalanes hagan gala de un sentido común que tantas veces y contra toda evidencia se les ha supuesto, y no fuercen las cosas. Pero ya digo que esa es una esperanza un tanto vana, porque es tanto como pretender que abandonen el proyecto estatutario o se conformen con un estatuto capitidisminuido con respecto a sus expectativas.
Bueno, pues este es el escenario. Ahora, quisiera que quienes no se cansan de repetir que algunos somos unos exagerados, tomaran la palabra para decirme que aquí no pasa nada.
2 Comments:
Otra opción que se me ocurre es que nos cuelen el estatuto catalán sin reformar la constitución, haciendo "una lectura abierta", es decir, retorciendo el texto para que hacerle decir lo contrario de lo que pone.
By Judas, at 10:19 a. m.
Darle vueltas al asunto no tiene sentido. Los nazionalistas van a decir que o se acata lo que ellos han decidido o los españoles están machacando una vez más al pueblo catalán.
Las cartas están marcadas y repartidas y lo que me gustaría que alguien me respondiera es que vamos/van/vais a hacer cuando carod-maragall anuncien el estado catalán asociado.
By Anónimo, at 1:53 p. m.
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