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jueves, enero 27, 2005

QUIJOTADAS DEL LENDAKARI

El derecho, sobre todo el antiguo –anterior a que el Congreso decidiera prescindir de los correctores de estilo, confiado en exclusiva a la infinita sapiencia de sus señorías- es bastante racional y lógico. En consecuencia, si uno empieza por hacer lo que no debe, raramente se llega a un resultado satisfactorio. Así, por ejemplo, si se da trámite de reforma estatutaria a lo que, en rigor, es una propuesta de reforma constitucional, lo normal es que surjan problemas.

No afirmo, ni mucho menos, que el PNV tenga razón –sí constato que quienes odian la Constitución se la saben bastante bien, e incluso se dejan asesorar por algún padre de la misma-, sólo digo que el gobierno del Esdrújulo y sus huestes hicieron lo que no debían, confundiendo, como siempre, churras con merinas, no rechazando de plano el dichoso plan Ibarretxe en la misma puerta del Congreso (dicho sea de paso, ha pasado inadvertida una de las declaraciones más curiosas del Esdrújulo en los últimos tiempos, cuando le dijo a Rajoy que a ninguno de ellos, sólo al Tribunal Constitucional, le correspondía juzgar la constitucionaldad de un texto – o sea, el Esdrújulo piensa que ni al Presidente del Gobierno ni al Jefe de la Oposición compete opinar sobre el tema... pues, apaga y vámonos). La seguridad de que algo se ha hecho mal se une, para producir mucha intranquilidad, a la poca confianza que, hoy por hoy, inspira el Alto Tribunal, si es que la inspiró alguna vez. Malamente puede interpretar el artículo 151 quien no tiene muy claro qué significa el 2, o lo considera cosa de menor entidad.

Por cierto, qué poema la cara de Juan Pedro Valentín anoche, cuando entrevistaba al Lendakari. Y no es para menos. El tipo repitió hasta la saciedad su tesis del “respeto mutuo”. Llegó a afirmar algo tan políticamente correcto como que: “ni el Parlamento Español puede imponerse al Parlamento Vasco, ni el Parlamento Vasco puede imponerse al Parlamento Español” (aparte, por supuesto, de la continua reiteración de las referencias a las instituciones “españolas”, subrayando siempre ese carácter de ajenidad que el nacionalismo vasco otorga a todo lo que viene de Miranda al Sur). Seguro que más de un progre pica. Seguro. Seguro que no se pueden resistir a la idea de “diálogo” (y es que cuando los progres oyen “diálogo” o “democracia” o cualquier palabra-comodín, sienten algo así como la atracción de Ulises por las sirenas – si les dejas, se tiran al mar, ¡que se lo digan a Trini, que ayer dijo, nada más y nada menos, que Marruecos empezaba a ser un ejemplo de compatibilidad entre Islam y democracia!).

Lo de esta gente tiene un nombre: es quijotesco. No por lo noble del empeño, sino por lo lunáticos que son. Al igual que el bueno de don Alonso daba carta de naturaleza a sus invenciones y obraba en consecuencia, los nacionalistas vascos se inventan una realidad jurídico-política ajena a la común... ¡y se encabronan con todo aquel que insiste en que son molinos! Al Lendakari el faltó, anoche, llamar “felón” a Valentín por la insistencia con la que se empeñaba en recordarle que su Plan –él lo llama el Plan de la sociedad vasca- chocaba con la Constitución.

Seguro, seguro que el sabio Frestón, aquél que por celos cambiaba los gigantes en molinos justo cuando Don Quijote los acometía (con el consiguiente bataneo)... era maketo.