20F EN PORTUGAL
Aunque los medios de comunicación españoles estén absolutamente volcados con la tonteriíta de ZP, con su penúltima gracieta, hoy pasan cosas importantes en el mundo. Una de ellas son las elecciones en Portugal.
Tengo por costumbre seguir la política portuguesa en la medida que puedo –es más sencillo seguir la liga inglesa, dada la escasísima e imperdonable atención que los acontecimientos lusos merecen en España- porque, además de ser interesante en sí mismo, creo que todo lo que suceda en Portugal es de interés para España y los españoles. Al fin y al cabo, estamos hablando de uno de nuestros principales clientes y, desde luego, de un destino primordial de la inversión española directa. Y hay muchas otras razones para tomarse interés en las cosas de Portugal, aunque no sea cosa de desgranarlas ahora.
Lo que sucede hoy, es decir, el que nueve millones de portugueses estén llamados a las urnas para renovar la Asamblea Nacional y, consiguientemente, el gobierno, es la culminación de una cadena de acontecimientos extraños, difíciles de entender para el observador foráneo.
El primero de esos acontecimientos fue la crisis provocada por la dimisión de Durao Barroso. He de reconocer que el político luso cayó muchos enteros en mi consideración al dejar su país empantanado para ir a presidir la Comisión –por otra parte, no deja de ser curioso que los próceres europeos decidieran ofrecerle el puesto a un primer ministro en activo (creo que Jean-Claude Juncker, también candidato, estaba al tiempo al frente del ejecutivo luxemburgués, así que fue algo, definitivamente, raro)-. Ahora bien, tomada esa decisión, ¿no era aquél el momento para ir a las urnas?
Pues parece que no. El Presidente Sampaio decidió aguantar y, súbitamente, disuelve unos meses después. El comportamiento del presidente de la República es lo más complicado de todo. Una posible explicación parte de la evidencia de que Sampaio es socialista. La historia demuestra que los socialistas tienden a comportarse de modo más o menos similar en todas partes –aunque los españoles nos hemos llevado lo peor, sin duda-. A la vista de las encuestas, que dan mayoría absoluta al PS, el Presidente habría hecho lo que se espera de un socialista: poner todo el aparato institucional al servicio del partido. Ésta sería, sin duda, una explicación con elevada verosimilitud en España. Tratándose de Portugal, concedamos el beneficio de la duda.
Portugal es un país con muchos, muchos problemas. Una economía que no despega es el más persistente de ellos. Eso sí, hay que decir en su descargo que nuestros vecinos tienen dificultades, pero no suelen inventárselas. Una más de las diferencias.
Tengo por costumbre seguir la política portuguesa en la medida que puedo –es más sencillo seguir la liga inglesa, dada la escasísima e imperdonable atención que los acontecimientos lusos merecen en España- porque, además de ser interesante en sí mismo, creo que todo lo que suceda en Portugal es de interés para España y los españoles. Al fin y al cabo, estamos hablando de uno de nuestros principales clientes y, desde luego, de un destino primordial de la inversión española directa. Y hay muchas otras razones para tomarse interés en las cosas de Portugal, aunque no sea cosa de desgranarlas ahora.
Lo que sucede hoy, es decir, el que nueve millones de portugueses estén llamados a las urnas para renovar la Asamblea Nacional y, consiguientemente, el gobierno, es la culminación de una cadena de acontecimientos extraños, difíciles de entender para el observador foráneo.
El primero de esos acontecimientos fue la crisis provocada por la dimisión de Durao Barroso. He de reconocer que el político luso cayó muchos enteros en mi consideración al dejar su país empantanado para ir a presidir la Comisión –por otra parte, no deja de ser curioso que los próceres europeos decidieran ofrecerle el puesto a un primer ministro en activo (creo que Jean-Claude Juncker, también candidato, estaba al tiempo al frente del ejecutivo luxemburgués, así que fue algo, definitivamente, raro)-. Ahora bien, tomada esa decisión, ¿no era aquél el momento para ir a las urnas?
Pues parece que no. El Presidente Sampaio decidió aguantar y, súbitamente, disuelve unos meses después. El comportamiento del presidente de la República es lo más complicado de todo. Una posible explicación parte de la evidencia de que Sampaio es socialista. La historia demuestra que los socialistas tienden a comportarse de modo más o menos similar en todas partes –aunque los españoles nos hemos llevado lo peor, sin duda-. A la vista de las encuestas, que dan mayoría absoluta al PS, el Presidente habría hecho lo que se espera de un socialista: poner todo el aparato institucional al servicio del partido. Ésta sería, sin duda, una explicación con elevada verosimilitud en España. Tratándose de Portugal, concedamos el beneficio de la duda.
Portugal es un país con muchos, muchos problemas. Una economía que no despega es el más persistente de ellos. Eso sí, hay que decir en su descargo que nuestros vecinos tienen dificultades, pero no suelen inventárselas. Una más de las diferencias.
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