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viernes, marzo 04, 2005

AGUIRRE Y EL CARMELO

Esperanza Aguirre manifestó hace unos días que, si lo del Carmelo hubiera ocurrido en Madrid –imaginemos, un suponer, que se hunde el barrio del Batán por obras del Metro- “tendría 100 ó 200 personas del PSOE, en la puerta de mi casa, llamándome especuladora, sinvergüenza, asesina y golfa”. Absolutamente cierto, señora presidenta. Así sería, probablemente hasta un punto que su esposo y sus hijos se postrarían ante usted de hinojos rogándole que dimitiera.

El gran Mingote publicó hace bien poco una de estas viñetas geniales, de las que debe haber publicado unos cuantos miles en los últimos cincuenta años, muy al pelo de lo que manifiesta Aguirre. Un señor se levanta maltrecho de entre los escombros que quedan de lo que hasta entonces había sido su casa y, con visible indignación, comenta: “cuando gobierne la derecha, me van a oír”. En el pecado llevan la penitencia: cuando uno vota sociata, ya sabe que no va a tener más cáscaras que ir moderando sus manifestaciones de ira, por muy justificadas que estén. Más que nada, porque casi nadie le va a hacer caso.

Una de las múltiples razones por las que lo del Carmelo nada tiene que ver con lo del Prestige, pese a Maragall o a quien sea, es que faltan ingredientes fundamentales de esa crisis: falta ZP profiriendo insultos acompañado por los Bardem, faltan los editoriales incendiarios de las columnas mediáticas del progrepolanquismo, falta Iñaki Gabilondo, falta Gemma Nierga. Falta, en fin, una plataforma “mai mes” y falta que en la próxima gala de los Goya, cada uno de los premiados suba al estrado y lance una invectiva al Gobierno. Todo eso falta.

Y lo normal es que falte, no nos engañemos. Lo normal en democracia es esto (sin llegar al punto, claro está, de la autocensura de la prensa barcelonesa, pero lo de la calidad de las libertades en Cataluña es otro asunto). No que nadie se eche a las calles o acose a los diputados del partido de enfrente. Esto es comportamiento democrático normal. Y ese es el problema de la derecha en España desde hace muchos años: que su carácter democrático se pone sistemáticamente en duda por una izquierda de cuyo compromiso con la democracia no cabe dudar (carece de él por completo).

Los partidos de izquierda lanzarían, sin duda, turbas contra las sedes del PP. Y, después, lo reconocerían con orgullo, desde la altanería que da la impunidad: “yo envié mensajes de acoso a Aguirre” o cosa por el estilo. Por supuesto, nadie vería a los jerifaltes tirar piedras, pero no condenarían esa actitud, como no fueron capaces de condenar las violentas manifestaciones del 13M (acordémonos de ZP, en sede parlamentaria). ¿Por qué lo iba a condenar, si le parece bien? La SER nos ofrecería, asimismo sin duda, otra buena ración de basura y agit-prop.

Insisto, la impunidad es así. Lo harían porque lo han hecho siempre y jamás ha tenido consecuencias. Todos los delitos electorales cometidos en aquella jornada de reflexión, todos, han quedado sin ningún tipo de sanción. ¿Es de extrañar, por tanto, que haya quien crea tener patente de corso?