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martes, enero 04, 2005

JOVELLANOS

La exposición "el Retrato Español" que muestra estos días el Prado es, sencillamente, soberbia. Pese a que la gran mayoría de los lienzos en exhibición pertenecen a los fondos de nuestra sensacional pinacoteca y, por tanto, pueden verse todo el año, no cabe duda de que la cuidada selección y el hecho de mostrar todos los retratos juntos proporcionan una nueva perspectiva.

Se puede ver, frente a frente, Las Meninas y la Familia de Carlos IV, al Carlos V de Mühlberg y al Conde-Duque de Velázquez, también frente a frente en sendos famosísimos retratos ecuestres, el Felipe II joven de Tiziano junto al anciano de Pantoja de la Cruz, los religiosos del Greco cerca de los personajes picassianos de la vida parisina... En fin, un prodigio.

He de reconocer, no obstante, que, en las actuales circunstancias, un cuadro ha llamado mi atención sobre todos los demás. Aquel en el que Goya retrata, sedente, a un Gaspar Melchor de Jovellanos paradigma de la melancolía, la tristeza y el desencanto. Y es que el prócer asturiano es el arquetipo del español, a un tiempo, instruido y decente, preocupado por el destino del país. En otras palabras, un hombre muy mal situado para la felicidad y el disfrute de la vida.

A buen seguro, si le hubieran retratado hoy, poco habría cambiado la expresión de Jovellanos. De un lado, qué duda cabe de que encontraría motivos para el contento. Al fin y al cabo, el erial cultural rebosante de atraso y cazurrería en que le tocó vivir es hoy no ya un país adelantado, sino uno de la veintena corta en que se puede decir que el ser humano disfruta de un entorno adecuado para su pleno desarrollo. Cómo no pensar que Jovellanos, como otros como él que le precedieron o le sucedieron habrían de verse muy satisfechos de encontrar una España mínimamente a la altura de las circunstancias.

Pero cómo no pensar, también, que Jovellanos encontraría sobradas razones para guardar ese semblante melancólico. No ya sólo por la recurrente tendencia suicida que parece aflorar cada vez que la vida española se encarrila un poco, sino por la realidad que esconden algunos brillos: por la frivolidad con que se abordan los temas más graves, la imbecilidad supina y el aborregamiento que campan por todas partes, la desvergüenza de unas elites dirigentes a menudo indecentes y muchas veces de una enanez mental aterradora, la pasmosa docilidad de la mayoría ante la marea de frustrados, resentidos y simples idiotas que cuentan, como nunca, con la mayor de las audiencias... por un desarrollo, en fin, de las virtudes ciudadanas -un desarrollo moral-político, en definitiva- incomparablemente más bajo que el desarrollo económico.

Mirándole a los ojos concluí que, seguro, Jovellanos no dejaría hoy de denunciar y clamar por la salud de esta democracia a medio terminar (a medio cocinar, como dice Jesús Cacho). Bueno, es de esperar que sus denuncias no lo llevaran, esta vez, preso a Bellver, y eso es un avance. Y es que el que no se consuela...