DE ALCALDE A MINISTRO
Respecto al tan traído y llevado problema de las cuotas, hay que decir que conformar un gobierno no es tarea fácil. A la hora de elegir quién se sentará con él en el Consejo de Ministros, el Presidente está constreñido por múltiples condicionantes, sin duda. Además, hay que tomar en consideración que, siendo fundamentalmente un órgano de decisión política, el Gobierno de la Nación es también una instancia técnica ya que, al fin y al cabo, ostenta la jefatura superior de la Administración.
A mi juicio, y si se puede elegir, un gobierno integrado por personas de diferentes sensibilidades políticas no sólo no sería malo, sino todo lo contrario. Y si una de las variables en torno a las que se estructuran esas sensibilidades, en un país como España, es la geográfica pues, sí, será bueno que los ministros tengan distintas procedencias. Concretamente, en el gobierno de España, y por tradición, si algo se aprecia es un déficit de catalanes, no al contrario. La presencia de políticos oriundos del Principado en Moncloa es muy inferior al peso específico de Cataluña, sin duda.
Lo anterior, no obstante, no debería llevarnos a ignorar dos cuestiones básicas. La primera que hay características que son, o deberían ser, completamente irrelevantes a la hora de conformar un gobierno. Mientras que una cuota de catalanes o de economistas tiene sentido en la medida en que puede tratarse, respectivamente, de una variable políticamente relevante o de una competencia técnica conveniente, una cuota de calvos no lo tiene en absoluto. Y la segunda y más importante es que la preparación y la capacidad deberían ser absolutamente prioritarias. Que el Gobierno luzca bonito y sea representativo es muy deseable, pero lo que es inexcusable es que sea eficaz y apto para lidiar con los problemas. Tanto nos da que el inútil de rigor sea catalán o murciano. Será siempre un inútil, y eso excluye cualesquiera otras consideraciones.
En el caso del ínclito José Luis, hay razones fundadas para pensar que orienta sus decisiones justo al revés, es decir, poniendo la forma muy por delante de la sustancia. Puede, claro, que en lo tocante a la “cuota catalana” sus manos estén más atadas que otra cosa –al fin y al cabo, está donde está merced a un partido político federado con el suyo y que, a estas alturas, aún se sigue planteando la posibilidad de disponer de grupo parlamentario propio en el Congreso (que en el Senado ya va por libre)-, pero no me negarán que un “que sea catalán, como sea”, cuadra perfectamente al personaje.
Con todo, y cualquiera que haya sido el procedimiento para su designación, lo que no es admisible es que un ministro diga que va a trabajar “también” para España. Ni tan siquiera que lo plantee como un corolario necesario del trabajar para otras cosas –aunque sea cierto que, por ejemplo, quien trabaja por Barcelona lo hace también por España, claro-. No. Uno puede llegar al gobierno en atención –ya digo, entre otras cosas y no principalmente- a su condición de catalán o de andaluz y, precisamente, esa condición es algo positivo, en la medida en que permite ver la vida desde una perspectiva que, adecuadamente combinada con las demás, puede resultar enriquecedora. Pero un ministro del Gobierno de España trabaja “sólo” para España. El iter es justo al revés: al trabajar para España en su conjunto, se trabaja para cada una de sus partes –porque también es cierto que lo que es bueno para España será bueno para Barcelona-. Esperemos que solo sea que Clos no ha estado muy afortunado.
Se dice, por último, que Clos no sabe nada de industria. Su bagaje es el de ser médico anestesista y un montón de años dedicado en cuerpo y alma a la política municipal. Los ministerios no son todos iguales, por supuesto, y es cierto que unos son más técnicos que otros. A primera vista, cabría decir que el de industria pertenece al segundo grupo. Pero no tendríamos por qué estar ante una dificultad insuperable. Un ministro bien asesorado y con sentido común puede resultar una aceptable elección.
Otra cosa, claro, es que el ministro, además de no saber una palabra del asunto, pretenda emplear su posición para hacer política regional o de otro género. Este ha sido, me temo, el lamentable caso de Montilla. Para eso, casi lo mismo da el ministerio de Industria que el de Asuntos Sociales, porque de lo que se trata es de tener una silla en Moncloa. Es verdad que Clos no parte con las mejores referencias. Pero la gran duda es si piensa ejercer de veras como ministro y si tiene buena voluntad. Habrá que darle el beneficio de la duda y ser positivos: casi nada puede ser peor que lo que había.