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domingo, junio 17, 2007

DE NUEVO, SOBRE LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

La famosa asignatura de “Educación para la Ciudadanía” podría estar dando lugar a uno de los debates más interesantes que se han vivido por estos pagos en los últimos años. Digo “podría” porque el Gobierno ZP, como es de esperar, degrada todo lo que toca y pone, incluso en los temas más serios, ese aire de frivolidad marca de la casa.

Pero supongamos, por un momento, que estuviéramos ante un gobierno serio, capaz de hacer una propuesta no sectaria, es decir, capaz de proponer un currículo que correspondiera al título de la asignatura, y no un remedo de “religión laica” en la que se enseñara a los niños que, por ejemplo la alianza de civilizaciones es algo intelectualmente digno. Si el gobierno fuese capaz de hacer eso, presentaría los términos de un debate verdaderamente interesante.

Lo mismo cabría decir del recurso a la objeción de conciencia, tan alegremente invocada por la Iglesia Católica y sus voceros. Nadie niega que exista semejante derecho, pero es preciso ir muy cautos con su ejercicio, porque su distancia con la desobediencia civil es muy corta.

La cuestión es la siguiente: ¿qué separa a una “religión laica” –tan inconstitucional en su imposición como todas las demás- de una formación en valores constitucionalmente admisible? Obsérvese que, mientras que frente a lo primero, violación flagrante del artículo 16 de la Constitución, cabe enarbolar legítimamente la objeción de conciencia, frente a lo segundo toda resistencia nos coloca fuera del marco de lo admisible. ¿Es posible realizar una formación en valores que vaya más allá de la simple urbanidad? ¿Es necesario el recurso a una asignatura específica para eso?

El debate es muy profundo, y conduce directamente al núcleo de los problemas de la democracia liberal de mercado contemporánea. Los defensores de este sistema, los que creemos de veras que es un sistema digno de pervivir, quizá haríamos bien en ir admitiendo que no se trata de un sistema axiológicamente neutral. Los liberales, en particular, casi siempre nos hemos adherido a unos ideales de justicia de tipo procedimentalista, en los que no existiría una “moral pública” propiamente dicha y, por tanto, serían válidas cualesquiera morales privadas. Pues bien, un mínimo de honestidad intelectual nos obliga a reconocer que tal aserto es insostenible, y la complejidad de las sociedades en las que vivimos lo convierte en evidente: nuestro modelo, aunque sea soterradamente, incorpora una cierta carga moral –mejor, una cierta carga ética-. No es verdad que no exista ningún ideal de “vida buena” y, por tanto, que todos los ideales particulares de “vida buena” sean compatibles con el sistema. Hay muchos ideales de vida buena que sí lo son, pero eso es otro asunto.

Por consiguiente, no puede tenerse por cierto, sin más, que el Estado haya de respetar las creencias de todos. Más bien, el Estado deberá abstenerse de primar cualquiera de las creencias particulares en tanto que sean compatibles con el marco constitucional. En suma, el Estado es aconfesional, pero en modo alguno axiológicamente neutral.

El único modo en que puede hacerse a los escolares una exposición neutra de nuestro sistema constitucional –el marco en que son ciudadanos- es no hacer ninguno en absoluto. Pero incluso esto, si bien se mira, lleva consigo una cierta, particular interpretación de cómo ha de leerse nuestra Constitución. Guste o no, la Constitución Española es una constitución éticamente cargada, que incorpora un programa de vida en común según unos patrones determinados. Se dirá, sí, que esos patrones son los cánones del mundo occidental y sus declaraciones de derechos, pero no dejan de ser un canon particular.

¿Podría objetarse un problema de conciencia si, pongamos por caso, en los colegios se decidiera leer todos los viernes la Constitución? Supongamos el cuadro: el profesor silente, los niños leen en voz alta... ¿Es esto objetable? ¿Tiene derecho un padre a negarse? ¿Puede la lectura de la Constitución erigirse en acto inconstitucional?

Es posible contestar que no, en tanto no se pretenda la aceptación, por parte de los demás niños, de lo que su compañero va leyendo. Es decir, que, cuando, desde el fondo de la clase una vocecilla proclame que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna...” los demás niños puedan quedarse como quien oye llover. Por supuesto que la pretensión de lograr la adhesión interna de cualquier persona a cualquier idea es, además de totalitaria, insensata por absurda pero, ¿significa eso que nuestra hipotética lectura ha de dejar de ser un acto militante, con ánimo de promover dicha adhesión –se consiga o no-?

Quienes pretendan despachar el dilema con alguna frase hecha, quizá debieran pensárselo dos veces, porque estamos ante una cuestión con inmensa carga política e ideológica.

Hay quien, sin oponerse al fondo de la cuestión, sí cuestiona la necesidad de una asignatura ad hoc, argumentándose que, simplemente, el sistema de valores debe presidir todo el marco educativo. Es cierto, claro, que los valores revisten una dimensión práctica –los valores no son “cosas” sino, más bien, juicios- y no hay mejor forma de aprehenderlos que verlos funcionar en las relaciones que forman nuestro entorno. Pero, por otra parte, creo que es una respuesta algo tramposa a la cuestión, una manera de eludirla, por cierto muy típica de este país, tan reacio a debates de fondo y con contenido.

Lo dicho, quizá algún día haya alguna propuesta que no lleve el vicio de origen de salir del peor gobierno de la historia de la democracia en España. Ese día, a lo mejor hay que discutir la cuestión en serio. Giscard quería que los niños se aprendieran de memoria el prefacio de su bodrio constitucional para Europa. Obviando, aquí también, la procedencia, quizá haya que repensarlo. Es curioso, por cierto, que nuestro “aprender de memoria”, sea en francés “aprendre par coeur” y en inglés “to learn by heart”; o sea, aprender “de corazón”. ¿Simple casualidad?

3 Comments:

  • Muy bien lo dijo también Juan Manuel de prada:
    http://www.interrogantes.net/includes/documento.php?IdDoc=2669&IdSec=167

    By Anonymous Anónimo, at 10:23 p. m.  

  • LIBERAL DE IDEAS Y DE RUANA

    Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
    leoquevedom@hotmail.com

    Ahora que los partidos se han disuelto o aguado en un diluvio de matices, me pareció refrescante revolver el frasco a ver si salían a flote, en ese precipitado, el color y el sabor del liberalismo.

    Estoy leyendo el libro de André Maurois editado en 1951 por Aguilar, D´Israeli, el famoso primer ministro de Inglaterra por allá en 1870. Habla de la historia de los dos grandes partidos de esa nación: los whigs y los tories, los liberales y los conservadores. Me apasiona un liberalismo al estilo de los whigs, con su espíritu rebelde, amigos de la disidencia, amantes de la poesía y la inspiración, con raigambre en las necesidades del pueblo, dispuestos a estimular en sus mentes el arte y la fanfarria. Del otro lado, estaban los fríos tories del orden, y cuyo principio “el pueblo no puede ser más feliz de lo que es” me aleja de ellos a cien kilómetros de distancia. Por supuesto, -como hoy- también había “radicales” a las dos alas : a la izquierda y a la derecha.

    Me eduqué en un ambiente conservador, cerrado, elitista, ordenado hasta la cuadratura. Apenas lo pude resistir 17 años.

    Me gusta el liberalismo de Rousseau, por sus ideas pragmáticas de libertad, fraternidad e igualdad, democracia y contrato social. Me gusta el liberalismo escéptico y crítico y el “rechazo de Voltaire a todo lo que fuera irracional e incomprensible y su lucha activa contra la intolerancia, la tiranía y la superstición”. Que dudara y se burlara del establecimiento. Me gusta el liberalismo de Bentham que propugnaba por la mayor felicidad para el mayor número y no al contrario. No soy liberal con las ideas de Malthus y aplicadas al hombre colombiano en forma de neoliberalismo : que en el mundo no hay comida sino para los mejores y los más fuertes. Los débiles deben dejarse de pasto para el Abandono y los buitres.

    Me gusta el liberalismo al estilo de Murillo Toro : el cultivo debe ser la base de la propiedad de la tierra y la acumulación de tierras debe ser limitada de forma legal. Me gusta un liberalismo de franqueza, de ruana y sin caballo, como el de López Pumarejo, solidario del campesino, de sus tierras y su suerte. Me gusta el liberalismo de Gaitán y de Galán, frentero, de plaza, con la bandera de las inmensas mayorías pobres en su mano alzada. A ellos nadie los tildó de guerrilleros, y el pueblo sintió que no lo estaban engañando con unos pesos de hambre en el bolsillo. Sintieron que el partido no estaba en los salones ni en cocteles sino en la calle, la tienda y en las fábricas. Se aliaron con los descamisados y no toleraron las gavelas.

    Ah, liberalismo amado : por qué eres tan fuerte de ideas, tan poético y caliente pero no tienes quien lidere!!! ¿Será que todos se han vendido y que su pensamiento tiene quebrado su fondo como un vaso de vidrio ya inservible? Se acabó el líder que se untara de pola, tejo y chicha de Soacha y Tuta, del sancocho y atollado del Valle y del cuy de tierra fría, del resobado de La Vega, que anduviera por mercados de plaza y comiera papa y yuca y ternera a la brasa sin el sabor de la mentira.

    Busco con ojos ansiosos un liberalismo rojo y no lo veo. Sólo veo disputas de poder y distracciones. Sólo veo intento de alianzas oportunas, mas no hay principios. Veo respuestas mas no hay propuestas. Veo defensiva pero no veo ni delanteros ni goles.

    El liberalismo en Colombia hoy parece un viejo decrépito y chocho al que no creen ni sus hijos ni sus nietos y al que sólo desean un lugar lejano en donde saboree el último sorbo de cerveza.

    By Blogger FUNDACION PLENILUNIO, GRUPO DE POESÍA ARTE., at 4:43 p. m.  

  • RELIGIÓN, CONSTITUCIÓN Y ESTADO

    Por Leopoldo de Quevedo y Monroy
    leoquevedom@hotmail.com

    El paso por la Universidad me hizo reflexionar sobre muchos temas y derechos. La experiencia me ha hecho echar por la borda prejuicios y papeles inservibles que guardé en lugar equivocado como en cofre vedado, cerrado por la llave de la inconsciencia.

    La religión es un “patrón” cultural, un objeto que el hombre ha creado, como Aladino, para emplear la alfombra de la fe cuando la realidad no ofrece solución. Se sienta uno encima de ella y ahí vive y actúa en suprema “elación” y alejamiento.

    Ante su impotencia el hombre tuvo necesidad de sostener su inseguridad en lo sobrenatural. E hizo el hallazgo emocional de darle aliento a su vida ideando un ser divino y poderoso, según el psicoanalista Freud. Se vistió del mago -que todos hemos querido fungir alguna vez- y dijo: “créese mi dios” y con mayúscula apareció ante él. Ya lo decía muy bien el filósofo de Tréveris que la religión era una especie de opio para personas sin esperanza y que no encontraban respuesta en la razón. La necesidad de creer en un dios, blanco o negro, sonriente o con espinas, crucificado o sentado a sus anchas, la encontramos en todas las culturas. Y para todas es distinto y no admite comparaciones ni cambio de apellido. Es parte necesaria en su paisaje y convive en la mesa, en la fiesta y acompaña hasta en la muerte.

    Pero de ahí a que los Estados obliguen a sus nacionales a seguir o buscar a un dios, hay gran distancia. No es como obligar a hombres o a mujeres a tomar las armas y defender la Patria. Mucho más si hablamos de un estado moderno como el nuestro, con una Constitución que borró del texto viejo la consigna antigua de que la religión católica es cuestión “oficial” que se impone por decreto. Ese tipo de adoctrinamiento también lo hace el pastor lobo en la selva del Caguán con niños, labriegos y mujeres.

    La religión, -como la política o como la ley- es tinglado con membrete que signa en la frente a quien se afilia en su rebaño. Es un círculo en el que se abrochan y calman los ardores del saber y del poder. Tiene sacerdotes, mesías, obispos y jerarcas que “pacen” a las ovejas. Sí, les apaciguan sus deseos, sus reclamos cuando no comprenden con razones y cuando se contradice lo que es obvio. Es mecanismo de control social, dice la antropología. Cuando todo está perdido, cuando no hay salvación para la pobreza y la agonía hay un lago de agua refrescante y un cielo lleno de ángeles que saciarán la sed, el hambre y la vergüenza.

    Los planes decenales en la enseñanza, diseñados para lenguaje, matemáticas, ciencias, historia y geografía, educación física, educación para la convivencia no han bastado para formar al ciudadano de hoy y de mañana. Por obra y gracia del Decreto 4500 de 2006 el gobierno autocrático ha hecho un esguince a la voluntad del Constituyente y ha revivido la religión como materia obligatoria, computable en la suma para ganar el año el alumno de un colegio privado u oficial.

    El temor a un dios es lo que faltaba para que se acaben los atracos, la pobreza, los desplazados, la falta de inversión de nuestros ricos. Se aumentará el empleo y todo el mundo respetará la vida, honra y bienes, como era antes del 91 cuando el estado era confesional. Ya todos se pondrán escapularios y rezarán después de la alocucioncita presidencial. Pero, no. Ser bueno no entra a la sangre con rezos ni decretos.

    By Anonymous Anónimo, at 12:46 a. m.  

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