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martes, febrero 01, 2005

ZP Y LA TERCERA VÍA

Según dicen los periódicos, el Esdrújulo subirá esta tarde a la tribuna de la Carrera de San Jerónimo a ofrecer, en el seno de un debate que, en puridad jurídica, nunca debió celebrarse, una “tercera vía” a un Lendakari que va a lograr algo que ni en sus mejores sueños debió pensar: presentarse en las Cortes cual emisario de una república extranjera.

El Esdrújulo es muy libre de hacer lo que quiera, que para eso está investido de toda la legitimidad del mundo, pero, si es cierto lo que se dice –y motivos sobrados hay para pensar que lo es-, cometerá, terminará de cometer, más bien, un craso error. Lo de buscar algo intermedio entre la supuesta intransigencia del PP y el rupturismo –la cara dura, más bien, porque, en efecto, como dice el Lendakari, su proyecto no es de “ruptura”, en realidad es una tomadura de pelo- nacionalista suena bien, suena a diálogo y tal, y por eso mismo va como anillo al dedo a este Presidente de los gestos vanos. Es, además, un acto debido, la primera escena de un proceso que deberá llevarnos mansamente al momento culminante de esta legislatura: al debate del estatuto de Cataluña, del que el asunto vasco no es más que un entremés.

¿Por qué pienso que esta forma de actuar, aunque pueda dar réditos a corto plazo (esto es, distinguir nítidamente del PP) es un error –bueno, un error que, bien manejado, puede pagar otro, lo que le da tintes de estafa-? Al menos por tres razones:

En primer lugar, porque es muy difícil, en términos prácticos, desarrollar nuevos estatutos que, “dentro de la Constitución”, otorguen más autonomía a los entes territoriales sin desarbolar al Estado ya del todo. Y el Estado, la administración central, es, no se olvide, la pieza básica del entramado, porque es la que garantiza el principio de igualdad, anterior y más fundamental que el derecho a la autonomía.

En segundo lugar, porque no es solución del problema. El Esdrújulo parece olvidar que no es sólo que los nacionalistas estén descontentos con nosotros (el resto de los mortales, quiero decir), es que también los demás estamos descontentos con ellos. ¿Por qué piensa el Esdrújulo que iban a ser más leales al nuevo marco que al actual? Lo ha dicho el propio Maragall: la construcción del estado en España, si de él depende, va a ser una tarea eterna, cual los trabajos de Sísifo. A veces parece ignorarse que negociar con los nacionalistas no es como hacerlo, digamos, con los sindicatos sobre las pensiones. Los sindicatos saben que tienen que ceder algo, saben que la virtud está en el medio y que todo proceso negociador, por definición, implica terminar en algún punto entre los programas máximos de las partes. Los nacionalistas, como todos los fundamentalistas (terroristas incluidos) no operan de ese modo. Sólo conciben la negociación como herramienta coyuntural. No ceden en la reivindicación, sino que sólo la aplazan. Entre otras cosas porque la reivindicación permanente es su ser mismo.

Y en tercer lugar, porque la estabilidad es un valor en sí misma. Porque no hay ninguna razón real para acometer ningún cambio. La gente no está interesada en cambios del marco constitucional (estatutos incluidos). Es un debate completamente artificial.

Es el momento de ser firmes. Es, sobre todo, la progresía la que tiene un problema. No el país. No quieren pasar por intolerantes, bajo ningún concepto. Así les pidan la luna. Y están dispuestos a hacer cualquier cosa, lo que sea, con tal de que no les digan que dialogan poco. Alguien debería recordarles que el diálogo es un medio, no un fin en sí mismo.

Lo dicho, la cosa pinta mal. Y no precisamente por Ibarretxe, que éste no es más que una anécdota.