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sábado, diciembre 01, 2007

EL CONOCIMIENTO INÚTIL

Pere Navarro, Director General de Tráfico, ha sido “cazado” por unos periodistas, en su coche oficial, cuando circulaba a velocidad holgadamente superior a la permitida. Ignacio Camacho, en ABC, le afea la conducta y plantea lo elegante que hubiera resultado una dimisión a tiempo, que en otras latitudes hubiera volado, sin duda, hasta la mesa del ministro sin necesidad de pedirla. Ve el periodista andaluz en esta conducta un rasgo de la prepotencia y la chulería típicas de las clases dirigentes españolas, que parecen creer que las normas que hacen no van con ellos. La cosa no deja de tener su gracia, porque el tal Navarro es el adalid de las políticas altamente represivas, que incluyen cárcel para los infractores en los casos más graves – se entiende que si no son importantes y llevan prisa.

Camacho tiene razón, sin duda, en general. Tenemos unos dirigentes prepotentes hasta la náusea. Pero, en el caso que nos ocupa, el señor Navarro no hace sino pecar del mismo mal que casi todos los ciudadanos. No cumple el límite de velocidad porque no se lo cree. Porque a él, como a tantos otros, la norma se le antoja hueca y sin sentido. Desde luego, me apostaría la mano a que el señor Navarro no permitiría que su chófer se pusiera al volante estando como una cuba ni le invitaría jamás a saltarse un “stop”. El señor Navarro, como todo hijo de vecino tiene –incluida la imprescindible dosis de mayor tolerancia para con el comportamiento propio- la misma intuición que el resto de los mortales para distinguir la norma absurda de la sensata.

A mí esto me parece muy triste. Me parece muy triste que la DGT y sus responsables hayan degradado la lucha por la seguridad vial hasta convertirla en una serie de mantras y lugares comunes, respaldados, eso sí, por una política represiva que produce cada vez más pingües resultados económicos. En estos días, una asociación de automovilistas, por enésima vez, ha pretendido relanzar un debate serio sobre los límites de velocidad. Ante la evidencia de que son sistemáticamente incumplidos, antes que concluir que la mayoría de los españoles se han vuelto unos locos peligrosos, quizá convenga preguntarse por qué. Y la respuesta a la pregunta es que los límites genéricos son perfectamente inútiles. Existen en nuestras autovías, por ejemplo, tramos en los que es totalmente seguro circular a 140 kilómetros por hora y otros en los que hacerlo a más de 100 puede ser muy peligroso para la salud. Un buen ejercicio, en busca de la seguridad vial –y que no busque convertir a los ciudadanos en víctimas de la voracidad recaudatoria- quizá debería partir, en este tema, de un análisis profundo.

Pero no. Temo que no hay ninguna, absolutamente ninguna posibilidad de desarrollar, en este como en otros tantos temas, un debate sensato, sereno y sin interferencias de posiciones puramente ideológicas o apriorísticas. Es curioso comprobar, día tras día, cuánta razón tenía Jean François Revel en su célebre ensayo “el conocimiento inútil”: la evidencia de que disponemos cada día de más información no implica, en absoluto, que haya en nuestro debate público un ápice más de sabiduría. A Dios gracias, siguiendo con nuestro ejemplo, la tecnología nos permite, hoy, disponer de bases inmensas de datos que permiten, si se hace un esfuerzo sincero, encontrar una solución técnica a muchos de los problemas que el tráfico plantea. Los puntos negros de las carreteras están perfectamente identificados, se dispone de series estadísticas, se conoce la práctica comparada, podemos investigar las causas de los accidentes... pero no queremos. No nos da la gana. ¿Por qué? Porque preferimos encenagarnos en el debate ideologizado, adoptar posiciones “progresistas” o “conservadoras” y hacer cosas tan estúpidas como afrontar el problema desde “una perspectiva de izquierdas (o de derechas)”. ¿Por qué es imposible plantear con solvencia que, en ciertas carreteras, el límite de velocidad bien podría elevarse –y, además, todo el mundo lo sabe-? Sencillamente, porque eso exige que mucha gente se desdiga de lo que viene diciendo machaconamente desde hace semanas, meses y años. Porque eso implica reconocer que todo el dinero invertido en campañas apocalípticas quizá pudo tener mejor destino, como pudo ser el arreglo de carreteras, el levantamiento de un mapa de siniestralidad para la fijación correcta de velocidades, o sencillamente la impartición de cursos de conducción. Y no, señor mío, no estamos por la labor. Mejor dejamos las cosas como están, y le decimos al conductor que pise a fondo en las rectas manchegas, que es para hoy.

Otro buen ejemplo es el de las balanzas fiscales. Supongamos que se concluyera que, en efecto, puede ser de interés conocer semejante dato. Si verdaderamente se pretendiera construir algo sobre esa base, se empezaría consensuando una definición de qué se quiere medir y, después, una metodología de medición. A buen seguro, los economistas disponen de técnicas y datos juiciosos para hacer el trabajo, como acaba de demostrar alguien recientemente. Pero no, no será así. Alguien se encargará de que, sea cual sea la metodología aplicada, el resultado “no sirva”, sencillamente porque no avale ciertas tesis o avale las contrarias. No se quiere conocer, sino justificar. A nadie le importa un carajo cuál es, realmente, el saldo de Cataluña, o de Andalucía con el resto de España. Lo único que importa es que, sea lo que sea, es “intolerable”.

Por supuesto, la política no es el reino de la técnica ni de la ciencia. Pero sí puede afirmarse que la política democrática es aquella especie de política en la que la razón, el debate y el discurso racionales, tienen, o deberían tener, un campo más amplio. Sencillamente, porque si la base de la política democrática es el diálogo, la convicción del otro, todos deberíamos estar dispuestos a respetar la inteligencia del otro tratándole como un ser con intelecto y, lo que es igualmente importante, todos deberíamos tener la honestidad de estar dispuestos a ser convencidos. Al menos, a contemplarlo como posibilidad, siquiera a no negar los hechos.

Nos hemos instalado, por el contrario, en un ambiente de frase hueca y de mensaje corto. En una política que parte de la base de que el ciudadano es retrasado mental o, al caso, como si lo fuera. No hay matices, no hay grises, no hay complejidad en las cosas. Por debajo de 120 todo es seguridad y buen hacer, por encima, están la temeridad y el peligro. Fácil de recordar, desde luego.

1 Comments:

  • Un coche a una velocidad X, tarda en frenar Y metros, Z segundos, sea el tramo supuestamente seguro o no. Me parece temerario declarar lo contrario. Los accidentes (no frecuentes) en las Autobahnen así lo avalan.

    Asociar el tema con el balance fiscal, fino encaje de bolillos. No más.

    En una sociedad más civil que la nuestra, y más acostumbrada a la dimisión, no se es tan calvinista como usted demanda: http://news.bbc.co.uk/1/hi/uk_politics/7074640.stm
    Una "formal apology" bastó. Así que no sea más papista que el papa...

    Siga en su grado de erudición, continúa siendo un placer leerle, al menos una de cada dos veces.

    By Anonymous Anónimo, at 1:11 a. m.  

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