LOS SOCIALISTAS VISTOS POR ELLOS MISMOS
Anoche hubo un par de cosas dignas de ver en televisión, lo cual es algo que, por inusual, merece comentario. Ambas en la segunda cadena de televisión española, que es la única que despierta alguna duda remota, de vez en cuando, sobre cuál es la política más conveniente con el ente: cerrarlo, ipso facto (las dudas se despejan en cuanto se asoma uno al telediario progre este que emiten a las 10).
En primer lugar, un nuevo capítulo de la magnífica serie “La Raya Quebrada”. Esta serie documental explora las relaciones hispanoportuguesas a lo largo de los siglos. Está a cargo de Agustín Remesal. Siendo, como es, Remesal, además de un magnífico profesional, un hombre culto y sensible, raro era que su estancia en Lisboa –como corresponsal- no hiciera nacer en él la inquietud por el “misterio portugués” o, si se prefiere, por el “misterio ibérico”. El maravilloso país vecino es tan geográfica y espiritualmente cercano como lo son entre sí las lenguas. Ante la constatación de ese hecho (ya decía Einstein que la ciencia es hija de la curiosidad, de la capacidad de pasmo), ¿cómo no preguntarse por qué hemos vivido tanto tiempo de espaldas? Pues bien, la respuesta a esa pregunta es tan compleja como las historias familiares, y a responderla o, por lo menos, a aportar algún elemento más para responderse uno mismo, se aplica Remesal. Enhorabuena.
Tras esta excursión por la historia, la 2 emitió el que, creo, es el primer capítulo de no sé cuantos –no muchos, porque tengo entendido que se trata de un documental largo, no de una serie prolongada- de un documento sobre la historia del Partido Socialista Obrero Español que está próximo a cumplir 125 años. El primer capítulo de esta película que bien podría titularse “los socialistas vistos por sí mismos” (no consta que hayan acudido absolutamente a ninguna fuente no afín, con lo que ya se puede entrever el rigor de la cosa) abarca desde la fundación del PSOE y la UGT al final de la Guerra Civil. Rápido repaso, pues y, como era de esperar, plagado de sesgos. Sólo faltaba. El cumpleaños de uno no es el mejor momento para la autocrítica, ¿no?
En primer lugar, la serie peca de una clara sobredimensión del papel de los socialistas en su etapa inicial. Al presentar, juntas, la historia del país (el país es España, por cierto – cosa que los socialistas de antaño parecían tener notablemente claro, vamos, creo que es lo único que han tenido clarísimo todo el tiempo, hasta el advenimiento de ZP I el Providencial) y la del partido-sindicato (en los inicios, binomio indisociable) parece sugerirse una influencia del segundo en el primero muy superior a la que, a mi juicio, se deduce de una contemplación más abierta de los hechos. El socialismo español es importante en nuestra historia, fundamentalmente, en dos momentos: la república y la democracia del 78. Ni antes ni, desde luego, durante la dictadura franquista. Como viene siendo habitual, el socialismo se arroga la representación exclusiva de “la izquierda”, cosa que ni mucho menos es cierta.
Por supuesto, el relato de la desgraciada República del 31 adolece de un sesgo brutal, en virtud del cual no se establece relación causa-efecto alguna entre actitudes del partido socialista –y sus diversas sensibilidades- y acontecimientos que puedan resultar desfavorables. La única nota de reflexión la puso una intervención de Gregorio Peces-Barba, que manifestó que “quizá” el partido no obró todo lo correctamente que debía en 1934, habida cuenta de que el gobierno Radical-Cedista era tan legítimo como, después, lo sería el del Frente Popular.
Pero es que se soslaya en todo momento, como no podía ser de otro modo, que una amplia fracción del socialismo español no era democrática ni, desde luego, concebía la República como un fin, sino como un medio. En un tic que, en algunos aspectos, no les ha abandonado todavía (hay mucha gente en el socialismo que sigue concibiendo el derecho, en general, como un medio y no como un marco), nuestro socialismo sólo se mostró favorable a “su” república, siendo claramente hostil a “la otra”, es decir, a la que naturalmente hubiera podido surgir de la alternancia. Los comentaristas de la serie incurren en una falacia al afirmar que la derecha victoriosa en el 33 era antirrepublicana ab initio –es decir, que habría una legitimación implícita para los sucesos del 34 por ser los resultados del 33 “antisistema”-. Eso, sencillamente, no es cierto.
Los errores de Largo Caballero, por ejemplo, no se califican de tales. Algún historiador de plantilla se atreve a sugerir que, quizá, las cosas hubieran podido ser de otro modo. Pero todo queda en una piadosa elipsis.
Hay que decir, en descargo de los autores, que sí se reconoce que, en la zona republicana, hubo crímenes atroces. Es cierto que ese reconocimiento sirve de pórtico a la glosa de los igualmente horribles crímenes en zona nacional (además, toda vez que el liderazgo en los acontecimientos correspondía ya a otros, la responsabilidad potencial queda atenuada) y, por tanto, la cuestión queda presentada de manera “equilibrada”. Pero bien está.
La serie no excluye ningún tipo de tópico. Se moteja, por supuesto, de “fascistas” a los sublevados y, en general, a todo el bando nacional. Aun cuando ese era el latiguillo en la época –contrapuesto al de “rojos” en el otro lado-, y aun cuando su uso proporcione un desahogo ya que, en su sonoridad, el término lleva en sí una condena, no creo que pueda discutirse que es científicamente inexacto. La república (o el régimen que la sustituyó) no hizo frente al “fascismo” sino a un conglomerado amplio de fuerzas, intereses y corrientes ideológicas.
Termina el episodio diciendo que, tras la victoria franquista, se instala en el país una “mediocridad escolástica” (sic), marchando nuestros mejores talentos al exilio. Con independencia de que, sin duda, fuese cierto que mucho talento se exilió, creo que esta afirmación es profundamente injusta. En primer lugar, la serie no cita –en esto tampoco pretende ser exhaustiva, claro- a una parte muy significativa del exilio. Exiliado estuvo Alberti, sí. Pero también lo estuvieron Salvador de Madariaga, Francisco Ayala o Claudio Sánchez Albornoz, que son mucho menos glosados.
No es cierto que el país se sumiera en “la mediocridad”. A no ser que se quiera motejar de mediocres a: Matute, Cela, Ferlosio, Buero, Delibes... por citar solo a algunos de primera hora. Y ese país “mediocre” fue capaz de dar un salto muy importante, gracias a la gente que estaba dentro. Para muestra un botón. Cuando, en los años 20, Einstein visita España, el estado de la matemática superior en nuestro país es tal que no hay más de cinco personas en él en condiciones de comprender la teoría de la relatividad. Nadie dominaba las imprescindibles herramientas. Tal era el desnivel con la Alemania de la que, en aquellos días, Einstein aún procedía.
España aún no ha cerrado del todo esa brecha, es cierto. Pero en algunos campos de la ciencia ya somos punteros y, en general, nuestras facultades están hoy equipadas para la recepción de conocimientos. Preparar ese sustrato básico requirió una labor callada, pero muy importante de toda una generación de académicos y científicos, cuya tarea no consistió en aportar cosas al mundo –algunos sí, claro- sino en preparar el nivel medio de la universidad española para que fuera posible, siquiera, que en España se pudiera comprender lo que se leía.
Las ciencias sociales no existían, por ejemplo, en la España de preguerra, como cuerpos autónomos del saber. Cuando vuelven los “del exilio” se encuentran con un país todavía muy atrasado, sí, pero en el que otros habían desarrollado una ingente labor, a veces desde un compromiso con el régimen pero, también a veces, en contra de él –en circunstancias, por tanto, nada fáciles.
El socialismo español persiste en no reconocer eso... posiblemente porque no participó. Ese es, con toda probabilidad, el gran problema de nuestros socialistas. Que, con muy honrosas excepciones, nunca fueron la vanguardia real de nada. Feliz cumpleaños, ahora que, por fin, se han hecho mayores, y pueden rescribir la historia.
En primer lugar, un nuevo capítulo de la magnífica serie “La Raya Quebrada”. Esta serie documental explora las relaciones hispanoportuguesas a lo largo de los siglos. Está a cargo de Agustín Remesal. Siendo, como es, Remesal, además de un magnífico profesional, un hombre culto y sensible, raro era que su estancia en Lisboa –como corresponsal- no hiciera nacer en él la inquietud por el “misterio portugués” o, si se prefiere, por el “misterio ibérico”. El maravilloso país vecino es tan geográfica y espiritualmente cercano como lo son entre sí las lenguas. Ante la constatación de ese hecho (ya decía Einstein que la ciencia es hija de la curiosidad, de la capacidad de pasmo), ¿cómo no preguntarse por qué hemos vivido tanto tiempo de espaldas? Pues bien, la respuesta a esa pregunta es tan compleja como las historias familiares, y a responderla o, por lo menos, a aportar algún elemento más para responderse uno mismo, se aplica Remesal. Enhorabuena.
Tras esta excursión por la historia, la 2 emitió el que, creo, es el primer capítulo de no sé cuantos –no muchos, porque tengo entendido que se trata de un documental largo, no de una serie prolongada- de un documento sobre la historia del Partido Socialista Obrero Español que está próximo a cumplir 125 años. El primer capítulo de esta película que bien podría titularse “los socialistas vistos por sí mismos” (no consta que hayan acudido absolutamente a ninguna fuente no afín, con lo que ya se puede entrever el rigor de la cosa) abarca desde la fundación del PSOE y la UGT al final de la Guerra Civil. Rápido repaso, pues y, como era de esperar, plagado de sesgos. Sólo faltaba. El cumpleaños de uno no es el mejor momento para la autocrítica, ¿no?
En primer lugar, la serie peca de una clara sobredimensión del papel de los socialistas en su etapa inicial. Al presentar, juntas, la historia del país (el país es España, por cierto – cosa que los socialistas de antaño parecían tener notablemente claro, vamos, creo que es lo único que han tenido clarísimo todo el tiempo, hasta el advenimiento de ZP I el Providencial) y la del partido-sindicato (en los inicios, binomio indisociable) parece sugerirse una influencia del segundo en el primero muy superior a la que, a mi juicio, se deduce de una contemplación más abierta de los hechos. El socialismo español es importante en nuestra historia, fundamentalmente, en dos momentos: la república y la democracia del 78. Ni antes ni, desde luego, durante la dictadura franquista. Como viene siendo habitual, el socialismo se arroga la representación exclusiva de “la izquierda”, cosa que ni mucho menos es cierta.
Por supuesto, el relato de la desgraciada República del 31 adolece de un sesgo brutal, en virtud del cual no se establece relación causa-efecto alguna entre actitudes del partido socialista –y sus diversas sensibilidades- y acontecimientos que puedan resultar desfavorables. La única nota de reflexión la puso una intervención de Gregorio Peces-Barba, que manifestó que “quizá” el partido no obró todo lo correctamente que debía en 1934, habida cuenta de que el gobierno Radical-Cedista era tan legítimo como, después, lo sería el del Frente Popular.
Pero es que se soslaya en todo momento, como no podía ser de otro modo, que una amplia fracción del socialismo español no era democrática ni, desde luego, concebía la República como un fin, sino como un medio. En un tic que, en algunos aspectos, no les ha abandonado todavía (hay mucha gente en el socialismo que sigue concibiendo el derecho, en general, como un medio y no como un marco), nuestro socialismo sólo se mostró favorable a “su” república, siendo claramente hostil a “la otra”, es decir, a la que naturalmente hubiera podido surgir de la alternancia. Los comentaristas de la serie incurren en una falacia al afirmar que la derecha victoriosa en el 33 era antirrepublicana ab initio –es decir, que habría una legitimación implícita para los sucesos del 34 por ser los resultados del 33 “antisistema”-. Eso, sencillamente, no es cierto.
Los errores de Largo Caballero, por ejemplo, no se califican de tales. Algún historiador de plantilla se atreve a sugerir que, quizá, las cosas hubieran podido ser de otro modo. Pero todo queda en una piadosa elipsis.
Hay que decir, en descargo de los autores, que sí se reconoce que, en la zona republicana, hubo crímenes atroces. Es cierto que ese reconocimiento sirve de pórtico a la glosa de los igualmente horribles crímenes en zona nacional (además, toda vez que el liderazgo en los acontecimientos correspondía ya a otros, la responsabilidad potencial queda atenuada) y, por tanto, la cuestión queda presentada de manera “equilibrada”. Pero bien está.
La serie no excluye ningún tipo de tópico. Se moteja, por supuesto, de “fascistas” a los sublevados y, en general, a todo el bando nacional. Aun cuando ese era el latiguillo en la época –contrapuesto al de “rojos” en el otro lado-, y aun cuando su uso proporcione un desahogo ya que, en su sonoridad, el término lleva en sí una condena, no creo que pueda discutirse que es científicamente inexacto. La república (o el régimen que la sustituyó) no hizo frente al “fascismo” sino a un conglomerado amplio de fuerzas, intereses y corrientes ideológicas.
Termina el episodio diciendo que, tras la victoria franquista, se instala en el país una “mediocridad escolástica” (sic), marchando nuestros mejores talentos al exilio. Con independencia de que, sin duda, fuese cierto que mucho talento se exilió, creo que esta afirmación es profundamente injusta. En primer lugar, la serie no cita –en esto tampoco pretende ser exhaustiva, claro- a una parte muy significativa del exilio. Exiliado estuvo Alberti, sí. Pero también lo estuvieron Salvador de Madariaga, Francisco Ayala o Claudio Sánchez Albornoz, que son mucho menos glosados.
No es cierto que el país se sumiera en “la mediocridad”. A no ser que se quiera motejar de mediocres a: Matute, Cela, Ferlosio, Buero, Delibes... por citar solo a algunos de primera hora. Y ese país “mediocre” fue capaz de dar un salto muy importante, gracias a la gente que estaba dentro. Para muestra un botón. Cuando, en los años 20, Einstein visita España, el estado de la matemática superior en nuestro país es tal que no hay más de cinco personas en él en condiciones de comprender la teoría de la relatividad. Nadie dominaba las imprescindibles herramientas. Tal era el desnivel con la Alemania de la que, en aquellos días, Einstein aún procedía.
España aún no ha cerrado del todo esa brecha, es cierto. Pero en algunos campos de la ciencia ya somos punteros y, en general, nuestras facultades están hoy equipadas para la recepción de conocimientos. Preparar ese sustrato básico requirió una labor callada, pero muy importante de toda una generación de académicos y científicos, cuya tarea no consistió en aportar cosas al mundo –algunos sí, claro- sino en preparar el nivel medio de la universidad española para que fuera posible, siquiera, que en España se pudiera comprender lo que se leía.
Las ciencias sociales no existían, por ejemplo, en la España de preguerra, como cuerpos autónomos del saber. Cuando vuelven los “del exilio” se encuentran con un país todavía muy atrasado, sí, pero en el que otros habían desarrollado una ingente labor, a veces desde un compromiso con el régimen pero, también a veces, en contra de él –en circunstancias, por tanto, nada fáciles.
El socialismo español persiste en no reconocer eso... posiblemente porque no participó. Ese es, con toda probabilidad, el gran problema de nuestros socialistas. Que, con muy honrosas excepciones, nunca fueron la vanguardia real de nada. Feliz cumpleaños, ahora que, por fin, se han hecho mayores, y pueden rescribir la historia.
4 Comments:
Qué bueno poder leerte. Yo no veo la 2. Y es una pena. Intenta mantenernos informados a los que estando fuera, no tenemos acceso a la segunda de televisión.
By Luis I. Gómez, at 2:05 p. m.
castielero, en este asunto siguen *casi* escrupulosamente la técnica de El País, en el que "sale todo", eso sí, lo inconveniente dicho en tono de "cosas que pasan" y en la página 50, en un suelto. Luego, cuando alguien dice que dónde salió la noticia, siempre hay un progre que demuestra que "en El País sale todo".
En nuestro caso, si alguien habla de la carencia de autocrítica del PSOE con su pasado siempre tienen las palabras de Peces Barba para "demostrar" que sí la tienen.
Pero ni por esas porque lo que tienen como historia es tan siniestro que son muchos datos relevantes y terribles que están ocultando.
Dodgson.
By Anónimo, at 5:46 p. m.
No vi el capítulo entero, pero sí me sorprendió la intervención de Peces Barba; especialmente después de sus desafortunadas y frecuentes declaraciones. Claro, que estaban rodeadas de todo un conjunto de otras opiniones e interpretaciones sectarias hasta el absurdo.
Destacaría las palabras de Alfonso Guerra, quien declaró que la serie era objetiva y autocrítica, contando cómo cuando Pablo Iglesias llegó a ser diputado, la suya era la única voz que en el Parlamento hablaba por los desheredados de España.
By Anónimo, at 6:30 p. m.
Yo vi un poco del programa. Me pareció, como no podía ser de otro modo, muy tendencioso. Cuando comenta las tropelías realizadas por la izquierda, suelta un frase, creo que de Largo Caballero, donde dice que no deben cometerse ilegalidades. Cuando relata los desmanes del bando derechista, da la impresión de que eran generalizados y desenfrenados. Ya sabemos...la historia de los bueno y los malos de siempre.
By Anónimo, at 11:21 p. m.
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