FERBLOG

miércoles, febrero 02, 2005

LECTURA DEL DEBATE

Cuentan los más viejos del lugar que, antaño, cuando San Mamés era verdaderamente La Catedral, los seguidores del Athlétic de Bilbao aplaudían al contrario cuando jugaba bien. Entroncando con esa tradición y dándole al césar lo que es del césar hay que empezar por reconocerle al Lendakari el valor que ayer demostró, enfrentándose en solitario a una Cámara que le dijo cosas no por previsibles menos duras.

Nobleza obliga, y hay que reconocer que el oscuro adlátere de Ardanza ha demostrado ser un político de raza. Llegó, se subió a la tribuna, hizo lo suyo –abrir la campaña electoral vasca- y aguantó siete horas de chaparrón hasta que Manuel Marín, con elegancia, dio la cosa por concluida.

No merece la pena detenerse en el resultado de la votación, obviamente previsible merced al pacto PSOE-PP que, obsérvese la aberración, hubo quien denunció como impresentable y antidemocrático. El hecho de que, con toda probabilidad, en puridad jurídica el debate nunca debiera haberse celebrado tampoco resta interés a lo sucedido. Se oyeron cosas importantes, que trascienden el estrecho marco del Plan Ibarretxe para entrar de lleno en el más amplio debate de la construcción nacional.

Bien, muy bien Rajoy. Mucho más en presidente del gobierno que en jefe de la oposición. Un discurso cuajado de conceptos claros aderezados con fina ironía gallega. Tengo muchas dudas de que Rajoy pueda llegar un día a presidir el Consejo de Ministros, pero ojalá viviéramos en un país en el que eso pudiera ser cierto.

Sorprendente Rubalcaba. Quizá no debería serlo, por cuanto de sus cualidades oratorias no cabe dudar y, al fin y al cabo, no dijo sino lo que hubiera debido esperarse del portavoz socialista. Pero es que, precisamente, una de las características más anormales de la política española en esta hora es que anomalía se ha convertido en regla cuando del PSOE se trata. Confieso que, si el Esdrújulo no hubiera estado ayer en la Cámara, el discurso de Rubalcaba me hubiera resultado hasta tranquilizador.

Poco que decir sobre la patulea de grupos minoritarios, acostumbrados ya, como nos tienen, al espectáculo continuo. Entre la debacle intelectual que representa Izquierda Unida y el continuo arrimar al ascua su sardina de los nacionalistas-regionalistas, llegan a hacerse insufribles.

La conclusión del debate, en fin, es que no podemos salir reconfortados. Ya se encargó la inanidad absoluta del Esdrújulo –subrayada tanto por la firmeza de su principal, y quizá único leal, opositor como por la mayoría de los aspectos de las dos intervenciones de su propio portavoz- de desconsolarnos. ZP dio muestras de su oposición al Plan Ibarretxe, sí, pero también de su transaccionismo y de su falta de claridad de ideas. Su turno de réplica fue un monumento al nihilismo y la confusión. Vino a decir que carece de sentido enredarse en discusiones sobre soberanía y autonomía porque, al cabo, todo es igual y da lo mismo. Y eso es pasarse la Constitución y la doctrina del Constitucional por el arco del triunfo. El Esdrújulo dijo ayer cosas que le atarán para mucho tiempo.

Aún no tenemos claro qué ocurrió ayer, más allá de lo obvio, pero es evidente que algo ocurrió. Una mayoría de la Cámara ha decidido que el modelo de estado que conocemos ha de ser reformado. Y lo aterrador es que, de las palabras del representante del principal grupo del Congreso se deduce que esa reforma es un fin en sí misma. Y, además, esa reforma se va a operar mediante medios que permiten prescindir del principal grupo de la oposición, a través de los estatutos de autonomía.

El Esdrújulo dijo ayer que él era un “optimista antropológico”. Menos mal que él es optimista, porque los demás, al menos algunos, estamos lo que se dice inquietos. Definió también nuestra historia constitucional –salvo los últimos 25 años- como un fracaso. ¿Es eso cierto? A mi entender no, o sólo parcialmente. No es verdad que los últimos doscientos años de historia de España –que eso es lo que hemos de entender como historia constitucional o constitucionalismo- hayan sido un fracaso sin paliativos. Y no es bueno que el presidente del Gobierno se alinee con quienes así piensan.

Vamos a acometer el empeño más absurdo, ahora sí, de la historia constitucional europea: vamos a intentar arreglar lo que no está estropeado. A la mayor gloria de Ibarretxe. Lo dicho: aplausos.