EL OBJETIVO ERA LA LIBERTAD
Míkel Buesa le ha dicho a Rajoy que no está solo. Creo que Rajoy ya lo sabía, pero siempre viene bien que se lo recuerden, sobre todo con la que está cayendo. Cada uno escoge sus compañías en la vida: Rajoy las suyas, y ZP las de ERC, IU y el PNV, entre otros. No hay un ápice de ironía en lo que digo. ZP ha escogido (y me consta que incluso gente que le da la razón en el fondo piensa que no debió nunca escoger, que el precio que ha pagado es ya demasiado alto).
Por si alguien no le conoce, o a alguien no le suena el apellido Buesa, el hermano de Míkel se llamaba Fernando. Y era secretario general de los socialistas alaveses, y había sido vicelehendakari del Gobierno Vasco. Escribo en pasado porque, en el año 2000, después de la “tregua”, ETA asesinó a Fernando. Eso tuvo mucho impacto en toda la gente bien nacida, pero creo que quien lo llevó, y lo lleva, especialmente mal es una tal Rosa Díez. Como una tal María San Gil está en política porque, un buen día, en un bar que se llama la Cepa (unos pintxos cojonudos, oye, lleno de cantidad de buena gente, de gente jatorra – póngase acento de Martín Berasategi) y que está en el Barrio Viejo de una ciudad que unos conocen por San Sebastián y otros por Donosti, asesinaron a un tal Gregorio Ordóñez. El tal Gregorio pudo haber sido alcalde de San Sebastián, pero a algunos de los que comen pintxos a dos carrillos no se le puso en los... y les apeteció recordarles a los donostiarras que ellos no eligen como alcalde a quien les da la gana así, porque sí. ¿Sigo? No, para qué.
Recordar todo esto es de mal gusto, creo. Por lo menos al tal López le joroba. Como recordar que Otegi ha dicho que el PSOE “ha asumido el espíritu de Anoeta”. Y, miren, todos tenemos defectos, pero es muy raro atesorarlos todos a la vez. Otegi no es la excepción, y ya es raro, porque es difícil ser peor tipo. Pero, mira tú por dónde, mentiroso no es.
Pero no se trata de ponernos sentimentales. Míkel Buesa es un hombre bastante sereno, y lo importante es lo que ha dicho. Ha dicho que la libertad trae paz, pero la paz no trae libertad.
Esto es muy cierto. A menudo se recuerda, no sin razón, que no hay lugar más pacífico que un cementerio. Pero, sin llegar a esos extremos, cabe recordar que la sociedad franquista era también muy pacífica. De hecho, Franco celebró con extremo regocijo los “veinticinco años de paz”. A condición, claro, de que uno no se meta en política. Es curioso que el único lugar de España donde se sigue haciendo referencia a lo de "no meterse en política" sea el País Vasco. No hace mucho, en un programa de televisión, sacaron una sociedad gastronómica donostiarra. Allí todo era paz y armonía, y proclamaban con orgullo que unos pensaban de un modo y otros de otro. Lo que pasa es que no hablaban de ello. Se concluye que Euskadi es un sitio estupendo para vivir, siempre que no la líes, claro. Sólo tienes que aceptar, de entrada “que unos piensan de un modo, y otros de otro”, es decir, que todos tienen “su parte de razón” y, claro, luego tienes que no provocar al que, además de “su parte de razón” tiene pistola.
Esto que acabo de describir es peor, mucho peor que las balas. Y esto es lo que, día tras día, el Foro de Ermua y voces como la de Maite Pagazaurtundúa, Savater, Rosa Díez, María San Gil... quieren que no se olvide. Que en Euskadi no hay libertad.
Gracias, entre otras cosas, a los de las “ansias infinitas de paz”, nos hemos terminado por acorchar, de forma que acabamos tomando el mínimo minimorum exigible –no matar- como una conquista. Y nos importa un pepino la tensión, nos importa un pepino que la gente “no pueda meterse en política”. En las últimas elecciones vascas, por ejemplo, María San Gil fue importunada cuando iba a depositar su voto por los interventores batasunos. En cualquier democracia normal, eso anula las elecciones, cuando menos en esa mesa. Pero esta no es una democracia normal, sino una democracia claudicante.
Lo que se temen algunos, con fundamento, es que, si el de las “ansias infinitas de paz” no quiere ni siquiera luchar contra la manifestación más tremenda de esa presión, que es el riesgo físico –prefiere transigir- ¿cómo pretender que mueva un dedo para detener esa presión sorda, constante, asfixiante, que padecen en el País Vasco los no nacionalistas? ¿Es decente que el estado donde vives dé por bueno que no te maten, como único derecho?
Los mejor intencionados quizá piensen que, si no hay miedo a la muerte, la libertad florecerá, y todo el mundo dirá lo que le dé la gana. Quienes así piensan desconocen todos los medios que puede emplear el totalitarismo. Hay más cosas. Hay acosos, hay exilios, exteriores e interiores. Hay paces como las de la sociedad franquista, no se olvide.
Antes de las elecciones del 17 de abril, alguien fue a hacer un reportaje sobre cómo se vive, ahora, en Andoain. Andoain tiene un alcalde socialista, porque una ley que pactó su partido con el PP impidió que Batasuna se presentara a las elecciones. Pues bien, se constata que ese pueblo, que se ha hecho famoso por la cantidad de sangre que se ha derramado en él, es hoy un sitio mucho más vivible. El ayuntamiento se comporta como una administración normal, que limpia aceras, pone farolas y planta árboles, no como un núcleo de resistencia y una plataforma de desobediencia civil.
¿Por qué tiene Batasuna ese interés en volver a los ayuntamientos? Pues por la elemental razón de que desde allí, desde donde todos se conocen, es desde donde mejor “se trabaja”.
Si algún día el País Vasco deja de ser noticia porque ya no hay terrorismo “de alta intensidad” –una vez que ZP haya obtenido el título de presidente vitalicio por su triunfo-, el nacionalismo tendrá carta blanca para hacer lo que quiera. Ése será el precio, precisamente. Se dará “el conflicto” por solucionado y todo esto de lo que estoy hablando se olvidará... hasta la próxima, claro. Quizá algún imbécil piense que estoy afirmando que “contra ETA vivíamos mejor” o cosa por el estilo. No. Lo único que quiero decir es que, por fin, parecía estar claro que luchar contra ETA era combatir todo ese mundo.
El objetivo no era, no podía ser, sólo derrotar a ETA. El objetivo era llevar la libertad a Euskadi y, por extensión, a España (el pacto era “por las libertades y contra el terrorismo”, y creo que el orden es muy expresivo). Lo uno, por supuesto, es una condición necesaria para lo otro. Necesaria pero no suficiente. A partir de ahora, el objetivo mediato, simplemente, ha desaparecido de la estrategia, y el inmediato se reduce a alcanzar “un final”, se supone que en términos no demasiado humillantes para la banda.
La indignación de las víctimas es ahora comprensible. Y no es por revanchismo, ni por ira –de sobra han demostrado una templanza fuera de lo común- sino por lo vano del sacrificio. El camino a la libertad no es la paz, a secas, sino la justicia. Y una “paz” en términos zapateriles –algo así como un ofrecer tablas cuando se juega con blancas y con mate a la vista en pocas jugadas: incomprensible- será una paz injusta. Es imposible construir nada sobre eso.
Por si alguien no le conoce, o a alguien no le suena el apellido Buesa, el hermano de Míkel se llamaba Fernando. Y era secretario general de los socialistas alaveses, y había sido vicelehendakari del Gobierno Vasco. Escribo en pasado porque, en el año 2000, después de la “tregua”, ETA asesinó a Fernando. Eso tuvo mucho impacto en toda la gente bien nacida, pero creo que quien lo llevó, y lo lleva, especialmente mal es una tal Rosa Díez. Como una tal María San Gil está en política porque, un buen día, en un bar que se llama la Cepa (unos pintxos cojonudos, oye, lleno de cantidad de buena gente, de gente jatorra – póngase acento de Martín Berasategi) y que está en el Barrio Viejo de una ciudad que unos conocen por San Sebastián y otros por Donosti, asesinaron a un tal Gregorio Ordóñez. El tal Gregorio pudo haber sido alcalde de San Sebastián, pero a algunos de los que comen pintxos a dos carrillos no se le puso en los... y les apeteció recordarles a los donostiarras que ellos no eligen como alcalde a quien les da la gana así, porque sí. ¿Sigo? No, para qué.
Recordar todo esto es de mal gusto, creo. Por lo menos al tal López le joroba. Como recordar que Otegi ha dicho que el PSOE “ha asumido el espíritu de Anoeta”. Y, miren, todos tenemos defectos, pero es muy raro atesorarlos todos a la vez. Otegi no es la excepción, y ya es raro, porque es difícil ser peor tipo. Pero, mira tú por dónde, mentiroso no es.
Pero no se trata de ponernos sentimentales. Míkel Buesa es un hombre bastante sereno, y lo importante es lo que ha dicho. Ha dicho que la libertad trae paz, pero la paz no trae libertad.
Esto es muy cierto. A menudo se recuerda, no sin razón, que no hay lugar más pacífico que un cementerio. Pero, sin llegar a esos extremos, cabe recordar que la sociedad franquista era también muy pacífica. De hecho, Franco celebró con extremo regocijo los “veinticinco años de paz”. A condición, claro, de que uno no se meta en política. Es curioso que el único lugar de España donde se sigue haciendo referencia a lo de "no meterse en política" sea el País Vasco. No hace mucho, en un programa de televisión, sacaron una sociedad gastronómica donostiarra. Allí todo era paz y armonía, y proclamaban con orgullo que unos pensaban de un modo y otros de otro. Lo que pasa es que no hablaban de ello. Se concluye que Euskadi es un sitio estupendo para vivir, siempre que no la líes, claro. Sólo tienes que aceptar, de entrada “que unos piensan de un modo, y otros de otro”, es decir, que todos tienen “su parte de razón” y, claro, luego tienes que no provocar al que, además de “su parte de razón” tiene pistola.
Esto que acabo de describir es peor, mucho peor que las balas. Y esto es lo que, día tras día, el Foro de Ermua y voces como la de Maite Pagazaurtundúa, Savater, Rosa Díez, María San Gil... quieren que no se olvide. Que en Euskadi no hay libertad.
Gracias, entre otras cosas, a los de las “ansias infinitas de paz”, nos hemos terminado por acorchar, de forma que acabamos tomando el mínimo minimorum exigible –no matar- como una conquista. Y nos importa un pepino la tensión, nos importa un pepino que la gente “no pueda meterse en política”. En las últimas elecciones vascas, por ejemplo, María San Gil fue importunada cuando iba a depositar su voto por los interventores batasunos. En cualquier democracia normal, eso anula las elecciones, cuando menos en esa mesa. Pero esta no es una democracia normal, sino una democracia claudicante.
Lo que se temen algunos, con fundamento, es que, si el de las “ansias infinitas de paz” no quiere ni siquiera luchar contra la manifestación más tremenda de esa presión, que es el riesgo físico –prefiere transigir- ¿cómo pretender que mueva un dedo para detener esa presión sorda, constante, asfixiante, que padecen en el País Vasco los no nacionalistas? ¿Es decente que el estado donde vives dé por bueno que no te maten, como único derecho?
Los mejor intencionados quizá piensen que, si no hay miedo a la muerte, la libertad florecerá, y todo el mundo dirá lo que le dé la gana. Quienes así piensan desconocen todos los medios que puede emplear el totalitarismo. Hay más cosas. Hay acosos, hay exilios, exteriores e interiores. Hay paces como las de la sociedad franquista, no se olvide.
Antes de las elecciones del 17 de abril, alguien fue a hacer un reportaje sobre cómo se vive, ahora, en Andoain. Andoain tiene un alcalde socialista, porque una ley que pactó su partido con el PP impidió que Batasuna se presentara a las elecciones. Pues bien, se constata que ese pueblo, que se ha hecho famoso por la cantidad de sangre que se ha derramado en él, es hoy un sitio mucho más vivible. El ayuntamiento se comporta como una administración normal, que limpia aceras, pone farolas y planta árboles, no como un núcleo de resistencia y una plataforma de desobediencia civil.
¿Por qué tiene Batasuna ese interés en volver a los ayuntamientos? Pues por la elemental razón de que desde allí, desde donde todos se conocen, es desde donde mejor “se trabaja”.
Si algún día el País Vasco deja de ser noticia porque ya no hay terrorismo “de alta intensidad” –una vez que ZP haya obtenido el título de presidente vitalicio por su triunfo-, el nacionalismo tendrá carta blanca para hacer lo que quiera. Ése será el precio, precisamente. Se dará “el conflicto” por solucionado y todo esto de lo que estoy hablando se olvidará... hasta la próxima, claro. Quizá algún imbécil piense que estoy afirmando que “contra ETA vivíamos mejor” o cosa por el estilo. No. Lo único que quiero decir es que, por fin, parecía estar claro que luchar contra ETA era combatir todo ese mundo.
El objetivo no era, no podía ser, sólo derrotar a ETA. El objetivo era llevar la libertad a Euskadi y, por extensión, a España (el pacto era “por las libertades y contra el terrorismo”, y creo que el orden es muy expresivo). Lo uno, por supuesto, es una condición necesaria para lo otro. Necesaria pero no suficiente. A partir de ahora, el objetivo mediato, simplemente, ha desaparecido de la estrategia, y el inmediato se reduce a alcanzar “un final”, se supone que en términos no demasiado humillantes para la banda.
La indignación de las víctimas es ahora comprensible. Y no es por revanchismo, ni por ira –de sobra han demostrado una templanza fuera de lo común- sino por lo vano del sacrificio. El camino a la libertad no es la paz, a secas, sino la justicia. Y una “paz” en términos zapateriles –algo así como un ofrecer tablas cuando se juega con blancas y con mate a la vista en pocas jugadas: incomprensible- será una paz injusta. Es imposible construir nada sobre eso.
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