LA PECERA CATALANA
Hace unos días, Albert Boadella lo ponía de manifiesto, de nuevo, en un gran artículo en el diario El Mundo. En unas líneas en las que se definía como autoexcluido del paraíso catalán y explicaba por qué, daba a entender lo que ya sabemos casi todos. Que la sociedad catalana es una sociedad enferma, infectada por un virus, en nacionalismo, que termina corroyendo incluso los cuerpos más vigorosos.
Boadella se revelaba, una vez más, como intelectual en el mejor sentido de la palabra, comprometido de verdad, no (no sólo) con causas lejanas y utópicas, sino con el irrenunciable deber de decirle al emperador que va desnudo. Creo que él mismo se ha autodenominado “bufón” y, a buen seguro, sólo él ha sabido ejercer el imprescindible rol del bufón medieval: decir lo que nadie se atrevía a decir. Espetarle en la cara al gobernante fatuo, al Ubú de turno, lo patético que es. Esto le diferencia de las legiones de apesebrados que pululan por Madrid y, desde luego, por Barcelona. Lo ha dicho a menudo: cuando se oye mentar la palabra “Cataluña” trescientas mil veces al día, además de sentir cierto hartazgo, te empiezas a temer que hay gato encerrado.
Lo del gato consiste en extender el salvífico manto de protección de la patria hasta a los depósitos más hediondos. Mediante esta táctica, el nacionalismo, además de empobrecer y apaletar las sociedades que parasita, inocula una especie de tenia clientelar, que asegura su mantenimiento durante muchos, muchos años.
Lamentablemente, si hemos aprendido a ver lo que sucede en Cataluña como normal, incluso, por qué no, a ver Cataluña como modelo, ello ha sido, al menos en parte, por una especie de efecto colateral del maldito problema vasco. El abestiamiento por esos lares ha sido tan brutal que, por una parte, nos ha llevado a ver aceptable todo lo que se dice y se hace sin una pistola por medio y, por otra, ha impedido, en el propio País Vasco incluso, hacer un análisis de las políticas nacionalistas hasta sus últimas consecuencias. El dichoso concepto del “nacionalismo moderado”.
La clase política catalana ha dado en estos días un espectáculo bochornoso. Casi se diría que los vecinos del Carmel, en vez de perjudicados por una negligencia, son gente indeseable, empeñados en salir por la tele y mostrar al mundo esa “Barcelona fea” de la que nadie, ningún catalán de pro, quiere saber absolutamente nada. Es ya lugar común lo de que el oasis catalán es más bien una ciénaga.
Ha sido increíble contemplar como todos –excepto Piqué, buen tanto- entraban en una especie de ansiedad por recomponer cuanto antes el statu quo. Como si el túnel del Carmel hubiese abierto un boquete en una pecera y el agua escapase. Los políticos y los medios catalanes eran los peces, reclamando con urgencia más agua. Con la transparencia, la modélica sociedad catalana se ahoga.
Prohibido hablar, prohibido denunciar. Prohibido hablar de la política lingüística y los costes que puede traer a las futuras generaciones, prohibido hablar –si no es para encontrar culpables- de la pérdida de competencia y de la caída de Cataluña como líder del crecimiento español, prohibido hablar de la artificiosidad de una Barcelona que parece requerir un espectáculo faraónico cada poco tiempo para encontrar su lugar entre las grandes ciudades, prohibido hablar, por supuesto, de historia. Prohibido, en fin, hablar de finanzas públicas seriamente.
España es, en general, un país democráticamente muy poco desarrollado, y ello se manifiesta, sobre todo, en la falta continuada de respeto al ciudadano como pagador de impuestos y una total ausencia de debate serio sobre el uso de los caudales públicos. Esto es terreno abonado para la corrupción. Si, además, ello se combina con fuertes poderes regionales y locales –por lógica menos sometidos al escrutinio público que los nacionales, sobre todo en lugares tan ombliguistas como Cataluña-, y con una legislación sobre financiación de partidos tan políticamente correcta como ridículamente irrealista, el cóctel es explosivo.
Y Cataluña no es la excepción. Es, más bien, la regla.
Boadella se revelaba, una vez más, como intelectual en el mejor sentido de la palabra, comprometido de verdad, no (no sólo) con causas lejanas y utópicas, sino con el irrenunciable deber de decirle al emperador que va desnudo. Creo que él mismo se ha autodenominado “bufón” y, a buen seguro, sólo él ha sabido ejercer el imprescindible rol del bufón medieval: decir lo que nadie se atrevía a decir. Espetarle en la cara al gobernante fatuo, al Ubú de turno, lo patético que es. Esto le diferencia de las legiones de apesebrados que pululan por Madrid y, desde luego, por Barcelona. Lo ha dicho a menudo: cuando se oye mentar la palabra “Cataluña” trescientas mil veces al día, además de sentir cierto hartazgo, te empiezas a temer que hay gato encerrado.
Lo del gato consiste en extender el salvífico manto de protección de la patria hasta a los depósitos más hediondos. Mediante esta táctica, el nacionalismo, además de empobrecer y apaletar las sociedades que parasita, inocula una especie de tenia clientelar, que asegura su mantenimiento durante muchos, muchos años.
Lamentablemente, si hemos aprendido a ver lo que sucede en Cataluña como normal, incluso, por qué no, a ver Cataluña como modelo, ello ha sido, al menos en parte, por una especie de efecto colateral del maldito problema vasco. El abestiamiento por esos lares ha sido tan brutal que, por una parte, nos ha llevado a ver aceptable todo lo que se dice y se hace sin una pistola por medio y, por otra, ha impedido, en el propio País Vasco incluso, hacer un análisis de las políticas nacionalistas hasta sus últimas consecuencias. El dichoso concepto del “nacionalismo moderado”.
La clase política catalana ha dado en estos días un espectáculo bochornoso. Casi se diría que los vecinos del Carmel, en vez de perjudicados por una negligencia, son gente indeseable, empeñados en salir por la tele y mostrar al mundo esa “Barcelona fea” de la que nadie, ningún catalán de pro, quiere saber absolutamente nada. Es ya lugar común lo de que el oasis catalán es más bien una ciénaga.
Ha sido increíble contemplar como todos –excepto Piqué, buen tanto- entraban en una especie de ansiedad por recomponer cuanto antes el statu quo. Como si el túnel del Carmel hubiese abierto un boquete en una pecera y el agua escapase. Los políticos y los medios catalanes eran los peces, reclamando con urgencia más agua. Con la transparencia, la modélica sociedad catalana se ahoga.
Prohibido hablar, prohibido denunciar. Prohibido hablar de la política lingüística y los costes que puede traer a las futuras generaciones, prohibido hablar –si no es para encontrar culpables- de la pérdida de competencia y de la caída de Cataluña como líder del crecimiento español, prohibido hablar de la artificiosidad de una Barcelona que parece requerir un espectáculo faraónico cada poco tiempo para encontrar su lugar entre las grandes ciudades, prohibido hablar, por supuesto, de historia. Prohibido, en fin, hablar de finanzas públicas seriamente.
España es, en general, un país democráticamente muy poco desarrollado, y ello se manifiesta, sobre todo, en la falta continuada de respeto al ciudadano como pagador de impuestos y una total ausencia de debate serio sobre el uso de los caudales públicos. Esto es terreno abonado para la corrupción. Si, además, ello se combina con fuertes poderes regionales y locales –por lógica menos sometidos al escrutinio público que los nacionales, sobre todo en lugares tan ombliguistas como Cataluña-, y con una legislación sobre financiación de partidos tan políticamente correcta como ridículamente irrealista, el cóctel es explosivo.
Y Cataluña no es la excepción. Es, más bien, la regla.
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IV. LA MODELO. 1992
El patio de Geriatría en pleno
OASIS CATALÁN.
Rafael del Barco Carreras
Entre las horas de escaso trabajo en el economato de la Séptima, y la tranquilidad de mi nueva celda en la planta baja de la Primera, de nuevo me entretendría escribiendo. Materia no me faltaba. Al callado peruano de la paliza la noche de la desaparición de una chispa de “chocolate”, al moribundo Silvestre, y mi compañero en el economato de la Cuarta que caería por trapichear, le sucedían un viejo conocido de los 80 condenado por comisionista en la tragedia del aceite de colza (el primer macrojuicio de la Democracia con tantas dudas como culpables), un narco socio del alcalde de Torrellas, y Pujadas, otra historia de cárcel, ruina, depredación y extorsión fabricada por el juez Estevill y su banda, a la que se añadirían los obreros de su empresa, primero intercediendo por su empresario, y cuando la empresa se hundió pidiendo el cumplimiento de la condena en suspenso. Inmejorable. Además la planta baja de la Primera se completaba con los cocineros, destinos en “obras”, y unas celdas con travestis. Un magnífico palco con tragicomedia incluida, aquellas celdas sustituían la “casa de putas” de la Martirio en la vieja lavandería de los 80. 2.000 pesetas un completo, con rebajas y sin condones, puesto que se presumía que el SIDA era común.
Aun dentro de los mismos muros, el pequeño patio de la Séptima, galería de gente con permisos y terceros grados, el geriátrico con veinte individuos, la panadería y lavandería, otro mundo, más reducido que en el 80 puesto que construyeron el comedor de la Primera, una lavandería nueva, y las estancia para los ancianos. De batallar con largas colas de compradores golpeando los cristales, y amenazando, a departir con los “clientes” y hasta prepararme la comida con un simple e ingenioso sistema, de hornillo una lata agujereada y el combustible una barra de desodorante por sesión. Y por si fuera poco, vino para las comidas, con mesura, porque el funcionario suministrador me cobraba cinco mil pesetas por lo que valía no más de doscientas. El precio tenía lógica, la botella ocupaba un espacio en su bolsa mucho más rentable con hachís e inmensamente más con la apreciadísima heroína. El clamor era tan general que para evitar escándalos le trasladaron de cárcel.
Tras parar los pies al viejo energúmeno que disparara a bocajarro a su mujer con la escopeta de caza por servirle siempre macarrones, y mi café nunca a su gusto, o escuchar a diario las desgracias del “monstruo”, así le llamaban, porque en su intento de suicidio, tras acabar con su amante por cuernos, se voló media cara, pasaba a conectar con Planasdemunt, Forcadell, y un casi nonagenario, con la mente perdida. No sé nada, estoy jubilado desde hace muchos años, repetía. Pascual no se detenía ante nada, y si a los del Banco Central les amenazaba con su Presidente Escámez o el propio cuñado del Rey, a Bertran de Caralt con sus viejos hombres de confianza. ¡Y ese monstruo me había defendido!. Forcadell, empresario triunfador hecho a si mismo, se mostraba locuaz, incluso contando las guerras con su mujer, hija y yerno, que le obligaron a dividir sus despachos en el gran edificio “Fincas Forcadell” de la plaza Universidad, y hasta las escaleras de entrada para no cruzarse. Sin embargo con Planasdemunt, el financiero político, ex “consellé” y director del Institut de Finances de la Generalitat, frases vacías. Los dos murieron, del corazón creo, al poco de conseguir su liberación, pagando. Supongo que es más duro aguantar la presión del extorsionador que la prisión en si misma. A Planasdemunt continuas visitas “especiales” le sumían más en su estado de depresiva intromisión. Y a pesar de la fama de Pascual Estevill, no solo nadie actuaba, sino que le ascenderían. Y “lo sabía toda Barcelona”, todo el “Oasis Catalán”.
Pero la información se hallaba más en la planta baja de la Primera Galería, donde entraban y salían con inusitada rapidez los “clientes” del Juez Pascual, si pagaban. Sin embargo para algunos, discutiendo el precio de la libertad, los días se alargaban, o sea, que la lengua y los nervios se les soltaban con facilidad. Para Pujadas, mi compañero de celda, lo que antes de entrar fuera un simple tema civil, con suspensión de pagos, acabaría en la cárcel y condenado. Otros, de testigos en causas de otros juzgados, se convirtieron en presas por la simple sustitución del juez titular en vacaciones. Un ejemplo, su viejo conocido Marugán, un enemigo de los tiempos en que el juez ejerciendo de abogado aplicaba su personalidad y total falta de escrúpulos a robar a sus empleadores o clientes. Marugán, el hombre que no le perdonaría, y que acabó con él. Sus historias coincidían con las mías, empresas, obreros, familia, y la conciencia de ser víctimas de la peor de las ETAS, el corrupto mundo oficial, aunque alguno agradecía, imbuido por su abogado, haber topado con un juez corrupto porque de lo contrario “la cosa pintaba muy mal”. Una versión del Síndrome de Estocolmo, me decía a mi mismo. No aplicaría a Pascual la falta de información que le atribuía a la ETA de Koldo sobre sus arruinados secuestrados, pues el Juez en varios casos me demostraría tener la información directamente del abogado del extorsionado, cuando no actuaban asociados. “Tot controlat, el juzge es amic meu”, decía Piqué Vidal. A alguno no le agradaba mi terrible versión, preferían mentirse y alimentar esperanzas. Varios pagarían la libertad con fianza más la extorsión (en definitiva, las generalizadas minutas en negro tienen difícil catalogación e incontrolable reparto), y después ingresarían de nuevo al ser condenados, los Esteve Corvella, Bassols, Pujadas, etc.
Un dilema lo de Planasdemunt, ¿porqué Piqué Vidal a través de Pascual Estevill embestía contra un hombre de Pujol, su Jefe o Capo?. Las varias teorías publicadas son parte de la desinformación propia de la prensa barcelonesa tanto pujolista como progresista. El periodista Félix Martínez en su libro “El Club de los Mentirosos” cuenta que a través de unas entrevistas y cartas de Bassols con su hija Anna se probaba la del “incendio controlado”. Dudo de incendios controlados y más del fantástico libro el “Club de los Mentirosos”, inventándose escenas en las que dice participó. Simples “negocios” de desalmados. Lo del “incendio”, otra fantasía como cuando me cita por el caso Consorcio y atribuye a Pascual una depresión profesional por haber perdido en juicio mi caso, donde no me defendió, y antes del despido ganó dinero y “amigos”.
Con los panaderos la relación se ampliaba contándoles la fuga por túnel del 82, o encargando pizzas y empanadas. Una excelente relación, excluido un reconocido chivato, asesino por encargo de otro detenido en geriatría que no se retenía en insultarlo, pues nunca pretendió que matara a su deudor, solo que le asustara. Y un equipo ciclista colombiano, que llenó la estructura metálica de sus vicis con cocaína, imprimían juventud y alegría al sombrío patio. Aprendí las mil ingeniosas maneras de comprar algún kilo en Colombia y multiplicarlo por 30 o 40 a la llegada a España. Traficantes, desesperados, aventureros, o simples mulas, se lanzaban a diario a la plaza, y si no hay estadísticas de los que consiguen su objetivo, si de los decenas de miles, con los años centenares de miles que acaban en prisión. He de advertir a maliciosos que nunca he estado en Sudamérica, y lo digo, porque a uno de mis críticos con el nombre falso de Tito Diagonal, solo se le ocurre acusarme de drogadicto por contar “las cosas de la cárcel” y de la “corrupción”. Pues no, lo repito para los “de buena fe” porque los “corruptos” lo saben de sobra, ni Sida ni ninguna enfermedad, y ajeno total a cualquier droga. Demostrable.
Mis inquietudes no se reducían a los escandalosos casos del Juez Pascual Estevill. Me cayó fatal el ingreso de un condenado a seis años por una urbanización de las que El Periódico me acusaba en 1980. De Fogás de Tordera y cercana con la que me involucraban “Zona Rústica San LLop”. Al poco Francés Jufresa me informaría que la Audiencia de Gerona requirió al Juzgado de Caldas el levantamiento del archivo de la causa donde entre otros figuraba yo; habían pasado quince años de las denuncias. Can Fornaca de Riudarenas. Pero el mundo interior con la remodelación de prioridades hace encoger los hombros ante situaciones del “exterior” que ni de lejos se pueden controlar. Que desde la enfermería el moribundo Silvestre, o Miguel, el viejo gitano compañero en los 80, pidieran tabaco gratis, superaba la peligrosidad de cualquier “urbanización”. Antes de morir algunos paquetes les enviaría. Lo malo sus mensajeros pretendiendo fumar gratis.
Otro peligro, los lunes, y en el patio los de permiso “final de semana” de la Séptima. El intenso trapicheo de droga convertía en muy tenso el ambiente. Un método tradicional, al parecer propiciado por mi antecesor, convertía la ventanilla y su pequeña cola por los cafés y desayunos en una lonja. Hasta que Don Antonio se propuso acabar con el tráfico escondiéndose a mi lado. Un delicado día que pude perder el excelente “destino” al negarme. Seguro que alguien caería, pero más seguro que me pincharan. Don Jesús, mi jefe aparecido a mi ruego, sugirió al funcionario con amplio y conflictivo historial, con denuncias por torturas, que se sentara junto a la ventanilla en disuasivo aviso. Para mi tranquilidad Don Antonio entendió mi posición y me lleve bien con él, o mejor, él conmigo. Ni siquiera temí por mi vaso de vino en las comidas.
Recuerdo que mi nula experiencia culinaria se superó con los programas televisivos de Arguiñano. Los huevos fritos, uno de mis platos favoritos, con las puntillas que mi mujer tan bien bordaba, los conseguí por las simples explicaciones del ahora célebre cocinero. Mucho aceite, y muy caliente. El inconveniente, una barra de desodorante no producía suficientes calorías, y con dos, los huevos salían más caros que el vino. En el pequeño espacio, cerrada la ventanilla, la privacidad era absoluta. Televisión, los huevos fritos, o cualquier producto comprado a los cocineros o del propio economato, y “qui dias pasa anys empeny”. No era el cielo, pero en muy peores garitas había hecho guardia.
La prensa me traía las muchas noticias generadas por De la Rosa – Pascual Estevill, y al contrario que en el 80, y por suerte, ni citarme. Silencio absoluto sobre quien se cebaron diez años antes. De la Rosa, en entredicho, pero defendiéndole ante los aviesos kuwaitíes, que además de robados tenían la culpa de la quiebra del Grupo KIO en España. Pascual, alabado por el progresismo. Y noticias de las que nadie lee, la muerte de mi socio Parés, y la quiebra de mi compañero en los 80, Fernando Serena. Además a diario saltaban “escándalos socialistas” o pujolistas. Definitivamente los 80, no existieron, pero si en cuanto a mi no los citarían, la jueza de Sabadell, no concedería la soñada fianza por antecedentes e historial delictivo, decía. Un año y medio preventivo, juzgado y condenado a siete años por falsificación y estafa. Mi estancia en La Modelo se terminaba, en Madrid me esperaba otro juicio por los mismos delitos. Seis años, pero en libertad con fianza desde 1986, recurriría al Supremo. Un complicado futuro, y preparando mi primera novela denuncia contra los muy triunfantes Piqué, Pascual y Pujol.
By Rafael del Barco Carreras, at 12:14 p. m.
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