FERBLOG

sábado, junio 02, 2007

LECTURA DEL 27M

Una de mas mejores reflexiones que he leído al hilo de las elecciones del pasado domingo –al menos, una de las más honradas- es ésta. Al menos, ya digo, porque comienza con una necesaria llamada a la prudencia y a la aceptación de que hay cosas que, simplemente, pueden no tener explicación. Que el voto tiene bastante de errático es, me temo, una verdad como un templo, así que, en primer lugar, es muy difícil hacer un juicio sintético del tipo “fulano es quien ha ganado las elecciones” y, por añadidura, es muy complicado extrapolar, por mucho que las elecciones municipales sean de ámbito nacional –por tanto, tampoco tiene mucha lógica echar cuentas del tipo “sobre la base de los votos en las municipales, el partido mengano tendría tantos escaños en el Congreso”-.

Es mucho menos epatante pero mucho más veraz afirmar que ambos partidos mayoritarios tienen buenas razones para el contento y mejores razones todavía para la preocupación. Veamos.

La cuestión de quién ha ganado las elecciones requiere un cierto acuerdo previo acerca de qué es “ganar las elecciones”. Esto es una perogrullada, claro, pero no es menos cierto que los partidos suelen redefinir el concepto, elección tras elección, a fin de no perderlas nunca. Si nos atenemos al primer dato que viene a la cabeza, el número total de votos, el Partido Popular habría ganado las elecciones municipales y, además, las autonómicas en la mayoría de las comunidades donde se celebraban comicios. También las habría ganado en la mayoría de las capitales de provincia.

Ahora bien, a salvo el voto en las autonómicas, me temo que el voto total de las municipales –sin perjuicio de ese carácter de predictor que parecen atribuirle los aficionados a las series históricas- es un agregado demasiado heterogéneo como para interpretarlo con sencillez, así pues, conviene tener cuidado. Más interesante que la cuestión aritmética es la cuestión sociológica. No es que el PP gane, sino que gana en los núcleos urbanos –con importantes excepciones, como Barcelona, por supuesto-, y eso debería preocupar, y mucho, al PSOE.

Por otra parte –y de ahí el interés de la pregunta sobre “qué” es ganar unas elecciones- también en el nivel infraestatal se da la paradoja de la democracia parlamentaria contemporánea. Todos sabemos que lo que realmente elige la gente no es lo que querría elegir. Elige corporaciones y asambleas, pero pretende elegir gobiernos. Esto es, por supuesto, un problema estructural, del sistema. Pero es un problema particular del PP, que ve frustrados sus notables esfuerzos y nada malos resultados por el último voto, el último concejal o el último diputado autonómico. Es la dinámica de los pactos, que permite al PSOE –a un PSOE derrotado- salir tan campante y con unos cuantos alcaldes en la buchaca.

Las elecciones autonómicas pintan un cuadro muy parecido. Hasta el punto de que tanto el electorado socialista como los candidatos, en bastantes lugares, ya asimilan mentalmente el concepto de “ganar” al de “perder por poco”. A título de ejemplo, en Madrid, ni los más optimistas se plantearon (a la vista está que con razón) que el PSOE pudiera llegar a ganar en sentido estricto. Y el caso es que tampoco parece hacer mucha falta. En el seno del Partido Socialista hay quien empieza a estar preocupado porque este planteamiento haya devenido el modelo general: en la seguridad del que el PP será siempre la opción no preferida, no es necesario ganar elecciones, basta con perderlas por poco. ¿Es esta una aspiración lógica para un partido que se reclama de gobierno?

La extrapolación de resultados se antoja difícil, por no decir imposible. Han aparecido en prensa algunos cálculos transformando votos municipales en escaños, pero son múltiples los condicionantes.

Quizá lo único que quepa afirmar a ciencia cierta es que los dos principales partidos se hallan muy cerca el uno del otro. Cabe prever, por tanto, que unas generales celebradas hoy arrojaran un resultado próximo, en cuanto a configuración, al actual –con menor diferencia de escaños a favor del ganador, probablemente-; al menos es más probable que el escenario de una nueva mayoría absoluta o, simplemente, de una “mayoría suficiente” como gustan de decir los políticos –eufemismo con el que se refiere uno a algo por encima de los 160 diputados y, obviamente, por debajo de los 176-. Esa mayoría está en región del 45-46 por ciento de los votos –dependiendo de distribuciones geográficas- y ninguno de los dos partidos principales parece ni siquiera acercarse a semejante guarismo.

Es posible que el voluntarismo zapaterista lleve a pensar que, en realidad, está todo hecho con un 37 por ciento, porque ya se encargará la dinámica de los pactos de hacerle la vida imposible al PP. Pero es un error.

Es un error porque hay un hecho innegable: el Partido Socialista no consigue despegar y está a la defensiva, cuando apenas lleva tres años de gobierno. Es tal el cúmulo de despropósitos que, en rigor, sólo la torpeza del PP –y la probada lealtad de las bases- hace que la cosa no pinte peor. Y el vía crucis no ha terminado. Convoque ZP en otoño o en primavera, pocos son los conejos que quedan por sacar de la chistera y, desde luego, más de un sapo puede dar un salto.

Es un error porque la dinámica de pactos no aparece tan nítida como se preveía. A lo largo de su breve pero demoledora carrera de presidente, Rodríguez ha ido dejando una cuerda de damnificados, prestos a pasar cuentas. Si los números salen, es posible que nuestros queridos nacionalistas “moderados” cambien de pareja de baile.

Y es, finalmente, un error porque la pésima gobernación socialista –incluido el desdén a las regiones no afines- está contribuyendo a reequilibrar el tablero. Siempre se ha dicho que era difícil que el PP construyera mayorías por sus mediocres resultados en Cataluña y Andalucía. Y bien, ¿qué decir de Madrid y la Comunidad Valenciana? Comunidades que aportan una cincuentena larga de escaños y en las que el voto socialista se hunde de modo irremisible. ¿Hasta cuándo seguirá el PSOE regalando al PP la vitola de gobernante –y con mayoría apabullante, además- en las comunidades más prósperas, más dinámicas y que más crecen? Cuando el PSOE dejó de gobernar la Comunidad de Madrid (porque gobernó, ¿se acuerdan?) ésta apenas tenía algo más de cuatro millones de habitantes. Hoy pasa de los seis. Es verdad, como dicen algunos, que Madrid “no parece la capital de España”, que parece un país distinto, pero... ¿Se puede gobernar un país mucho tiempo sin el apoyo de sus comunidades más dinámicas y sin el apoyo de sus ciudades?

En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que una victoria y un gobierno del PP a partir de 2008 no son escenarios imposibles. Y eso mismo es ya una buena noticia para Mariano Rajoy. Pero haría muy mal Rajoy en confiarse. No ha hecho el camino, sino que parece, simplemente, en condiciones de empezar a andar. Sus grandes hándicaps –capacidad de pacto, distribución del voto- no empeoran, ni mucho menos, pero tampoco se hallan superados.

Es comprensible que el líder popular quiera respirar y, hasta cierto punto, disfrutar de su momento. Pero no conviene que se engañe, porque después de los domingos vienen los lunes, con su afán y su gallardón.