GALLARDÓN Y LOS IMPUESTOS
No tengo nada, en particular, en contra de que Madrid sea candidata a los Juegos Olímpicos de 2012. Es más, si mis conciudadanos, mayoritariamente, albergan ese deseo, ojalá el COI nos dé sus bendiciones. Pero, una vez más, no he oído a nadie mencionar cuánto cuesta esto.
Al parecer, los Juegos son un chollo por hipótesis, que dejan mucho más de lo que se llevan. El problema es que, así como los gastos son fácilmente mensurable, las compensaciones –las de la ciudad, supongo que no las del COI- son algo más vagas. Los londinenses, por ejemplo, no lo ven tan claro.
No es extraño que esto suceda así en un país en el que no existe respeto por el derecho del ser humano al producto de su trabajo y donde los impuestos, sencillamente, no son objeto de debate público. Dice mucho de nuestro espíritu cívico el que los sucesivos gobiernos españoles puedan llevar impunemente las políticas tributarias que llevan, cambiando cosas como la fiscalidad del ahorro como y cuando les viene en gana, sin que haya ningún tipo de contestación. No sé de nadie que haya llevado estos temas al Constitucional, por violación manifiesta del principio de seguridad jurídica.
En el caso de Madrid, el tema es peor, toda vez que nos ha tocado padecer el alcalde que padecemos. Si, por lo general, lo de los políticos con los impuestos es poco decoroso, lo de nuestro alcalde es, sencillamente, impresentable. Tras subir el IBI lo que le ha dado la gana y embarcarse en una reforma de la M30 que nos endeuda para treinta y cinco años, la última cuestión ha sido la de la iluminación navideña. ¿Vamos a hablar de tan poca cosa? Pues sí, porque hay gotas que colman el vaso.
Según es conocido, la supina gilipollez de los nuevos adornos navideños ha sido objeto de tremenda polémica. Bonitos, feos, inspirados, estúpidos... pero nadie ha comentado lo más obvio. ¿Hacía falta, realmente, acometer un nuevo diseño de la iluminación navideña en una ciudad que, como Madrid, tiene otras prioridades más urgentes? Que yo sepa, todo gasto injustificado es suntuario y, por tanto, improcedente. Pero a nadie le importa.
En torno a Ruiz Gallardón se acumulan malos síntomas. El peor de todos, que les encanta a los culturetas, a los apesebrados por definición. Y si la banda del Gran Wyoming está contenta... malas noticias para los paganos de la fiesta.
Al parecer, los Juegos son un chollo por hipótesis, que dejan mucho más de lo que se llevan. El problema es que, así como los gastos son fácilmente mensurable, las compensaciones –las de la ciudad, supongo que no las del COI- son algo más vagas. Los londinenses, por ejemplo, no lo ven tan claro.
No es extraño que esto suceda así en un país en el que no existe respeto por el derecho del ser humano al producto de su trabajo y donde los impuestos, sencillamente, no son objeto de debate público. Dice mucho de nuestro espíritu cívico el que los sucesivos gobiernos españoles puedan llevar impunemente las políticas tributarias que llevan, cambiando cosas como la fiscalidad del ahorro como y cuando les viene en gana, sin que haya ningún tipo de contestación. No sé de nadie que haya llevado estos temas al Constitucional, por violación manifiesta del principio de seguridad jurídica.
En el caso de Madrid, el tema es peor, toda vez que nos ha tocado padecer el alcalde que padecemos. Si, por lo general, lo de los políticos con los impuestos es poco decoroso, lo de nuestro alcalde es, sencillamente, impresentable. Tras subir el IBI lo que le ha dado la gana y embarcarse en una reforma de la M30 que nos endeuda para treinta y cinco años, la última cuestión ha sido la de la iluminación navideña. ¿Vamos a hablar de tan poca cosa? Pues sí, porque hay gotas que colman el vaso.
Según es conocido, la supina gilipollez de los nuevos adornos navideños ha sido objeto de tremenda polémica. Bonitos, feos, inspirados, estúpidos... pero nadie ha comentado lo más obvio. ¿Hacía falta, realmente, acometer un nuevo diseño de la iluminación navideña en una ciudad que, como Madrid, tiene otras prioridades más urgentes? Que yo sepa, todo gasto injustificado es suntuario y, por tanto, improcedente. Pero a nadie le importa.
En torno a Ruiz Gallardón se acumulan malos síntomas. El peor de todos, que les encanta a los culturetas, a los apesebrados por definición. Y si la banda del Gran Wyoming está contenta... malas noticias para los paganos de la fiesta.
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