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viernes, abril 08, 2005

BLAIR LO INTENTA DE NUEVO

Tony Blair va a intentarlo de nuevo. Tenemos en lontananza la posibilidad de algo histórico: que un premier británico repita en Downing Street por tercera vez. Apuesto firmemente a que ganará, quizá no por una gran diferencia, pero ganará.

El partido Conservador está completamente grisificado, por mucho que sus expectativas mejoren en las encuestas. Son una incógnita los Liberales Demócratas. ¿Nos acercamos, por primera vez, a un Westminster algo menos bipartidista?

El elector británico se encuentra a ante una curiosa paradoja, provocada por el hecho de que sus políticos son responsables. Se puede, si así se desea, votar contra Blair por haber participado en la guerra de Irak, pero debe hacerse desde la absoluta convicción de que un gobierno Tory hubiera hecho lo mismo. En general, cualquier primer ministro del Reino Unido se hubiera visto abocado a ello por dos razones: la primera, por supuesto, las convicciones y la segunda, no menos importante, la necesidad de honrar la “privilegiada relación” y aprovechar para recordar a los Estados Unidos, en mitad de una explosión de miseria moral, que el vínculo transatlántico sigue existiendo y sigue obligando. Y eso el elector lo sabe.

Las democracias maduras dan envidia, porque tienen electorados capaces de hacer cambiar los planteamientos de los partidos políticos. En la política hay causas y efectos. El Laborismo es una muestra. Pese al visible hartazgo que causaban los Conservadores, no les fue franqueada la entrada a Downing Street hasta que no hicieron los deberes: asumir ciertas bases, no revertir las privatizaciones y continuar, en síntesis, las políticas Thatcherianas que hacen que el paro británico sea, hoy una anécdota en comparación con el continental (eso sí, en el continente hay unas soberbias políticas sociales que, por lo visto, deben hacer muy agradable estar parado, porque los líderes políticos hacen cuanto pueden porque buena parte de la población puedan disfrutarlas). Otro tanto debería ocurrir con los Tories si, algún día, quieren volver.

La comparación no puede mover más a la envidia. La Izquierda española, el partido de ZP, no tuvo que hacer nada parecido. No tuvo ni que pensar. Al elector español, al estatista español, le faltaba el aire. Echaba de menos el tranquilizador bálsamo progre: tú no tienes la culpa de nada, tú no eres responsable de nada. Clamó por su dosis indispensable de populismo, demagogia, antiamericanismo y antiliberalismo.

No nos engañemos. Si algo puede echar a Blair de Downing Street, ese algo es el euro, no George Bush. Es permitir que ciertas costumbres pasen el Canal de la Mancha. Permitir que alguien dicte a qué hora hay que abrir la tienda o a qué hora hay que cerrarla, imponer un documento nacional de identidad, aceptar ruedas de molino porque sí, en nombre del “europeísmo”, la “paz perpetua” y otras naderías. Allí se preocupan, y mucho, por cosas importantes, por ejemplo los impuestos. Claro que cuando alguien clama porque se traduzcan todos los letreros de las vías públicas al gaélico y amenaza con la secesión en caso contrario, le consideran un oligofrénico, no le recibe el primer ministro y le promete “diálogo sin límites”.

Se pronosticaron los siete males al Reino Unido por no unirse al rebaño. Ahora es de las pocas ovejas que goza de buena salud. La herencia de Lady Thatcher aguanta bien el tirón. Tony Blair sabe lo que tiene que hacer: ser un digno heredero. Si así lo desea, puede seguir llamándose socialista.

Ortega dijo que el Reino Unido no es Europa, sino que está cincuenta años por delante. Algo hemos avanzado, así que puede que ya sólo sean treinta y cinco.