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sábado, febrero 04, 2006

MUNICH

Steven Spielberg nos acaba de regalar, por si hiciera falta, una muestra más de que el cine que viene de allende el Atlántico es mucho más que “ogros verdes, monos gigantes y niños magos” –dicho sea, por supuesto, con todo el respeto por mi parte hacia los monos gigantes, los niños magos y, sobre todo, el genial ogro verde y su no menos genial amigo el asno-. La troupe patética del cine español tiene motivos para estar hondamente preocupada. “Munich” es una película soberbia.

El argumento es bastante conocido, y se apoya en la reacción israelí al ataque a su delegación en los juegos olímpicos de Munich, en 1972. Es curioso que, en un momento de la película, el personaje de Golda Meir se lamenta que, impasible ante la muerte de los atletas israelíes, el mundo “continuaba con las olimpiadas”. Afortunadamente para ella, la primera ministra de Israel murió sin llegar a ver cómo, en el colmo de la abyección, Occidente regalaba esas mismas olimpiadas a la mayor dictadura de la tierra.

Al caso, el interés de la película no reside tanto en los hechos concretos que narra, como en el drama psicológico que viven los agentes del Mossad encargados por Meir y su gobierno –por cierto, “bajo mi responsabilidad”, dice también el personaje de Meir, recordando a Thatcher en los Comunes y, por contraste, a tantos otros líderes occidentales que, ante los desmanes de sus servicios secretos, suelen esconderse como conejos en sus madrigueras- de realizar la eliminación, uno por uno, de una serie de terroristas que sus superiores identifican como responsables de la matanza de Munich, aunque lo cierto es que no queda tan clara la relación directa, más tarde.

En su devenir, Afner, el jefe del comando, se termina convirtiendo, en realidad, en un trasunto, en una metáfora, del propio Israel. A medida que su conciencia se va cargando con el peso de cadáveres –que, a su vez, sólo engendran más cadáveres porque, a cada acción israelí, la otra parte responde con el doble- van quebrándose sus convicciones y, en suma, va perdiéndose a sí mismo.

A fin de cuentas, a mi modo de ver, Spielberg, a través del drama de Afner, viene a decir que el fin no justifica los medios. No ya por una cuestión moral, de principios, sino porque es inevitable que, incluso llenas de buenas intenciones, ciertas prácticas nos roben el alma. No es posible, a veces, aplicar ciertos medios de defensa sin que, al tiempo, perezca aquello que decimos querer defender.

Esa es, hoy, la desgracia de Israel. Los años de lucha por la supervivencia muestran, a las claras, que van superando el reto, pero ¿superarán el envilecimiento al que la violencia somete a toda sociedad en la que se hace presente? ¿en otras palabras, qué Israel sería un supuesto Israel vencedor? ¿Sería ese Israel deseado, esa Tierra de los Justos en la que, precisamente, fuesen imposibles todas las ignominias padecidas por los judíos durante cuatro mil años?

Hay muchas razones por las que no se puede ser neutral, a fecha de hoy, en el conflicto palestino-israelí. Cada uno escogerá su bando, supongo. Sin que ello suponga, por supuesto, negar derechos a la otra parte y compadecerse de sus sufrimientos, entiendo que el lado de Occidente es el de Israel. Ya digo, hay muchas razones para ello, pero sólo expondré una: de los dos bandos, es el único que, de vez en cuando, duda de sí mismo.

La duda, el desconocer si se está haciendo lo correcto, o al menos el planteárselo, tiene mucha importancia. Tanta como que los israelíes, al menos algunos, no quieren solo salvar su sociedad, sino un determinado tipo de sociedad. La sociedad democrática. Hay que decir, claro, que van perdiendo en el envite, dentro y fuera de Israel, pero ahí están.

Habrá quien encuentre esto ridículo y quien diga que, al final, solo los hechos cuentan. Estaríamos en un caso similar al de nuestras traídas y llevadas leyes de indias. Tan justas, tan hermosas y tan incumplidas. Yo no lo creo. Creo que las leyes de indias fueron importantes y que, desde luego, había un mundo de diferencia entre la Nación que las produjo y las que no las produjeron. Un mundo de dignidad.

Eso es lo que, al final, el terrorismo pretende robar. La dignidad. Se les repite con frecuencia que jamás ganarán una guerra. Y puede que sea cierto, si por “ganar” se entiende destruir físicamente, someter, subyugar al enemigo. Pero puede que no busquen eso. Puede que se conformen con que el enemigo abjure de su propio ser, y lo evidencie, entre otras cosas, sentándose en una mesa con ellos. Por eso la negociación es una victoria, porque, mientras que a una parte no le cuesta nada, la otra tiene que apearse, como mínimo, de sus creencias más sagradas.

Nada es lo mismo, posiblemente, tras esa humillación. La pregunta es, pues, ¿qué precio le ponemos a nuestra dignidad? Y conste que la respuesta no es fácil.

1 Comments:

  • Spielberg deja muy clara su postura. Está en contra de buscar y matar al asesino. Ridiculiza a un personaje que dice ante la acusación de que de nada sirve matar a un terrorista si luego sale otro ¿no nos cortamos las uñas, aunque sepamos que volverán a crecer?
    Esto es la realidad.Al terrorismo se le debe atacar con todas las armas disponibles. Con el máximo de justicia e intentando nodañar a los inocentes, pero el "dialogo" queda claro en la pelicula, es imposible con los terroristas palestinos.

    La pelicula es una gran mentira y un despropósito "politico".
    Mi opinión sobre ella más desarrollada.
    http://opticalibre.blogspot.com/2006/01/historia-de-una-venganza.html
    y
    http://opticalibre.blogspot.com/2006/02/la-venganza-segn-pasan-los-das.html

    By Blogger rojobilbao, at 11:53 a. m.  

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