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lunes, diciembre 20, 2004

EL ESTADO EN OBRAS

El Sr. Maragall -este sí, aún y por siempre "Molt Honorable" (y por muchos años, ojalá que, al menos, los catalanes conserven el mínimo necesario de respeto a sus instituciones propias, ya que ni respetan las comunes ni nadie se lo exige, y si no que le pregunten al ciudadano ZP)- nos anunció el otro día que el empellón que pretende darle a la Constitución no supone, ni mucho menos, el cierre del modelo de estado. Tan sólo tiramos otros 25 años.

Hasta aquí, todo normal. Desde luego, los que se pasan la vida soñando con la demolición de España como nación y como estado -los nacionalistas, mucha izquierda y la intersección de ambos- pueden ser de todo, pero carecen de dobleces. Son claros como el agua cristalina. Podemos elegir entre que desmonten esto al contado (Batasuna), a plazos cortos (Plan Ibarretxe) o a plazos largos (propuestas de las facciones regionales del PSOE).

Lo sorprendente, insisto, no es esto. Lo increíble, absolutamente increíble, es que haya quien está dispuesto a cooperar, ¡desde las más altas instancias del estado que se pretende demoler! Esto sí que no tiene precedentes, al menos que yo conozca. No creo que sea posible que nadie sensato crea, a estas alturas, que los nacionalismos periféricos -socialismo catalán y parte del vasco incluidos- puedan desear para España otra cosa que su desaparición, real o virtual. Por tanto, el que se presta al juego, o está en un despiste impropio de la altura de los tiempos, o sabe perfectamente adónde va.

La retórica a favor de la unidad -léanse las declaraciones del ministro Sevilla- sirven de poco en este país de los conceptos "discutidos y discutibles", sin previa aclaración. En mi opinión, la "unidad" presupone la "identidad". Para poder afirmar que España sigue unida es preciso que se pueda decir que sigue siendo España. He ahí la trampa de las propuestas conciliadoras al estilo maragalliano. Si, so pretexto de conservar la unidad, introducimos un cambio tan profundo que no puede decirse que mantenga la identidad, malamente habremos conservado unidad alguna: hemos roto la que había para recomponer otra cosa. Los trozos pegados de un jarrón chino roto no son el jarrón chino, sino un puzzle con forma de jarrón.

Pero la ontología no es el fuerte de los del talante. Todo sea por evitar la crispación.