¿ESTABA LA "VÍA AZNAR" CONDENADA AL FRACASO"
El muy nutrido club de fans de nuestro presidente del gobierno, por sobrenombre el Esdrújulo –al menos en esta bitácora- suele describir su política sobre la cuestión vasca como “apuesta audaz”. He oído ya esto a más de un interlocutor y lo he leído en más de un medio. A mi eso me suena a un “no entiendo nada y me parece arriesgadísimo, pero tengo fe en este tipo”. También puede uno acordarse de esas películas americanas de juicios en las que el defensor inicia una línea que es un aparente sinsentido pero, ante la protesta del fiscal, el juez la deniega afirmando que “tengo curiosidad por saber dónde nos conduce”. No estaría de más que nuestro ZP cambiara un buen día sus “ansias infinitas de paz” por un discurso articulado para que, siquiera al principio, pudiéramos todos sentarnos a escuchar y “ver dónde nos conduce”.
La cosa empieza a desbarrar cuando se afirma sin ambages que la política de ZP es una solución –arriesgada, claro- para salir del atolladero en el que nos metió la política de Aznar. Y me pregunto yo: más allá de deficiencias que se pueden admitir sin problemas –en materia de “talante”, básicamente, o de comunicación, que suena más serio- ¿era equivocada la política de Aznar? Porque lo que está claro es que esa política puede considerarse enterrada.
En primer lugar, aquella sí que era una apuesta “audaz”, en tanto que suponía, de verdad, adentrarse en un terreno inexplorado: el de la firmeza frente al terrorismo y su imprescindible compañero de viaje, el nacionalismo. Lo que hoy propone ZP es algo ya muy viejo, tan viejo que fue utilizado hasta por el propio Aznar –que, pecando de lo que algunos llaman adanismo, no dejó pasar la ocasión de intentar, por enésima vez, la “fórmula Stormont” con ETA (algún día habrá que hablar de lo inadecuado de las referencias a la “vía irlandesa” aplicadas al País Vasco)-. El hacer concesiones a cambio de paz, en el sentido más amplio del término –no violencia y paz política-, la negociación permanente del modelo de estado, el poner el equilibrio territorial constantemente en almoneda, es algo tan antiguo como nuestra democracia, que puede incluso ser descrito, globalmente, como un intento fallido de apaciguamiento. Todo nuestro cacareado “estado de las autonomías” es eso, un intento fracasado de apaciguamiento (lo cual no quiere decir que el modelo, fracasando en lo principal, no haya tenido algunos éxitos en otros campos, probablemente donde menos se esperaban):
Así pues, si se quiere, se podrá calificar de “audaz” el nuevo sistema, pero bajo ningún concepto puede calificarse de novedoso. Tras treinta años de “acomodación” de la forma de estado, algunos siguen sin estar “cómodos”. ¿Qué hace suponer que más concesiones pueden comprar algo más que otros veinticinco años de tira y afloja? Así pues, lo verdaderamente novedoso era una estrategia de confrontación –sí, he dicho confrontación, los bienpensantes pueden ya mesarse los cabellos y aullar; incluso puede que diga “conflicto” más tarde-, en la que cada uno quedara a sus propias fuerzas. En la que los nacionalismos, especialmente el vasco, mostraran su estructural debilidad. Son simples parásitos cuya fortaleza se mide sólo en función de la debilidad del cuerpo que parasitan. Esta tesis es discutible, claro, pero es verdaderamente audaz. Tanto que, tras mucho tiempo de jugar a otra cosa, hubiera merecido ser explorada hasta sus últimas consecuencias. Especialmente cuando esa “audaz” estrategia, que incluía una paralela ofensiva sobre el mundo abertzale dio frutos inmediatos, contra todo pronóstico. Quienes, por costumbre, se creen capaces de prever las reacciones de la sociedad vasca, erraron al prever que la ilegalización de Batasuna supondría un cataclismo, como erraban quienes decían que el nacionalismo era invencible (es, desde luego, invencible si ni tan siquiera se le combate).
Con muy mala fe, gente como María Antonia Iglesias, entre otros, no han tenido empacho en presentar el Plan Ibarretxe como reacción necesaria ante la política aznarí. El lendakari, acosado, se ve obligado a dar el salto adelante. Lógico, ¿no?. Semejante tesis, muy sugerente, es falsa o, cuando menos, hace deliberada abstracción de factores como el Pacto de Estella y, desde luego, el agotamiento natural de las vías estatutarias, con el consiguiente efecto sobre ese perpetuum mobile reivindicativo que son los partidos nacionalistas. Seguimos sin entender que el nacionalismo, especialmente el vasco, sigue sus propios calendarios. Sólo muy parcialmente obedece al principio de acción-reacción. Antes al contrario, de siempre, la iniciativa cae de su lado. Es el estado el que reacciona, normalmente mediante un movimiento apaciguador. Estoy absolutamente convencido de que el fin del Plan era ese: obtener otro movimiento apaciguador, consolidar otra ganancia –probablemente hasta que el horizonte europeo se despejara, es decir, hasta estar seguros de que los “españoles” íbamos a ser tan imbéciles de no oponernos a la presencia en la UE de un País Vasco independiente, pero esto es una mera conjetura.
Ciertamente, era de prever que se enrabietaran. Sobre todo por la sorpresa, claro. Por vez primera, Madrid dice “no” y a cada paso responde con otro que no es una nueva propuesta de conciliación. No hay “ansias de paz perpetuas” que todo lo justifiquen. Resulta que, de manera inédita, Madrid coloca, por vez primera, el cumplimiento estricto de la legalidad como prioridad máxima. Tanto que mucha gente empezaba a atemorizarse con la escalada. En Madrid... y fuera. ¿O es que alguien creía que los nacionalistas las tenían todas consigo? El coste de la estrategia era, claramente, un repunte temporal de la conflictividad, dialécticamente hablando. Paso necesario, inevitable, pero que hubiera merecido la pena dar, sobre todo acompañado de una reducción de la violencia.
El éxito de la iniciativa, esta sí, novedosa y arriesgada, requería dos condiciones:
Terminar de una vez con la asunción acrítica del discurso nacionalista. Dejar de asumir ese toma y daca absurdo por el que ellos crean un problema y somos los demás los que hemos de resolverlo. De nuevo, María Antonia Iglesias proponía la pregunta: Y si, diga lo que diga la ley, hay un conflicto político, ¿qué?
Pues nada, porque esa es la segunda condición: una convicción plena, rotunda y firme, una creencia en la racionalidad de la propia postura. La postura “españolista” está avalada por el derecho y la historia... al menos, tanto o más que la nacionalista. No niego que pueda haber argumentos para afirmar, por ejemplo, que Cataluña no es España, pero seguro que los hay, y muy rotundos, para afirmar que sí lo es. Entre ellos el pequeño detalle de que así lo decidieron, en 1978, una mayoría de catalanes, que participaron luego masivamente en un proceso estatutario que sólo trae causa del ordenamiento jurídico español. Eso por no recordar que, al menos algunos, pensamos -creo que legítimamente- que el nacionalismo, como ideología, no es algo en exceso presentable.
No, no creo que la vía Aznar estuviera condenada al fracaso. Más bien pienso que era la única posibilidad de éxito, porque era la única, de las ensayadas hasta la fecha, la única fórmula que procuraba poner fin a ese sinsentido. A este continuo mendigar una paz y una estabilidad que todos nos merecemos. Con el nazi no se contemporiza; al nazi se le combate. Mutatis mutandi (aunque no termino de ver claro por qué hay que cambiar nada, en algún caso), al que sólo pretende, en la vida, aplicar su programa de máximos, no hay otra salida que combatirle.
Lo que sí es cierto es que este gobierno es incapaz de aplicar una vía similar, porque en ningún caso se dan las precondiciones citadas. El que padece un adanismo profundo es ZP. No sé si él se da cuenta, pero sí deberíamos darnos cuenta los demás. Tenemos experiencia suficiente para saber que las paces que vende el nacionalismo caducan a los veinticinco años.
La cosa empieza a desbarrar cuando se afirma sin ambages que la política de ZP es una solución –arriesgada, claro- para salir del atolladero en el que nos metió la política de Aznar. Y me pregunto yo: más allá de deficiencias que se pueden admitir sin problemas –en materia de “talante”, básicamente, o de comunicación, que suena más serio- ¿era equivocada la política de Aznar? Porque lo que está claro es que esa política puede considerarse enterrada.
En primer lugar, aquella sí que era una apuesta “audaz”, en tanto que suponía, de verdad, adentrarse en un terreno inexplorado: el de la firmeza frente al terrorismo y su imprescindible compañero de viaje, el nacionalismo. Lo que hoy propone ZP es algo ya muy viejo, tan viejo que fue utilizado hasta por el propio Aznar –que, pecando de lo que algunos llaman adanismo, no dejó pasar la ocasión de intentar, por enésima vez, la “fórmula Stormont” con ETA (algún día habrá que hablar de lo inadecuado de las referencias a la “vía irlandesa” aplicadas al País Vasco)-. El hacer concesiones a cambio de paz, en el sentido más amplio del término –no violencia y paz política-, la negociación permanente del modelo de estado, el poner el equilibrio territorial constantemente en almoneda, es algo tan antiguo como nuestra democracia, que puede incluso ser descrito, globalmente, como un intento fallido de apaciguamiento. Todo nuestro cacareado “estado de las autonomías” es eso, un intento fracasado de apaciguamiento (lo cual no quiere decir que el modelo, fracasando en lo principal, no haya tenido algunos éxitos en otros campos, probablemente donde menos se esperaban):
Así pues, si se quiere, se podrá calificar de “audaz” el nuevo sistema, pero bajo ningún concepto puede calificarse de novedoso. Tras treinta años de “acomodación” de la forma de estado, algunos siguen sin estar “cómodos”. ¿Qué hace suponer que más concesiones pueden comprar algo más que otros veinticinco años de tira y afloja? Así pues, lo verdaderamente novedoso era una estrategia de confrontación –sí, he dicho confrontación, los bienpensantes pueden ya mesarse los cabellos y aullar; incluso puede que diga “conflicto” más tarde-, en la que cada uno quedara a sus propias fuerzas. En la que los nacionalismos, especialmente el vasco, mostraran su estructural debilidad. Son simples parásitos cuya fortaleza se mide sólo en función de la debilidad del cuerpo que parasitan. Esta tesis es discutible, claro, pero es verdaderamente audaz. Tanto que, tras mucho tiempo de jugar a otra cosa, hubiera merecido ser explorada hasta sus últimas consecuencias. Especialmente cuando esa “audaz” estrategia, que incluía una paralela ofensiva sobre el mundo abertzale dio frutos inmediatos, contra todo pronóstico. Quienes, por costumbre, se creen capaces de prever las reacciones de la sociedad vasca, erraron al prever que la ilegalización de Batasuna supondría un cataclismo, como erraban quienes decían que el nacionalismo era invencible (es, desde luego, invencible si ni tan siquiera se le combate).
Con muy mala fe, gente como María Antonia Iglesias, entre otros, no han tenido empacho en presentar el Plan Ibarretxe como reacción necesaria ante la política aznarí. El lendakari, acosado, se ve obligado a dar el salto adelante. Lógico, ¿no?. Semejante tesis, muy sugerente, es falsa o, cuando menos, hace deliberada abstracción de factores como el Pacto de Estella y, desde luego, el agotamiento natural de las vías estatutarias, con el consiguiente efecto sobre ese perpetuum mobile reivindicativo que son los partidos nacionalistas. Seguimos sin entender que el nacionalismo, especialmente el vasco, sigue sus propios calendarios. Sólo muy parcialmente obedece al principio de acción-reacción. Antes al contrario, de siempre, la iniciativa cae de su lado. Es el estado el que reacciona, normalmente mediante un movimiento apaciguador. Estoy absolutamente convencido de que el fin del Plan era ese: obtener otro movimiento apaciguador, consolidar otra ganancia –probablemente hasta que el horizonte europeo se despejara, es decir, hasta estar seguros de que los “españoles” íbamos a ser tan imbéciles de no oponernos a la presencia en la UE de un País Vasco independiente, pero esto es una mera conjetura.
Ciertamente, era de prever que se enrabietaran. Sobre todo por la sorpresa, claro. Por vez primera, Madrid dice “no” y a cada paso responde con otro que no es una nueva propuesta de conciliación. No hay “ansias de paz perpetuas” que todo lo justifiquen. Resulta que, de manera inédita, Madrid coloca, por vez primera, el cumplimiento estricto de la legalidad como prioridad máxima. Tanto que mucha gente empezaba a atemorizarse con la escalada. En Madrid... y fuera. ¿O es que alguien creía que los nacionalistas las tenían todas consigo? El coste de la estrategia era, claramente, un repunte temporal de la conflictividad, dialécticamente hablando. Paso necesario, inevitable, pero que hubiera merecido la pena dar, sobre todo acompañado de una reducción de la violencia.
El éxito de la iniciativa, esta sí, novedosa y arriesgada, requería dos condiciones:
Terminar de una vez con la asunción acrítica del discurso nacionalista. Dejar de asumir ese toma y daca absurdo por el que ellos crean un problema y somos los demás los que hemos de resolverlo. De nuevo, María Antonia Iglesias proponía la pregunta: Y si, diga lo que diga la ley, hay un conflicto político, ¿qué?
Pues nada, porque esa es la segunda condición: una convicción plena, rotunda y firme, una creencia en la racionalidad de la propia postura. La postura “españolista” está avalada por el derecho y la historia... al menos, tanto o más que la nacionalista. No niego que pueda haber argumentos para afirmar, por ejemplo, que Cataluña no es España, pero seguro que los hay, y muy rotundos, para afirmar que sí lo es. Entre ellos el pequeño detalle de que así lo decidieron, en 1978, una mayoría de catalanes, que participaron luego masivamente en un proceso estatutario que sólo trae causa del ordenamiento jurídico español. Eso por no recordar que, al menos algunos, pensamos -creo que legítimamente- que el nacionalismo, como ideología, no es algo en exceso presentable.
No, no creo que la vía Aznar estuviera condenada al fracaso. Más bien pienso que era la única posibilidad de éxito, porque era la única, de las ensayadas hasta la fecha, la única fórmula que procuraba poner fin a ese sinsentido. A este continuo mendigar una paz y una estabilidad que todos nos merecemos. Con el nazi no se contemporiza; al nazi se le combate. Mutatis mutandi (aunque no termino de ver claro por qué hay que cambiar nada, en algún caso), al que sólo pretende, en la vida, aplicar su programa de máximos, no hay otra salida que combatirle.
Lo que sí es cierto es que este gobierno es incapaz de aplicar una vía similar, porque en ningún caso se dan las precondiciones citadas. El que padece un adanismo profundo es ZP. No sé si él se da cuenta, pero sí deberíamos darnos cuenta los demás. Tenemos experiencia suficiente para saber que las paces que vende el nacionalismo caducan a los veinticinco años.
4 Comments:
No hay futuro con ZP ya que el mesías siempre piensa que es Dios, Marx, la ciudadanía, el pueblo,sus hijas, Stalin o Franco el que le habla por las noches.
La Posesión de la verdad no hace necesario mirar lo que opina el resto de la gente, sólo hay que ejecutar la partitura. Los disidentes ( o era dixiedentes ) son un puñado de pecadores, fachas, progres, carcas,... que sirven a oscuros intereses y a los que hay que marginar de la vida pública.
Más Libertad y menos Estado, justicia para todos y mercado libre.
Jo que bien he quedado
By Anónimo, at 1:17 p. m.
Esto se empezó a discutir frente a una botella y la dicusión habrá de terminar con la inestimable ayuda de otra porque hay mucha tela que cortar, así que sólo apuntaré algunas observaciones sueltas. La "vía Aznar" se empantanó porque fue ejecutada con suma torpeza, no fue un mero problema de comunicación. Hay también un sustrato que no se suele mencionar: mal podía interpretar el papel de celoso guardián de la legalidad quien no acaba de creérsela del todo. Alianza Popular aceptó la Constitución como quien se traga un gargajo. Parte significativa de sus diputados en las Cortes Constituyentes votaron en contra, Fraga nunca disimuló que el título octavo se aprobó muy a su pesar y el propio Aznar votó no en el referéndum y se despachó a gusto en La Nueva Rioja contra el texto constitucional. Para remate de penas, AP hizo campaña por el no al Estatuto de Guernica. Con esas credenciales, arrogarse el papel de paladines del Estatuto y la Constitución como si los hubieran inventado ellos tiene mal encaje. Salvando las distancias, a ti te pasa algo parecido: lo del Estado de las Autonomías te da más frío que calor, y cualquier cosa que se haga para ponerle coto tenderá a parecerte bien. El PSOE está en mejores condiciones de jugar esas cartas y parece razonable que lo haga de otra manera. La firmeza no consiste en gritar ni sobreactuar, que es lo que el PP está haciendo de manera obsesiva componiendo la contrafigura exacta que el nacionalismo necesita para hacer creíble su estrategia ante su público y más allá. Cuando hablo de audacia en la posición de Zapatero me refiero a la decisión de hacer frente al nacionalismo en su terreno, de intentar robarle la cartera. Como tú dices, el nacionalismo se las arregla siempre para llevar la iniciativa. Es como una partida de mus en la que se creen con derecho a tener la mano en propiedad. Soy un extraordinario jugador de mus –lo siento, pero en esta materia no acepto discusiones– y sé bien que jugando de postre hay que cortar de inmediato para neutralizar la ventaja de la mano y cebarse en la disputa del juego si sabes que la mano tiene pocas probabilidades de tener treinta y una, aunque tú tengas las de Perete, que ya te fajarás al punto. El nacionalismo juega de mano, pero no tiene treinta y una, y lo que Zapatero está haciendo es jugar al contrataque. El primer asalto le ha salido bien: frente a las injustas acusaciones que ha recibido de contemporizar con el Plan.Etxe, lo cierto es que lo ha sacado de la pista al primer intento y ha obtenido un escenario postelectoral envenenado para el PNV. La apuesta es clara y está explicada –véanse, por ejemplo, sus declaraciones sobre el proyecto en materia territorial en la entrevista que le hicieron en El Páis el domingo pasado–, aunque, eso sí, a diferencia de Aznar, Zapatero está convencido de la virtualidad de la pluralidad identitaria en España y de las posibilidades del modelo autonómico. Eso le coloca en posición mucho más favorable si en un momento dado se impone poner el pie en la pared y tomar medidas complicadas para asegurar el cumplimiento de la ley. Desde luego, el proceso entraña riesgos. Como la estrategia de Aznar, ésta puede fracasar si se pone en práctica malamente y, por el camino, siempre es posible que algún idiota se equivoque de tecla y lo eche todo a perder. Pero insisto, si pintan bastos Zapatero estará en condiciones mucho mejores de dar bastonazos con todas las de la ley y cargado de razón. Entiendo que haya quien no lo vea y prefiera otra cosa. Entiendo también que al PP no le guste el panorama. Lo que no entiendo es esa irresponsable contumacia de quien zarandea al artificiero cuando está intentando desactivar la bomba, esa pulsión incontenible porque todo se vaya al carajo si hace falta con tal de echar a este indecente usurpador de la Moncloa. Mejor harían en mostrar algo de lealtad, un poco de sentido del Estado y más ganas de pensar en que han perdido el 30% de su electorado en el País Vasco a pesar de contar con la mejor candidata posible (por no hablar de la jaimitada de hacerle gratis la campaña a los coros y danzas estos de las tierras vascas). ¿Nos jugamos algo a que si a Ibarretxe no le sale la investidura a la primera y Patxi López presenta candidatura el PP no la vota?. De poco sirve tener razón –y no niego que alguna tengan– si no eres capaz de conseguir que nadie te crea.
By Anónimo, at 8:46 p. m.
Bien está que concedas que algo de razón pueden tener. Y acepto sin problemas la apuesta. Estoy tan convencido de que el PP votará a favor de López como de que López hará Lehendakari a Ibarretxe.
Sinceramente, no veo contradicción alguna entre haber discrepado en su momento de un texto legal y luego defenderlo a capa y espada. A mi la Constitución tampoco me gusta -como a ti, y al otro, y al otro...- y, si me hubieran preguntado, habría abogado por algo distinto. Pero es la que es, y la considero preferible, sin duda, a otras alternativas.
Veo difícil que nos pongamos de acuerdo en este tema, y tampoco pasa nada. En mi condición de gran campeón, aprecio el lenguaje musístico.
No te equivocas en absoluto cuando dices que el estado de las autonomías me da más frío que calor. Supongo que la alergia que siento por el nacionalismo influye bastante en esto (antes era mucho más pro, lo confieso). Naturalmente, eso no quiere decir que no aprecie cosas buenas en el actual modelo.
Me considero promotor de una doctrina un poco extraña: el liberalismo jacobino. Me gustaría, pues, un estado donde todos fuéramos como ingleses... y los pueblos fueran tratados como si fueran franceses. Y es que a mi eso de la "pluralidad" me huele a rancio. Me la mientan y se me va el pensamiento al sitio de Bilbao.
Gracias por recordarme lo de la botella. Tengo que comprarla.
By FMH, at 12:31 p. m.
No, si no aspiraba yo a ponerte de acuerdo, sólo a discutir el asunto en profundidad porque está lleno de pliegues (y a la botella, claro) y aquí se puede hacer penoso.
Aparte del rechazo intelectual e ideológico –yo soy internacionalista como los rojos de antaño, que en esto (y en muchas otras cosas) no se equivocaban ni un poquito–, a mí el nacionalismo me da urticaria, y una de sus más fastidiosas consecuencias es que suele fomentar a su vez el nacionalismo en la trinchera de enfrente. De este modo el panorama se vuelve desesperante, y algo de esto hay en la situación española. No obstante, que España tiene sin resolver del todo su modelo territorial es un hecho; que pululan por aquí sentimientos de pertenencia nacional diversos y contradictorios, también, y que estaría bien aprender a vivir esto en clave positiva, aunque sólo sea por vía pintoresca. Pero el principal problema es la cantidad de tiempo y energía que perdemos todos hablando de ello continuamente. Rafael Sánchez Ferlosio levantó gran revuelo en Barcelona años atrás cuando dijo en un foro público que "dejar de ser catalán no lleva más de diez minutos". Habría que recordarlo todos los días. Y, por supuesto, añadir que dejar de ser español quizá lleva diez o quince minutos adicionales, pero tampoco muchos más. Ya hablaremos.
By Anónimo, at 4:05 p. m.
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