IZQUIERDA Y DERECHA EN EUROPA
En un interesante artículo a doble página publicado en el diario El Mundo, José María Marco analizaba el otro día la situación de la dialéctica Izquierda-Derecha en Europa. Afirmaba Marco que, a su juicio, la Izquierda no sólo se ha recuperado muy bien del contundente golpe que supuso la desaparición del socialismo real sino que, de hecho y pese a que la Derecha conserva aún importantes cuotas de poder –a título de ejemplo, es mayoritaria en el Parlamento Europeo, aunque esto no signifique mucho- ha recuperado, hoy, la iniciativa política. Concede Marco, y yo estoy de acuerdo, que tal afirmación se ve siempre dificultada por lo ambiguo de las etiquetas (¿el Laborismo inglés es, actualmente, “Izquierda”?, ¿a qué campo adscribir ese incalificable invento que es el Gaullismo francés?...), pero convengo en que es cierta. Y eso, es verdad, a pesar de las tablas que hoy se observan en el continente, con una composición casi paritaria entre gobiernos de Izquierda y de Derecha, composición que Marco prevé se mantenga, pues cree que la pérdida de Italia para el campo de la Derecha será compensada por la vuelta de Alemania al terreno democristiano.
Sí, es cierto, las tablas en cuotas de poder indican poco. Lo cierto es que estoy de acuerdo con Marco en que la Derecha acusa una clara incapacidad para la generación de un discurso político no tanto sólido como, sobre todo, vendible. La Derecha, hoy por hoy, vende gestión, pero no ideas ni valores. Ni que decir tiene que España es, a mi entender, perfecta muestra de lo que sucede. Y, asimismo a mi entender, hay motivos para la preocupación, porque el innegable hecho de que la Izquierda haya conseguido poner en pie un discurso popular ni mucho menos quiere decir que éste sea juicioso.
La cuestión es que la Izquierda europea, ayuna de un marco de ideas auténticamente robusto, ha conseguido, mediante una buena muestra de reflejos, articular una alternativa “blanda” que ha permitido no tener que cerrar el chiringuito, que hubiera sido lo procedente –es decir, se puede vender cierta continuidad-, y conecta muy bien con una ciudadanía modelada por cincuenta años de “estado del bienestar” –es decir, cincuenta años de constitucionalización (colocación fuera del ámbito del debate político ordinario) de principios socialdemócratas y socialcristianos que otras líneas ideológicas han aceptado mansamente-. A estas alturas de la historia, el europeo medio, entre ellos Juan Español, es incapaz, ya, de relacionar su estatus socioeconómico y de libertades con ningún tipo de esfuerzo personal. No es consciente de que las libertades tienen coste, porque las ha asimilado al mismo aire que respira. Son el medio. En este sentido, ese ciudadano no será, por lo común, sensible ante ningún tipo de discurso que apele a su responsabilidad.
La Izquierda ha metabolizado con cierta rapidez algunos cambios imprescindibles. Por ejemplo, ha asumido la actual estructura económica como “techo” al intervencionismo. No pretende ya la estatalización a las claras de amplios sectores de la actividad económica, sino que se conforma con este nuevo esquema en el que los poderes públicos no es que estén ausentes del juego, pero lo están más en calidad de árbitros que de jugadores. En consecuencia, venden que ellos no son ya un obstáculo a la prosperidad. Lo que viene después, decía, es un discurso “blando”, basado en planteamientos fáciles (paz, diálogo, multiculturalismo...), con vistas a mostrarse siempre como la opción “agradable”. En casos como el español, el discurso puede sublimarse hasta perder contacto alguno con la realidad, llegando a basarse en nociones completamente vacías (siempre recuerdo, no puedo evitarlo, lo de las “ansias infinitas de paz”, o el famoso “talante”; ¿alguien cree que dice mucho de la audiencia el que permita a sus políticos hacer un discurso en estos términos?). Pero la cuestión es que el ciudadano siempre encontrará, si se abona al campo de la Izquierda, una sonrisa y, por supuesto, jamás un “no” por respuesta. Suena a mera cuestión publicitaria, y es que lo es, pero esa es la verdad. Se encontrará cómodo, porque en ningún momento se va a apelar a su conciencia y a recordarle que tiene que desempeñar un papel, que no puede ser un simple sujeto pasivo.
Ni que decir tiene que los peligros del discurso están en que no contiene respuestas para ninguno de los problemas que aquejan a todo el mundo en general ni, desde luego, a Europa en particular. Como decíamos el otro día, en nada va a mejorar la situación de Europa, simplemente, manoseando su nombre hasta la náusea y autoproclamándose europeísta de corazón. Pero esto es, precisamente, lo que la Izquierda ofrece: ante un problema real, una píldora tranquilizante, no una solución.
Ante esto, ¿qué puede hacer la Derecha? Queda, sin duda, fuera del campo de lo posible asumir un verdadero discurso liberal porque, como bien decía Marco, ni la opinión pública europea está preparada para ello ni, añado yo, la Derecha europea es liberal, en su mayoría. La Derecha no va a cuestionar un modelo socioeconómico que, con independencia de sus virtudes o defectos fundamentales, tiene la importante desventaja de producir una ciudadanía adocenada, que en nada es conveniente a sus intereses.
Hay quien espera que, con los matices que procedan, el discurso neoconservador cruce el Atlántico. En otras palabras, hay quien espera que también aquí surja algún día un discurso articulado en torno a valores “fuertes”. Marco alberga serias dudas, y creo que no le faltan razones para ello. ¿Es posible creer, seriamente, que puede cuajar en Europa, hoy, un discurso de la responsabilidad, del trabajo, un discurso, por qué no, del patriotismo sano...? ¿Qué futuro puede caberle a alguien que se pasee por el continente diciendo a las claras, y sin faltar a nadie al respeto, que cree a pies juntillas en las virtudes esenciales del sistema occidental y, por tanto, está dispuesto a asumir cuantos sacrificios sean precisos para defenderlo? ¿Obtendría George W. Bush un respaldo mayoritario en Francia, en España, en Holanda...? (paradójicamente, estoy seguro de que Néstor Kirchner podría, con fundamento, aspirara a presidir, cuando menos, alguna comunidad autónoma española).
No nos engañemos. Aunque ese discurso pueda tocar la fibra del americano medio (no presente, por cierto, en los cenáculos progres de ambas Costas), está en las antípodas de su contraparte europea. Los europeos han desarrollado una auténtica alergia a los valores fuertes. Y es lógico, porque han sido criados en un entorno en que dichos valores se batían en retirada –a diferencia de lo que sucedió en Estados Unidos donde, unas veces mejor, otras peor, todo lo soterrados que se quiera, siempre han estado presentes-, para ser sustituidos por una doctrina de la libertad absoluta y sin costes. El europeo no está, por tanto, dispuesto a asumir que nada de lo que disfruta tenga un coste. Cree en la “justicia social” y no es capaz de entender que, por desgracia, eso puede ser incompatible con trabajar cada vez menos. Cree en el “multiculturalismo” y, por desgracia, no termina de entender que eso puede ser poco compatible con la supervivencia de la propia cultura. Tiene “unas ansias infinitas de paz”, y no es capaz de entender que, por desgracia, algunos problemas no van a poder arreglarse hablando, por la elemental razón de que la otra parte no quiere. No entiende, porque hace mucho que todo el mundo le dice lo contrario, que no pueden perseguirse, a la vez, objetivos difícilmente compatibles.
Todo eso es lo que la Izquierda, sistemáticamente, oculta. La Izquierda afirma que sí, sí es posible alcanzar a la vez objetivos incompatibles. Y lo afirma sin rubor. Esto es una desfachatez intelectual, claro, pero ahí está.
El cómo conseguir articular un discurso que contraponer no es tarea fácil. Al fin y al cabo, su producto es peor, pero luce infinitamente más bonito.
Sí, es cierto, las tablas en cuotas de poder indican poco. Lo cierto es que estoy de acuerdo con Marco en que la Derecha acusa una clara incapacidad para la generación de un discurso político no tanto sólido como, sobre todo, vendible. La Derecha, hoy por hoy, vende gestión, pero no ideas ni valores. Ni que decir tiene que España es, a mi entender, perfecta muestra de lo que sucede. Y, asimismo a mi entender, hay motivos para la preocupación, porque el innegable hecho de que la Izquierda haya conseguido poner en pie un discurso popular ni mucho menos quiere decir que éste sea juicioso.
La cuestión es que la Izquierda europea, ayuna de un marco de ideas auténticamente robusto, ha conseguido, mediante una buena muestra de reflejos, articular una alternativa “blanda” que ha permitido no tener que cerrar el chiringuito, que hubiera sido lo procedente –es decir, se puede vender cierta continuidad-, y conecta muy bien con una ciudadanía modelada por cincuenta años de “estado del bienestar” –es decir, cincuenta años de constitucionalización (colocación fuera del ámbito del debate político ordinario) de principios socialdemócratas y socialcristianos que otras líneas ideológicas han aceptado mansamente-. A estas alturas de la historia, el europeo medio, entre ellos Juan Español, es incapaz, ya, de relacionar su estatus socioeconómico y de libertades con ningún tipo de esfuerzo personal. No es consciente de que las libertades tienen coste, porque las ha asimilado al mismo aire que respira. Son el medio. En este sentido, ese ciudadano no será, por lo común, sensible ante ningún tipo de discurso que apele a su responsabilidad.
La Izquierda ha metabolizado con cierta rapidez algunos cambios imprescindibles. Por ejemplo, ha asumido la actual estructura económica como “techo” al intervencionismo. No pretende ya la estatalización a las claras de amplios sectores de la actividad económica, sino que se conforma con este nuevo esquema en el que los poderes públicos no es que estén ausentes del juego, pero lo están más en calidad de árbitros que de jugadores. En consecuencia, venden que ellos no son ya un obstáculo a la prosperidad. Lo que viene después, decía, es un discurso “blando”, basado en planteamientos fáciles (paz, diálogo, multiculturalismo...), con vistas a mostrarse siempre como la opción “agradable”. En casos como el español, el discurso puede sublimarse hasta perder contacto alguno con la realidad, llegando a basarse en nociones completamente vacías (siempre recuerdo, no puedo evitarlo, lo de las “ansias infinitas de paz”, o el famoso “talante”; ¿alguien cree que dice mucho de la audiencia el que permita a sus políticos hacer un discurso en estos términos?). Pero la cuestión es que el ciudadano siempre encontrará, si se abona al campo de la Izquierda, una sonrisa y, por supuesto, jamás un “no” por respuesta. Suena a mera cuestión publicitaria, y es que lo es, pero esa es la verdad. Se encontrará cómodo, porque en ningún momento se va a apelar a su conciencia y a recordarle que tiene que desempeñar un papel, que no puede ser un simple sujeto pasivo.
Ni que decir tiene que los peligros del discurso están en que no contiene respuestas para ninguno de los problemas que aquejan a todo el mundo en general ni, desde luego, a Europa en particular. Como decíamos el otro día, en nada va a mejorar la situación de Europa, simplemente, manoseando su nombre hasta la náusea y autoproclamándose europeísta de corazón. Pero esto es, precisamente, lo que la Izquierda ofrece: ante un problema real, una píldora tranquilizante, no una solución.
Ante esto, ¿qué puede hacer la Derecha? Queda, sin duda, fuera del campo de lo posible asumir un verdadero discurso liberal porque, como bien decía Marco, ni la opinión pública europea está preparada para ello ni, añado yo, la Derecha europea es liberal, en su mayoría. La Derecha no va a cuestionar un modelo socioeconómico que, con independencia de sus virtudes o defectos fundamentales, tiene la importante desventaja de producir una ciudadanía adocenada, que en nada es conveniente a sus intereses.
Hay quien espera que, con los matices que procedan, el discurso neoconservador cruce el Atlántico. En otras palabras, hay quien espera que también aquí surja algún día un discurso articulado en torno a valores “fuertes”. Marco alberga serias dudas, y creo que no le faltan razones para ello. ¿Es posible creer, seriamente, que puede cuajar en Europa, hoy, un discurso de la responsabilidad, del trabajo, un discurso, por qué no, del patriotismo sano...? ¿Qué futuro puede caberle a alguien que se pasee por el continente diciendo a las claras, y sin faltar a nadie al respeto, que cree a pies juntillas en las virtudes esenciales del sistema occidental y, por tanto, está dispuesto a asumir cuantos sacrificios sean precisos para defenderlo? ¿Obtendría George W. Bush un respaldo mayoritario en Francia, en España, en Holanda...? (paradójicamente, estoy seguro de que Néstor Kirchner podría, con fundamento, aspirara a presidir, cuando menos, alguna comunidad autónoma española).
No nos engañemos. Aunque ese discurso pueda tocar la fibra del americano medio (no presente, por cierto, en los cenáculos progres de ambas Costas), está en las antípodas de su contraparte europea. Los europeos han desarrollado una auténtica alergia a los valores fuertes. Y es lógico, porque han sido criados en un entorno en que dichos valores se batían en retirada –a diferencia de lo que sucedió en Estados Unidos donde, unas veces mejor, otras peor, todo lo soterrados que se quiera, siempre han estado presentes-, para ser sustituidos por una doctrina de la libertad absoluta y sin costes. El europeo no está, por tanto, dispuesto a asumir que nada de lo que disfruta tenga un coste. Cree en la “justicia social” y no es capaz de entender que, por desgracia, eso puede ser incompatible con trabajar cada vez menos. Cree en el “multiculturalismo” y, por desgracia, no termina de entender que eso puede ser poco compatible con la supervivencia de la propia cultura. Tiene “unas ansias infinitas de paz”, y no es capaz de entender que, por desgracia, algunos problemas no van a poder arreglarse hablando, por la elemental razón de que la otra parte no quiere. No entiende, porque hace mucho que todo el mundo le dice lo contrario, que no pueden perseguirse, a la vez, objetivos difícilmente compatibles.
Todo eso es lo que la Izquierda, sistemáticamente, oculta. La Izquierda afirma que sí, sí es posible alcanzar a la vez objetivos incompatibles. Y lo afirma sin rubor. Esto es una desfachatez intelectual, claro, pero ahí está.
El cómo conseguir articular un discurso que contraponer no es tarea fácil. Al fin y al cabo, su producto es peor, pero luce infinitamente más bonito.
2 Comments:
Si bien has tenido un bonito comienzo, con un análisis bastante sopesado, no has tardado, como en otras ocasiones, en entrar en el terreno de lo vehemente. ¿Por qué en Europa no cuaja (y ojalá siga así) ese discurso en torno a valores "fuertes" que, sin duda, estuvo presente durante una buena parte del siglo XX?. En mi opinión existe sobrada experiencia histórica para, al menos, ser sumamente cuidadoso. Con ello no digo que no haya que actuar con firmeza cuando están en juego derechos fundamentales, y considero que en cualquier país europeo esto se cumple en una medida, sin duda, no inferior a la del Tío Sam (que, por cierto, muestra curiosas diferencias de criterio a la hora de aplicar sus valores "fuertes" fuera de su territorio, sin duda llevado por ese sano patriotismo que señalas).
Personalmente no creo que se forje una persona responsable inculcándole valores "fuertes", sino mostrándole la realidad tal y como es, con sus contradicciones y absurdos... Bueno, aquí lo dejo, que me estoy poniendo sentimental y te voy a mojar el blog.
By Anónimo, at 12:22 a. m.
Bueno, Guille, lo de la vehemencia va de suyo. Lo importante es si lo que digo tiene fundamento o no.
Veo que tocas una clave importante del problema: el desprestigio en Europa de ciertos valores por haber sido conducidos, en el pasado, a la exacerbación.
Bien, en primer lugar, los valores fuertes a los que me refiero no son tanto los tradicionales como la ausencia de relativismo. Un conjunto de valores, los que sean, es fuerte cuando "son". No es tanto que existan unos valores "blandos" como, más bien, una ausencia de ellos.
En segundo lugar, por tomar el ejemplo del patriotismo, que la patria haya estado, en ocasiones, secuestrada por facinerosos no implica que no podamos tener, ya nunca más, un compromiso con ella, ¿no?
Por la misma regla de tres, el que ahora disfrutemos de más tiempo de ocio y, además, nazcamos con ciertos derechos socioeconómicos, no creo que signifique que haya que abandonar una ética del trabajo y el esfuerzo.
Gracias por leerme.Un abrazo.
By FMH, at 1:45 p. m.
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