EL ESPERPENTO CATALÁN
El debate sobre el desastre –la monstruosa negligencia- del Carmel en el Parlamento de Cataluña y la posterior coda en forma de declaraciones cruzadas de los principales líderes políticos de aquella comunidad autónoma muestra, a las claras, que el esperpento se ha instalado en nuestra vida política y parece que nos estamos acostumbrando a él con pasmosa normalidad.
Lo que ocurrió el otro día es, ni más ni menos, que el Presidente del Gobierno de Cataluña –no un vecino del Carmel cabreado, o cualquier hijo de vecino en un bar- imputó al Gobierno anterior la comisión de una serie continuada de delitos. Ítem más, insinuó, haciéndose eco de un rumor conocido dentro y fuera de Cataluña, que el delito estaba (¿está?) instalado, como moneda corriente, en la gestión de los contratos públicos de la Generalitat. Ahí es nada. Instantes después, por si fuera poco, rectificó, en aras del mantenimiento del clima necesario para el normal desarrollo de los debates sobre la reforma del estatuto de autonomía. Y, encima, el señor Presidente –el Muy Honorable Pasqual Maragall- se indigna porque el portavoz del Partido Popular pide su dimisión. Obsérvese: o bien el Sr. Maragall hizo una imputación carente de pruebas, lo que es muy grave, o bien tiene indicios o pruebas que permiten sostener la veracidad de la afirmación y está dispuesto a envainársela so pretexto de mantener la “pax estatutaria”, lo que es gravísimo. ¿Puede, el Sr. Piqué, hacer otra cosa que pedir su renuncia? ¿Acaso no sería anormal, precisamente, que no la pidiera? Casi cabe decir que la exigencia de responsabilidades por parte de Piqué es lo único normal en este caso. Pero, nada, el asunto pasará, casi sin duda, aunque el fiscal Mena parece haber tomado nota.
Queda clara, una vez más, la horrenda cutrería que rodea, en este país, a la política regional y local. Es normal. Deberían tomar nota todos los partidarios de las autodeterminaciones y demás zarandajas. ¿De veras quieren convertir en estados con todos los sacramentos a esas estructuras oligárquicas y nada transparentes que hoy son las comunidades autónomas? Recordemos que el debate que tratamos no tuvo lugar en Andalucía, por ejemplo, sino en la supereuropea, superelegante y superestupenda Cataluña. Esa que mira a todos los demás por encima del hombro. Sin duda, las farolas serán de diseño, pero los políticos no pueden ser más vulgares, más provincianos y más casposos.
Y, encima, lo del estatuto. No sólo tienen los catalanes a la clase política empeñada en “hacer país” y, por tanto, prestando poca atención a los problemas del día a día, sino que, además, corren un serio riesgo de que el superior interés de la patria, la tarea constituyente asumida por los legisladores, se convierta en la capa que todo lo tapa. Recurso de autócratas y oligarcas baratos, por otra parte, muy al uso en nuestras comunidades autónomas regidas por nacionalistas de todos los partidos: el que investigue cómo hacemos las concesiones, pone en riesgo todo el proyecto colectivo. Es antipatriota.
Cataluña es un gran país, sin duda. Lo es porque es una tierra con historia y con una soberbia cultura, pero lo es, sobre todo, porque aún hay ahí una sociedad abierta que sí, fue modelo y punta de lanza para el resto de España. Una sociedad abierta que pugna por sobrevivir y mantener el cosmopolitismo acosada por una legión de paletos, a la que sólo le faltaba la media docena de iluminados que, de un tiempo a esta parte, pululan por el Principado. Cataluña deberá escoger en el futuro qué modelo prefiere. Si quedarse en Europa o remontar el Ebro arriba, hacia el País Vasco. Allí también hay muchas preguntas que hacerse sobre cómo se gestiona el dinero público... pero el interés de la patria no deja tiempo.
Lo que ocurrió el otro día es, ni más ni menos, que el Presidente del Gobierno de Cataluña –no un vecino del Carmel cabreado, o cualquier hijo de vecino en un bar- imputó al Gobierno anterior la comisión de una serie continuada de delitos. Ítem más, insinuó, haciéndose eco de un rumor conocido dentro y fuera de Cataluña, que el delito estaba (¿está?) instalado, como moneda corriente, en la gestión de los contratos públicos de la Generalitat. Ahí es nada. Instantes después, por si fuera poco, rectificó, en aras del mantenimiento del clima necesario para el normal desarrollo de los debates sobre la reforma del estatuto de autonomía. Y, encima, el señor Presidente –el Muy Honorable Pasqual Maragall- se indigna porque el portavoz del Partido Popular pide su dimisión. Obsérvese: o bien el Sr. Maragall hizo una imputación carente de pruebas, lo que es muy grave, o bien tiene indicios o pruebas que permiten sostener la veracidad de la afirmación y está dispuesto a envainársela so pretexto de mantener la “pax estatutaria”, lo que es gravísimo. ¿Puede, el Sr. Piqué, hacer otra cosa que pedir su renuncia? ¿Acaso no sería anormal, precisamente, que no la pidiera? Casi cabe decir que la exigencia de responsabilidades por parte de Piqué es lo único normal en este caso. Pero, nada, el asunto pasará, casi sin duda, aunque el fiscal Mena parece haber tomado nota.
Queda clara, una vez más, la horrenda cutrería que rodea, en este país, a la política regional y local. Es normal. Deberían tomar nota todos los partidarios de las autodeterminaciones y demás zarandajas. ¿De veras quieren convertir en estados con todos los sacramentos a esas estructuras oligárquicas y nada transparentes que hoy son las comunidades autónomas? Recordemos que el debate que tratamos no tuvo lugar en Andalucía, por ejemplo, sino en la supereuropea, superelegante y superestupenda Cataluña. Esa que mira a todos los demás por encima del hombro. Sin duda, las farolas serán de diseño, pero los políticos no pueden ser más vulgares, más provincianos y más casposos.
Y, encima, lo del estatuto. No sólo tienen los catalanes a la clase política empeñada en “hacer país” y, por tanto, prestando poca atención a los problemas del día a día, sino que, además, corren un serio riesgo de que el superior interés de la patria, la tarea constituyente asumida por los legisladores, se convierta en la capa que todo lo tapa. Recurso de autócratas y oligarcas baratos, por otra parte, muy al uso en nuestras comunidades autónomas regidas por nacionalistas de todos los partidos: el que investigue cómo hacemos las concesiones, pone en riesgo todo el proyecto colectivo. Es antipatriota.
Cataluña es un gran país, sin duda. Lo es porque es una tierra con historia y con una soberbia cultura, pero lo es, sobre todo, porque aún hay ahí una sociedad abierta que sí, fue modelo y punta de lanza para el resto de España. Una sociedad abierta que pugna por sobrevivir y mantener el cosmopolitismo acosada por una legión de paletos, a la que sólo le faltaba la media docena de iluminados que, de un tiempo a esta parte, pululan por el Principado. Cataluña deberá escoger en el futuro qué modelo prefiere. Si quedarse en Europa o remontar el Ebro arriba, hacia el País Vasco. Allí también hay muchas preguntas que hacerse sobre cómo se gestiona el dinero público... pero el interés de la patria no deja tiempo.
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