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domingo, julio 22, 2007

EL PODER CON MAYÚSCULA

De todos los tributos y recuerdos rendidos a Jesús de Polanco en la hora de su muerte –y vaya por delante que sólo cabe desear que descanse en paz y tenga suerte, ahora que se iguala a todos los demás mortales-, la mayoría deslizados en tono hacia el panegírico, temo que el más ajustado a la realidad es el de Jesús Cacho en El Confidencial. Con todas las exageraciones y el tono marcas de la casa, el palentino pone el dedo en la llaga. No puede afirmarse, sin faltar a la verdad y sin más, que se vaya un prohombre y un magnate de los medios de comunicación; quizá, por cierto, el único que ha habido, no sé si en el mundo de habla hispana, pero sí en España, digno de tal nombre.

No, no es justo, porque el elogio de los hombres ha de medirse por sus posibilidades. Y pocos hombres han podido hacer más por aliviar los dolores de nuestra menesterosa democracia –en esto convengo también con Cacho, y no es un secreto- que Jesús de Polanco. No sólo no lo hizo, sino que contribuyó cuanto pudo a hundirla en el cenagal en el que ahora se encuentra.

El repulsivo maridaje con una facción del poder –también, por qué no decirlo, con otra parte de la otra facción- y el sacrificio de cualquier clase de objetividad no es algo exclusivo de los medios de Prisa. Pasa en las mejores familias. Pero pocos proyectos editoriales nacieron con un capital de ilusión como el que encabezó un diario El País nato, prácticamente, con las libertades. Pocos ejemplos hay tan notables de derroche.

Dice Cacho que una palabra de Jesús de Polanco hubiera servido para hacer mucho y bueno por las libertades en España. Una sola. Puede que exagere. Quizá sobrevalora el poder de ese “cañón Bertha” y sus editoriales. Pero pudieron haberlo intentado, la verdad. Pudieron haberlo intentado.

A todos, del Rey abajo –y nunca mejor dicho- compete la responsabilidad de que hayamos terminado por tener una democracia tan sumamente imperfecta que, a veces, cabría decir que se reduce al derecho de voto. Los españoles creen vivir en democracia porque eligen, dentro del menú del día, a sus representantes. Supongo que, sí, todos han tenido que ver en que, en este país, jamás se haya hecho verdadera pedagogía de las libertades. Todos han contribuido a que no se distinga lo medular de lo accesorio, la Libertad de las técnicas destinadas a mantenerla. Todos, en fin, son responsables del deterioro de las instituciones, difícil de creer en unos pocos años como los que, en suma, han transcurrido desde la muerte de Franco.

Pero las responsabilidades no pueden distribuirse por igual. Y no pueden, ya digo, porque hay que exigir de cada cual según sus posibilidades. Según la capacidad de cambiar que disfrutó y el capital que manejó. Se me podrá acusar de maniqueo, si se quiere, pero a mí no me caben dudas de que, en esto, la izquierda nucleada en torno al tándem Prisa-PSOE se lleva la palma. Se puede acusar al entramado formado por el Partido Socialista, los medios de Prisa y sus terminales universitarios, culturales y pseudoculturales –ahí se encuadra la mayor parte de la autotitulado “gente de la cultura”- no sólo de no haber hecho nada con el fabuloso aporte de ilusión del que dispusieron, sino de haber erigido, conscientemente, barreras al desarrollo de una verdadera democracia avanzada.

Pudieron elegir la socialdemocracia europea como modelo, pero prefirieron el PRI mexicano. Abandonada hasta la más mínima pretensión de transformación, decidieron hacer de la consecución, mantenimiento y acrecentamiento del Poder su razón de ser y de vivir. Lo hicieron, lo han venido haciendo, con desprecio de la idea y sin mayor necesidad de un aparato teórico, pero nunca les ha faltado ese aporte. Y ese ha sido el triste papel del diario que iba a ser cabecera y norte de los medios de progreso redactados en español. El de fabricante de coartadas. Coartadas para lo que hiciera falta. Es llamativa –y nada casual a la vista del planteamiento- la nómina de víctimas, de excelentes profesionales del periodismo que han ido abandonando El País a lo largo de los años. También en esto dispusieron de excelencia a raudales. Y también la dilapidaron.

Jesús de Polanco personifica, en cierto modo, eso que estoy diciendo. La prueba viviente de que, en pleno siglo XXI existe en España “el Poder”. Así, con mayúscula, un poder omnímodo a cuyos deseos todo se pliega. Eco de otro tiempo pero, sí, en España sigue existiendo “el Poder”. No tanto “los poderes”, en singular. Y esa es la clave de nuestro fracaso. No haber sido capaces de fraccionar, de dividir, de establecer un verdadero sistema de checks and balances –pesos y contrapesos- que frenara “al Poder”. Ese poder que, en suma, nos es tan familiar porque no es sino el de siempre, el que nos acompaña desde hace tanto tiempo. El del “aquí con quién hay que hablar” el “no hay cojones para negarme a mí...”

El abismo entre esta izquierda polanquista y el liberalismo es, hoy por hoy, insalvable. Es verdad que, en general, liberalismo y socialismo maridan mal. Si se me permite, igual de mal que liberalismo y cierta democracia cristiana. Pero la coexistencia es posible. He comentado en algunas otras ocasiones, que la adscripción directa del escaso voto liberal a las filas Populares tiene muy poco de necesaria, y lo mantengo. Nada tienen de más repelentes ciertas figuras del socialismo democrático que sus contrapartes del lado contrario. Pero la izquierda polanquista es otra cosa. Es, como el nacionalismo, algo absolutamente diferente en sustancia. Algo que sólo puede ser combatido con nuestros muy limitados y nada agresivos medios. O creemos en la democracia liberal o creemos en la democracia del PSOE y Prisa. Tertius non datur. O estamos con el compromiso con un poder limitado y un estado que pueda reclamarse de Derecho, o estamos con el PRI.

Por lo demás, descanse en paz quien, muy justamente, fue llamado “el Jesús del Gran Poder”.

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