QUO VADIS, ZP?
Necesitamos, desesperadamente, al Gobierno. ¿Dónde está?, ¿qué planes tiene para hacer frente a lo que se nos viene encima?, ¿creen que basta con la media sonrisa imbécil?
Estoy más que dispuesto a envainarme, si no todos, sí buena parte de los numerosos jucios críticos vertidos en esta bitácora sobre el Presidente, si es capaz de infundirnos un mínimo de confianza -de confianza fundamentada, claro está-. Un gesto, por fin, hacia esa parte de los españoles que no encajamos en ninguna minoría. ¡Mi reino por un Presidente como Dios manda, sea del partido político que sea!
Pero sería absurdo negar que, como muchos otros, aunque dé gato decirlo, me temo lo peor. El ambiente apunta a que los socialistas, una vez más, han decidido jugar a la táctica, no a la estrategia.
No creo que quepa en cabeza humana pensar que el PSE puede ganar las elecciones vascas con opción de formar gobierno. Los análisis del voto vasco corroboran la impresión de que los espacios nacionalista y no nacionalista son mutuamente impermeables. ¿De dónde, pues?, ¿de dónde van a salir los votos?, ¿del PP?, no tiene suficientes. Más aún, tengo muchas dudas de que pueda llegar a ser el partido más votado. El proceso de nazificación vivido por la sociedad vasca no va a revertirse de manera tan sencilla.
¿Cuál es, pues, la táctica? Apuesto a que se trata de volver a los tiempos del pacto. A la arcadia que un buen día Nicolás Redondo Terreros consideró insostenible, más que nada por un pequeño detalle llamado "pacto de Estella".
Y es que algunos no se han dado cuenta. En el fondo, están más cerca del PNV que del PP. Ayer mismo, en la radio, el diputado socialista Eduardo Madina hizo unas declaraciones que me llenaron de una profunda tristeza. Vino a decir, sin estas palabras, claro -para eso ya está Mª Antonia Iglesias, pongamos por caso- que el Plan Ibarretxe era una consecuencia de la política de Aznar. Es decir, el PNV, pobrecito, se ha echado al monte forzado por la contumacia aznarí. El choque de nacionalismos.
Imagino que en Sabin Etxea se tienen que partir de risa. ¿Se puede ser más ingenuo o más imbécil? ¿De veras creen que es posible una operación de rescate del PNV? ¿De veras lo creen?
Es difícil imaginar una situación más esperpéntica, y más indignante, que la vivida en el Parlamento Vasco el otro día. A Otegui le faltó mearse en la tribuna. Deben sentir por todos nosotros un desprecio infinito. Y es lógico. Unos tíos que te consienten que des lectura a la misiva del jefe de una banda terrorista en sede parlamentaria, ¿qué merecen?
Hay quien hace ya cálculos sobre qué supondría la independencia de Euskadi en términos económicos y políticos. Y, parece, sería un desastre para las Vascongadas. Lo que no se dice es qué podría suponer eso para el resto de España (que, para empezar, habría de cambiar de nombre, ahora sí, más que nada para beneficio de los extranjeros, que tienen derecho a saber lo que un término denota). ¿Alguien ha pensado en el golpe que eso puede suponer para la autoestima de los españoles? Porque no todos somos sociatas a los que les da lo mismo ocho que ochenta.
Probablemente, a ellos se los coma el paro y la inflación y las siete plagas de Egipto. Pero a nosotros, ¿quién nos quita de encima el peso de la infamia?, ¿quién nos quita el baldón de no haber sabido defender al cincuenta por ciento de la población de una de nuestras más viejas regiones?
Estoy más que dispuesto a envainarme, si no todos, sí buena parte de los numerosos jucios críticos vertidos en esta bitácora sobre el Presidente, si es capaz de infundirnos un mínimo de confianza -de confianza fundamentada, claro está-. Un gesto, por fin, hacia esa parte de los españoles que no encajamos en ninguna minoría. ¡Mi reino por un Presidente como Dios manda, sea del partido político que sea!
Pero sería absurdo negar que, como muchos otros, aunque dé gato decirlo, me temo lo peor. El ambiente apunta a que los socialistas, una vez más, han decidido jugar a la táctica, no a la estrategia.
No creo que quepa en cabeza humana pensar que el PSE puede ganar las elecciones vascas con opción de formar gobierno. Los análisis del voto vasco corroboran la impresión de que los espacios nacionalista y no nacionalista son mutuamente impermeables. ¿De dónde, pues?, ¿de dónde van a salir los votos?, ¿del PP?, no tiene suficientes. Más aún, tengo muchas dudas de que pueda llegar a ser el partido más votado. El proceso de nazificación vivido por la sociedad vasca no va a revertirse de manera tan sencilla.
¿Cuál es, pues, la táctica? Apuesto a que se trata de volver a los tiempos del pacto. A la arcadia que un buen día Nicolás Redondo Terreros consideró insostenible, más que nada por un pequeño detalle llamado "pacto de Estella".
Y es que algunos no se han dado cuenta. En el fondo, están más cerca del PNV que del PP. Ayer mismo, en la radio, el diputado socialista Eduardo Madina hizo unas declaraciones que me llenaron de una profunda tristeza. Vino a decir, sin estas palabras, claro -para eso ya está Mª Antonia Iglesias, pongamos por caso- que el Plan Ibarretxe era una consecuencia de la política de Aznar. Es decir, el PNV, pobrecito, se ha echado al monte forzado por la contumacia aznarí. El choque de nacionalismos.
Imagino que en Sabin Etxea se tienen que partir de risa. ¿Se puede ser más ingenuo o más imbécil? ¿De veras creen que es posible una operación de rescate del PNV? ¿De veras lo creen?
Es difícil imaginar una situación más esperpéntica, y más indignante, que la vivida en el Parlamento Vasco el otro día. A Otegui le faltó mearse en la tribuna. Deben sentir por todos nosotros un desprecio infinito. Y es lógico. Unos tíos que te consienten que des lectura a la misiva del jefe de una banda terrorista en sede parlamentaria, ¿qué merecen?
Hay quien hace ya cálculos sobre qué supondría la independencia de Euskadi en términos económicos y políticos. Y, parece, sería un desastre para las Vascongadas. Lo que no se dice es qué podría suponer eso para el resto de España (que, para empezar, habría de cambiar de nombre, ahora sí, más que nada para beneficio de los extranjeros, que tienen derecho a saber lo que un término denota). ¿Alguien ha pensado en el golpe que eso puede suponer para la autoestima de los españoles? Porque no todos somos sociatas a los que les da lo mismo ocho que ochenta.
Probablemente, a ellos se los coma el paro y la inflación y las siete plagas de Egipto. Pero a nosotros, ¿quién nos quita de encima el peso de la infamia?, ¿quién nos quita el baldón de no haber sabido defender al cincuenta por ciento de la población de una de nuestras más viejas regiones?
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