ATRAPADOS POR LA CORRECCIÓN POLÍTICA
Sucedió, una vez más, en ese gran programa de televisión que es El Debate de Isabel San Sebastián –o de Telemadrid, que tanto monta y, por cierto, hay que retar a tanto pluralista de opereta en TVE a que ponga algo así en la Primera: un debate donde gente con opiniones distintas pueda decir lo que quiera, y no remedos del tres al cuarto pretendidamente ingeniosos con intervenciones tasadas, dirigidos por émulos de Iñaki Gabilondo-. Alfonso Rojo hizo una afirmación provocativa, una de esas que merece realmente la pena discutir y que prueban que Rojo es una persona que merece la pena invitar: “Islam y democracia son incompatibles”. Automáticamente, saltó Trini como un resorte: “no, en todo caso, fundamentalismo islámico”. Cuando Rojo preguntó si conocía algún país musulmán y democrático, tras el obvio ejemplo de Turquía –en la raya y soplado por Gustavo de Arístegui que, buen conocedor del tema, tampoco se atrevió a contradecir del todo a Rojo- no se le ocurrió citar más que a Marruecos (claro, esto es cuestión de perspectiva, si eres Elena Benarroch, Felipe González o, supongo, la propia Trini, Marruecos es el paraíso de los derechos pero, si eres marroquí, andas algo más fastidiado).
La afirmación de Rojo es discutible, matizable, controvertida... en fin. Pero no es esto lo que me interesa. Lo que me llamó la atención es cómo Trini –y conste que no traigo a colación al personaje por nada en particular, sino como representante modélica de una categoría- recurrió ipso facto al cliché políticamente correcto. Conste que no estaba haciendo una declaración oficial, ni estaba ligada por cortesía diplomática alguna, sino en un ejercicio intelectual, en un debate. De hecho, el propio Moratinos, siempre donde no debe, es mucho más asertivo, dónde va a parar.
Esto no es una anécdota. Es muy grave, porque confirma la impresión de que lo políticamente correcto no es la superficie del pensamiento de izquierdas, es todo el pensamiento de izquierdas (también buena parte del de derechas, ojo, éste autodenominado "centro"). No es la punta del iceberg, es que no hay iceberg. Es preocupante comprobar que los estrategas del Esdrújulo, los que, pretendidamente, inspiran sus políticas u ocupan los cargos de reflexión cerca de él, o son una banda de sectarios sin otro norte en la vida que “no ser derechas” o son abogados de un pensamiento amorfo, sin una sola idea clara.
Es aterrador y, por desgracia, muy común en esta Europa de nuestros pecados. No es que nuestros políticos oculten las respuestas, es que no tienen respuestas. Afrontan la realidad con media docena de frases hechas que ni ellos mismos pueden creerse. ¿Es posible que todo el discurso para dirigir un país pueda basarse en media docena corta de palabras-comodín (diálogo, talante, flexibilidad, solidaridad –bueno, perdón: fléxibilidad y sólidaridad-...)? ¿Es posible que lo de la “alianza de civilizaciones” no sea sólo un salir del paso, sino todo lo que hay? Pues sí, lo es.
Hayek decía que el adjetivo “social” además de no significar nada en sí mismo, vaciaba de significado todo sustantivo al que calificaba (economía, política, clase...). El discurso políticamente correcto está cuajado de marcadores similares, capaces de vaciar de sentido alguno no ya palabras, sino párrafos, libros enteros.
No es extraño, pues, que la gente desconfíe de la política y de los políticos. No cabe llamarse a engaño. La realidad es la que es, y cuando los ciudadanos se vuelven al político en busca de respuestas, sólo obtiene frases hechas, naderías. Las respuestas de un pensamiento inútil, con todas las frases en futuro.
La afirmación de Rojo es discutible, matizable, controvertida... en fin. Pero no es esto lo que me interesa. Lo que me llamó la atención es cómo Trini –y conste que no traigo a colación al personaje por nada en particular, sino como representante modélica de una categoría- recurrió ipso facto al cliché políticamente correcto. Conste que no estaba haciendo una declaración oficial, ni estaba ligada por cortesía diplomática alguna, sino en un ejercicio intelectual, en un debate. De hecho, el propio Moratinos, siempre donde no debe, es mucho más asertivo, dónde va a parar.
Esto no es una anécdota. Es muy grave, porque confirma la impresión de que lo políticamente correcto no es la superficie del pensamiento de izquierdas, es todo el pensamiento de izquierdas (también buena parte del de derechas, ojo, éste autodenominado "centro"). No es la punta del iceberg, es que no hay iceberg. Es preocupante comprobar que los estrategas del Esdrújulo, los que, pretendidamente, inspiran sus políticas u ocupan los cargos de reflexión cerca de él, o son una banda de sectarios sin otro norte en la vida que “no ser derechas” o son abogados de un pensamiento amorfo, sin una sola idea clara.
Es aterrador y, por desgracia, muy común en esta Europa de nuestros pecados. No es que nuestros políticos oculten las respuestas, es que no tienen respuestas. Afrontan la realidad con media docena de frases hechas que ni ellos mismos pueden creerse. ¿Es posible que todo el discurso para dirigir un país pueda basarse en media docena corta de palabras-comodín (diálogo, talante, flexibilidad, solidaridad –bueno, perdón: fléxibilidad y sólidaridad-...)? ¿Es posible que lo de la “alianza de civilizaciones” no sea sólo un salir del paso, sino todo lo que hay? Pues sí, lo es.
Hayek decía que el adjetivo “social” además de no significar nada en sí mismo, vaciaba de significado todo sustantivo al que calificaba (economía, política, clase...). El discurso políticamente correcto está cuajado de marcadores similares, capaces de vaciar de sentido alguno no ya palabras, sino párrafos, libros enteros.
No es extraño, pues, que la gente desconfíe de la política y de los políticos. No cabe llamarse a engaño. La realidad es la que es, y cuando los ciudadanos se vuelven al político en busca de respuestas, sólo obtiene frases hechas, naderías. Las respuestas de un pensamiento inútil, con todas las frases en futuro.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home