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domingo, abril 17, 2005

¿UN PARTIDO DEL "JUSTO MEDIO"?

En un artículo a doble página el pasado viernes, en el diario El Mundo, el filósofo Eugenio Trías proponía una especie de “partido del justo medio”. Una opción política para quienes, representando el fiel de la balanza electoral, esos no sé cuántos electores que son los que realmente hacen decantarse las contiendas, son defraudados por un partido político tan pronto como desalojan a otro del poder. Siguiendo a Trías, quienes hicieron el esfuerzo de descabalgar a un ensoberbecido Aznar en las últimas elecciones fue para encontrarse con el sectarismo y la inoperancia de un gobierno que, ignorando manifiestamente las circunstancias en las que fue elegido, actúa como si tuviera mandato para remover Roma con Santiago. A mí, personalmente, el artículo me sonó a una reivindicación del centro.

De entrada, me parecen manifiestamente injustos los paralelismos entre el actual gobierno socialista y el del PP en la última legislatura. Aznar cometió errores, quizá, y a buen seguro incurrió en actitudes prepotentes muy cargantes para esa franja de voto urbano ilustrado, que no gusta de endiosamientos. Todo eso es cierto, pero creo que no comparable al nivel de sectarismo que caracteriza a la Izquierda española y, en particular, al socialismo. Trías concede, por evidente, que ese sectarismo es patente en educación y cultura y no conoce paralelo en la Derecha –según dice, incurriendo de nuevo, a mi juicio, en clara injusticia, porque a la Derecha, simplemente, educación y cultura no le interesan-, pero de su silencio parece deducirse que, en otros campos, Derecha e Izquierda andan a la par. Paradójicamente, si algo criticaron al PP sus medios más afectos fue, en concreto, que no se aplicara con igual fruición que la Izquierda, cuando el turno le era favorable, a expulsar a ésta de todos los lugares, como sí es notorio que hizo y hace la Izquierda (un último ejemplo: el Real Instituto Elcano, tomado por asalto esta semana – prueba de que nuestros socialistas no dejan títere con cabeza, ni siquiera instituciones dedicadas al pensamiento con una proyección limitada hacia el gran público.)

Tampoco es cierto que Izquierda y Derecha practiquen del mismo modo una “política pendular”, consistente en echar abajo la obra del otro tan pronto como cambian las tornas. No es cierto, en general, que el PP se dedicara a demoler cuanto hicieron los gobiernos de Felipe González, sobre todo lo bien hecho, que no fue poco. Como el mismo Trías reconoce, intentar meter mano a cosas como la Logse no fue deshacer lo bien hecho, precisamente. En todo caso, se tendrá que conceder que, incluso en los casos en que se volvió sobre lo ya trillado por el adversario se hizo de forma positiva, es decir, proponiendo una auténtica reforma. Muy distinta ha sido la actitud del socialismo zetapero: la alternativa, por ejemplo, al Plan Hidrológico es el no-plan, del mismo modo que la alternativa a la LOCE es la no-reforma. Es decir, la paralización por la paralización y el revanchismo por el revanchismo.

Con todo, la tesis de Trías tiene un fundamento: los ciudadanos menos ideologizados y menos extremistas desean cosas que son compartibles por todos, a saber: gobiernos que creen y no destruyan y continuidad en las políticas fundamentales (además de la económica, que el mismo Trías reconoce que ha pasado, venturosamente, a estar fuera de la arena política – bueno, esto es sólo medio verdad, y si no véanse las andanadas de ZP contra la unidad de mercado para satisfacer a su mariachi nacionalista.) Ahora bien, ¿significa ello que hay hueco para un partido de centro?

En primer lugar, en términos prácticos, el régimen electoral español es, técnicamente hablando, muy poco favorable a partidos nacionales que hagan de tercero en discordia. El principal obstáculo con el que se encontraría ese partido “del justo medio y la moderación” –el en supuesto de que lograra superar las fuertes barreras de entrada al mercado político- es la provincia como circunscripción electoral, por mandato de la Constitución. Los votos se diseminan y al final, la representación es mucho menor de la que cabría esperar. Es decir, para ese partido se volvería obstáculo lo que para los nacionalistas es clara ventaja – entiendo que a esto se ha referido alguna vez, con la finura que le caracteriza, Rodríguez Ibarra.

En segundo lugar, los partidos con vocación de bisagra son expulsados enseguida del juego, mediante la consabida apelación al voto útil. Por otra parte, su función de aliados de unos y otros puede verse disminuida si existen otras opciones, destacadamente procedentes del nacionalismo.

Y tercero y más importante: ¿tiene sentido un partido de centro? ¿Puede uno hacer de la sola moderación la base de su credo político? En realidad, si bien se mira, los programas electorales de ambos partidos principales ya son, de suyo, bastante moderados, al menos sobre el papel.

En realidad, en España no falta casi nada en el mercado de las ideas. Lo que falta es una praxis política auténticamente democrática, en lo que esta tiene de respeto por el adversario –y, siento disentir de Trías, en nada se parecen, a este respecto, Derecha e Izquierda-. Todo partido de gobierno en una sociedad compuesta esencialmente por clases medias está abocado a ser moderado, so pena de no ver cumplida nunca su expectativa. Cualquier político sensato sabe, por otra parte, como decía Canovas, que los ideales de uno deben acompasarse con las circunstancias (este fue el error capital de los políticos de la República y es también uno de los errores de ZP, que no se acompasa con las circunstancias.)

El que no existan políticas pendulares, el que existan las denominadas “políticas de Estado” debería ser una especie de valor entendido, gobierne quien gobierne. La verdad, un sistema político en el que tales ideas fueran privativas del “partido del justo medio” malamente podría ser estable y, desde luego, no sería moderno.

Para empezar, los políticos deberían rebajar un poco su idea de sí mismos y comprender que la sociedad vive, se desarrolla y está en un determinado punto de evolución en cada momento. En consecuencia, la historia no es simplemente un período de espera hasta el venturoso advenimiento del ZP de turno.

Por otra parte, ese “electorado moderado” debe aprender a moverse correctamente en el mercado electoral y no dejarse vencer por cantos de sirena y demagogia barata. ¿Es lógico que, tras treinta años de democracia, pueda, en España, llegar al gobierno un señor totalmente ayuno de ideas, sin un programa serio, sobre la base de tres o cuatro generalidades y una apelación a algo tan vacío como “el talante” (además, así, viudo y sin adjetivos; que alguien diga “tengo talante” es como decir “tengo nariz” – hombre, no debería ser como para enardecer, la verdad)? ¿Fue lógico que se permitiera, durante años, un estado de corrupción generalizada y se pasara por una grave crisis económica antes de dar por agotado un modelo?

El electorado ilustrado, moderado y de clase media debe aprender, también, a ser responsable. No basta que el presidente del gobierno de turno caiga mal. Encargarle la gobernación de la nación a alguien es algo muy serio. ¿A quién engañó José Luis Rodríguez Zapatero? ¿Alguien le oyó alguna vez decir algo verdaderamente inteligente, algo que indujera a pensar en su capacidad real para llevar adelante este país (de hecho, ¿alguien le oyó decir algo alguna vez?)? ¿Cuál era su equipo de colaboradores, quién podría recibir el encargo de llevar la defensa, las relaciones internacionales, la economía...? ¿Cabe esperar “moderación” en quien alienta algaradas callejeras el mismo día de la jornada de reflexión?

El electorado ilustrado, moderado y de clase media debería aprender a conocer a unos y a otros, y a tomar con responsabilidad las graves decisiones que le competen –y que, muchas veces, nos obligan a optar entre cosas que no nos gustan, ninguna, completamente-. No creo que necesite partidos nuevos sino, más bien, empezar a exigir a los existentes, unos mínimos inexcusables.

Si ese electorado quiere moderación, debe empezar a pensar si está mandando los mensajes adecuados.