PIZARRO Y GALLARDÓN
Dos son las noticias políticas del momento, y las dos en campo diestro –la que hubiera sido noticia en campo zurdo, la presentación del programa electoral, quedó muy en segundo plano-: la llegada de Pizarro y la salida de Gallardón. ¿Ambas concatenadas? Hay quien se malicia que, a la postre, sí, pero la conexión no tuvo que ser necesaria. Pizarro y Gallardón pudieron ser compatibles. Lo del Alcalde de Madrid, por tanto, es historia aparte.
De Pizarro se podrá opinar lo que se quiera. No voy a ocultar que, por muchos motivos, me resulta simpático el caballero. Y con sinceridad, aunque la frase pueda hacerle acreedor a muchos reproches, no puedo quejarme de que haya debutado en política afirmando que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente. Tampoco puedo olvidar su famosa comparecencia en la que, Constitución en mano, se declaraba presto a enfrentarse nada menos que al Gobierno de la Nación, auténtico motor de la OPA que se lanzaba sobre la compañía que, en aquel momento, presidía. Claro está que las razones por las que a mí me cae simpático son exactamente las mismas que le granjearán toda clase de antipatías en la órbita socialista.
Pero lo que creo que cabe valorar como positivo es el mero hecho de que un hombre como él, formado, de éxito y con la vida resuelta, haya decido pasar a la política. Este fenómeno, que ojalá ocurriera con más frecuencia tanto en un lado como en otro, ha pasado a ser muy anómalo. Ya casi no existen en nuestra política políticos que sean otra cosa que eso, políticos. Es verdad que los “políticos profesionales” no son todos iguales. No es extraño hallar en política gente con importantes grados académicos y es muy habitual la figura del político-funcionario, o el funcionario-político, que llega a la política desde la administración. Esto es bastante normal en un tiempo en que el Ejecutivo ocupa tanto en la vida pública y en el que la política se tecnifica. Pero junto a estos políticos han proliferado los sencillamente indocumentados, verdaderos parásitos que serían absolutamente incapaces de ganarse la vida honradamente fuera del medio político. Simples culos andantes, posaderas prestas a pacer en cualquier hemiciclo, al ordeno y mando de los jerifaltes del partido.
Ni en el PP, ni en el PSOE ni en casi ningún partido político reina la democracia interna ni, desde luego, hay otro medio efectivo de circulación de elites que la “mili” en las garitas partidarias. Lo de Pizarro, por tanto, ha de valorarse positivamente: de su seriedad cabe esperar que la apuesta no sea consecuencia de un calentón y, por tanto, que siga ahí ocurra lo que ocurra –desde luego, será digno de ver, si llega el caso, cómo se despacha en debates parlamentarios con los habituales analfabetos funcionales-, pero no cabe duda de que es bueno saber que no tiene para continuar más incentivo que el interés por lo que hace. Es dueño de salir igual que entró: cuando y como le apetezca. Como otros que, en el pasado, dijeron “basta” y retornaron a sus empresas, cátedras o despachos. Ninguna cátedra, ninguna empresa y ningún despacho espera a los que jamás ejercieron –en rigor, ni se plantearon ejercer- cualquier otra profesión que la de cargo público “de lo que sea”.
¿Y Gallardón? Gallardón tiene lo que se merece, sin duda, por su mal estilo y peor gusto. Es verdad que un partido político no es la Compañía de Jesús y, por tanto, nada hay de malo en autopostularse. Tampoco hay nada de malo en aspirar a lo más alto. Pero sí hay tiempos y lugares. Hay momentos, hay oportunidades... Y nada de eso ha sido objeto de la menor consideración de ese alcalde que, de paso, ha puesto claro a sus convecinos que, en realidad, no tiene interés en ser lo que es. Triste sino el de nuestra capital, siempre desdeñada. Los que defienden que la incorporación de Gallardón a las listas hubiera traído votos al PP –que, más bien, pretenden colocar al muchacho de cara a una eventual sucesión- quizá harían bien en recordar que muchos, por no decir todos, los muchos sufragios que don Alberto cosechó en su vida son de Madrid. Y los madrileños le votaron para alcalde. Y los madrileños, algunos por lo menos, piensan, con todos los respetos, que Madrid no es Madrigal de las Altas Torres, y que su magistratura es de las de tiempo completo. No veo muy bien con qué cara iba el PP a intentar repetir mandato en la ciudad tras semejante plante.
Pero no es menos cierto que el manejo de los tiempos tampoco parece la especialidad de Mariano Rajoy. Si tan convencido estaba –con razón, creo- de que la actitud de don Alberto no merecía la incorporación a las listas, tiempo tuvo de atajar el debate a su hora.
¿Efecto electoral? En realidad, está por ver. Hay quien dice que ambas cosas, la llegada de Pizarro y la salida de Gallardón escoran al PP “a la derecha” y, por tanto, le alejan del lugar donde puede ganar las elecciones. Pero la mayoría de los que dicen eso ni han votado al PP nunca, ni piensan votarlo en su vida ni, desde luego, desean que el PP se acerque ni de lejos a ganar las elecciones. Además, no todo van a ser pérdidas. Algún voto se ganará... alguno, seguro.
De Pizarro se podrá opinar lo que se quiera. No voy a ocultar que, por muchos motivos, me resulta simpático el caballero. Y con sinceridad, aunque la frase pueda hacerle acreedor a muchos reproches, no puedo quejarme de que haya debutado en política afirmando que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente. Tampoco puedo olvidar su famosa comparecencia en la que, Constitución en mano, se declaraba presto a enfrentarse nada menos que al Gobierno de la Nación, auténtico motor de la OPA que se lanzaba sobre la compañía que, en aquel momento, presidía. Claro está que las razones por las que a mí me cae simpático son exactamente las mismas que le granjearán toda clase de antipatías en la órbita socialista.
Pero lo que creo que cabe valorar como positivo es el mero hecho de que un hombre como él, formado, de éxito y con la vida resuelta, haya decido pasar a la política. Este fenómeno, que ojalá ocurriera con más frecuencia tanto en un lado como en otro, ha pasado a ser muy anómalo. Ya casi no existen en nuestra política políticos que sean otra cosa que eso, políticos. Es verdad que los “políticos profesionales” no son todos iguales. No es extraño hallar en política gente con importantes grados académicos y es muy habitual la figura del político-funcionario, o el funcionario-político, que llega a la política desde la administración. Esto es bastante normal en un tiempo en que el Ejecutivo ocupa tanto en la vida pública y en el que la política se tecnifica. Pero junto a estos políticos han proliferado los sencillamente indocumentados, verdaderos parásitos que serían absolutamente incapaces de ganarse la vida honradamente fuera del medio político. Simples culos andantes, posaderas prestas a pacer en cualquier hemiciclo, al ordeno y mando de los jerifaltes del partido.
Ni en el PP, ni en el PSOE ni en casi ningún partido político reina la democracia interna ni, desde luego, hay otro medio efectivo de circulación de elites que la “mili” en las garitas partidarias. Lo de Pizarro, por tanto, ha de valorarse positivamente: de su seriedad cabe esperar que la apuesta no sea consecuencia de un calentón y, por tanto, que siga ahí ocurra lo que ocurra –desde luego, será digno de ver, si llega el caso, cómo se despacha en debates parlamentarios con los habituales analfabetos funcionales-, pero no cabe duda de que es bueno saber que no tiene para continuar más incentivo que el interés por lo que hace. Es dueño de salir igual que entró: cuando y como le apetezca. Como otros que, en el pasado, dijeron “basta” y retornaron a sus empresas, cátedras o despachos. Ninguna cátedra, ninguna empresa y ningún despacho espera a los que jamás ejercieron –en rigor, ni se plantearon ejercer- cualquier otra profesión que la de cargo público “de lo que sea”.
¿Y Gallardón? Gallardón tiene lo que se merece, sin duda, por su mal estilo y peor gusto. Es verdad que un partido político no es la Compañía de Jesús y, por tanto, nada hay de malo en autopostularse. Tampoco hay nada de malo en aspirar a lo más alto. Pero sí hay tiempos y lugares. Hay momentos, hay oportunidades... Y nada de eso ha sido objeto de la menor consideración de ese alcalde que, de paso, ha puesto claro a sus convecinos que, en realidad, no tiene interés en ser lo que es. Triste sino el de nuestra capital, siempre desdeñada. Los que defienden que la incorporación de Gallardón a las listas hubiera traído votos al PP –que, más bien, pretenden colocar al muchacho de cara a una eventual sucesión- quizá harían bien en recordar que muchos, por no decir todos, los muchos sufragios que don Alberto cosechó en su vida son de Madrid. Y los madrileños le votaron para alcalde. Y los madrileños, algunos por lo menos, piensan, con todos los respetos, que Madrid no es Madrigal de las Altas Torres, y que su magistratura es de las de tiempo completo. No veo muy bien con qué cara iba el PP a intentar repetir mandato en la ciudad tras semejante plante.
Pero no es menos cierto que el manejo de los tiempos tampoco parece la especialidad de Mariano Rajoy. Si tan convencido estaba –con razón, creo- de que la actitud de don Alberto no merecía la incorporación a las listas, tiempo tuvo de atajar el debate a su hora.
¿Efecto electoral? En realidad, está por ver. Hay quien dice que ambas cosas, la llegada de Pizarro y la salida de Gallardón escoran al PP “a la derecha” y, por tanto, le alejan del lugar donde puede ganar las elecciones. Pero la mayoría de los que dicen eso ni han votado al PP nunca, ni piensan votarlo en su vida ni, desde luego, desean que el PP se acerque ni de lejos a ganar las elecciones. Además, no todo van a ser pérdidas. Algún voto se ganará... alguno, seguro.
2 Comments:
Bienhallado.
A mí me parece un error bien apreciable, y las formas catastróficas. Por una cosa o por otra (en mi opinión por ambas) el PP perderá votos. Es más, me parece tan obvia la resultante, sea cual sea el vector que más fuerza hacia abajo aporte, que lo veo hasta evidente. De esta manera no veo forma de justificarlo más que aquello del el "cojonudismo".
1º Rajoy, 2º Pizarro, 3º Gallardón era una lista potentísima. Además el PP lleva algún tiempo con lo del "giro al centro" y trataba de centrar la campaña -aparentemente- en la cuestión económica. De verdad, es que no encuentro ni coherencia con lo anterior, aunque éso de antes estuviera equivocado (que no, el PP solo puede ganar en España dándose una apariencia relativamente muy moderada; las cosas son así...).
En fin, saludos, Don Fernando
By Fritz, at 5:12 a. m.
Un partido político no puede poner en sus filas a personas/profesionales o no según la ventolera del momento: ahora economía, ahora Pizarro. Y no puede no: no debiera, porque es que es políticamente incorrecto. Y eso lo ha captado todo el mundo.Gallardón por otra parte ha levantado la polvareda por una cuestión simple: ha demostrado ser un buen político en su partido,desmarcado pero decidido, y claro, la decisión final viendo la clara decadencia del PP de quitarlo de todo el medio ha pillado más que de sorpresa y ha hecho que más de dos digan "vengaaaaaaaaaa con el caciquismo de la derecha". Pero claro, para mejorar,hace falta corregir errores y si no se corrigen pues se sigue, como es lógico, tan mal como siempre.
By Anónimo, at 3:18 p. m.
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