ZP, LA ASAMBLEA NACIONAL Y UN AMIGO EN GALES
Ayer, el Esdrújulo –por lo que pude oír, lo de que todas las palabras en francés sean agudas le facilita las cosas, porque dijo bien “mesié le presidán”, no “mésie le présidan” que, supongo, era lo que le pedía el cuerpo, pero es incompatible con la prosodia de la lengua de Rabelais, Molière, Astérix y Rostand (también de Giscard, pero un fallo lo tiene cualquiera)- hablo ante la Asamblea Nacional par excellence, o sea, la francesa. Gran honor que se nos hace, puesto que es el segundo mandatario español, tras su Majestad el Rey, que tiene el privilegio de dirigirse a la Cámara del Palais Bourbon. Agradecidos quedamos.
Su discurso, un punto menos bobo que el de la ONU, resultó como se esperaba. Fue a hacer propaganda del “sí” a la Constitución Europea. Gustó, por lo que se puede leer en los periódicos franceses. Ciertamente, la cantidad de jabón francófilo derrochado no era para menos.
ZP ofreció ayer un “pacto de fraternidad” al país vecino. No me constaba que los pactos de familia borbónicos hubieran decaído. Pactos que, en realidad, se parecían más al que Napoleón intentó imponernos en el Estatuto de Bayona, es decir, la eterna sumisión de España a su metrópoli, Francia. Lo que no consiguió el Corso por las armas lo viene concediendo graciosamente la izquierda española, con renovado entusiasmo en cada generación.
Francia es, para nuestra izquierda, el arquetipo de la democracia. Estamos donde estábamos. España nunca cambia de órbita, nunca termina de dar el giro Atlántico que la alinee, siquiera en algo, con las genuinas democracias, las que lo han sido siempre, las anglosajonas. Como bien decía Margaret Thatcher, la libertad se expresa en inglés, y ese es un idioma que nuestra clase política, en general, y nuestra izquierda muy en particular, maneja muy mal. ZP nunca irá a la colina del Capitolio. Primero porque jamás le van a invitar y, después, porque él no quiere ir. Está más a gusto en París. Bien es cierto que, desde allí, se puede volver a dormir a casa que, por lo visto, es algo que nuestro Presidente valora mucho.
Por supuesto, canto a las lenguas minoritarias (que no menores, no se me ofenda nadie). Al español, que le den dos duros. Momento muy oportuno para presentarse tan políglota, ahora que se ventila el debate de las lenguas de trabajo en la UE. Puesto que nuestro Gobierno está a otras cosas, andaba el español falto de valedores –coyuntura altamente conveniente, sobre todo, para el idioma de nuestros fraternales vecinos del norte- pero hete aquí que le ha salido uno... en Gales (por si alguien lo ignora, el País de Gales tiene una lengua propia, céltica, tan hermosa como impronunciable, que no habla mucha gente, pero allí también hay progres a los que les encanta).
Resulta que Tristan Garel-Jones, ex embajador de Su Majestad en nuestro país y amigo (de verdad, no como Giscard) de España –los amigos de España suelen estar donde España nunca mira-, ha solicitado a Blair que defienda el rol del español como lengua de trabajo en la UE. Es posible que Tony lo haga por razones de simple conveniencia: es el segundo idioma internacional del mundo y la única lengua europea importante en Estados Unidos, aparte del neolatín que llamamos inglés. Así pues, el español –que, por lo demás, sirve tan bien como cualquier otra lengua de cultura a las funciones propias de una lengua de trabajo- aporta sinergias, beneficios adicionales.
¿Quién llegará antes a la meta, Tony Blair promoviendo el español o ZP con el euskera? Apuesto a que esto lo resuelven los fraternos por la vía habitual: en francés. Como dijo cierto jerarca galo cuando Aznar sacaba pecho: “España no es un país importante ni lo será nunca”.
Al menos, mientras de Francia y sus sucursales ibéricas dependa. Lo dicho: enhorabuena por su tarde, monsieur Zapatero, y nuestras más sinceras gracias, de nuevo, por la merced que se nos hace.
Su discurso, un punto menos bobo que el de la ONU, resultó como se esperaba. Fue a hacer propaganda del “sí” a la Constitución Europea. Gustó, por lo que se puede leer en los periódicos franceses. Ciertamente, la cantidad de jabón francófilo derrochado no era para menos.
ZP ofreció ayer un “pacto de fraternidad” al país vecino. No me constaba que los pactos de familia borbónicos hubieran decaído. Pactos que, en realidad, se parecían más al que Napoleón intentó imponernos en el Estatuto de Bayona, es decir, la eterna sumisión de España a su metrópoli, Francia. Lo que no consiguió el Corso por las armas lo viene concediendo graciosamente la izquierda española, con renovado entusiasmo en cada generación.
Francia es, para nuestra izquierda, el arquetipo de la democracia. Estamos donde estábamos. España nunca cambia de órbita, nunca termina de dar el giro Atlántico que la alinee, siquiera en algo, con las genuinas democracias, las que lo han sido siempre, las anglosajonas. Como bien decía Margaret Thatcher, la libertad se expresa en inglés, y ese es un idioma que nuestra clase política, en general, y nuestra izquierda muy en particular, maneja muy mal. ZP nunca irá a la colina del Capitolio. Primero porque jamás le van a invitar y, después, porque él no quiere ir. Está más a gusto en París. Bien es cierto que, desde allí, se puede volver a dormir a casa que, por lo visto, es algo que nuestro Presidente valora mucho.
Por supuesto, canto a las lenguas minoritarias (que no menores, no se me ofenda nadie). Al español, que le den dos duros. Momento muy oportuno para presentarse tan políglota, ahora que se ventila el debate de las lenguas de trabajo en la UE. Puesto que nuestro Gobierno está a otras cosas, andaba el español falto de valedores –coyuntura altamente conveniente, sobre todo, para el idioma de nuestros fraternales vecinos del norte- pero hete aquí que le ha salido uno... en Gales (por si alguien lo ignora, el País de Gales tiene una lengua propia, céltica, tan hermosa como impronunciable, que no habla mucha gente, pero allí también hay progres a los que les encanta).
Resulta que Tristan Garel-Jones, ex embajador de Su Majestad en nuestro país y amigo (de verdad, no como Giscard) de España –los amigos de España suelen estar donde España nunca mira-, ha solicitado a Blair que defienda el rol del español como lengua de trabajo en la UE. Es posible que Tony lo haga por razones de simple conveniencia: es el segundo idioma internacional del mundo y la única lengua europea importante en Estados Unidos, aparte del neolatín que llamamos inglés. Así pues, el español –que, por lo demás, sirve tan bien como cualquier otra lengua de cultura a las funciones propias de una lengua de trabajo- aporta sinergias, beneficios adicionales.
¿Quién llegará antes a la meta, Tony Blair promoviendo el español o ZP con el euskera? Apuesto a que esto lo resuelven los fraternos por la vía habitual: en francés. Como dijo cierto jerarca galo cuando Aznar sacaba pecho: “España no es un país importante ni lo será nunca”.
Al menos, mientras de Francia y sus sucursales ibéricas dependa. Lo dicho: enhorabuena por su tarde, monsieur Zapatero, y nuestras más sinceras gracias, de nuevo, por la merced que se nos hace.
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