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sábado, julio 14, 2007

LO QUE (ALGUNOS) ESPERAMOS DE MARIANO

El Partido Popular, por boca de Mariano Rajoy, ofreció hace unos días una rebaja fiscal de cierto calado. La chicha del asunto se centraba, desde luego, en la posible disminución de los tipos marginales máximos del IRPF y el porcentaje que pagan las empresas en concepto de Impuesto de Sociedades, pero tampoco cabe echar en saco roto la apuesta por eliminar figuras tributarias anticuadas, dañinas para el tráfico económico y, encima, de escasa potencia recaudatoria –lo que se dice molestar por molestar, vamos-.

No seré yo el que critique las rebajas de impuestos. Pero tampoco calificaré jamás una rebaja tributaria de “generosa”. Todo lo que le sobre al Estado, no es suyo, y lo que es de rigor es devolverlo. Rebajar los impuestos, si es posible, es un acto debido. Una de las razones por las que nuestra democracia es una democracia tarada es el escaso eco que despierta, en la opinión pública, la cuestión fiscal. Llegados a la democracia en pleno apogeo de los efectos anestésicos del socialismo de todos los partidos, los españoles no parecen haber llegado a percibir en toda su intensidad la íntima ligazón entre tributos y libertades. Poca gente sabe que las instituciones que llamamos “parlamentos” son de matriz tributaria; las funciones fiscales son anteriores a las legislativas.

La cuestión fiscal es una cuestión nuclear. Cuando pagamos un tributo, ocurre algo tan grave como que el Leviatán se vuelve contra nosotros y hace uso del poder coactivo que le hemos otorgado para la preservación de nuestras libertades... para limitar nuestro sagrado derecho al producto de nuestro trabajo. Ya sabemos que esto ha de suceder así para sufragar algunos gastos que son comunes y a los que hay que hacer frente, pero conviene no perder de vista la dimensión moral del asunto. Cosa fácil, ya digo, porque la técnica del expolio está más que depurada –de hecho, se han conseguido cosas increíbles, como que, cada junio, mucha gente ande por ahí, tan contenta, alegre porque “le devuelven”-.

De modo que, don Mariano, si sobra algo –y eche bien las cuentas porque algo debe sobrar, a la vista de tanto gasto innecesario-, sírvase abonárnoslo de inmediato. Estará en mora si no lo hace, y no hará nada de más.

Con todo, siendo esta cuestión importante –acto debido, insisto- discrepo del planteamiento de don Mariano y la preeminencia de la economía en el futuro programa popular. No discuto que la economía haya de merecer atención, sobre todo ahora que se atisban algo más que nubarrones en el horizonte. Pero no, lo prioritario ha de ser la política.

En este sentido, el debate sobre la eventual reforma electoral contribuye a poner las cosas en su sitio, pero es insuficiente. Una reforma electoral es una operación sobre el núcleo básico de nuestro sistema institucional –sobre el bloque de la constitucionalidad-. Ése núcleo que lleva tres años recibiendo embates, y duros, por lo demás y que va a ser necesario enderezar.

Porque esa es la cuestión, amigo Mariano. Antes de centrarse en las cosas del gobierno del día a día, su principal tarea deberá ser asegurarse de que tenga usted un país que pueda ser gobernado. El zapaterismo es una patología, y una patología grave, cuyos efectos sólo podrán medirse cuando cese la acción del agente patógeno. Si la exposición dura mucho más, es probable que los efectos sean irreversibles. Pero incluso si acabara mañana, superar esta época requerirá mucho esfuerzo, arte política y, desde luego, reformas mayores.

Algunos no nos cansaremos de repetirlo: el peor error que puede cometer el PP es aceptar un turno pacífico, limitándose a gestionar los desaguisados que le vaya dejando el turnista anterior. A la larga, eso conduce a su propia expulsión del sistema político. La iniciativa sobre el sistema electoral ha de ser, por tanto, muy bienvenida. No tanto por su contenido –desconocido, hasta el momento, porque el líder popular ha anunciado su voluntad de cambiar el sistema, pero no ha dicho en qué aspectos- como por su mera existencia. Porque evidencia que el Partido Popular está dispuesto a afrontar con valentía ciertos debates espinosos.

Se dirá, con toda razón, que el PP se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, ahora que, a través de pactos, se le ha privado de triunfos electorales, incluso próximos a la mayoría absoluta; y que no se acordó del problema cuando gozaba del poder deparado por las mismas urnas con idénticas fórmulas de escrutinio. Se dirá, también, que si se pretende eludir este estado de cosas, habrá que ir más allá de una mera reforma de aspectos menores, e incluso es posible que haya que tocar la Constitución. Una y otra afirmación son verdaderas. Pero no restan virtualidad alguna a lo que acabo de decir.

Si el PP cae ahora en la cuenta de ciertas cosas, como, por ejemplo, que el partido socialista exige, como único requisito para formar alianzas de gobierno, que se condenen los métodos violentos –es decir, no requiere ni una mínima afinidad ideológica y por eso pacta sin empacho, por ejemplo, con independentistas (ahora que lo pienso, tampoco tengo claro por qué he de suponer que no exista afinidad ideológica, pero eso es otro asunto...)-, pues más vale tarde que nunca. Y si ha caído en la cuenta de que no pueden hacerse tortillas sin romper los huevos y, por tanto, a veces no es posible obtener los resultados apetecidos eludiendo debates, pues mejor que mejor.

Personalmente, no espero de Rajoy que tenga éxito en su empeño –si es que, en efecto, está empeñado- de cambiar la faz del sistema. Tampoco pretendo, en absoluto, que las cosas tengan por qué ser, necesariamente, como a mí me gustarían –no soy nacionalista y, por tanto, no creo que baste “ser para decidir” o alguna otra memez por el estilo; lo que piense el resto del mundo, cuenta-. Me conformo con que alguien abra los debates pertinentes en la sede adecuada. Me conformo con que se termine este vivir en una sensación de perpetuo fraude de ley, de manipulación inmoral, de desvergüenza generalizada.

Es eso todo lo que yo pido. Que el que quiera cargarse la unidad nacional, por ejemplo, se suba a la tribuna del Congreso y lo diga... y escuche lo que los demás tengan que decir, por supuesto. Así de fácil. Que nos contestemos de una puñetera vez a la pregunta de si queremos o no disponer de un estado viable –en cuyo caso necesitamos reformas, y urgentes-. ¿La rebaja fiscal? Pues por supuesto. Pero es que devolver lo que se debe no es una heroicidad, señor mío.

2 Comments:

  • Me alegro comprobar que no soy el único que asocia tributos y libertad. Cuando alguien te quita dinero, te está quitando un trozo de tu existencia que podías haberte pasado jugando con tus amigos o paseando con tu perro y tuviste que trabajar. Te están robando tu vida y tu libertad.

    A quienes todos sabemos les indigna leer esta clase de análisis. Desprecian al vil metal y a quienes nos resistimos a que nos lo roben. Con eso demuestran que son una panda de caraduras que no han dado un palo al agua en su vida. Como nunca han sido productivos, desconocen lo que hay que sudar para conseguir ese dinero ajeno que ellos malgastan alegremente en aliviar sus conciencias.

    By Anonymous Anónimo, at 10:08 p. m.  

  • Me gustaría intercambiar enlace con tu blog. Si estás de acuerdo mándame un comentario. Un saludo.

    By Blogger Jorge Castrillejo, at 1:17 p. m.  

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