BLÁZQUEZ
La elección de monseñor Blázquez como presidente de la Conferencia Episcopal Española ha sido, probablemente, la sorpresa de la semana. Desde luego, no cabe concluir de esto que el cardenal Rouco –hay quien dice que tomándose un respiro para una elección más importante- sea impopular entre sus compañeros, porque se quedó a un tris de ser reelegido para un tercer mandato –debe señalarse que presidir el episcopado español es más complicado que, digamos, coordinar Izquierda Unida, porque requiere más votos.
Monseñor Blázquez tiene fama de buena persona, mejor teólogo y hombre conciliador. Excelentes virtudes todas ellas, pero que no compensan, de momento, la mácula de su incapacidad para no aceptar ciertas compañías. Hay quien dice, no sin razón, que Bilbao es mucho Bilbao –debe ser incómodo andar todo el día bajo la mirada de los siniestros auxiliares euskaldunes, los intérpretes que decía aita Arzallus-, y la presión ambiental le puede a cualquiera. Que se lo digan a los concejales constitucionalistas que, a buen seguro, pechan con más dificultades que el obispo –porque no nos engañemos, el obispo es el obispo y entre esta banda de nazis hay mucho, muchísimo meapilas-.
En fin, dicen también que monseñor Blázquez puede estar llamado a la sede arzobispal de Zaragoza –lo cual, dicho sea de paso, pondría su rango a la par del de sus predecesores, ninguno de los cuales fue obispo raso-. Quizá el aire del Ebro le devuelva la serenidad y la claridad de ideas que dejó en Palencia. Aunque nunca se sabe. Cuando monseñor Uriarte sustituyó al inefable Setién en San Sebastián dijo que “siete inviernos en Zamora –su anterior destino episcopal- aclaran mucho las ideas”. A la vista está que la cabra tira al monte sin que lo remedien ni los fríos zamoranos. Lo dicho, ojalá el cierzo corra mejor suerte, si es que, finalmente, le cae en suerte a Blázquez la capital aragonesa.
El Esdrújulo dice que se alegra. Yo que Blázquez, no sabría cómo tomármelo. Vienen tiempos complicados, en los que la Iglesia deberá tomar partido –como institución socialmente importante que es- y, desde luego, si se pone en línea con el Esdrújulo, y con Rubio Llorente, a algunos nos volverá a defraudar, mucho más de lo que ya nos ha defraudado.
Hay quien piensa que la Iglesia debe limitarse a su labor pastoral y no opinar de cuestiones políticas. Esta postura les encanta a los adversarios de la propia Iglesia y, por ejemplo, a los nacionalistas. Mi opinión es que la Iglesia no debe permanecer al margen. La Iglesia española debería estar con la democracia y con las libertades. Y, sí, debería mostrarse favorable a la unidad nacional, por muchas razones. Históricas, desde luego, pero también morales (sí, he dicho morales).
Suerte, monseñor Blázquez. Y esté en su sitio. Haga caso a Rouco. Dios nos libre de los conciliadores, que de eso ya andamos sobrados.
Monseñor Blázquez tiene fama de buena persona, mejor teólogo y hombre conciliador. Excelentes virtudes todas ellas, pero que no compensan, de momento, la mácula de su incapacidad para no aceptar ciertas compañías. Hay quien dice, no sin razón, que Bilbao es mucho Bilbao –debe ser incómodo andar todo el día bajo la mirada de los siniestros auxiliares euskaldunes, los intérpretes que decía aita Arzallus-, y la presión ambiental le puede a cualquiera. Que se lo digan a los concejales constitucionalistas que, a buen seguro, pechan con más dificultades que el obispo –porque no nos engañemos, el obispo es el obispo y entre esta banda de nazis hay mucho, muchísimo meapilas-.
En fin, dicen también que monseñor Blázquez puede estar llamado a la sede arzobispal de Zaragoza –lo cual, dicho sea de paso, pondría su rango a la par del de sus predecesores, ninguno de los cuales fue obispo raso-. Quizá el aire del Ebro le devuelva la serenidad y la claridad de ideas que dejó en Palencia. Aunque nunca se sabe. Cuando monseñor Uriarte sustituyó al inefable Setién en San Sebastián dijo que “siete inviernos en Zamora –su anterior destino episcopal- aclaran mucho las ideas”. A la vista está que la cabra tira al monte sin que lo remedien ni los fríos zamoranos. Lo dicho, ojalá el cierzo corra mejor suerte, si es que, finalmente, le cae en suerte a Blázquez la capital aragonesa.
El Esdrújulo dice que se alegra. Yo que Blázquez, no sabría cómo tomármelo. Vienen tiempos complicados, en los que la Iglesia deberá tomar partido –como institución socialmente importante que es- y, desde luego, si se pone en línea con el Esdrújulo, y con Rubio Llorente, a algunos nos volverá a defraudar, mucho más de lo que ya nos ha defraudado.
Hay quien piensa que la Iglesia debe limitarse a su labor pastoral y no opinar de cuestiones políticas. Esta postura les encanta a los adversarios de la propia Iglesia y, por ejemplo, a los nacionalistas. Mi opinión es que la Iglesia no debe permanecer al margen. La Iglesia española debería estar con la democracia y con las libertades. Y, sí, debería mostrarse favorable a la unidad nacional, por muchas razones. Históricas, desde luego, pero también morales (sí, he dicho morales).
Suerte, monseñor Blázquez. Y esté en su sitio. Haga caso a Rouco. Dios nos libre de los conciliadores, que de eso ya andamos sobrados.
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