LA CREDIBILIDAD DEL SOCIALISMO
Ayer afirmé en esta bitácora que sospecho que el PSE-PSOE, de estar en situación tras el 17 de abril, pactará con el PNV –a fortiori, diría que intentará reeditar el gobierno de coalición pre-Estella-. Ojalá me equivoque, pero no tengo más remedio que pensar así, a tenor de lo que veo. Uno de mis corresponsales habituales objeta que, anteayer mismo, se oyeron, en boca del Esdrújulo y de Patxi López palabras que, salvo a espíritus retorcidos como el mío, no pueden permitir albergar dudas sobre el compromiso socialista con la unidad nacional. Parecen tener claro que Euskadi es parte de España y así deberá seguir siendo.
Me gustaría creerlo, pero es que hay truco. ¿Cómo era aquello de “por sus hechos los conoceréis"? Pues eso. Ya me imagino que ZP no está tan loco como para afirmar, a las claras, que se quiere llevar este viejo país por delante. No hay lo que hay que tener para decir semejante cosa en León, por ejemplo. Pero...
En primer lugar, sin llegar a decir eso, en términos más académicos, más finos pero igualmente preocupantes ha afirmado cosas como que el concepto de “nación” es contingente –exactamente, que a él no le gustaban los dogmatismos- y no se refería, precisamente, a la muy etérea idea de “nación” que se discute hasta la saciedad en teoría política (polisémico de veras, el término) sino al muy concreto vocablo “Nación” del artículo 2 de nuestra Constitución –lo que Jorge de Esteban, muy acertadamente, identifica con la médula de nuestro Texto Fundamental-. A mayor abundamiento, la presidenta de nuestro Tribunal Constitucional dejó caer que el artículo 2 es reformable (obvio, pero hay obviedades que tanto si son inocentes como si no lo son, incapacitan para el cargo) y para qué hablar de nuestro caro Rubio Llorente, que no es ya que no esté comprometido con la Carta Magna, sino que parece que está dispuesto a trazar el plan de demolición, por lo que se ve. Todo por epatar.
Sencilla pregunta: ¿qué es la “alternativa” de López? Otra sencilla pregunta: ¿quién es un tal Pasqual Maragall, que dice que o se pasa por sus propuestas o no hay alternativa para España?
Por si lo anterior no fuese suficiente –digamos que fue un calentón o una sobredosis de estulticia- el amigo pasa de las musas al teatro: tal que ayer mismo, firma un pacto con un partido tan leal como ERC. Cosa que, por supuesto, no puede sino dejarnos más tranquilos, para qué engañarnos. Cómo dudar de que las claves de las contrapartidas exigidas estarán pensadas desde la más profunda solidaridad con el resto de los españoles, extremeños y andaluces los primeros.
A la absoluta irresponsabilidad de decir que él aceptaría cualquier cosa que viniera de un Parlamento de Cataluña con mayoría absoluta nacionalista (no, no me he confundido) añade que hay barra libre también para el de Euskadi, cámara de acrisolada lealtad, por cierto.
He dicho en otras ocasiones que a mí la unidad no me sirve de nada ni no hay una cierta identidad. De poco me vale que siga existiendo un sujeto de derecho internacional denominado “España” si, en primer lugar, ese sujeto surge de un manifiesto desprecio a la historia y si ese sujeto es incapaz de garantizar la libertad, igualdad y propiedad en términos parejos en todo el territorio. No sé qué quiere decir ZP con “unidad”. No tengo ninguna garantía de que entienda lo mismo que yo y mucha gente como yo (en general, no sabemos qué entiende ZP por casi nada). Si quiere decir lo mismo, ¿a qué esta urgencia por revisar algunas de las normas básicas que garantizan la cohesión?, ¿por qué todas las revisiones, todas, van siempre en el mismo sentido?
Volvamos ahora el argumento por pasiva. En un escenario en que el PSE tenga capacidad dirimente, o pacta con el PNV, o pacta con el PP o renuncia al gobierno por falta de aliado con capacidad suficiente (en el supuesto de que el PP no alcanzara sufragios bastantes). ¿Por qué he de creer que el PSE va a acercarse al PP cuando lleva, a las claras, una estrategia de marginarlo, aislarlo y presentarlo como el verdadero, el único obstáculo a la felicidad de los españoles?
Insisto, el problema es ideológico, profundamente ideológico. Quizá, muy probablemente, aunque sólo sea por querencia, sea cierto que a ZP le gustaría conservar una España entera y, más o menos, como es hoy. Pero no puede pasar por el trance de retratarse con la derecha. Como tanta otra gente en la izquierda española, ZP entiende que ser de izquierdas es “no ser de derechas”. El PSOE empleaba esta frase en una de sus campañas electorales. En su día, me pareció una supina estupidez, pero más tarde caí en la cuenta de que era altamente representativa de cómo el socialismo español ve el mundo. No existe el continuo derecha-izquierda, sino la derecha y la no-derecha, lo aceptable y lo no aceptable. Más de una vez se ha caído en la tentación de hablar de bloque “constitucional” como sinónimo de “lo que sea menos el PP”. Por eso creen que lo del 13M fue lícito, correcto y estupendo, porque se hizo contra la derecha y, por tanto, es moral, es bueno, es en nombre de un bien superior (inciso: la cara de Pedro Almodóvar cuando cayó en la cuenta de que no se podía decir impunemente que el gobierno anterior quiso dar un golpe de estado fue un poema; ¡no entendía que alguien pudiera molestarse por eso! – al fin y al cabo, salvajadas como esa las dice Fernando Delgado cada lunes y cada martes y aquí paz, y después gloria). La frase, la infamia, que citaba ayer de “ocho años de derecha y uno de derechos” retrata a un sujeto.
Este y no otro es el gran complejo que debe superarse para terminar, de una vez por todas, la transición política española. No ser de izquierdas no es pecado, ni inhabilita a una persona como interlocutor. Incluso pueden compartirse cosas muy importantes. Pero no lo entienden, no lo quieren entender y no lo entenderán mientras asociaciones indecentes como “derecha” y “no democracia” sigan valiendo en el imaginario colectivo español.
Mientras esto siga siendo así, en cada tránsito electoral, España cambiará de régimen, no de Gobierno.
Por cierto, cuando termino estas líneas, me entero de que el PSE ha apoyado una moción del PNV contra el PP en las Juntas Generales de Álava. Sobran todos los comentarios.
Me gustaría creerlo, pero es que hay truco. ¿Cómo era aquello de “por sus hechos los conoceréis"? Pues eso. Ya me imagino que ZP no está tan loco como para afirmar, a las claras, que se quiere llevar este viejo país por delante. No hay lo que hay que tener para decir semejante cosa en León, por ejemplo. Pero...
En primer lugar, sin llegar a decir eso, en términos más académicos, más finos pero igualmente preocupantes ha afirmado cosas como que el concepto de “nación” es contingente –exactamente, que a él no le gustaban los dogmatismos- y no se refería, precisamente, a la muy etérea idea de “nación” que se discute hasta la saciedad en teoría política (polisémico de veras, el término) sino al muy concreto vocablo “Nación” del artículo 2 de nuestra Constitución –lo que Jorge de Esteban, muy acertadamente, identifica con la médula de nuestro Texto Fundamental-. A mayor abundamiento, la presidenta de nuestro Tribunal Constitucional dejó caer que el artículo 2 es reformable (obvio, pero hay obviedades que tanto si son inocentes como si no lo son, incapacitan para el cargo) y para qué hablar de nuestro caro Rubio Llorente, que no es ya que no esté comprometido con la Carta Magna, sino que parece que está dispuesto a trazar el plan de demolición, por lo que se ve. Todo por epatar.
Sencilla pregunta: ¿qué es la “alternativa” de López? Otra sencilla pregunta: ¿quién es un tal Pasqual Maragall, que dice que o se pasa por sus propuestas o no hay alternativa para España?
Por si lo anterior no fuese suficiente –digamos que fue un calentón o una sobredosis de estulticia- el amigo pasa de las musas al teatro: tal que ayer mismo, firma un pacto con un partido tan leal como ERC. Cosa que, por supuesto, no puede sino dejarnos más tranquilos, para qué engañarnos. Cómo dudar de que las claves de las contrapartidas exigidas estarán pensadas desde la más profunda solidaridad con el resto de los españoles, extremeños y andaluces los primeros.
A la absoluta irresponsabilidad de decir que él aceptaría cualquier cosa que viniera de un Parlamento de Cataluña con mayoría absoluta nacionalista (no, no me he confundido) añade que hay barra libre también para el de Euskadi, cámara de acrisolada lealtad, por cierto.
He dicho en otras ocasiones que a mí la unidad no me sirve de nada ni no hay una cierta identidad. De poco me vale que siga existiendo un sujeto de derecho internacional denominado “España” si, en primer lugar, ese sujeto surge de un manifiesto desprecio a la historia y si ese sujeto es incapaz de garantizar la libertad, igualdad y propiedad en términos parejos en todo el territorio. No sé qué quiere decir ZP con “unidad”. No tengo ninguna garantía de que entienda lo mismo que yo y mucha gente como yo (en general, no sabemos qué entiende ZP por casi nada). Si quiere decir lo mismo, ¿a qué esta urgencia por revisar algunas de las normas básicas que garantizan la cohesión?, ¿por qué todas las revisiones, todas, van siempre en el mismo sentido?
Volvamos ahora el argumento por pasiva. En un escenario en que el PSE tenga capacidad dirimente, o pacta con el PNV, o pacta con el PP o renuncia al gobierno por falta de aliado con capacidad suficiente (en el supuesto de que el PP no alcanzara sufragios bastantes). ¿Por qué he de creer que el PSE va a acercarse al PP cuando lleva, a las claras, una estrategia de marginarlo, aislarlo y presentarlo como el verdadero, el único obstáculo a la felicidad de los españoles?
Insisto, el problema es ideológico, profundamente ideológico. Quizá, muy probablemente, aunque sólo sea por querencia, sea cierto que a ZP le gustaría conservar una España entera y, más o menos, como es hoy. Pero no puede pasar por el trance de retratarse con la derecha. Como tanta otra gente en la izquierda española, ZP entiende que ser de izquierdas es “no ser de derechas”. El PSOE empleaba esta frase en una de sus campañas electorales. En su día, me pareció una supina estupidez, pero más tarde caí en la cuenta de que era altamente representativa de cómo el socialismo español ve el mundo. No existe el continuo derecha-izquierda, sino la derecha y la no-derecha, lo aceptable y lo no aceptable. Más de una vez se ha caído en la tentación de hablar de bloque “constitucional” como sinónimo de “lo que sea menos el PP”. Por eso creen que lo del 13M fue lícito, correcto y estupendo, porque se hizo contra la derecha y, por tanto, es moral, es bueno, es en nombre de un bien superior (inciso: la cara de Pedro Almodóvar cuando cayó en la cuenta de que no se podía decir impunemente que el gobierno anterior quiso dar un golpe de estado fue un poema; ¡no entendía que alguien pudiera molestarse por eso! – al fin y al cabo, salvajadas como esa las dice Fernando Delgado cada lunes y cada martes y aquí paz, y después gloria). La frase, la infamia, que citaba ayer de “ocho años de derecha y uno de derechos” retrata a un sujeto.
Este y no otro es el gran complejo que debe superarse para terminar, de una vez por todas, la transición política española. No ser de izquierdas no es pecado, ni inhabilita a una persona como interlocutor. Incluso pueden compartirse cosas muy importantes. Pero no lo entienden, no lo quieren entender y no lo entenderán mientras asociaciones indecentes como “derecha” y “no democracia” sigan valiendo en el imaginario colectivo español.
Mientras esto siga siendo así, en cada tránsito electoral, España cambiará de régimen, no de Gobierno.
Por cierto, cuando termino estas líneas, me entero de que el PSE ha apoyado una moción del PNV contra el PP en las Juntas Generales de Álava. Sobran todos los comentarios.
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