IZQUIERDA, NIHILISMO Y ZP
El amigo Pepe, que ha asumido espontáneamente el imprescindible y noble papel de oposición en esta bitácora –muchas gracias por el empeño- plantea, en un comentario insertado ayer, numerosas y complicadas cuestiones sobre la izquierda, el nihilismo y el Esdrújulo. Probablemente, nos darán para mucho debate. Empecemos por algunas de ellas.
¿Se ha vuelto nihilista la izquierda? A mi modo de ver –y al modo de ver de otra mucha gente- es claro que sí. Se ha vuelto nihilista en el sentido de que ha perdido, por vía del relativismo, casi todos los frenos morales en forma de valores. Está instalada en la contingencia más absoluta.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que la explicación a este hecho es, en buena medida, histórica. La izquierda seria ha sido vencida en casi todos los órdenes a lo largo del siglo XX. En Occidente, no ha tenido más remedio que ir aceptando postulados básicos del liberalismo económico –en un principio, sólo la socialdemocracia, después toda la izquierda- pero, sobre todo, ha tenido que enfrentarse al colapso del 89 y a la cara más criminógena de los regímenes totalitarios que esa misma izquierda admiraba y alimentaba.
La izquierda tenía dos opciones: mantenerse en la contumacia más total, negando la evidencia –hay quien sigue en ello, sobre todo parte de cierta izquierda pseudointelectual- o bien reexaminarse a sí misma a la luz de un juicio moral responsable. Lo primero era inviable, lo segundo inaceptable, porque implicaba, probablemente, realizar el mayor examen de conciencia jamás conocido -¿cómo aceptar, por ejemplo, que Pol Pot salió de la Sorbona a hacer, ni más ni menos, lo que se le enseñó?-. Así pues, ni lo uno ni lo otro. Mejor acabamos por disolver la propia idea de “mal”, envolviéndonos en una noción de “tolerancia”.
En el terreno de las democracias occidentales, esta postura se traduce en el relativismo moral y cultural, en la adscripción a lo políticamente correcto (noción ésta mucho menos folclórica y más peligrosa de lo que parece). Hasta suena bien. La izquierda está, pues, en el mejor de los mundos: puede seguir haciendo labor de zapa contra el sistema en el que vive –lo que, dicho sea de paso, legitima ex post experiencias pasadas, como “primera fase necesaria”- y, a un tiempo, reclamar para sí un papel en el mundo. Son los adalides de la tolerancia, de la “extensión de los derechos de ciudadanía” , los que “borran las desigualdades”. En una palabra, los que, clarividentes ellos, demuestran que Bush y Sadam son lo mismo o que el 11S, siendo un crimen horroroso (bueno, hay quien piensa que no, entre ellos multitud de profesores americanos que, que se sepa, no han sido expulsados de sus cátedras por la dictadura totalitaria de Washington – que tampoco ha exigido a todos los actores de Hollywood que, conforme a sus promesas de campaña, abandonen el país después de las elecciones ganadas por los republicanos), tiene sus razones, que son las que hay que atacar (argumento zapateril donde los haya: ZP va a hacer posible “la convivencia” en Euskadi, ergo, en Euskadi no se puede convivir, ergo... no sigamos por este camino).
Segunda cuestión: ¿se puede ser nihilista y dogmático a un tiempo? Vaya si se puede. Para muestra, un botón. El régimen nazi, el más nihilista que en el mundo ha sido, el que destruyó de raíz toda moral (Nietzsche, Nietzsche...) no era, precisamente, un paradigma de falta de dogmatismo. El nihilismo puede imponerse. La corrección política y el pensamiento débil son eso, precisamente, una combinación de “nihilismo positivo” y “dogmatismo negativo”. El nihilismo militante condena, de forma radical, toda manifestación que no comulga con ese nihilismo.
Vamos ahora a temas menores. Tercera y última cuestión (por hoy), ¿es el Esdrújulo una manifestación de nihilismo y ausencia de principios? Vaya por delante que casi ningún político representa un tipo ideal de nada, con lo que estas afirmaciones son muy matizables. Pero sí pienso que ZP representa –contra lo que pueda parecer y aunque ya sé que hay quien piensa que atribuirle a ZP un pensamiento propiamente dicho es hacerle inmerecido honor- un tipo de político altamente ideologizado, mucho más, probablemente, que la media de sus compañeros de partido. Y su ideología es, en buena medida, ese nihilismo de la nueva izquierda, esa contingencia por sistema y ese todo da igual que, tan convenientemente, puede ocultarse so capa de un pretendido carácter dialogante.
Mi querido corresponsal apunta que las decisiones tomadas hasta ahora por ZP han sido, más bien, manifestación de principios sólidos, y cita “la” decisión por excelencia (temo que será difícil hallar otro ejemplo, porque decidir, lo que se dice decidir...): la retirada de las tropas de Irak. Eludamos el argumento demoscópico y la crítica de que todo se hace a golpe de encuesta.
En primer lugar, quien diga que ZP hizo lo que hizo por respetar su promesa electoral incurre en un error, porque la promesa era retirar las tropas si no había pronunciamiento de la ONU en tiempo y forma. Es decir, la cuestión de principios hubiera sido no querer participar en una guerra ilegal –descarto lo de no querer participar en una guerra, sin más, porque el socialismo español ha evidenciado, en el pasado, no ser pacifista a ultranza-. Ni España participó en una guerra ni la ocupación resultaba ilegal, así pues, los principios no desaconsejaban permanecer allí y, antes al contrario, otros valores como la fidelidad a la palabra dada y la lealtad a los aliados aconsejaban permanecer.
Pero, por otra parte, tengo para mí que lo que, verdaderamente, animaba y anima a ZP es el prejuicio antiamericano –el prejuicio antiderecha, además porque, en esta ocasión, el presidente era republicano y, por añadidura, amigo de la derecha española-. Esta guerra era una guerra de los americanos y una guerra de la derecha, en particular, la derecha de Aznar. Y la política americana hoy en día puede ser correcta o incorrecta, pero es la pura antítesis del nihilismo. Para los americanos, casi nada es contingente. Conciben el mundo en términos diametralmente opuestos a los de ZP.
El antiamericanismo, el promover el diálogo de igual a igual entre democracias y dictaduras, el multiculturalismo, la corrección política a ultranza, el no distinguir entre el español y otras lenguas españolas o el concebir la nación española como algo contingente (en términos jurídicos) no son principios... es la ausencia total de ellos. Y es un error, a mi modo de ver, creer lo contrario. El valor “tolerancia” no consiste en negarse sistemáticamente a distinguir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto o lo conveniente de lo inconveniente. No es un principio: es una burda excusa que nos exime de asumir nuestras responsabilidades.
Y creo que es oportuno dejarlo aquí. Volveremos sobre el tema, seguro.
¿Se ha vuelto nihilista la izquierda? A mi modo de ver –y al modo de ver de otra mucha gente- es claro que sí. Se ha vuelto nihilista en el sentido de que ha perdido, por vía del relativismo, casi todos los frenos morales en forma de valores. Está instalada en la contingencia más absoluta.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que la explicación a este hecho es, en buena medida, histórica. La izquierda seria ha sido vencida en casi todos los órdenes a lo largo del siglo XX. En Occidente, no ha tenido más remedio que ir aceptando postulados básicos del liberalismo económico –en un principio, sólo la socialdemocracia, después toda la izquierda- pero, sobre todo, ha tenido que enfrentarse al colapso del 89 y a la cara más criminógena de los regímenes totalitarios que esa misma izquierda admiraba y alimentaba.
La izquierda tenía dos opciones: mantenerse en la contumacia más total, negando la evidencia –hay quien sigue en ello, sobre todo parte de cierta izquierda pseudointelectual- o bien reexaminarse a sí misma a la luz de un juicio moral responsable. Lo primero era inviable, lo segundo inaceptable, porque implicaba, probablemente, realizar el mayor examen de conciencia jamás conocido -¿cómo aceptar, por ejemplo, que Pol Pot salió de la Sorbona a hacer, ni más ni menos, lo que se le enseñó?-. Así pues, ni lo uno ni lo otro. Mejor acabamos por disolver la propia idea de “mal”, envolviéndonos en una noción de “tolerancia”.
En el terreno de las democracias occidentales, esta postura se traduce en el relativismo moral y cultural, en la adscripción a lo políticamente correcto (noción ésta mucho menos folclórica y más peligrosa de lo que parece). Hasta suena bien. La izquierda está, pues, en el mejor de los mundos: puede seguir haciendo labor de zapa contra el sistema en el que vive –lo que, dicho sea de paso, legitima ex post experiencias pasadas, como “primera fase necesaria”- y, a un tiempo, reclamar para sí un papel en el mundo. Son los adalides de la tolerancia, de la “extensión de los derechos de ciudadanía” , los que “borran las desigualdades”. En una palabra, los que, clarividentes ellos, demuestran que Bush y Sadam son lo mismo o que el 11S, siendo un crimen horroroso (bueno, hay quien piensa que no, entre ellos multitud de profesores americanos que, que se sepa, no han sido expulsados de sus cátedras por la dictadura totalitaria de Washington – que tampoco ha exigido a todos los actores de Hollywood que, conforme a sus promesas de campaña, abandonen el país después de las elecciones ganadas por los republicanos), tiene sus razones, que son las que hay que atacar (argumento zapateril donde los haya: ZP va a hacer posible “la convivencia” en Euskadi, ergo, en Euskadi no se puede convivir, ergo... no sigamos por este camino).
Segunda cuestión: ¿se puede ser nihilista y dogmático a un tiempo? Vaya si se puede. Para muestra, un botón. El régimen nazi, el más nihilista que en el mundo ha sido, el que destruyó de raíz toda moral (Nietzsche, Nietzsche...) no era, precisamente, un paradigma de falta de dogmatismo. El nihilismo puede imponerse. La corrección política y el pensamiento débil son eso, precisamente, una combinación de “nihilismo positivo” y “dogmatismo negativo”. El nihilismo militante condena, de forma radical, toda manifestación que no comulga con ese nihilismo.
Vamos ahora a temas menores. Tercera y última cuestión (por hoy), ¿es el Esdrújulo una manifestación de nihilismo y ausencia de principios? Vaya por delante que casi ningún político representa un tipo ideal de nada, con lo que estas afirmaciones son muy matizables. Pero sí pienso que ZP representa –contra lo que pueda parecer y aunque ya sé que hay quien piensa que atribuirle a ZP un pensamiento propiamente dicho es hacerle inmerecido honor- un tipo de político altamente ideologizado, mucho más, probablemente, que la media de sus compañeros de partido. Y su ideología es, en buena medida, ese nihilismo de la nueva izquierda, esa contingencia por sistema y ese todo da igual que, tan convenientemente, puede ocultarse so capa de un pretendido carácter dialogante.
Mi querido corresponsal apunta que las decisiones tomadas hasta ahora por ZP han sido, más bien, manifestación de principios sólidos, y cita “la” decisión por excelencia (temo que será difícil hallar otro ejemplo, porque decidir, lo que se dice decidir...): la retirada de las tropas de Irak. Eludamos el argumento demoscópico y la crítica de que todo se hace a golpe de encuesta.
En primer lugar, quien diga que ZP hizo lo que hizo por respetar su promesa electoral incurre en un error, porque la promesa era retirar las tropas si no había pronunciamiento de la ONU en tiempo y forma. Es decir, la cuestión de principios hubiera sido no querer participar en una guerra ilegal –descarto lo de no querer participar en una guerra, sin más, porque el socialismo español ha evidenciado, en el pasado, no ser pacifista a ultranza-. Ni España participó en una guerra ni la ocupación resultaba ilegal, así pues, los principios no desaconsejaban permanecer allí y, antes al contrario, otros valores como la fidelidad a la palabra dada y la lealtad a los aliados aconsejaban permanecer.
Pero, por otra parte, tengo para mí que lo que, verdaderamente, animaba y anima a ZP es el prejuicio antiamericano –el prejuicio antiderecha, además porque, en esta ocasión, el presidente era republicano y, por añadidura, amigo de la derecha española-. Esta guerra era una guerra de los americanos y una guerra de la derecha, en particular, la derecha de Aznar. Y la política americana hoy en día puede ser correcta o incorrecta, pero es la pura antítesis del nihilismo. Para los americanos, casi nada es contingente. Conciben el mundo en términos diametralmente opuestos a los de ZP.
El antiamericanismo, el promover el diálogo de igual a igual entre democracias y dictaduras, el multiculturalismo, la corrección política a ultranza, el no distinguir entre el español y otras lenguas españolas o el concebir la nación española como algo contingente (en términos jurídicos) no son principios... es la ausencia total de ellos. Y es un error, a mi modo de ver, creer lo contrario. El valor “tolerancia” no consiste en negarse sistemáticamente a distinguir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto o lo conveniente de lo inconveniente. No es un principio: es una burda excusa que nos exime de asumir nuestras responsabilidades.
Y creo que es oportuno dejarlo aquí. Volveremos sobre el tema, seguro.
4 Comments:
En apoyatura del argumento, creo interesante hacerse la siguiente reflexión: ¿por qué no fue el PSOE tan beligerante con Clinton en muchas de sus actuaciones más que lamentables? Tal vez la respuesta está en que no lo son ni con Clinton ni con Bush, lo son con los planteamientos de cada uno de ellos. Y recordemos que Bush gana las elecciones por un debate sobre la recuperación de valores. Si a ello añadimos que lo fabricado hoy en EE.UU., mañana llega a Europa, nos encontramos con la clave del tema; hay que frenar la regeneración moral propuesta por los yanquis. Y de esta decisión se desencadenan muchas otras; ataque a la Iglesia, a la formación religiosa, a la familia,... Evitemos la regeneración llevando el péndulo de Europa al lado opuesto.
Creo que es una lamentable estrategia que no impedirá lo que nos llegará y, sin embargo, nos va a causar muchos perjuicios.
En definitiva, principios y valores los justitos.
Felipe.
By Anónimo, at 2:01 p. m.
Gracias por la consideración, pero sería exagerado, arrogante y descortés por mi parte erigirme en oposición en esta bitácora. Eso sería usurpar un protagonismo y un espacio que corresponden sólo al titular del blog. Como decía ayer, me conformo con sazonar de cuando en cuando el potaje con un contrapunto de color (rojo) y contribuir modestamente a animar un poco el patio. Sin embargo, esta vez (y sin que sirva de precedente), por ser el asunto de carácter idiosincrático, me extenderé algo más de la cuenta sobre alguno de los temas que tocas hoy.
Tu argumentación es hábil (no se espera menos de ti), pero está llena de trampas y deslizamientos retóricos. El maniqueo izquierdista que te fabricas es extraordinariamente reductor, hasta el punto de carecer casi de correlato real (¿Qué pensador significtaivo e influyente –no valen curiosidades zoológicas– sostiene que Bush y Sadam sean equiparables, aunque encuentre buenas –y diversas– razones para considerar detestables a ambos? ¿Quién va por ahí diciendo que el 11-S no estuvo tan mal?). Si la izquierda es un fantasma inane y deshuesado desde el 89 no hay mucho de qué preocuparse. Siguiendo la máxima lincolniana, puesto que es imposible engañar a todo el mundo permanentemente, puedes sentarte tranquilamente a la puerta de tu casa hasta ver pasar la comitiva de su entierro inexorable. Pero el código genético de lo que llamamos izquierda es bastante más amplio y rico que todo eso: arranca de la Ilustración y la Revolución Francesa, incluye significativas aportaciones de la tradición democrática americana y ha conocido variantes históricas muy diversas. Al menos desde los años sesenta –aunque haya ejemplos muy anteriores, incluso coetáneos de la Revolución Rusa: recuérdese, por ejemplo, el testimonio pionero de Fernando de los Ríos, por no ir muy lejos– el papel inspirador del modelo soviético está más que arrumbado. El relativismo que esgrimes de manera un tanto artificiosa no es fruto del colapso del esquema geopolítico de Yalta, sino del consenso transversal en torno al modelo de la democracia burguesa (me parece más preciso ese término que el de "democracia liberal", hoy más en boga). La asunción por todas las fuerzas políticas –no sólo por la izquierda– de un modelo que consagra la posibilidad de alternancia en el ejercicio del gobierno es incompatible con la imposición uniforme y permanente de un solo patrón ideológico. El relativismo consiste en el reconocimiento de la legitimidad del otro, aunque éste debe hacerse, desde luego, en torno a un núcleo mínimo de valores compartidos consagrados en el núcleo duro de las constituciones democráticas. El modo de hacer operativos esos valores admite discusión y, por su propia naturaleza, es contingente. Desde un punto de vista de izquierdas y humanista, las categorías del bien y el mal son poco operativas, están demasiado infectadas de teología y sólo sirven para construir deletéreos ejes y expedientes justificadores de todo tipo de carnicerías. Para la construcción de una moral cívica (o sea, política) son mucho más útiles las categorías de civilización y barbarie. Una política civilizada sólo puede operar sobre lo contingente y debe ser susceptible de revisión crítica. La política provee medios para afrontar el conflicto social por medio de reglas, es decir, alternativas a la resolución de esos conflictos por medio del simple sometimiento del otro. Evidentemente, no toda alteridad es legítima, pero un marco social civilizado debe tender a ser inclusivo de todo el que esté dispuesto a aceptar las reglas de juego.
Es contradictorio motejar de falta de valores el escrúpulo que buena parte del pensamientoo de izquierda ha empeñado en revisar y asumir las derivaciones patológicas de algunos de sus hijos históricos. De hecho, está por ver que la derecha haya hecho algo parecido por la parte que le toca, desde las consecuencias criminógennas, por utilizar tu término, del integrismo religioso y político o el militarismo de ocasión hasta el colonialismo o el fascismo, fenómenos de los que su alergia al pensamiento crítico se desentiende paladinamente, como si no hubieran ido históricamente con ella. Nuestro país ofrece un centón de ejemplos donde escoger.
Esto se alarga demasiado. Quedan muchas cosas en el tintero y ya habrá ocasión, cervezas mediante (pago yo, si es menester). Sólo dos apuntes más. No creo que el nazismo fuera una construcción filosófica nihilista, sino la consagración absoluta de la barbarie, el desprecio radical del otro reducido a sujeto exterminable. El "nihilismo positivo" es un imposible lógico, una trampa retórica más.
Y, por último, ZP. Tu diatriba habitual es una caricatura, una suma de prejuicios y juicios de intenciones de imposible verificación. Yo no citaba la guerra de Irak, pero me parece que su rechazo es un claro exponente de decisión –tácticamente mejor o peor instrumentada– basada en principios. La guerra era manifiestamente ilegal –no sé Zapatero, pero yo, desde luego, no soy un pacifista a ultranza: fui partidario, por ejemplo, de las intervenciones en Bosnia y Kosovo–, y es palmario que su objetivo nada tenía que ver con los que se declararon. No pudo decidir la no intervención; ya se encargó el anterior gobierno de pasarse por el arco del triunfo todas las previsiones constitucionales a la hora de decidir nuestra, por otra parte, vergonzante participación ridículamente camuflada de "misión humanitaria". Repetir macahaconamente que sólo le guía la obsesión de mantenerse en el poder cuando aún no ha cumplido el primer año de legislatura es prescindir lisa y llanamente de cualquier filtro de ecuanimidad. El discurso dominante en la opinión públicada de derechas al respecto es uno de esos ejemplos de reflejo especular perverso. El PP hizo todo lo que estaba en su mano para perder las elecciones, y no sólo entre el 11 y el 14 de marzo. Como tantas veces ocurre, jugó al empate y perdió con todas las de la ley. El infantilismo y la irresponsabilidad con la que sus líderes hacen ostentación de aceptarlo a duras penas sí es una muy inquietante muestra de apego a un poder que creen que les corresponde por derecho natural y un ejemplo nada edificante de falta de espíritu democrático y de escrúpulos. Ese, ahora sí, nihilismo estrecho de o yo o el caos, de cuanto peor mejor.
By Anónimo, at 10:14 p. m.
Pepe:
Como era de esperar, tu comentario previo ha suscitado un montón de cuestiones y, en este segundo, otro buen montón más, y, por lo que veo, Felipe -un buen amigo que ya te presentaré- se anima a cruzar argumentos. Bien, bien.
Como te decía, el asunto queda abierto. Volveré sobre él cuando la actualidad me deje un rato para cuestiones más de fondo (el problema de los análisis de fondo es que consumen mucho tiempo). Naturalmente, sin perjuicio de lo de las cervezas.
By FMH, at 8:45 a. m.
Mucho nos llevaría comentar el comentario de Pepe. Solo quiero dar unos apuntes:
- La portada de El Pais el 12-S es una muestra del cierre de filas que la izquierda oficial española con un Estado democrático que sufrió el pero atentado de todos los tiempos.
- Considero que el PP tuvo una actitud más que democrática al reconocer la legitimidad de la victoria de zapatero. Yo creo que no es legítima, pero agradezco la postura del PP, pues si con ello estamos con la tensión social que se respira, ¿cómo estaríamos si no?
- La derecha sí que hizo un gran esfuerzo en moderarse. De hecho aceptó muchos cambios contrarios a sus criterios en pro de una convivencia pacífica. La izquierda tardó algo más de tiempo. Recordar que el PSOE en la transición pedía la anexión de Navarra al país Vasco y no le retiró el calificativo de "presos políticos" a los etarras hasta 1.981. Más o menos cuando renunció al marxismo.
- Por último, y esto sería objeto de un largo debate, el fascismo ¿nace de la derecha o de la izquierda?
Ah, por cierto, malos ejemplos de la derecho en España hay muchos, pero la izquierda no se queda corta.
Felipe.
By Anónimo, at 5:16 p. m.
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