HOY ES 9 DE MAYO
Nos lo recuerda Luis desde su blog “Desde el exilio”: hoy es 9 de mayo, día de Europa. Día de fiesta para los funcionarios comunitarios y día que pasa prácticamente inadvertido para el común de los ciudadanos, que sufragan el invento. Lo cierto es que el panorama no puede ser más el trasunto de la propia situación de la Unión.
Hace pocos días, ya reflexionaba sobre la situación presente de la Unión Europea, que se encuentra en una verdadera encrucijada. Y es que los equilibrios sobre los que la Unión se sostiene eran demasiado delicados como para que la generación de políticos inanes que nos gobierna fueran capaces de hacerse con ellos. Eso ya tuvo precedentes, salvando las distancias. El delicado equilibrio de poder que surgió de Westfalia se mostró inasequible para el politiquerío de principios del siglo XX –a veces, debería pedirse de los grandes hombres que hicieran la merced de diseñar sistemas capaces de sobrevivirlos, como hicieron los padres fundadores de los Estados Unidos (y como no hicieron, por ejemplo, Bismark o De Gaulle)-. El resultado fue la Primera Guerra Mundial.
La Unión Europea no es una unión de estados, ni una organización supranacional, ni un ámbito de cooperación... sino todo a la vez. Su éxito se ha basado en esa capacidad de funcionar en la indefinición, en ser una realidad creada más que teorizada. La Unión Europea no cabe en ninguno de los moldes al uso, no tiene equivalente en ninguna otra forma política existente. Me atrevería a decir que no lo ha tenido nunca. Es más, seguro, que las mil ligas de estados que en el mundo han sido, es más que una coalición, pero es menos que un estado federal.
Leyendo el otro día un tratado de derecho político, encontré que el autor recordaba cómo las instituciones que forman el entramado constitucional británico, casi sin excepción, habían surgido de la praxis. Lo cual es poco épico, nada romántico, pero muy eficaz. El primer ministro, por ejemplo, surge cuando el rey Hannover no puede presidir sus consejos de gabinete... porque no habla inglés. Así, poco a poco, termina cuajando la figura de relación rey-consejo que es hoy uno de los roles más estudiados en la ciencia política y el derecho constitucional: el premier británico (un arquetipo de primer ministro). Decía yo hace poco que en la UE las cosas han funcionado de forma similar, hasta cierto punto.
Jamás el “programa teórico” de la UE se hizo explícito. Y jamás hizo falta. Precisamente por eso, hasta ahora, no nos hemos pensado a nosotros mismos como europeos, sino que nos hemos limitado a serlo. Europa es una realidad, fáctica, no teórica. Maravillosa mientras no se le quieran aplicar esquemas al uso. No es una nación (cualquiera que sea el sentido que se quiera dar a ese término), ni una nación de naciones, ni mucho menos un estado. Es algo más que todo eso. Es, esencialmente, una comunidad cultural y de valores, hija del sedimento de la historia común.
Demasiado bonito para durar. Demasiado atractivo para que los ingenieros sociales apartaran sus manos. Por fin, han llegado los “constructores de Europa” y “van a hacer avanzar el proyecto”. Ahora, pues, es posible que descarrile.
Algunos ven en Europa la montura sobre la que alzarse para seguir desempeñando un papel destacado en un mundo que -con error manifiesto- consideran unipolar. Levantan, pues, la bandera azul para sustituir a la suya, que está ya algo deshilachada. Pero con las mismas intenciones. Quieren un gigante para ser su voluntad y su cerebro.
Y luego, claro, tenemos a la Izquierda, ayuna de un proyecto sólido desde hace más de quince años. Europa es el nuevo banderín de enganche. Salvemos Europa, ahora que las clases desfavorecidas han demostrado que no quieren ser salvadas, sino más bien participar libremente en el juego. Ahora, siempre, sus carteles electorales “para todos y todas” llevarán adosada la pegatina correspondiente, sus alocuciones públicas siempre serán al amparo de las estrellas comunitarias.
Todos nuestros políticos empiezan a comportarse como nacionalistas europeos, gente empeñada en “hacer país” a escala continental. Y el cuerpo europeo se resiente como, por ejemplo, se resiente el de una Cataluña que, con tanta gente “haciendo país” sobre su suelo, cada vez crece menos y cada vez pesa menos en el concierto general.
No deberíamos permitir que una idea basada en un concepto de honda raigambre liberal, como es la libertad de circulación –el antídoto más potente contra la estupidez que, ya se sabe, conduce inexorablemente a los conflictos- sea secuestrada por la patulea de socialistas de todos los partidos. Llegamos tarde, por desgracia, porque ya las nociones del “modelo europeo” y Europa “como alternativa” han calado y calado mucho.
Si Europa quiere ser algo, deberá ser un espacio libre. Un espacio, hacia adentro, en el que los estados pesen cada vez menos y las personas pesen cada vez más. Un espacio abierto a la soberanía individual, donde cada uno pueda decidir libremente su destino, sin quedar constreñido por fronteras absurdas, que no contienen sino trozos parciales de una realidad que, desde esas mismas fronteras, es imposible explicar. Y un espacio libre hacia fuera. Abierta a los demás, abierta al mundo.
Hoy por hoy, Europa no es ni lo uno, ni lo otro. Los socialistas de todos los partidos, lejos de querer librarnos de nuestro leviatán particular, pretenden construir un leviatán más grande, más fuerte y más poderoso. Y pretenden que Europa se comporte, en el concierto de las naciones, como un jugador de ventaja, desleal con los demás, cercenador de las oportunidades de otros (como muestra ese engendro que es la PAC, que encima hay la desvergüenza de compensar con “ayuda al desarrollo”).
Feliz 9 de mayo. Feliz día de Europa.
Hace pocos días, ya reflexionaba sobre la situación presente de la Unión Europea, que se encuentra en una verdadera encrucijada. Y es que los equilibrios sobre los que la Unión se sostiene eran demasiado delicados como para que la generación de políticos inanes que nos gobierna fueran capaces de hacerse con ellos. Eso ya tuvo precedentes, salvando las distancias. El delicado equilibrio de poder que surgió de Westfalia se mostró inasequible para el politiquerío de principios del siglo XX –a veces, debería pedirse de los grandes hombres que hicieran la merced de diseñar sistemas capaces de sobrevivirlos, como hicieron los padres fundadores de los Estados Unidos (y como no hicieron, por ejemplo, Bismark o De Gaulle)-. El resultado fue la Primera Guerra Mundial.
La Unión Europea no es una unión de estados, ni una organización supranacional, ni un ámbito de cooperación... sino todo a la vez. Su éxito se ha basado en esa capacidad de funcionar en la indefinición, en ser una realidad creada más que teorizada. La Unión Europea no cabe en ninguno de los moldes al uso, no tiene equivalente en ninguna otra forma política existente. Me atrevería a decir que no lo ha tenido nunca. Es más, seguro, que las mil ligas de estados que en el mundo han sido, es más que una coalición, pero es menos que un estado federal.
Leyendo el otro día un tratado de derecho político, encontré que el autor recordaba cómo las instituciones que forman el entramado constitucional británico, casi sin excepción, habían surgido de la praxis. Lo cual es poco épico, nada romántico, pero muy eficaz. El primer ministro, por ejemplo, surge cuando el rey Hannover no puede presidir sus consejos de gabinete... porque no habla inglés. Así, poco a poco, termina cuajando la figura de relación rey-consejo que es hoy uno de los roles más estudiados en la ciencia política y el derecho constitucional: el premier británico (un arquetipo de primer ministro). Decía yo hace poco que en la UE las cosas han funcionado de forma similar, hasta cierto punto.
Jamás el “programa teórico” de la UE se hizo explícito. Y jamás hizo falta. Precisamente por eso, hasta ahora, no nos hemos pensado a nosotros mismos como europeos, sino que nos hemos limitado a serlo. Europa es una realidad, fáctica, no teórica. Maravillosa mientras no se le quieran aplicar esquemas al uso. No es una nación (cualquiera que sea el sentido que se quiera dar a ese término), ni una nación de naciones, ni mucho menos un estado. Es algo más que todo eso. Es, esencialmente, una comunidad cultural y de valores, hija del sedimento de la historia común.
Demasiado bonito para durar. Demasiado atractivo para que los ingenieros sociales apartaran sus manos. Por fin, han llegado los “constructores de Europa” y “van a hacer avanzar el proyecto”. Ahora, pues, es posible que descarrile.
Algunos ven en Europa la montura sobre la que alzarse para seguir desempeñando un papel destacado en un mundo que -con error manifiesto- consideran unipolar. Levantan, pues, la bandera azul para sustituir a la suya, que está ya algo deshilachada. Pero con las mismas intenciones. Quieren un gigante para ser su voluntad y su cerebro.
Y luego, claro, tenemos a la Izquierda, ayuna de un proyecto sólido desde hace más de quince años. Europa es el nuevo banderín de enganche. Salvemos Europa, ahora que las clases desfavorecidas han demostrado que no quieren ser salvadas, sino más bien participar libremente en el juego. Ahora, siempre, sus carteles electorales “para todos y todas” llevarán adosada la pegatina correspondiente, sus alocuciones públicas siempre serán al amparo de las estrellas comunitarias.
Todos nuestros políticos empiezan a comportarse como nacionalistas europeos, gente empeñada en “hacer país” a escala continental. Y el cuerpo europeo se resiente como, por ejemplo, se resiente el de una Cataluña que, con tanta gente “haciendo país” sobre su suelo, cada vez crece menos y cada vez pesa menos en el concierto general.
No deberíamos permitir que una idea basada en un concepto de honda raigambre liberal, como es la libertad de circulación –el antídoto más potente contra la estupidez que, ya se sabe, conduce inexorablemente a los conflictos- sea secuestrada por la patulea de socialistas de todos los partidos. Llegamos tarde, por desgracia, porque ya las nociones del “modelo europeo” y Europa “como alternativa” han calado y calado mucho.
Si Europa quiere ser algo, deberá ser un espacio libre. Un espacio, hacia adentro, en el que los estados pesen cada vez menos y las personas pesen cada vez más. Un espacio abierto a la soberanía individual, donde cada uno pueda decidir libremente su destino, sin quedar constreñido por fronteras absurdas, que no contienen sino trozos parciales de una realidad que, desde esas mismas fronteras, es imposible explicar. Y un espacio libre hacia fuera. Abierta a los demás, abierta al mundo.
Hoy por hoy, Europa no es ni lo uno, ni lo otro. Los socialistas de todos los partidos, lejos de querer librarnos de nuestro leviatán particular, pretenden construir un leviatán más grande, más fuerte y más poderoso. Y pretenden que Europa se comporte, en el concierto de las naciones, como un jugador de ventaja, desleal con los demás, cercenador de las oportunidades de otros (como muestra ese engendro que es la PAC, que encima hay la desvergüenza de compensar con “ayuda al desarrollo”).
Feliz 9 de mayo. Feliz día de Europa.
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