PRIMER AÑO TRIUNFAL
El Esdrújulo, valorando el primer año triunfal, afirma que estamos en el mejor momento de la historia de España. La verdad es que los socialistas son muy aficionados al autobombo y a la hipérbole; recuérdese que Alfonso Guerra, en mitad del Felipato, dijo que nunca habíamos estado mejor desde Carlos V. El natural progreso de las cosas hace que, en esta ocasión, al menos, puede que sea así. Supongo que será por eso, por la sensación de satisfacción -hartazgo, según algunos- que el Presidente del Gobierno y algunos más proponen ya un sensacional fin de fiesta. España ha progresado tanto... que podemos considerarla acabada y dedicarnos a otra cosa.
Ni que decir tiene que un servidor discrepa profundamente del juicio de ZP, como discrepa mucha otra gente –abundan, por otra parte, los que creen que esto no tiene ningún sentido y no entienden nada, pero tienen una confianza infinita en la bondad de la Izquierda en general y en la del Esdrújulo en particular (curiosa reedición laica del “Dios proveerá” – al menos, los creyentes tienen cierta justificación doctrinal para esperar, por ejemplo, que el petróleo apenas afecte al crecimiento pero, ¿el Ministerio de Economía?; cosas veredes.)
Ahora bien, al césar lo que es del césar: a ZP hay que otorgarle el título indiscutible de presidente más eficiente de la democracia. Si eficiente es quien obtiene resultados iguales o mejores consumiendo menos recursos, hay que reconocerle a este muchacho cualidades sobresalientes. Nunca se encabronó tanto a tanta gente trabajando menos. Le han bastado apenas cinco leyes y una serie relativamente corta de gestos efectistas –bueno, con el impagable apoyo de sus ministras, que son también muy aplicadas- para soliviantar los ánimos como hacía tiempo que no se conocía. Y eso durmiendo en casa casi todas las noches. ¡Con la que tuvieron que montar Aznar y Felipe para tener harta a mucha menos gente!
No deja de ser curioso, por otra parte, que el asunto venga a coincidir con el aniversario, 74 años ya, de la proclamación de nuestra triste Segunda República –aunque quizá en el contexto actual puedan detectarse también ecos de la Primera, aquel monumento al caos-. Aun cuando cambiaron, sin duda, muchas cosas en aquellos años –las Cortes de la República trabajaron bastante más que el Parlamento zetapero- también muchas de las cosas que sucedieron tuvieron su raíz en debates estériles, prescindibles por extemporáneos y promovidos, casi siempre, por una serie de personas fuertemente ideologizadas y muy ajenas a la realidad del país que les estaba tocando vivir. De aquella República de profesores se ha pasado a esta Monarquía de progres demagogos. Estamos en similar situación, pero con el agravante de que es dudoso que vayan a quedar brillantes páginas y debates que legar a la posteridad.
Como liberal, a mí me aterran los políticos del “cambio”, de la “transformación”, del “progreso”... Es cierto que no existen políticos que se presenten a las elecciones con la firme promesa de dejarnos en paz, pero no cabe duda de que la “vocación transformadora” de la Izquierda es la más peligrosa, porque es eso, una vocación indeludible, que les lleva a transformar, incluso, lo que no quiere ni debe ser transformado.
Este año ha sido, también, un monumento continuo al lenguaje vacuo, prefabricado, al sinsentido permanente y a la palabra hueca. Si hubiera un material representativo del lenguaje-ZP sería, sin duda, el metacrilato. Y conviene no minusvalorar el poder del lenguaje y, si no, ahí está el nacionalismo para demostrarlo. Víctor Klemperer escribió un brillante ensayo titulado “la lengua del Tercer Reich” en el que demostró que las primeras reformas de los nazis vinieron en el terreno lingüístico. Es normal lo que se nombra como normal, y no existe aquello que no tiene nombre. Del mismo modo que una “solución habitacional” es una forma preparatoria de casas de treinta metros cuadrados (si las casas se siguen llamando casas, el efecto es mucho más demoledor, pero como soluciones habitacionales, hasta están bien), una “persona sin domicilio fijo” es mucho más presentable que un mendigo, ya se sabe. Por la misma razón, Terri Schiavo, “se fue”... con la inestimable ayuda de quienes le negaron el alimento.
Conviene no minusvalorar ese lenguaje, ese lenguaje que le quita hierro a todo. Ese lenguaje de metacrilato es el anuncio de muchas barbaridades. Este año triunfal ha sido sólo el primero.
Ni que decir tiene que un servidor discrepa profundamente del juicio de ZP, como discrepa mucha otra gente –abundan, por otra parte, los que creen que esto no tiene ningún sentido y no entienden nada, pero tienen una confianza infinita en la bondad de la Izquierda en general y en la del Esdrújulo en particular (curiosa reedición laica del “Dios proveerá” – al menos, los creyentes tienen cierta justificación doctrinal para esperar, por ejemplo, que el petróleo apenas afecte al crecimiento pero, ¿el Ministerio de Economía?; cosas veredes.)
Ahora bien, al césar lo que es del césar: a ZP hay que otorgarle el título indiscutible de presidente más eficiente de la democracia. Si eficiente es quien obtiene resultados iguales o mejores consumiendo menos recursos, hay que reconocerle a este muchacho cualidades sobresalientes. Nunca se encabronó tanto a tanta gente trabajando menos. Le han bastado apenas cinco leyes y una serie relativamente corta de gestos efectistas –bueno, con el impagable apoyo de sus ministras, que son también muy aplicadas- para soliviantar los ánimos como hacía tiempo que no se conocía. Y eso durmiendo en casa casi todas las noches. ¡Con la que tuvieron que montar Aznar y Felipe para tener harta a mucha menos gente!
No deja de ser curioso, por otra parte, que el asunto venga a coincidir con el aniversario, 74 años ya, de la proclamación de nuestra triste Segunda República –aunque quizá en el contexto actual puedan detectarse también ecos de la Primera, aquel monumento al caos-. Aun cuando cambiaron, sin duda, muchas cosas en aquellos años –las Cortes de la República trabajaron bastante más que el Parlamento zetapero- también muchas de las cosas que sucedieron tuvieron su raíz en debates estériles, prescindibles por extemporáneos y promovidos, casi siempre, por una serie de personas fuertemente ideologizadas y muy ajenas a la realidad del país que les estaba tocando vivir. De aquella República de profesores se ha pasado a esta Monarquía de progres demagogos. Estamos en similar situación, pero con el agravante de que es dudoso que vayan a quedar brillantes páginas y debates que legar a la posteridad.
Como liberal, a mí me aterran los políticos del “cambio”, de la “transformación”, del “progreso”... Es cierto que no existen políticos que se presenten a las elecciones con la firme promesa de dejarnos en paz, pero no cabe duda de que la “vocación transformadora” de la Izquierda es la más peligrosa, porque es eso, una vocación indeludible, que les lleva a transformar, incluso, lo que no quiere ni debe ser transformado.
Este año ha sido, también, un monumento continuo al lenguaje vacuo, prefabricado, al sinsentido permanente y a la palabra hueca. Si hubiera un material representativo del lenguaje-ZP sería, sin duda, el metacrilato. Y conviene no minusvalorar el poder del lenguaje y, si no, ahí está el nacionalismo para demostrarlo. Víctor Klemperer escribió un brillante ensayo titulado “la lengua del Tercer Reich” en el que demostró que las primeras reformas de los nazis vinieron en el terreno lingüístico. Es normal lo que se nombra como normal, y no existe aquello que no tiene nombre. Del mismo modo que una “solución habitacional” es una forma preparatoria de casas de treinta metros cuadrados (si las casas se siguen llamando casas, el efecto es mucho más demoledor, pero como soluciones habitacionales, hasta están bien), una “persona sin domicilio fijo” es mucho más presentable que un mendigo, ya se sabe. Por la misma razón, Terri Schiavo, “se fue”... con la inestimable ayuda de quienes le negaron el alimento.
Conviene no minusvalorar ese lenguaje, ese lenguaje que le quita hierro a todo. Ese lenguaje de metacrilato es el anuncio de muchas barbaridades. Este año triunfal ha sido sólo el primero.
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