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martes, enero 11, 2005

LECCIONES DEL CASO DE JUANA

Ignacio de Juana Chaos es una mala bestia repugnante que debería pudrirse en la cárcel hasta el fin de sus días. De hecho, esto es lo que le sucedería en casi cualquier sistema penitenciario del mundo Occidental distinto del español –excuso decir qué sucedería en los no Occidentales.

Sin embargo, nuestros jueces se las ven y se las desean para encontrar alguna argucia que pueda mantenerlo en prisión, toda vez que los beneficios penitenciarios ganados conforme a derecho deberían dar lugar a su próxima excarcelación.

A buen seguro, los jueces encontrarán en las palabras y los actos del etarra material suficiente para prolongar su condena. Lo lamentable es que la búsqueda de justicia material haya de hacerse forzando las normas, o trayendo por los pelos disposiciones legislativas.

Lo deseable sería que, de una vez por todas, se caminara firmemente por la senda abierta por los gobiernos del Partido Popular. Hay cosas que no tienen ya remedio, o lo tienen peor que la enfermedad –las leyes penales y las normas penitenciarias no deben ser retroactivas nunca-, pero pueden arreglarse para el futuro. Nuestro Código Penal y nuestras normas penitenciarias deben ponerse en línea con lo que es normal en nuestro entorno, entre otras cosas para evitar el “efecto llamada”. No deja de ser paradójico que nuestro Tribunal Constitucional entienda perfectamente ajustadas a derecho extradiciones de mafiosos a los que les espera la prisión de por vida en Italia, pero, por alguna extraña razón, no contemos en España con cadena perpetua.

Se dice, con razón, que no es ni siquiera necesario llegar a eso. Basta que se cumplan las condenas en su integridad. Pero las cosas deben hacerse bien desde el principio, no por vía indirecta. Pasó, creo, ya la época de las ingenuidades en todos los terrenos. La experiencia histórica acumulada ha demostrado que la democracia española tiene enemigos, muchos y fuertes, de los que puede y debe defenderse. Al menos, igual que todas las demás.

Pero quizá Jueces para la Democracia discrepe, ¿verdad, señor Alonso?