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jueves, abril 21, 2005

SOBRE BENEDICTO XVI

Confieso que cuando me enteré de que el cardenal Joseph Ratzinger se acababa de convertir en Benedicto XVI sentí, antes que nada, una cierta alegría pensando en el disgusto que se iba a llevar la progresía mundial y, entre ellos, algunos amigos míos. Sólo por eso, habría que dar las gracias al Sacro Colegio. Lo sé, lo sé, esto está muy mal y seguro que es pecado pero...

Regustillo malicioso aparte, creo que los cardenales han acertado y han elegido el que será, con toda probabilidad, otro gran papa. Y sus primeras manifestaciones públicas corroboran esa impresión.

Benedicto XVI ha sido recibido con la consabida sarta de tonterías y recuerdos de declaraciones sacadas de contexto. No creo que se deba entretener uno mucho en esto. “Rottweiler de Dios”, “gran inquisidor”, “panzerkardinal” y otras lindezas por el estilo, variando el tono, han campeado en la prensa europea en estas primeras horas. Los cardenales y otros eclesiásticos sostienen que más de uno se llevará una sorpresa. Podemos remitirnos, desde luego, a la experiencia de Juan XXIII, que llegó a la silla de Pedro, además de en la senectud, con vitola de conservador.

Llama la atención que la progresía, o parte de ella, se haya sentido defraudada por el Colegio cardenalicio. Algunos ni siquiera se lo pueden creer, como aquella acaudalada y progresista dama que no concebía cómo Reagan había podido salir elegido, “si ella no conocía a nadie que le hubiera votado”. ¿Qué podía hacer pensar que los cardenales podían tomar en consideración esas “llamadas a la modernidad”? ¿Por qué iban a elegir un “progresista” (en el dudoso supuesto de que tal palabra signifique algo aplicada a un cardenal de la Iglesia Católica)? Hay que tener en cuenta que, al menos durante el cónclave, en la Sixtina no se puede escuchar a Iñaki Gabilondo y, quizá por eso, los cardenales han andado faltos de las necesarias indicaciones.

También se han pronunciado negativamente los teólogos de plantilla del lado correcto. La verdad es que me parece un poco pretencioso, por parte de cualquiera, pretender discutir de teología con Benedicto XVI. Algún imbécil va a caer algún día en la tentación de explicarle de qué iba el Concilio... a uno de sus teólogos más destacados y, posiblemente, la mente más brillante en la materia en la segunda mitad del siglo –reconocido hasta por sus enemigos-. Y es que el nuevo papa, al parecer, destaca por inteligente incluso entre gente de por sí inteligente, como suelen ser los cardenales. Me pregunto si, como decía el obispo (católico) de Liverpool el otro día, sus críticos están familiarizados con los muchos libros que ha escrito.

Pero, ¡ay!, Benedicto XVI tiene la mala costumbre de hacer afirmaciones rotundas. Y ya se sabe que esta sociedad no recibe bien eso. Cualquiera que afirme, sin mucho lugar a dudas, que dos y dos son cuatro se expone a ser motejado de “ultraconservador”, “reaccionario” y “dogmático”. Cuanto más si las afirmaciones se refieren a ámbitos de por sí discutibles, como son los morales –lo que no significa que la única postura racional sea carecer de moral en absoluto.

Bien harán la Iglesia y su papa en resistirse a la llamada de la “modernidad”, si no quieren acabar diluidos en ella. Lo de la “modernidad” es un cliché bastante tonto que, en el caso de una institución que se considera depositaria de una verdad revelada, raya en el absurdo más absoluto. Lo propio de las Iglesias es intentar adaptar el mundo a sus patrones, no al revés. Pero esto parece que no se comprende muy bien. No se comprende muy bien lo que recordaba The Times hoy mismo, con un dicho muy inglés: que el papa es católico.

La elección de Benedicto XVI, por otra parte, comporta una serie de gestos muy dignos de estudio por parte del Colegio. En particular, algunos de ellos:

En primer lugar, se cumplió la máxima de que, tras un pontificado largo ha de venir uno corto. Benedicto XVI cuenta 78 años. Para igualar a Juan Pablo II tendría que morir más que centenario, cosa poco previsible –y no se me entienda mal, que le deseo un largo reinado-. Hasta aquí todo normal. Ahora bien, una de las críticas más recurrentes a la Iglesia contemporánea es, precisamente, la preeminencia de la Sede Apostólica. Y es muy cierto que las reformas empezadas en el Vaticano I y continuadas por todos los pontífices de finales del XIX y del XX han venido a reforzar al Romano Pontífice en detrimento de la colegialidad –recuérdese que la Iglesia la conducen todos los obispos, en comunión con el obispo de Roma que, según los tiempos, ha podido ser desde un “primus inter pares” a un monarca absoluto-. Esa tendencia, merced a los nuevos medios de comunicación y gracias al carácter de Wojtyla, llegó al exacerbo con Juan Pablo II, un papa que eclipsó a todo el resto de la jerarquía a través del hecho sin precedentes de poder trasladar físicamente la figura del pontífice a todos los lugares del mundo. Pues bien, es muy probable que, por edad y manera de ser, Benedicto XVI suponga, si no un retroceso, al menos no un avance en esa tendencia. Y se supone que eso es bueno o, al menos, es lo que reclamaban los teólogos de plantilla –bueno, esos más bien reclaman una iglesia autogestionaria-.

En segundo lugar, Benedicto XVI es alemán. Así pues, es el segundo papa no italiano en serie y, además, viene de un país tradicionalmente vetado para la provisión de la Silla de Pedro. Antaño, era una medio regla que el papa no podía proceder de una gran potencia. Bien es cierto que la noción de gran potencia (las que tenían por costumbre influir en las elecciones pontificias), que excluía, además de la propia Alemania –sin duda el país con la Conferencia Episcopal más influyente en materia doctrinal- a Francia y, desde luego, a la todopoderosa y multimillonaria Iglesia norteamericana, requería una profunda revisión, pero la regla venía siendo rigurosamente observada. ¿Abre esto el camino, en el futuro, a hombres como Philippe Barbarin –el cardenal de Lyon- o, simplemente, a otros candidatos que, hasta ahora, se consideraban preteridos por nacionalidad?

Por último, el papa ha tenido dos gestos que me han gustado.

El primero, por supuesto, la propia elección de su nombre. El santo patrón de Europa. Un nombre tan poco de moda como la seriedad en nuestro continente.

El segundo, que, venturosamente, parece un papa comprometido con el latín. La gran lengua Occidente parecía ya condenada incluso en el minúsculo territorio donde sigue siendo oficial –es cierto que los documentos pontificios siguen redactados en latín, pero casi todas las alocuciones son en italiano, incluso las dirigidas principalmente a eclesiásticos-. Benedicto XVI parece haberse tomado en serio esa función de la Iglesia: depositaria de uno de nuestros tesoros más preciados, custodia de la lengua latina.

Y es de esperar que se tome también en serio otra gran asignatura pendiente: la recuperación de esa maravilla simbólica que es la liturgia tradicional. Con ocasión de las sucesivas ceremonias pontificias hemos tenido ocasión de ver algo de ella. Pues bien, antes también podía verse en las iglesias de todas las ciudades y pueblos. No sé qué extraña razón nos privó de ese patrimonio cultural tan maravilloso. Algunos incluso volveríamos a misa de vez en cuando, sólo por verlo.

Lo siento por los teólogos de plantilla y por Iñaki Gabilondo, pero a mí este papa me gusta. Para alguien que, parece, va a saber estar en su sitio, tampoco es cosa de criticarle.

8 Comments:

  • Ya sabía yo que Benedicto te ponía, y que además tu complacencia en el nombramiento tenga ribetes pecaminosos me alegra más todavía, no hay que despreciar ninguna ocasión, por pequeña que sea, de acercar a un alma píadosa al dulce magnetismo de la tentación. Será un gran papa, sin duda. ¿Acaso el Espíritu Santo podría disponer otra cosa para su Iglesia salvo que se hubiese pasado al enemigo? ¿Puede, ontológicamente hablando, pasarse el Espíritu Santo al enemigo? Son éstas cuestiones que sólo puede resolver la teología, ese divertimento sutil, alígero y fascinante, como la alquimia, la astrología o la papiroflexia, en que el Santo Padre, al parecer, no conoce rival. Siempre he sentido una incontenible simpatía por quienes se consagran a saberes extravagantes e inútiles, así que el ex cardenal Ratzinger puede contar con ella. Alabo como tú su buen gusto litúrgico (que una institución bimilenaria que tiene a su disposición a Bach, Palestrina y Haendel penalice a sus fieles con esos salmos como de cuáquero desganado que asuelan hace años la liturgia católica en España, eso sí que es pecado), su 'mise en scene' desafectada y principesca (que ojalá arrumbe para siempre esa algarabía kitsch de mochilas y guitarras, ese aire de campa abertzale en que su polaco antecesor se sentía a sus anchas) y, por encima de todo, que devuelva a la oratoria sagrada al reducto del latín, de donde salió en mala hora (aunque sería un error que intentara revitalizar la noble lengua de Roma para uso comoquial: "Latinem loquuntur corrompit ipsam latinitatem", dejó dicho sabiamente Antonio de Nebrija, crítico del uso obligatorio del latín como lengua de comunicación en los recintos universitarios del Renacimiento). Descreído y librepensador como es uno, ulteriores disposiciones del Sumo Pontífice me quedan como a trasmano y me dan más o menos igual. Lo malo es que, como dices con absoluta precisión, "lo propio de las Iglesias es intentar adaptar el mundo a sus patrones, no al revés", y en España la Iglesia católica intenta adaptarnos a todos a sus patrones por imperativo legal, moldeando a su gusto la legislación civil, penal y educativa de alcance universal. Dados sus antecedentes, no cabe esperar que Benedicto XVI se desmarque de esa fatigosa legitimación del clericalismo que la Iglesia española jamás ha abandonado. Por más que a uno le gustaría poder mantener una relación amable, como diría el lehendakari, con la Iglesia, mientras no cejen habrá que seguir enarbolando a Voltaire y su viejo grito de guerra: 'Eclaissez l'infame!'.

    By Anonymous Anónimo, at 4:18 p. m.  

  • Fernando, siempre me complace llevar la sonrisa al rostro de un amigo, incluso si ésta es maliciosa. Y a ti Pepe, permite que te recuerde la contribución que allá por el siglo XI hizo el monasterio benedictino de Cluny para intentar separar el poder secular y el espiritual. Y si, como yo, piensas que poco queda de aquello más allá del desgastado nombre de san Benito, al menos contempla admirado como la vertiente más folclórica de la institución sirve para unir almas de las más diversas creencias políticas (reconoced que los dos, en el fondo, sois unos nostálgicos). Por cierto, siento haber tardado en contestar, pero he estado muy ocupado (ya sabéis, "ora et labora").

    By Anonymous Anónimo, at 11:23 p. m.  

  • Lo que yo pensaba, Pepe... que a ti también te pone Benedicto XVI.

    Las Iglesias intentan influir en las sociedades en las que viven... como debe ser, claro. Para eso están. Lo de la separación entre poder temporal y espiritual no significa que dejen de hacerlo, sino que no sea obligatorio hacerles caso.

    Veo que Guille se va convirtiendo en contertulio habitual, lo cual me congratula sobremanera.

    Y, sí, hay algo en que, creo, convenimos todos (¿nostalgia?, sí, algo de eso debe haber también): la importancia de las formas que, como sabéis, son indisociables de la sustancia. Hasta el punto de que se puede rechazar el contenido pero admirar el continente. Y la liturgia moderna... hay que tener mucha fe para soportarla.

    By Blogger FMH, at 5:32 p. m.  

  • "Son éstas cuestiones que sólo puede resolver la teología, ese divertimento sutil, alígero y fascinante, como la alquimia, la astrología o la papiroflexia, en que el Santo Padre, al parecer, no conoce rival. (...) saberes extravagantes e inútiles (...)".
    Comparar la teología, y por extensión la religión, con la papiroflexia, y calificarla de extravagante e inútil me parece, por una parte irreverente. Pero por otra, me parece negar la evidencia de su impacto en nuestra historia.
    No conozco a nadie que se salte sistemáticamente y por costumbre los Diez Mandamientos.
    Cualquier análisis serio que se pretenda hacer del desarrollo de Europa (y del mundo) debe tener en cuenta la historia de la Iglesia Católica.
    Siempre llego tarde a los comentarios, así que supongo que este quedará también sin respuesta.
    David

    By Anonymous Anónimo, at 11:30 a. m.  

  • Aunque muy tarde –¿Por qué no, si el asunto da de sí?–, puntualizo algunos extremos. No me parece mal, Fernando, que la Iglesia intente influir en la sociedad como lo intenta cualquier actor público. Como dices, la cuestión es que no sea obligatorio hacerles caso, y cuando se pretende, como lo hace la Iglesia, que la normativa civil que regula el matrimonio (o la interrupción del embarazo o la enseñanza de la religión en la escuela) se inspire en sus criterios sobre tales asuntos éstos no resultan soslayables para quien no quiera seguirlos. Al contrario, las legislaciones liberales en estas materias no obligan a quienes optan por seguir el magisterio eclesial a cambiar su comportamiento ni violentar sus principios. En tanto la Iglesia no reconozca este elemental principio de convivencia democrática y respeto a los demás deberá ser señalada y combatida como institución intolerante y protectora de la superchería.

    David, mi irreverencia no quiere ofender a nadie. Sólo sostengo que la teología, como ciencia, es decir, como sistema de saber tiene, a mi modo de ver, la misma relevancia que esas otras disciplinas recreativas con que la comparo. Teología y religión no son conceptos estrictamente equivalentes, tal como tú pareces apuntar en tu comentario. En todo caso, mi opinión sobre el asunto no implica que menosprecie o ignore "la evidencia de su impacto [de la Iglesia o de la religión en general] en nuestra historia". No discuto la influencia que tuvo en el pasado, más bien me rebelo contra la que quiere tener (o, más precisamente, contra cómo y sobre quién pretende ejercerla) en el presente y el futuro.

    Por último. Sí, Guille, algo de hay de nostalgia en el asunto. Ciertas nostalgias acaban por formar un sedimento, una suerte de residuo formal a partir del que desciframos antiguos significados. Es parte de esa cosa vaga e inaprehensible que llamamos cultura.

    By Anonymous Anónimo, at 1:49 p. m.  

  • Pepe, felicidades por tu artículo, a mi me ha resultado delicioso. Y a ti, en el fondo, Benedicto y la religión católica, por lo menos en las formas, también te ponen.

    By Anonymous Anónimo, at 4:21 p. m.  

  • Pepe, felicidades por tu artículo, a mi me ha resultado delicioso. Y a ti, en el fondo, Benedicto y la religión católica, por lo menos en las formas, también te ponen.

    By Anonymous Anónimo, at 4:26 p. m.  

  • Muchas gracias, Mercedes. Desde luego que me ponen, no seré yo quien lo niegue. Y me interesan. Siempre me he sentido muy identificado con una declaración paradójica del gran Jorge Luis Borges al respecto: "Los católicos –decía Borges– creen firmemente en el mundo de ultratumba, pero apenas se interesan por él. A mí me sucede lo contrario". Pues eso, más o menos.

    By Anonymous Anónimo, at 7:10 p. m.  

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