¿UN PAÍS FELIZ?
Mariano Rajoy publicó ayer, en la Tercera de ABC, un bonito artículo explicando cómo ve las cosas él, ahora, en España, lo que es tanto como decir dando cuenta de los motivos de su profunda preocupación.
No se puede sino convenir con don Mariano en lo de la preocupación, ahora bien, yo, al menos, disiento en cuanto a su forma de introducir el problema. Venía Rajoy a decir que España era un país tranquilo, de gente razonablemente satisfecha. Un país del que, de forma muy gráfica, se podría haber dicho que era feliz, a no ser por ETA. Y en medio de esta calma, una serie de acontecimientos desgraciados nos colocan al borde del precipicio: unos fanáticos integristas desencadenan un cambio político que lleva al poder un gobierno débil e Ibarretxe se vuelve loco, o alcanza el paroxismo, según se quiera ver.
Temo que no es tan fácil. Casi nada de lo que ha sucedido ha sucedido por casualidad. Y, si me apuran, habría que decir que afortunadamente, porque nada hay más aterrador que pensar que la fortaleza de los estados puede ser, realmente, tan endeble. No se puede concluir tan fácilmente que el estado, en España, se ha vuelto débil. Concluyamos, más bien, que no era fuerte. En el país feliz de don Mariano anidaban, visibles a quien quisiera ver, casi todos los males que, ahora, nos parecen agigantados.
El PNV, por ejemplo, ha pasado por todas las fases posibles del imaginario político: de un partido demócrata-cristiano a un partido nacionalista moderado a peligro público número uno. Pero lo cierto es que el PNV ha estado siempre ahí, idéntico a sí mismo, con unas credenciales históricas absolutamente impresentables en cualquier democracia que se precie, ateniéndose a la sabia máxima canovista de hacer en cada momento aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible. Han sido las circunstancias las que han cambiado. Fundamentalmente, el ciclo evolutivo de ETA. Hace mucho tiempo que algunos observadores avisaron del autoengaño de parcelar el nacionalismo. El nacionalismo es una comunidad de intereses y objetivos.
El PNV ha sido fetén durante todos los años que los socialistas han compartido con ellos mesa y mantel, ¿no? Pues esos han sido los años en los que, por ejemplo, se ha implantado el actual sistema educativo vasco –algunas veces con consejero socialista-. Un arma mucho más eficaz que la cloratita en el medio y el largo plazo. Hagan la prueba: busquen en cualquier librería del País Vasco un mapa oficial de la comunidad autónoma que incluya únicamente su territorio. Y reflexionen sobre ello.
Tampoco la deriva del catalanismo es casual, y se explica en buena medida por factores similares. Se ha dicho, con razón, que ERC es la herencia de Pujol. Y es, probablemente, cierto. Al gran hombre de estado –ahora le echamos de menos- también le gustaba darse sus licencias demagógicas, sus diadas y sus campañas electorales. Y también le gustaba educar. Claro que los catalanes, cuando hablan de la relación Cataluña-España aún anteponen el tranquilizador “resto de”, que tiene efectos anestésicos. Todo lo demás lo fiamos al viejo mito de que son un pueblo sensato y prudente... y ahí esta Carod, para acreditarlo.
Pero, con todo, el mayor problema ha sido, y sigue siendo, la actitud de la “izquierda intelectual”, de la progresía orgánica para con la cuestión nacional. La izquierda supuestamente pensante no está comprometida con España, no lo ha estado nunca ni lo va a estar. Para ellos, es una realidad odiosa que sólo puede existir como mal menor. Cuando el Esdrújulo enfoca la realidad española como un problema, es porque así lo piensa. Cree, de hoz y coz, que es un problema. Es la famosa cuestión de la “incomodidad” de España. Cualquiera que se sienta incómodo tiene razón, por principio, y el estado debe ser modelado a su gusto para que esa incomodidad desaparezca. El proceso puede continuar hasta que de España quede el asiento en la ONU, es decir, el ectoplasma de la estaticidad en estado puro.
La razón de la tranquilidad a la que aludía don Mariano es, más bien, que hasta ahora no había habido necesidad alguna de apelar a ningún tipo de convicción. Para oponerse a la barbarie etarra, incluso la izquierda española está moralmente bien equipada –bueno, al menos de unos años a esta parte-. Dicho sea de paso, el hecho de que hayan perseverado en su salvajismo muestra que, además de sanguinarios, son imbéciles. Es mucho más fácil enviar una carta invitando a “un proceso de diálogo sin restricciones para solucionar el problema”. Esto último es algo que la izquierda intelectual es incapaz de resistir.
No, don Mariano. No iba todo bien hasta anteayer. Se ha dicho muchas veces y en muchos foros: la democracia española estaba mal terminada y mal asentada. Y así sigue.
No se puede sino convenir con don Mariano en lo de la preocupación, ahora bien, yo, al menos, disiento en cuanto a su forma de introducir el problema. Venía Rajoy a decir que España era un país tranquilo, de gente razonablemente satisfecha. Un país del que, de forma muy gráfica, se podría haber dicho que era feliz, a no ser por ETA. Y en medio de esta calma, una serie de acontecimientos desgraciados nos colocan al borde del precipicio: unos fanáticos integristas desencadenan un cambio político que lleva al poder un gobierno débil e Ibarretxe se vuelve loco, o alcanza el paroxismo, según se quiera ver.
Temo que no es tan fácil. Casi nada de lo que ha sucedido ha sucedido por casualidad. Y, si me apuran, habría que decir que afortunadamente, porque nada hay más aterrador que pensar que la fortaleza de los estados puede ser, realmente, tan endeble. No se puede concluir tan fácilmente que el estado, en España, se ha vuelto débil. Concluyamos, más bien, que no era fuerte. En el país feliz de don Mariano anidaban, visibles a quien quisiera ver, casi todos los males que, ahora, nos parecen agigantados.
El PNV, por ejemplo, ha pasado por todas las fases posibles del imaginario político: de un partido demócrata-cristiano a un partido nacionalista moderado a peligro público número uno. Pero lo cierto es que el PNV ha estado siempre ahí, idéntico a sí mismo, con unas credenciales históricas absolutamente impresentables en cualquier democracia que se precie, ateniéndose a la sabia máxima canovista de hacer en cada momento aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible. Han sido las circunstancias las que han cambiado. Fundamentalmente, el ciclo evolutivo de ETA. Hace mucho tiempo que algunos observadores avisaron del autoengaño de parcelar el nacionalismo. El nacionalismo es una comunidad de intereses y objetivos.
El PNV ha sido fetén durante todos los años que los socialistas han compartido con ellos mesa y mantel, ¿no? Pues esos han sido los años en los que, por ejemplo, se ha implantado el actual sistema educativo vasco –algunas veces con consejero socialista-. Un arma mucho más eficaz que la cloratita en el medio y el largo plazo. Hagan la prueba: busquen en cualquier librería del País Vasco un mapa oficial de la comunidad autónoma que incluya únicamente su territorio. Y reflexionen sobre ello.
Tampoco la deriva del catalanismo es casual, y se explica en buena medida por factores similares. Se ha dicho, con razón, que ERC es la herencia de Pujol. Y es, probablemente, cierto. Al gran hombre de estado –ahora le echamos de menos- también le gustaba darse sus licencias demagógicas, sus diadas y sus campañas electorales. Y también le gustaba educar. Claro que los catalanes, cuando hablan de la relación Cataluña-España aún anteponen el tranquilizador “resto de”, que tiene efectos anestésicos. Todo lo demás lo fiamos al viejo mito de que son un pueblo sensato y prudente... y ahí esta Carod, para acreditarlo.
Pero, con todo, el mayor problema ha sido, y sigue siendo, la actitud de la “izquierda intelectual”, de la progresía orgánica para con la cuestión nacional. La izquierda supuestamente pensante no está comprometida con España, no lo ha estado nunca ni lo va a estar. Para ellos, es una realidad odiosa que sólo puede existir como mal menor. Cuando el Esdrújulo enfoca la realidad española como un problema, es porque así lo piensa. Cree, de hoz y coz, que es un problema. Es la famosa cuestión de la “incomodidad” de España. Cualquiera que se sienta incómodo tiene razón, por principio, y el estado debe ser modelado a su gusto para que esa incomodidad desaparezca. El proceso puede continuar hasta que de España quede el asiento en la ONU, es decir, el ectoplasma de la estaticidad en estado puro.
La razón de la tranquilidad a la que aludía don Mariano es, más bien, que hasta ahora no había habido necesidad alguna de apelar a ningún tipo de convicción. Para oponerse a la barbarie etarra, incluso la izquierda española está moralmente bien equipada –bueno, al menos de unos años a esta parte-. Dicho sea de paso, el hecho de que hayan perseverado en su salvajismo muestra que, además de sanguinarios, son imbéciles. Es mucho más fácil enviar una carta invitando a “un proceso de diálogo sin restricciones para solucionar el problema”. Esto último es algo que la izquierda intelectual es incapaz de resistir.
No, don Mariano. No iba todo bien hasta anteayer. Se ha dicho muchas veces y en muchos foros: la democracia española estaba mal terminada y mal asentada. Y así sigue.
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