MARÍN Y LA TORRE DE BABEL
Manuel Marín acaba de probar en sus propias carnes, en primer lugar, lo que puede dar de sí el “diálogo” y el “talante” con los nacionalistas y, en segundo lugar, lo que puede llegar a ser la connivencia de cierta gente.
El Presidente del Congreso ha encarnado en su persona a todos los dialogantes a los que el nacionalismo lleva treinta años tomándose a chacota. Se han burlado de él. Lo siento. Otros, como Ernest Lluch, en paz descanse, sufrieron peor suerte, en síntesis predicando lo mismo (en términos más serios): el apaciguamiento.
El Presidente del Congreso nunca debió ceder un centímetro, porque su posición en el tema de las lenguas es de sentido común. Bastante tenemos con el bochornoso espectáculo del Senado, en la que los debates se terminarán llevando con intérpretes –por cierto, sigo sin oír de nadie que la reforma más razonable para esa cámara es suprimirla-. Estamos en lo de siempre: los sacrosantos derechos de sus señorías a decir en su lengua vernácula cómo se ciscan en este país, en sus instituciones y, llegado el caso, en el mismísimo Presidente del Congreso y de las Cortes Generales, pasan por encima del derecho del españolito que paga impuestos –catalanes, gallegos y vascos incluidos- a ser mínimamente respetado, a no ser ofendido por la desvergüenza de quienes le roban el producto de su trabajo.
Porque de esto estamos hablando. España tiene muchas lenguas, a Dios gracias, pero una de ellas es común, más a Dios gracias todavía –para sí quisieran eso muchos estados plurilingües- que, a fortiori y además de ser la oficial, es o debe ser , por mandato constitucional, conocida de todos los ciudadanos –hay, además, derecho a usarla en todos los ámbitos, incluido, por ejemplo, el Parlamento de Cataluña- por tanto, los costes de traducción, interpretación y similares en las instituciones del estado son, además de un esperpento y una ofensa a la inteligencia, un indecente mal uso de los recursos públicos. Eso, en las democracias avanzadas, es un pecado capital. Aquí ni se menciona.
Lo pasmoso en este tema es que, una vez más, los diputados de ERC –que, por si a alguien le cupieran dudas, se comportan como meros agitadores- son respaldados por el Partido Socialista que, en materia lingüística, está instalado en el despropósito más absoluto. Y es que este tema es de los susceptibles de cesión hasta el infinito, porque es de los que "no duelen". A la mayoría de los españoles, parece ser, la cuestión de principios en torno a la lengua les importa una higa. El idioma, a este respecto, es como la bandera, el himno o cosas así... asuntos de la derecha troglodita. La protección de las lenguas minoritarias es una causa progre donde las haya -cuantos menos hablantes tenga una lengua y más dificulte la comunicación, mejor, porque cuando sólo se entienden entre diez, la globalización es francamente complicada-. Y el contribuyente... ¿quién se acuerda, aquí, del contribuyente? Suena hasta mezquino hablar de ello, ¿verdad?
Todo esto, por supuesto, es una nadería comparado con lo de Rubio Llorente. Cada vez que abre la boca el profesor, crece el pasmo. Pero esto merece un análisis más sereno. Aunque cuesta mantener la serenidad, para qué nos vamos a engañar.
El Presidente del Congreso ha encarnado en su persona a todos los dialogantes a los que el nacionalismo lleva treinta años tomándose a chacota. Se han burlado de él. Lo siento. Otros, como Ernest Lluch, en paz descanse, sufrieron peor suerte, en síntesis predicando lo mismo (en términos más serios): el apaciguamiento.
El Presidente del Congreso nunca debió ceder un centímetro, porque su posición en el tema de las lenguas es de sentido común. Bastante tenemos con el bochornoso espectáculo del Senado, en la que los debates se terminarán llevando con intérpretes –por cierto, sigo sin oír de nadie que la reforma más razonable para esa cámara es suprimirla-. Estamos en lo de siempre: los sacrosantos derechos de sus señorías a decir en su lengua vernácula cómo se ciscan en este país, en sus instituciones y, llegado el caso, en el mismísimo Presidente del Congreso y de las Cortes Generales, pasan por encima del derecho del españolito que paga impuestos –catalanes, gallegos y vascos incluidos- a ser mínimamente respetado, a no ser ofendido por la desvergüenza de quienes le roban el producto de su trabajo.
Porque de esto estamos hablando. España tiene muchas lenguas, a Dios gracias, pero una de ellas es común, más a Dios gracias todavía –para sí quisieran eso muchos estados plurilingües- que, a fortiori y además de ser la oficial, es o debe ser , por mandato constitucional, conocida de todos los ciudadanos –hay, además, derecho a usarla en todos los ámbitos, incluido, por ejemplo, el Parlamento de Cataluña- por tanto, los costes de traducción, interpretación y similares en las instituciones del estado son, además de un esperpento y una ofensa a la inteligencia, un indecente mal uso de los recursos públicos. Eso, en las democracias avanzadas, es un pecado capital. Aquí ni se menciona.
Lo pasmoso en este tema es que, una vez más, los diputados de ERC –que, por si a alguien le cupieran dudas, se comportan como meros agitadores- son respaldados por el Partido Socialista que, en materia lingüística, está instalado en el despropósito más absoluto. Y es que este tema es de los susceptibles de cesión hasta el infinito, porque es de los que "no duelen". A la mayoría de los españoles, parece ser, la cuestión de principios en torno a la lengua les importa una higa. El idioma, a este respecto, es como la bandera, el himno o cosas así... asuntos de la derecha troglodita. La protección de las lenguas minoritarias es una causa progre donde las haya -cuantos menos hablantes tenga una lengua y más dificulte la comunicación, mejor, porque cuando sólo se entienden entre diez, la globalización es francamente complicada-. Y el contribuyente... ¿quién se acuerda, aquí, del contribuyente? Suena hasta mezquino hablar de ello, ¿verdad?
Todo esto, por supuesto, es una nadería comparado con lo de Rubio Llorente. Cada vez que abre la boca el profesor, crece el pasmo. Pero esto merece un análisis más sereno. Aunque cuesta mantener la serenidad, para qué nos vamos a engañar.
4 Comments:
Mis sinceras felicitaciones. El blog de hoy me ha encantado.
By Anónimo, at 10:05 a. m.
Muchas gracias
By FMH, at 10:09 a. m.
No quiero extenderme en lo pernicioso del uso de las lenguas en el Congreso. Simplemente indicar que uno de los reproches al Parlamento Europeo es la diversidad de lenguas que lleva a un debate poco fluido - por las traducciones -, y de no prela comprensión - las traducciones no permiten captar los matices y entonaciones de cada momento del orador -.
Respecto de lo de Rubio Llorente. Un ejemplo a la estupidez dicha: Euzkadi nace como concepto político. La patria vasca constituída por las tres provincias y aspiración a cuatro más (Navarra y Francia). Una vez dicho concepto político queda reducido a las tres provicincias, los abertzales (tanto batasuna como PNV y EA), utilizan políticamente un concepto cutural; Euskal Herria, que significa las siete provicnias con incfluencia de cultura vascona, concepto aceptado desde tiempo inmemorial incluso por españolistas sin tacha, como es mi caso. Actualmente los políticos vascos abertzales se refieren más a Euskal Herria que a Euskadi. En definitiva, cualquier vía, incluso la manipulación de la cultura, es buena para lograr los fines políticos, por bastardos que estos sean.
¿Alguien conoce a Rubio Llorente para explicarle este hecho, que no opinión y de paso decirle que su intento de rectificación hoy en Onda Cero ha sido, si cabe, más lamentable aún.
Felipe.
By Anónimo, at 11:19 a. m.
En efecto, Felipe. La carencia de una lengua verdaderamente común es una de las razones que convierten el Parlamento Europeo en un ente tan extraño. Una lengua común es una cosa muy útil y los españoles la tenemos. Mira tú por dónde, tenemos esa suerte (quien quiera que conozca mínimamente la historia del país sabrá que es inmerecida, porque, pese a todos los bulos que corren, lo que el estado en España ha hecho por el español es más bien poco). Pero nos estamos empeñando en escribir una página de oro en la historia de la estupidez humana, qué le vamos hacer.
Respecto a lo de Rubio Llorente, no tengo el honor de conocerle personalmente, pero conocernos, en este país, nos conocemos todos. Como dice hoy el ABC o no sé quién, se está convirtiendo en otro Herrero de Miñón: el máximo talento jurídico al servicio de las causas más bastardas. Por desgracia, hay más ejemplos de constitucionalistas egregios empeñados en crujirse una constitución en la que, quizá, se cometió el imperdonable error de no consultarles (pero es que en aquellos años eran marxistas-leninistas y, claro, su consejo malamente hubiera ayudado al consenso).
De todos modos, ya te digo que sobre este asunto volveré, porque es de extraordinaria gravedad.
Agur (que se ha dicho siempre en tu Navarra, sin que fuera nunca un insulto)
By FMH, at 11:38 a. m.
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