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domingo, julio 01, 2007

EL SILENCIO POR TODA RESPUESTA

“Misión de paz” es un eufemismo. Uno de tantos. “Misión de paz” es como llamamos, en nuestra época descreída, a uno de los supuestos de “guerra justa”. Es cierto que el término “guerra justa” ya no significa lo mismo que para los protointernacionalistas –los moralistas de las relaciones internacionales-, aun cuando aquellas apelaciones a las “justa causa” y a la “recta intención” siguen siendo perfectamente válidas, porque una y otra han de concurrir para que pueda hablarse de guerra justa. Vale también lo de conducirla con arreglo a los mínimos principios que imponen el Derecho y la humanidad, aunque la apelación a la “humanidad” en los escenarios bélicos contemporáneos sólo pueda sonrojarnos.

Aun dejando aparte toda la basura progre en torno al término, aun obviando el continuo y recurrente emputecimiento de términos como el de “paz” en boca de indigentes morales e intelectuales, es verdad que hay algunas buenas razones para preferir trocar el clásico “guerra justa” por “misión de paz”. En primer lugar, porque sólo la búsqueda de la paz y la estabilidad pueden hoy justificar cualquier acción armada que no tenga carácter estrictamente defensivo. No es lícito, moralmente, ningún otro motivo para enviar un soldado a tierras extrañas. Y es lógico, perfectamente lógico, que el término “guerra” haya pasado a la sección maldita del diccionario, que se evite mentarla. Y es así, precisamente, por la atrocidad sin límites en que se han convertido los conflictos bélicos; por el abandono de todo sentido moral y de toda categoría de “beligerante” que, aun en el curso de un conflicto armado, permita hacer las imprescindibles distinciones entre quienes combaten o quizá, podrían combatir, y quienes ni en sueños podrían representar un peligro para nadie y, por eso mismo, deberían tener derecho a que se respetaran sus vidas y, en lo posible, haciendas.

Gracias a infectas teorías políticas, a integrismos nacionalistas, religiosos o de cualquier otro tipo, se ha conseguido que no se hagan la guerra los Estados, sino los pueblos, las naciones –sean naciones étnicas o autoproclamados pueblos de Dios (que todos los pueblos se reclaman de algún Dios, como todos los Estados se reclaman de algún Derecho).

Sirva este largo prólogo para terminar con una obviedad, que no deja de serlo por más que quiera disfrazarse: las guerras siguen existiendo, y algunas guerras son justas. Es cierto que son las menos, pero algunas son justas. Las Fuerzas Armadas de España participan –en condición de tropas cuya misión es interponerse entre beligerantes, vigilar armisticios o custodiar frágiles acuerdos... o en cualquier otra- en algunas de estas guerras. Las más destacadas, las de Afganistán y el Líbano. Ahora, patrullan zonas supuestamente –frágilmente- pacificadas y, en este sentido, sus labores son defensivas. En el pasado, nuestras tropas contribuyeron activamente –esto es, ofensivamente-, por ejemplo, a derribar dictaduras repugnantes, como la de Slobodan Milosevic.

Lo curioso es que, dicho así, en sus crudos términos, no sólo no tiene nada de particular, sino que es motivo, incluso, de orgullo. Orgullo porque nuestro país hace lo que tiene que hacer, o eso pensamos algunos, y las Fuerzas Armadas, también –servir a los designios del Poder Civil y hacer valer los compromisos internacionales de España-. Pero también porque nuestras tropas, además de tener un nivel técnico respetable, se conducen, como reclamaban nuestros internacionalistas de la temprana Edad Moderna, con rectitud. No conozco, sinceramente, que nuestros soldados hayan sido denunciados jamás por abusos cometidos o vejaciones a la población civil allí donde han quedado instalados –por desdicha, no todas las naciones pueden presumir de lo mismo-.
Lo sucedido hace unos días en el Líbano es especialmente hiriente por la forma en que cayeron seis compatriotas (y se me permitirá que extienda gustoso el apelativo a aquellos que, sin haber nacido aquí, se acogen a la bandera española para defenderla en trances mucho más riesgosos que un partido de fútbol – el honor es nuestro, caballeros), víctima de las formas de actuar propias del terrorismo más cobarde. Pero podía suceder. Por desgracia, podía suceder, y puede volver a suceder. Sucederá menos, claro, si se proveen todos los medios, pero nadie le puede garantizar al soldado su seguridad al cien por ciento... por definición (especialmente cuando su adversario es un criminal repugnante que en nada compromete la suya).

No se le puede, desde luego, pedir a un Gobierno que haga imposibles. Sí, claro, que ponga toda su diligencia en minimizar los riesgos pero, una vez hecho esto, del resto no puede responder. Lo que sí puede reclamarse de un Gobierno es honestidad. Es indigno pretender que las cosas no son lo que son con el ánimo de no tener que dar explicaciones. Es indigno pretender que suceden “accidentes” o “casos fortuitos” con tal de no reconocer la evidencia: que no es igual la probabilidad de padecer un ataque terrorista en Beirut que en Estocolmo. Sencillamente porque el Líbano es un país en guerra y Suecia, a Dios gracias, no.

El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero es un campeón de la impostura que pretende serlo también de la elusión de responsabilidades. Hace, dice, decide y, después, pretende que no ha hecho, dicho o decidido nada. Y pretende que los demás asuman semejante planteamiento, tachando poco menos que de inmorales las conductas de sus críticos. Es, por lo que se ve, la Oposición política la que ha de derrochar siempre sentido del Estado, cuando está por ver que el propio Ejecutivo tenga las más elementales nociones de lo que significa semejante cosa.

Por todos los caminos se llega a una misma conclusión. España es la octava potencia económica del mundo; es un país con cierta influencia y responsabilidades importantes, cuya sociedad –incluyendo, por supuesto, las Fuerzas Armadas- hace lo que puede por estar a la altura. Pues bien, el Gobierno no lo está. Pretender que España tiene el Gobierno que se merece, sinceramente, es tener una idea pésima de España. La legislatura comenzó con muy razonables dudas acerca de la solvencia técnica de ZP para asumir un reto tan difícil como el de la gobernación de un país complejo como el nuestro. Ahora que la legislatura languidece, no es ya que esas dudas hayan quedado despejadas –está más que acreditado que no es ningún portento intelectual, o al menos sólo se lo parece a Philip Petitt- sino que aparecen otras sombras, mucho más preocupantes, en torno a su solvencia moral.

No es ni un técnico –eso está fuera de duda- ni un político de raza. Por eso su única respuesta ante los reveses es... el silencio. Un silencio clamoroso.

1 Comments:

  • En primer lugar, decir que las tropas españolas no tiene ninguna capacidad para imponer ninguna paz ni mantener ningún orden. Estan bajo mandato de la ONU con el estúpido casco azul, no es lo mismo que en Afganistán o en Irak donde si tienen capacidad para atacar, otra cosa es que lo hagan, y por lo tanto imponer la paz. En el Líbano no. Son fuerzas de interposición y si les atacan tienen que llamar a la "guardia civil libanesa". Es la intervención más estúpida que pueda existir.

    Lo que es de traca es eso de la 8ª potencia y no se qué de responsabilidades.

    España es el país mas basuriento de Europa y nunca, por culpa de adonde han llegado las autonomías, será nada. No creo que sea tan dificil de ver.

    Un ejemplo: El Instituto Elcano dice que la mayoría de los españoles (80%) considera que la ONU es la que tiene que decir donde intervenir. En el caso del Líbano, bajo el paraguas de la ONU, ahora mismo la mitad de los españoles son partidarios de la retirada. Átame esa mosca por el rabo.
    Aquí mucho politiqueo pero me parece que no te das cuenta el daño que se ha hecho a España por este gobierno y los anteriores que no mandan ni en Cataluña, para estar después interviniendo en el Líbano.

    Menuda basura de país.

    José Luis.

    By Anonymous Anónimo, at 8:29 p. m.  

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