EXCUSAS, NO
Ayer, en El Mundo, Cayetana Álvarez de Toledo –la promesa del periodismo reconvertida a promesa de la política- se interrogaba acerca de por qué los Savater y compañía han necesitado alentar un nuevo partido político. Más en particular, por qué los Savater y compañía no hallan en el PP lo que buscan. En su respuesta a sí misma, la bella Álvarez tira por elevación y diagnostica un mal general de la izquierda.
Según la autora, los objetivos que dice perseguir el nuevo partido están sobradamente defendidos en el PP. Es solo, y sencillamente, que buena parte de la izquierda de este país es capaz de ser consecuente. No es capaz de reconocerse a sí misma que coincide en el fondo con el Partido Popular. No puede admitirlo.
Nos hallamos, pues, ante una especie de tara, de complejo, de incapacidad para apearse de años y años de superioridad moral, para renegar del propio pasado y vivir el presente. Como dice hoy Jon Juaristi, mal que les pese, Zapatero es hoy la izquierda. De ahí, supongo, la urgencia de inventar otra. Pero no, jamás, nunca, ser “facha”.
Cayetana acierta en parte. Por supuesto que existe una izquierda que no ha hecho transición mental alguna, que pretende seguir justificando lo injustificable y pretende, incluso, convencer a los demás hasta de que lo de Zapatero es política. Pero otra mucha no. Mucha gente de izquierdas, quizá la mayoría, ve a las claras la degradación de lo que antaño fue un partido socialdemócrata con cierto fundamento, y reniega de una gobierno al que, como mínimo, no entiende. No es, como dice Gistau, la gente “de la cola del Alphaville”. No hablo de progres en continua, eterna e insufrible pose, sino de gente sensata. Y de gente que, por supuesto, no tiene el más mínimo problema con su identidad nacional, que se siente española y a mucha honra, que no tiene ningún problema con los símbolos nacionales y que cuando oye que “no hay que liarla” y otras gilipolleces por el estilo a propósitos de los incumplimientos flagrantes de la ley de banderas, no sabe dónde meterse.
Pero, por razones históricas, mucha de esta gente, es verdad, es incapaz de hacer un tránsito intelectual tan sencillo como el de reconocer que su partido ha dejado de representarles. Algunos, los que sí se atreven, optan por abstenerse y otros parten, como quien sale al desierto, a la búsqueda de una alternativa. Esto es, dan por no existente la que hay.
Es cierto, sí, como dice Cayetana, que la democracia española no será normal hasta que cierta izquierda no dé a la derecha –mentalmente, se entiende- carta de naturaleza. Hasta que no se abandone de una vez la dimensión cuasirreligiosa, y por ende irracional, del ser de izquierdas que no funciona ya en ninguna parte, salvo aquí.
Con el desmarque del PP que pretende el aún nonato partido, cree Álvarez haber encontrado la prueba del nueve de que el PP lucha contra los elementos. Y en parte es verdad, sí. Pero no es toda la verdad. El análisis de la periodista ahora en funciones de jefa de comunicación de Acebes vale como tal análisis, pero no vale como excusa, que es lo que se atisba. Algo, mucho, existe del trasfondo que describe, pero no debería servir para que el PP dejara de hacer sus deberes.
La izquierda inasequible al desaliento sigue existiendo, sí, y al PP le resulta muy difícil pescar en los caladeros más próximos. Pero no es menos cierto que un significativo tramo del electorado socialista podría quedarse en casa, poniéndole a un tiempo la vela al Dios de las propias creencias pero coadyuvando de modo indirecto a que el diablo pepero, si se aparece con trazas de arreglar este desastre, tome la posición.
La evidencia de lugares como la comunidad de Madrid, o Valencia, muestran que el PP es tan capaz como el PSOE, o más, de conquistar el poder y mantenerlo de modo estable. Y aquí va la apuesta: si el Partido Socialista es vencido con claridad por los populares, puede, entonces sí, que la partida histórica se equilibre, por fin. Puede que el monstruo, por fin, se desmorone. Porque la realidad es que se trata de una organización endeble, ideológicamente inane y a la que el poder, y solo el poder, mantiene mínimamente cohesionada. Sé que es muy difícil pensar en un PSOE convertido en una especie de socialismo madrileño a lo bestia, igual de patético pero en grande. Pues bien, yo así lo creo. Creo firmemente que el PSOE, si es derrotado en las elecciones, puede hundirse como, por cierto no lo ha hecho el PP en todos estos meses. Entonces, sí, quizá se abriera la vía de transición hacia la izquierda democrática que España necesita (¿se han dado cuenta de lo mal que suena eso de pedir una “izquierda democrática”?, cambien “izquierda” por “derecha” y la frase sonará no solo perfectamente aceptable, sino hasta cabal). Pero es algo por lo que la derecha tiene que trabajar, y mucho más y mejor de lo que lo hace.
En suma, no parece muy sensato que el PP se siente a la puerta de su casa en espera de que un cambio sociológico, el puro hartazgo o la erosión del poder le traigan una victoria pírrica desde la que empezar a construir Dios sabe qué. El problema del PP, doña Cayetana, no es solo su incapacidad de atraer a los extraños, sino que no cala ni entre los teóricamente propios.
Y es que las críticas del adversario suelen ser desmesuradas, pero no siempre están del todo infundadas. ¿Molesta, por ejemplo, que Savater desconfíe del compromiso del PP con el laicismo? Claro. Yo también. El PP no es ningún submarino de la Conferencia Episcopal –aparte de que los obispos pueden, algunas veces, tener más razón que un santo-, pero no puede dejar de ser un partido sospechoso para los que preferimos ver a los curas en las sacristías. Doña Cayetana y sus colegas, amén de recordarnos lo mala que es la izquierda española –cosa que algunos ya sabemos, pero no es un consuelo- haría bien en intentar contestar a una serie de preguntas, sobre las que, al menos, yo no tengo respuestas. ¿Cuál es la posición del PP en torno al debate territorial? ¿Cuál cree el PP que debería ser el contenido de Educación para la Ciudadanía? Siguiendo con la educación, y aparte de los tan interesantes como secundarios debates sobre la asignatura de religión, ¿cómo pretende, si es que lo pretende, frenar la hecatombe que, en ocho años, no tuvo redaños para atacar de frente? ¿Dónde pretende el PP que se ubique España en la escena internacional? ¿Tiene algo previsto acerca del desmadre del suelo? ¿Cree de veras el PP en el liberalismo económico o pretende jugar al “doble o nada” como ocurrió con los dos mil quinientos euros? ¿Piensa acabar de una vez por todas con el clientelismo cultural o, simplemente, vamos a cambiar de clientela? En suma, ¿le interesan al PP votos no ya como los de los socialdemócratas tibios, sino, más cercanos, los del liberalismo clásico y laico?
Tufo de sotana a aparte, que también lo hay, al menos un servidor se exaspera con las apelaciones al “sentido común” o a la “normalidad” –como si los que no votan al PP fueran anormales, por otra parte-. No digamos ya con los “cuando toca, toca y cuando no toca, no toca” y otras formulaciones intelectualmente excelsas del propio ideario que nada tienen que envidiar a los “yo no soy socialdemócrata sino demócrata social” u otras paridas por el estilo.
Convencer cuesta. Convencer a los que no son proclives a ser convencidos, cuesta mucho más. Pero convencer a propios y ajenos dando por hecho que, como el de enfrente es idiota, no va a quedar más remedio que volverse hacia lo que hay es de ser muy vago, además de muy imprudente.
Según la autora, los objetivos que dice perseguir el nuevo partido están sobradamente defendidos en el PP. Es solo, y sencillamente, que buena parte de la izquierda de este país es capaz de ser consecuente. No es capaz de reconocerse a sí misma que coincide en el fondo con el Partido Popular. No puede admitirlo.
Nos hallamos, pues, ante una especie de tara, de complejo, de incapacidad para apearse de años y años de superioridad moral, para renegar del propio pasado y vivir el presente. Como dice hoy Jon Juaristi, mal que les pese, Zapatero es hoy la izquierda. De ahí, supongo, la urgencia de inventar otra. Pero no, jamás, nunca, ser “facha”.
Cayetana acierta en parte. Por supuesto que existe una izquierda que no ha hecho transición mental alguna, que pretende seguir justificando lo injustificable y pretende, incluso, convencer a los demás hasta de que lo de Zapatero es política. Pero otra mucha no. Mucha gente de izquierdas, quizá la mayoría, ve a las claras la degradación de lo que antaño fue un partido socialdemócrata con cierto fundamento, y reniega de una gobierno al que, como mínimo, no entiende. No es, como dice Gistau, la gente “de la cola del Alphaville”. No hablo de progres en continua, eterna e insufrible pose, sino de gente sensata. Y de gente que, por supuesto, no tiene el más mínimo problema con su identidad nacional, que se siente española y a mucha honra, que no tiene ningún problema con los símbolos nacionales y que cuando oye que “no hay que liarla” y otras gilipolleces por el estilo a propósitos de los incumplimientos flagrantes de la ley de banderas, no sabe dónde meterse.
Pero, por razones históricas, mucha de esta gente, es verdad, es incapaz de hacer un tránsito intelectual tan sencillo como el de reconocer que su partido ha dejado de representarles. Algunos, los que sí se atreven, optan por abstenerse y otros parten, como quien sale al desierto, a la búsqueda de una alternativa. Esto es, dan por no existente la que hay.
Es cierto, sí, como dice Cayetana, que la democracia española no será normal hasta que cierta izquierda no dé a la derecha –mentalmente, se entiende- carta de naturaleza. Hasta que no se abandone de una vez la dimensión cuasirreligiosa, y por ende irracional, del ser de izquierdas que no funciona ya en ninguna parte, salvo aquí.
Con el desmarque del PP que pretende el aún nonato partido, cree Álvarez haber encontrado la prueba del nueve de que el PP lucha contra los elementos. Y en parte es verdad, sí. Pero no es toda la verdad. El análisis de la periodista ahora en funciones de jefa de comunicación de Acebes vale como tal análisis, pero no vale como excusa, que es lo que se atisba. Algo, mucho, existe del trasfondo que describe, pero no debería servir para que el PP dejara de hacer sus deberes.
La izquierda inasequible al desaliento sigue existiendo, sí, y al PP le resulta muy difícil pescar en los caladeros más próximos. Pero no es menos cierto que un significativo tramo del electorado socialista podría quedarse en casa, poniéndole a un tiempo la vela al Dios de las propias creencias pero coadyuvando de modo indirecto a que el diablo pepero, si se aparece con trazas de arreglar este desastre, tome la posición.
La evidencia de lugares como la comunidad de Madrid, o Valencia, muestran que el PP es tan capaz como el PSOE, o más, de conquistar el poder y mantenerlo de modo estable. Y aquí va la apuesta: si el Partido Socialista es vencido con claridad por los populares, puede, entonces sí, que la partida histórica se equilibre, por fin. Puede que el monstruo, por fin, se desmorone. Porque la realidad es que se trata de una organización endeble, ideológicamente inane y a la que el poder, y solo el poder, mantiene mínimamente cohesionada. Sé que es muy difícil pensar en un PSOE convertido en una especie de socialismo madrileño a lo bestia, igual de patético pero en grande. Pues bien, yo así lo creo. Creo firmemente que el PSOE, si es derrotado en las elecciones, puede hundirse como, por cierto no lo ha hecho el PP en todos estos meses. Entonces, sí, quizá se abriera la vía de transición hacia la izquierda democrática que España necesita (¿se han dado cuenta de lo mal que suena eso de pedir una “izquierda democrática”?, cambien “izquierda” por “derecha” y la frase sonará no solo perfectamente aceptable, sino hasta cabal). Pero es algo por lo que la derecha tiene que trabajar, y mucho más y mejor de lo que lo hace.
En suma, no parece muy sensato que el PP se siente a la puerta de su casa en espera de que un cambio sociológico, el puro hartazgo o la erosión del poder le traigan una victoria pírrica desde la que empezar a construir Dios sabe qué. El problema del PP, doña Cayetana, no es solo su incapacidad de atraer a los extraños, sino que no cala ni entre los teóricamente propios.
Y es que las críticas del adversario suelen ser desmesuradas, pero no siempre están del todo infundadas. ¿Molesta, por ejemplo, que Savater desconfíe del compromiso del PP con el laicismo? Claro. Yo también. El PP no es ningún submarino de la Conferencia Episcopal –aparte de que los obispos pueden, algunas veces, tener más razón que un santo-, pero no puede dejar de ser un partido sospechoso para los que preferimos ver a los curas en las sacristías. Doña Cayetana y sus colegas, amén de recordarnos lo mala que es la izquierda española –cosa que algunos ya sabemos, pero no es un consuelo- haría bien en intentar contestar a una serie de preguntas, sobre las que, al menos, yo no tengo respuestas. ¿Cuál es la posición del PP en torno al debate territorial? ¿Cuál cree el PP que debería ser el contenido de Educación para la Ciudadanía? Siguiendo con la educación, y aparte de los tan interesantes como secundarios debates sobre la asignatura de religión, ¿cómo pretende, si es que lo pretende, frenar la hecatombe que, en ocho años, no tuvo redaños para atacar de frente? ¿Dónde pretende el PP que se ubique España en la escena internacional? ¿Tiene algo previsto acerca del desmadre del suelo? ¿Cree de veras el PP en el liberalismo económico o pretende jugar al “doble o nada” como ocurrió con los dos mil quinientos euros? ¿Piensa acabar de una vez por todas con el clientelismo cultural o, simplemente, vamos a cambiar de clientela? En suma, ¿le interesan al PP votos no ya como los de los socialdemócratas tibios, sino, más cercanos, los del liberalismo clásico y laico?
Tufo de sotana a aparte, que también lo hay, al menos un servidor se exaspera con las apelaciones al “sentido común” o a la “normalidad” –como si los que no votan al PP fueran anormales, por otra parte-. No digamos ya con los “cuando toca, toca y cuando no toca, no toca” y otras formulaciones intelectualmente excelsas del propio ideario que nada tienen que envidiar a los “yo no soy socialdemócrata sino demócrata social” u otras paridas por el estilo.
Convencer cuesta. Convencer a los que no son proclives a ser convencidos, cuesta mucho más. Pero convencer a propios y ajenos dando por hecho que, como el de enfrente es idiota, no va a quedar más remedio que volverse hacia lo que hay es de ser muy vago, además de muy imprudente.
3 Comments:
Yo el día que alguien me explique dónde está el tufo a sotanas en el PP me voy a quedar nueva. Porque como no sea en la cosa democristiana ésta de Javier Arenas y el PP andaluz, esto de las supuestas ayudas a la familia, de los pobrecitos mineros de Boliden y de que con cargo al contribuyente haya que hacer todo tipo de albergues para indigentes y darles de todo a los chabolistas (que cada día tenemos más, claro), pues no sé.
Vamos, que conozco yo gente (de las manifestaciones aquellas a las que la militancia pepera se abstenía de ir porque no era ningún mérito ante sus jefes eso de andar mezclándose con católicos, ni con evangélicos ni con nada que tuviese que ver con la religión), y joven, que nunca los ha votado porque, por principios, se niega a apoyar a partidos en cuyas autonomías se están abortando niños en el séptimo u octavo mes de gestación, no ya con la anuencia de los peperos, con su hacer la vista gorda al cumplimiento de la ley, sino incluso con su entusiasmo subvencionatorio.
Y todavía se habla del partido de los curas. Estos, aparte de tener pocos principios, es que son lelos.
By Anónimo, at 8:02 p. m.
Eso del clericalismo del PP es, como muy bien dijo el otro día Jiménez Losantos (que es agnóstico), el típico latiguillo para seguir considerándose de izquierdas. Pero no es sólo un tic de Savater, sino que se observa claramente en esa "izquierda liberal" de Ciudadanos, que nunca olvidan, al enumerar sus rasgos ideológicos, lo del "laicismo". Cualquiera diría que en España vivimos atemorizados por los curas. El liberalismo pierde el norte cuando se desconoce a sí mismo, creyéndose en antagonismo con los valores conservadores. Es el error complementario al que cometen algunos conservadores al encargar al estado la protección de sus principios, que es como poner al zorro a guardar gallinas (los gobernantes recelan de principios por naturaleza, porque ponen límites a su arbitrariedad).
By Carlos López Díaz, at 11:47 a. m.
Decir que el PP no tiene nada que ver con las posiciones de la Iglesia es pueril. Evidentemente que hay elementos en común entre otras cosas porque un sector importante de su electorado es creyente. Los guiños hacia este sector para evitar que se radicalice son constantes. Se ha visto con el tema de la educación y la religión; con la ambigüedad en el tema de los homosexuales;... El PP no se ha liberado de la sotana porque una parte de su base es clerical. Y eso es aprovechado por la izquierda intransigente (que no se acercaría al PP aunque éste se hiciera liberal y laico) para justificar sus actitudes. Debiera existir un partido liberal y laico, tal vez sí, pero eso significaría la división de la derecha.
By Peter, at 6:24 p. m.
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